Valiente (28 page)

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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Valiente
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Geary frunció el ceño. No sabía aquello, nunca lo había sabido, puesto que había estado perdido, hibernando, desde aquel primer ataque sorpresa síndico en Grendel. Durante los meses posteriores a que lo despertasen, evitó analizar los primeros ataques de los síndicos puesto que todavía le dolía saber que la tripulación que había tenido en aquellos días había muerto en aquella batalla o en las siguientes, o, con suerte, debido a la edad, mientras su cápsula de escape iba a la deriva entre los demás restos de la batalla de Grendel.

—Buena pregunta. La verdad es que leí por encima esos sucesos y supuse que habrían atacado la base de la Alianza en Varandal.

—No lo hicieron —le confirmó Duellos, mirando fijamente el visor.

—¿Por aquel entonces Varandal no seguía siendo una base importante?

Desjani asintió.

—Era el principal puerto espacial en lo referente a reparaciones, abastecimiento y mando de la flota de la Alianza en todo ese sector del espacio.

—Entonces tiene pinta de ser un objetivo mucho más importante que el que eligieron. ¿Sabe alguien por qué no atacaron Varandal?

Una vez más, volvió a ser Desjani quien respondió.

—Las historias dicen que se suponía que Varandal, Ulani y otros sistemas estelares importantes eran los siguientes objetivos de una oleada de ataques que finalmente no se produjeron debido a las bajas sufridas por los síndicos en el primer embate. Se supone —dijo Desjani marcando las últimas palabras—. Está claro que supusieron eso porque toda la Alianza estaba de acuerdo en que los síndicos no podían pretender que la primera oleada de ataques sorpresa pudiese infligir tanto daño como para ser decisivo. Los síndicos no disponían de suficientes fuerzas, tal y como dijo el capitán Geary, como para atacar todo lo que tenían que atacar y al mismo tiempo.

—¿A dónde quiere llegar? —preguntó Rione.

Desjani la miró fríamente, pero su voz mantuvo un tono profesional, tranquilo.

—Quizá los síndicos esperaban disponer de más fuerzas de las que sabemos. ¿Y si llegaron a un acuerdo y esperaban recibir ayuda? ¿Y si esperaban contar con un aliado, uno muy poderoso, que atacase lugares como Varandal mientras ellos hacían lo mismo con Diómedes?

Todo el mundo se quedó en silencio durante más tiempo que las anteriores veces. La expresión de Rione volvió a endurecerse, aunque sus sentimientos ya no estaban motivados por Desjani.

—Los alienígenas traicionaron a los síndicos.

—Al prometerles que los ayudarían a atacar a la Alianza.

—Y al final no aparecieron, por lo que dejaron que los síndicos luchasen solos. Les mintieron a los líderes síndicos, que se creían los amos de la superchería, y los dejaron meterse en una guerra con la Alianza que no podían ganar. No podían admitir abiertamente que habían sido engañados en algo tan importante, y ya habían entablado combate con la Alianza, por lo que tampoco podían salir de la guerra que habían empezado.

Crésida asintió con la cabeza.

—Los alienígenas no quieren que gane ningún bando. Por eso intervinieron en Lakota. El capitán Geary lo estaba haciendo demasiado bien, causando suficientes pérdidas en los síndicos como para, tal vez, desequilibrar finalmente la balanza en contra de los síndicos, y acercándose cada vez más al objetivo de llevar la llave hipernética síndica al espacio de la Alianza. Los alienígenas quieren que la humanidad esté en guerra, quieren que nos dediquemos en cuerpo y alma a ella. Pero ¿es algo meramente defensivo? ¿O están esperando a ver cuánto somos capaces de debilitarnos antes de entrar ellos en juego?

—Creo que podrían destrozarnos cuando quisiesen utilizando las puertas hipernéticas —comentó Geary.

—Pero todavía no lo han hecho —respondió Crésida—. Si están siguiendo nuestros pasos, tal y como parece indicar lo que ha sucedido aquí en Lakota, seguramente saben que, después del colapso de la puerta hipernética síndica de Sancere, somos conscientes del poder destructivo potencial de las puertas. Si realmente las quieren utilizar para eliminarnos, ¿por qué no las han activado ya?

—¿Plumas o plomo? —preguntó Duellos, mientras se miraba atentamente las uñas.

Aunque era bastante frustrante, Geary tenía que admitir que Duellos tenía parte de razón.

—Podemos especular hasta el infinito sin llegar a ninguna conclusión, puesto que no sabemos nada sobre aquello a lo que nos enfrentamos.

—Sabemos que han descubierto cómo jugárnosla —insistió Desjani—. Señor, mire el patrón de acciones. Intervienen desde las sombras, y saben cómo conseguir que llevemos a cabo acciones que o bien nos hacen daño o bien nos lo pueden hacer.

—Pues sí, es verdad —dijo Duellos—. Lo que significa que muy probablemente utilizan esas estrategias entre ellos. Parece que prefieren hacer que el enemigo cometa errores y acabe dañándose a sí mismo.

Rione asintió.

