—¿Cómo? ¿Estás insinuando algo sobre mis sentimientos hacia ella?
—¡No, no estoy insinuando nada, lo estoy diciendo claramente! Está clarísimo que prefieres su compañía a la mía o a la de cualquier otra persona. ¡Es más, ella siente lo mismo, y lo sabes!
—¡No sé de qué me hablas! —dijo Geary, rugiendo—. ¡Tenemos que trabajar juntos! ¡Es buena en estrategias militares, y tiene buenos instintos, así que está claro por qué quiero consultar con ella! ¿Por qué cojones estás tan celosa?
—¡Porque la prefieres antes que a mí, idiota! ¡Si no fuese por su honor y por el tuyo, y no tengo problema en admitir que son impecables, y vuestra negativa a violar las normas por vuestra puta entrega a cumplir vuestro deber y vuestras obligaciones como oficiales, estaríais cada momento del día juntos! ¡Y de la noche! ¡Si la cosa llegase a ese punto, Desjani sentiría el tipo de felicidad que hasta ese momento solo ha sentido destruyendo navíos de combate síndicos! ¡Si no te das cuenta de todo eso, entonces es que eres más inocente de lo que pensé que un hombre podría llegar a ser! —Se quedó mirándolo como intentando decidir cómo continuar, pero entonces alzó las manos, aparentemente en un gesto de frustración absoluta, y salió del camarote echando chispas.
A Geary se le ocurrió la respuesta obvia justo cuando la escotilla se cerró. ¡A lo mejor la prefiero a ella porque no me grita tanto como tú! Pero tampoco tenía mucho sentido malgastar aquella contestación para un camarote vacío, y estaba claro que no iba a perseguirla por el corredor para decírselo. En cualquier caso, no estaba seguro de considerar aquel comentario tan acertado cuando se calmase.
Además, era consciente de que una respuesta sincera sería distinta. Me gusta Desjani porque me entiende. Aunque cree que soy algún tipo de gran héroe en una importante misión, también parece saber quién soy realmente. Y trabajamos bien juntos, como si instintivamente supiésemos lo que el otro necesita. Nos gustan las mismas cosas, podemos charlar, y puedo relajarme con ella de manera que con los demás no puedo. Eso convertía a Desjani en una gran capitana para su buque insignia, una gran compañera con la que discutir las cosas, una grata persona que tener cerca, y...
Mierda.
Rione tiene razón.
Se sentó un momento, intentando averiguar qué debería hacer. En realidad, en cierto modo, Desjani y él ya lo habían hablado. No iban, ni deberían, hacer nada inapropiado para un comandante y una de sus oficiales subordinadas. Eso tampoco significaba que no pudiesen tener una relación de trabajo cercana y, de hecho, lo que había pasado hacía poco ponía de manifiesto lo importante que era su ayuda en situaciones críticas. Tenía que asegurarse de no ir más allá, de no presionarla de un modo distinto al profesional. Ella no lo había empujado a que se lo contase, y él no tenía siquiera derecho a hacerlo.
Eso sin mencionar las airadas acusaciones de Rione de que Desjani sentía algo por él. No podía suponer sin más que fuese verdad, y tampoco actuar como si lo fuese. Lo mejor para todos los involucrados era que no fuese cierto.
Entonces Geary recordó cuál había sido el motivo de su (última) discusión con Rione, y cargó el listado preliminar del personal de la Alianza que había sido liberado de la Audaz. La lista era gratificantemente larga, aunque no quería compararla con la del total de las tripulaciones de las naves de la Alianza que se habían perdido en aquel sistema estelar. Por esa misma razón no quiso entretenerse pensando en el hecho de que esos mismos prisioneros liberados serían necesarios para llenar los huecos que habían dejado las bajas de las naves supervivientes. La mayoría, hasta hacía poco prisioneros, eran reclutas, por supuesto, y entre ellos había un número respetable de oficiales subalternos. Solo había un oficial con un rango superior al de teniente. Geary se paró y miró el nombre del comandante Savos durante un momento. Luego vio que ahora se encontraba a bordo del crucero de batalla
Implacable
, y llamó a la nave.
—Si el comandante Savos está en condiciones, me gustaría hablar con él.
Diez minutos después, la
Implacable
le informó de que Savos estaba esperando para hablar con él. Geary se levantó, se aseguró de que su uniforme estuviese decente, y finalmente le ordenó a la nave activar la comunicación.
La imagen del comandante Savos, antiguo oficial al mando del crucero ligero Espuela, que había sido destruido durante la primera visita de la flota al sistema estelar síndico, daba pena. Su uniforme parecía ser nuevo, ya que obviamente en la
Implacable
le habían entregado uno para reemplazar al que había llevado puesto cuando abandonó su nave, y durante el cautiverio. Sin embargo, el resto de la imagen de aquel hombre reflejaba por lo que había tenido que pasar durante las últimas semanas. Estaba demacrado, con la cara marcada por la tensión de encontrarse encerrado como prisionero. En uno de los laterales de la cabeza tenía un parche flexible, y el ojo del mismo lado evidenciaba todavía los restos de una herida desagradable. Pese a todo, el comandante Savos intentó permanecer firme y realizó un saludo militar. Geary le devolvió el saludo, a la vez que se sentía culpable por haberlo mandado llamar y se peguntaba por qué nadie se había molestado en decirle que el comandante Savos no estaba en las mejores condiciones.
—Descanse, comandante. Siéntese. ¿Lo tratan bien en la
Implacable
?
Savos se sentó con cuidado, intentando mantenerse ligeramente rígido, como si pretendiese sentarse cuadrándose. Luego asintió.
—Sí, señor. La
Implacable
se ha portado maravillosamente bien con todos. Nos han tratado excelentemente bien, aunque la comida síndica que conseguimos deja un poco que desear.
—Y que lo diga. Yo empiezo a echar de menos las barritas Danaka Yoruk, y nunca pensé que eso fuese posible. —Geary hizo una pausa—. ¿Cómo está?
—Más contento de lo que pensé que podría llegar a estar hace un par de días, señor —dijo Savos con una sonrisa que se esfumó de inmediato—. Los síndicos no nos dieron de comer lo suficiente, y a veces se empleaban duro con nosotros. De todos modos, ahora estaremos bien.
—Es usted el oficial de más rango de los prisioneros liberados.
—Sí, de entre los de la Audaz, señor —asintió Savos—. Escuché algunas cosas que me hacen pensar que uno o más capitanes podrían haber sido capturados y llevados a navíos de combate síndicos para ser interrogados. —El comandante hizo una pausa, aparentemente afligido. Geary sabía en qué pensaba: en el mismo dolor que sentía él ante la posibilidad más que real de que algunos de los navíos de combate síndicos que habían destruido albergasen prisioneros de guerra de la Alianza. No podían haberlo sabido de ningún modo, y tampoco podían salvarlos, pero el mero hecho de saberlo hacía que Geary se sintiese mal al pensar en las batallas que habían librado en ese lugar.
Entonces Savos volvió a tomar la palabra.
—Después de ordenar que abandonasen la Espuela, me temo que quedé inconsciente durante un rato mientras la nave recibía más impactos. Fue mi tripulación la que me ayudó a escapar en una de las cápsulas, pero me llevó un par de días recuperarme del todo. Esa podría ser la razón por la que me dejaron en la Audaz en lugar de llevarme con ellos para interrogarme, tal y como hicieron con los demás oficiales de alto rango.
—¿Qué le han dicho nuestros médicos sobre su lesión?
—No es nada que no pueda arreglarse, señor. —Savos sonrió casi con una mueca y señaló con una mano la venda que tenía en uno de los lados de la cabeza—. Si no me la hubiesen tratado, podría haber tenido problemas serios en el futuro, pero me han dicho que ahora todo irá bien.
—Bien. Siento lo de la Espuela.
Savos volvía a parecer angustiado. Luego respondió:
—No fue la única nave que se perdió, señor.
—No, pero tampoco lo hizo sin hacérselo pagar caro al enemigo. Su nave luchó bien. —Geary sabía que eso era lo que cualquier buen oficial al mando quería escuchar—. El combate con la fuerza perseguidora síndica ha hecho que haya cierta confusión entre los prisioneros que se liberaron y las tripulaciones de otras naves que perdimos. Estamos realizando un recuento de los primeros. En cuanto tengamos una lista con los de la Espuela, me aseguraré de que le manden una copia.
—Gracias, señor.
—Seguramente los distribuiremos por la flota, entre las naves que necesiten reemplazos por las bajas que sufrieron en combate —le dijo Geary—. Avíseme si quiere que alguien esté en la misma nave que usted.
El comandante Savos asintió.
—Gracias, señor.
Geary observó al oficial durante un rato. Savos le había causado una grata impresión, y necesitaba un oficial para el mando de la
Orión
. ¿Estaría preparado para el cargo? Puede que ir de un crucero ligero a un acorazado fuese un salto demasiado grande, sobre todo teniendo en cuenta que estaba sufriendo efectos secundarios derivados de las heridas de combate. Lo mejor era no presionarlo demasiado. Ya comprobaría cómo estaba Savos cuando la flota llegase a Branwyn y tomaría la decisión pertinente.
—Ya sé que la sección de Inteligencia está realizando rondas de preguntas a los prisioneros liberados pero ¿hay algo que crea que debería saber cuanto antes?
Savos se quedó pensativo durante un instante.
—Escuchamos muy pocas cosas. Nos cogieron y nos organizaron para trabajar en grupos. Por lo demás, nos tuvieron encerrados en los compartimentos. Pero hay algo que seguramente debería saber.
—¿Qué?