—Averiguando qué quiere y ofreciéndoselo. Deben de tener unas habilidades políticas formidables.

—Y los síndicos intentaron aprovecharse de ellos —dijo Geary enfadado—. Se metieron con quien no debían, y toda la humanidad ha salido escaldada.

—¿Y por qué no lo confesaron? —preguntó Crésida—. No tienen la más mínima posibilidad de ganar la guerra ni la han tenido desde hace tiempo. ¿Por qué no dijeron que los habían engañado los alienígenas, que les dijeron que nosotros los íbamos a atacar, o algo así, para ponernos de su lado contra esas cosas, sean lo que sean?

Rione negó con la cabeza.

—Los líderes de los Mundos Síndicos no pueden permitirse admitir que han cometido un error como ese. Rodarían cabezas, seguramente en sentido literal. Incluso aunque los que cometieron el error fuesen los antepasados de los líderes síndicos actuales, la legitimidad de estos se basa en ser los sucesores elegidos por los anteriores. Se supone que los escogen por sus capacidades y sus habilidades. Admitir que una generación de líderes cometió ese terrible error pondría en duda la legitimidad de los sucesores que eligieron y del propio sistema en sí. Para ellos es mucho más fácil y seguro seguir ese camino tan ruinoso que admitir haber cometido errores tan serios e intentar cambiar la situación.

—¿De verdad son tan estúpidos? —preguntó Crésida.

—No, no son tan estúpidos. Si admiten los errores cometidos por los líderes de los Mundos Síndicos, unos errores tan serios que se han visto atrapados en una guerra que no parece tener fin, está claro que perderán poder, y si pierden poder, en el peor de los casos morirán antes o después, y en el mejor verán esfumarse todas sus riquezas y su posición. Sin embargo, mientras sigan con su política actual, pueden permitirse esperar a que suceda algo. No se trata de hacer lo mejor para los Mundos Síndicos, o para la Alianza o para la humanidad en general. Se trata de hacer lo que es mejor para ellos mismos. Lucharán hasta que no queden navíos de combate ni soldados rasos, puesto que así consiguen que otros paguen por sus fallos y retrasan el día en que tendrán que rendir cuentas personalmente.

Geary se percató de que el resto de oficiales intentaban no mirar directamente a Rione. Sabía qué pasaba. No era simplemente que tuviese sentido que los síndicos pudiesen estar haciendo aquello, sino que Rione lo entendía y podía explicarlo, lo cual significaba que podría pensar del mismo modo.

Rione miró a su alrededor perfectamente consciente de ello.

—Lo había olvidado. Todos ustedes son muy nobles y honorables. Ningún oficial militar de alto rango permitiría que la gente muriese antes que admitir que se ha cometido un error, ni se aferraría a un curso de actuación con tal de mantener su posición.

Un montón de caras se enrojecieron. Geary tomó la palabra antes de que otro lo hiciese.

—Vale, captado. Sin embargo nadie de los aquí presentes hace ese tipo de cosas. Y sí, incluyo a la copresidenta Rione. Forma parte de esta misión, y arriesga su vida como el resto de tripulantes de esta flota. Y ahora volvamos a canalizar nuestra ira contra el enemigo, no contra nosotros mismos.

—¿Qué enemigo? —preguntó Duellos—. Llevamos toda la vida pensando que el «enemigo» son los síndicos. Son los que nos atacaban, los que bombardeaban nuestros planetas, y los que mataban a nuestros amigos y familiares. Y, sin embargo, durante todo ese tiempo hemos tenido otro enemigo distinto, del que nadie sabía nada.

—¿Es eso realmente cierto? ¿Seguro que nuestros líderes no saben nada? —preguntó Desjani.

Todas las miradas se dirigieron hacia Rione, que se sonrojó ligeramente pero les devolvió la mirada, desafiante.

—Yo no. Y por lo que sé, ningún senador sabe nada de los alienígenas.

—¿Y el Consejo de Gobierno? —preguntó Duellos.

—Lo ignoro. —Rione miró a los demás y vio dudas en ellos—. No tengo ninguna razón para mentir —afirmó bruscamente—. Sé que hay asuntos extremadamente delicados sobre los que solo se informa a los miembros del Consejo de Gobierno. Supuestamente algunos de esos asuntos solo se les comunican a los nuevos miembros verbalmente, nunca por escrito, pero no sé si es verdad o no. Es algo que solo saben los miembros del Consejo, y no desvelan sus secretos.

Geary asintió con la cabeza.

—Me lo creo, es verosímil. Sin embargo, ¿usted qué diría, señora senadora? —Usó aquel título a propósito, con el fin de hacer hincapié en el cargo político que ocupaba Rione—. Si tuviese que decir algo, ¿sabe o ha escuchado algo con relación al Consejo de Gobierno que le haga pensar que podrían saberlo?.

Ella frunció el ceño y torció la cabeza, pensativa.

—Es posible, pero depende de cómo se interprete.

—¿Se interprete qué?.

Rione frunció todavía más el ceño.

—Cuestiones sobre las que sabe que no debería preguntar por razones de seguridad de la Alianza, informes secretos concernientes a proyectos y presupuestos, y ese tipo de cosas. Pero hay muchas otras explicaciones posibles para todo eso. Miren, soy tan desconfiada como cualquier política. Analizo todo lo que escucho para conseguir todas las interpretaciones posibles. Si el Consejo de Gobierno tiene alguna pista sobre la existencia de esos alienígenas, han hecho un muy buen trabajo para mantenerlo en secreto. De lo que estoy segura es de que yo no sospechaba nada hasta que el capitán Geary me enseñó lo que había descubierto.

—Entonces dejamos esa cuestión a un lado —dijo Crésida—, ¿no? Nunca se ha encontrado ninguna especie inteligente que no esa humana, ni han contactado con nosotros, que sepamos. Además, la guerra nos ha obligado a centrarnos en otros temas. El capitán Geary tiene una perspectiva más fresca.

—Yo más bien diría que tengo una perspectiva menos congelada —respondió Geary. Todo el mundo sonrió al escuchar aquel chiste sobre su período de hibernación. Nunca pensó que fuese capaz de hacer una broma como esa—. La cuestión es la siguiente: ¿debemos mantenerlo en secreto, o debemos empezar por contárselo a muchas otras personas?

Hubo un largo rato de silencio, hasta que Rione tomó la palabra en un tono de voz que denotaba hastío.

—Tenemos miedo de que la humanidad utilice las puertas hipernéticas para borrarse del mapa a sí misma debido al odio generado por esta guerra. Si la gente se enterase de que la guerra es el producto del engaño de otra especie inteligente, y que esa misma especie nos la ha jugado colocando en los sistemas estelares que controlamos sistemas para exterminarnos, ¿qué va a hacer la masa?, ¿qué va a exigir?

—Venganza
—respondió Tulev.

—Eso mismo. Una guerra a una escala todavía mayor, contra un enemigo con un poder y un tamaño desconocidos, y con una tecnología claramente superior.

Crésida apretó los puños.

—La verdad es que no me importaría demasiado que muriesen muchas cosas de esas. Se lo han ganado. Pero si nos paramos a pensar en cuántos humanos morirían...

—Creo que ya han respondido a mi pregunta —afirmó tajantemente Geary—. Debemos guardar el secreto, además de averiguar cómo contrarrestar a los alienígenas sin comenzar una guerra todavía mayor.

Duellos hizo una mueca a la vez que fruncía el ceño, mientras tamborileaba en silencio con los dedos sobre la mesa que tenía al lado.

—Un enemigo a la vez. Esa es mi recomendación. Tenemos que ocuparnos de los síndicos antes de poder tener siquiera la esperanza de poder hacer lo mismo con los alienígenas.

—¿Y cómo vamos a derrotar a los síndicos si los alienígenas los ayudan activamente? —pregunto Crésida. Duellos frunció todavía más el ceño.

—Ojalá tuviese la respuesta.

Por alguna razón, todos se giraron para mirar a Geary.

Él les devolvió la mirada.

—¿Qué? ¿Creen que sé cómo hacerlo?

Para su sorpresa, fue Crésida la que respondió.

—Señor, ha demostrado tener una capacidad especial para distinguir lo que los demás considerábamos evidente o lo que ni siquiera nos habíamos planteado. Es posible que se deba a que tiene un punto de vista distanciado del nuestro en muchos sentidos, o puede que, eh... tenga la inspiración necesaria para ver cosas que los demás no podemos ver.

¿Inspiración? ¿Qué querría decir con eso? Geary miró a Crésida y a los demás, y obtuvo la respuesta, tanto en la cara de esta, ligeramente avergonzada, como en la expresión de confianza de Desjani, o en la mirada comedida de Rione.

—¿Creen que las estrellas del firmamento se comunican conmigo? Creo que lo sabría si fuese el caso.

Duellos volvió a fruncir un poco el ceño.

—No, no lo sabría —dijo, corrigiéndolo—. Ese no es su método. O al menos se supone que no lo es.

—¡Nadie sabe cuál es su método! Después de todo lo que hemos pasado, ¿por qué creen que me llega la inspiración divina?

Entonces respondió Desjani:

—En privado nos dice continuamente que no es más que una persona normal, que no es excepcional. Sin embargo, hace cosas excepcionales. O es un hombre extraordinario, o lo es la ayuda que recibe, y no soy tan presuntuosa como para pensar que mi ayuda es tan especial.

Aquella era una clara trampa dialéctica.

—Capitana Desjani, y todos los demás: la única ayuda extraordinaria que tengo es la suya. —Todas las caras coincidieron en mostrar desacuerdo en mayor o menor medida—. No pueden arriesgar el destino de la flota, o de la Alianza entera, por el hecho de que tienen la vaga creencia de que recibiré inspiración divina cuando lo necesite.

—Y no lo hacemos —afirmó Tulev—. Nos basamos en lo que ha hecho hasta ahora. Siga haciendo lo mismo. —Cuando Tulev se dio cuenta de lo jocoso de su afirmación, de su naturaleza casi irracional, se dibujó en su cara una extraña sonrisa.

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