—Nosotros no sabíamos qué era lo que pasaba ayer, pero los síndicos eran conscientes de que yo era el oficial de más rango de los prisioneros que había en la Audaz. Un grupo de tipos de sus Fuerzas Rápidas de Asalto me sacaron del compartimento, me pegaron las armas a la cara y me preguntaron si era verdad que realmente estaba usted al mando de la flota y si era cierto que había prohibido matar prisioneros síndicos. —Savos se encogió de hombros—. No supe por qué me lo preguntaban, pero les contesté que sí a ambas preguntas. Luego les dije que había insistido en seguir las viejas normas de guerra, y que todos estábamos acatando esas órdenes. También les dije que siempre cumplía sus promesas. Entonces uno de ellos dijo algo así como «A la mierda con nuestras órdenes». Luego me tiraron en mi compartimento, y eso es todo lo que supe hasta que los infantes de marina forzaron la escotilla hasta abrirla. Los guardias síndicos seguramente se marcharon a toda velocidad hacia las cápsulas de escape después de hablar conmigo.
Geary se preguntó cuáles serían aquellas órdenes. ¿Cortar el soporte vital de los compartimentos de prisioneros? ¿Configurar el núcleo de energía de la Audaz para que se sobrecargase? Parecía que la amenaza que representaba, apoyada por su historial, había funcionado en esa ocasión.
—Gracias, comandante. Descanse un poco. Se lo ha ganado. Volveremos a hablar en Branwyn.
—Sí, señor. —Savos se acercó a su panel de control, pero luego se paró—. Están asustados, señor. Le tienen miedo a esta flota. Y a usted. Pude notárselo.
—¿Eh?
¿Cuál era la forma adecuada de responder ante aquello? Nunca había ejercido de líder gracias al miedo, aunque que tu propia flota te temiese era bastante distinto a que lo hiciese tu enemigo. Sin embargo, tampoco era como se veía a sí mismo.
—Bueno, deberían temer a cualquier integrante de la flota, comandante Savos. No podría haber hecho nada si no fuese por los hombres y las mujeres de cada una de las naves de esta flota.
Savos parecía agradecido, como si no se esperase que le dijese lo que era evidente, o eso le pareció a Geary. Luego la imagen del hombre desapareció, y Geary volvió a quedarse a solas.
—El transbordador que lleva al capitán Casia y a la comandante Yin a la
Ilustre
está en camino —le informó Desjani, como si transportar a un oficial de alto grado ante el pelotón de fusilamiento y encarcelar a una segunda fuese de lo más normal en la flota.
—¿Están los dos en el transbordador?
La imagen de Desjani que había en el visor de comunicaciones de su camarote asintió.
—La
Conquistadora
y la
Orión
siguen estando cerca la una de la otra, así que no tenía sentido gastar células de combustible en dos transbordadores. El pájaro debería llegar a la
Ilustre
en veinticinco minutos.
Por lo tanto, quedarían alrededor de cuatro días hasta que saltasen a Branwyn. Era tiempo más que suficiente como para que el pelotón hiciese su trabajo en Lakota, tal y como Geary le había prometido a Casia. Y, pese a ello, parecía que el tiempo del que disponían se esfumaba.
Le parecía mal quedarse sentado en su camarote, trabajando o no, mientras aquel transbordador se dirigía a la
Ilustre
con su pequeño cargamento de prisioneros e infantes de marina desempeñando la función de guardias. Geary fue hasta el puente de mando, se sentó cerca de Desjani y vio que faltaban veinte minutos para que el transbordador llegase a la
Ilustre
. Se preguntaba si la coronel Carabali habría encontrado ya suficientes voluntarios para el pelotón de fusilamiento del capitán Casia, pero acabó por decidir que no estaba preparado para preguntar. No tenía ganas de pensar en ello, pero tampoco podía evitarlo.
Diez minutos más tarde apareció un aviso.
—Registrado accidente en el vuelo de transbordador Ómicron Cinco Uno —anunció un consultor.
Geary todavía estaba fijándose en la pantalla cuando Desjani lanzó un grito ahogado al darse cuenta.
—Ese es el pájaro que lleva a Casia y a Yin.
Miró al visor con un mal presentimiento.
—Era el pájaro que llevaba a Casia y a Yin. —Tanto las imágenes como el texto anunciaban lo mismo: el transbordador había explotado—. ¿Ya está? ¿No queda nada?
Desjani tenía el ceño fruncido mientras manipulaba los controles.
—Los accidentes de transbordadores son inusuales, pero no imposibles. Sin embargo, el nivel de avería... Los sistemas dicen que debe de haber sido provocado por un fallo catastrófico en las células de combustible del transbordador. ¿Cuál sería la causa?
—El destructor Estocada está cerca del lugar del accidente —dijo el oficial de operaciones—. Pide permiso para proceder a acercarse al lugar en busca de supervivientes o de pruebas materiales.
Geary también había pensado en la necesidad de enviar una nave para esas tareas.