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Authors: David Wellington

Vampiro Zero (28 page)

BOOK: Vampiro Zero
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—No —admitió Lu.

Caxton volvió a levantar el pie, pero él la agarró de nuevo por el brazo.

—Pero tampoco quiero que me abran un expediente —protestó—. Mire, hace menos de un mes que tengo este trabajo. Antes me dedicaba a patrullar por Tipp Hill y no quiero tener que volver a eso. Young puede ser muy exigente cuando se trata del reglamento.

—Entonces será mejor que no sepa nada —dijo Caxton—. A lo mejor la puerta estaba abierta cuando llegamos y no tenemos ni idea de cómo se rompió la cerradura. O a lo mejor creímos oír a alguien pidiendo ayuda al otro lado y al final resultó que era el televisor del tipo de abajo.

Lu se la quedó mirando con los ojos muy abiertos.

—Aquí no hay nadie más que pueda decir si sucedió así o no —prosiguió Caxton—, sólo estamos usted y yo.

Entonces le pegó una patada a la puerta y ésta cedió fácilmente, con un clac de la cerradura.

—¡Maldita sea! —exclamó Lu—. ¡Está usted como una cabra!

—Lo que estoy es desesperada —replicó Caxton y cruzó el umbral de la puerta.

Capítulo 38

La habitación parecía estar repleta de libros. Estaban apilados en el suelo, en enormes montones tambaleantes, y cubrían una de las dos mesas de la habitación. También la cama estaba llena de libros que alguien había depositado allí cuidadosamente. Había libros de tapa dura, tomos encuadernados en piel y maltrechos ejemplares de bolsillo, numerosos folletos y libros fotocopiados, encuadernados con portadas de cartulina lisa y anillas. Había manuales nuevos, aún precintados, y libros tan viejos que tenían el lomo arrugado y manchaban de polvo rojizo los libros que tenían cerca. Caxton cogió uno al azar. Se trataba de una edición en rústica titulada Sociedades secretas, de Arkon Daraul. Encontró también un maltrecho texto escrito en latín y con la imagen de un demonio en la portada, titulado Lemegeton Clavicula Salomonis. Caxton dudaba que fuera un tratado sobre clavículas de salmones.

Caxton describió un círculo completo con su pistola y cubrió las cuatro esquinas del cuarto. No vio ninguna cocina, tan sólo una placa eléctrica encima de la cual, cómo no, había dos montones de libros. La cama, que era poco más que un catre, estaba hecha; Caxton se agachó un poco y, debajo de la estructura, vio una gran cantidad de libros cubiertos de polvo. El armario estaba lleno de libros, pero también de ropa... aunque no había ningún abrigo. Junto a la ventana vio la silla, vacía, con un libro abierto encima del asiento.

En el extremo opuesto de la habitación había otra puerta, en este caso abierta, que dejaba ver un baño, lleno también de libros, junto al váter y encima del depósito de agua. También había libros amontonados debajo del lavamanos, aunque éstos estaban cubiertos de moho por culpa de una tubería que perdía agua.

Sentada en el borde de la bañera había una chica de aspecto asustado. Tenía el pelo oscuro y corto, llevaba un suéter agujereado y se cubría el rostro con las manos.

—¿Quién coño eres tú? —le preguntó Caxton, apuntando al techo con la pistola.

—Linda —chilló la chica—. Soy amiga de Simón. Me ha pedido que viniera y me sentara junto a la ventana.

—¿Por qué?

Linda se encogió de hombros.

—Me ha dicho que lo vigilaba la poli, pero que no se había metido en ningún lío. Me ha dicho que no había hecho nada. ¿Está bien?

Lu empezó a bombardear a la chica con preguntas, pero a Caxton no le interesaban nada sus respuestas. Volvió a salir corriendo al pasillo y allí encontró lo que esperaba: un ventanal que se mantenía abierto con un trozo de lápiz. Al otro lado de la ventana, a través de la cortina de nieve, logró entrever un andamio de madera con peldaños que conducía al patio trasero de la casa. Se trataba de una salida de incendios, una vía de escape para los habitantes del primer piso en caso de que no pudieran utilizar la escalera principal.

En los peldaños de la escalera de incendios Caxton logró distinguir vagamente unas huellas que se hundían en la gruesa capa de nieve y que la tormenta había vuelto a cubrir casi por completo. Decidió salir por allí y seguir los pasos de Simón, pero pronto se dio cuenta de que era inútil. El chico debía de haber salido a la calle y allí sus huellas se confundirían con el resto, cubiertas por marcas de neumáticos y por la nieve que caía sin cesar.

Aquello era malo, muy malo. Muy, muy malo. Si lo había perdido, si el chico se le había escapado, no tenía forma de saber si se había puesto en contacto con Jameson. Tenía que encontrarlo, había otras vidas en juego aparte de la suya, pero ¿dónde podía estar?

Tenía que pensar. Si se había largado en plena tormenta de nieve, Young y su equipo no lo habrían visto. La furgoneta debía de haberle llamado la atención, se había dado cuenta de que lo vigilaban y había decidido llamar a su amiga para hacer creer a los federales que seguía en su habitación, leyendo tranquilamente. O no le gustaba que lo vigilaran, o había decidido que tenía que hacer algo que los polis no podían ver. Había cogido el abrigo (Caxton ya se había dado cuenta de que en el armario no había ninguno) pero, teniendo en cuenta que en algunos lugares la nieve le habría llegado hasta las rodillas, no debía de haber llegado demasiado lejos. Fetlock le había contado que Simón no tenía coche. Esa era una de las primeras cosas que comprobabas cuando decidías vigilar a un sospechoso. Podía haber cogido un autobús, pero Caxton lo dudaba mucho. ¿Quién iba a esperar el autobús con ese tiempo? Caxton se dijo que alguien debía de haberlo recogido en coche. Y eso significaba que alguien tenía que saber adonde había ido.

El walkie-talkie que llevaba en la mano sonaba sin parar, pero Caxton lo ignoró. Bajó la escalera y encontró al casero abriendo otra caja de cervezas. Su apartamento tenía los mejores muebles de toda la casa (un aparador de roble y una mesa con sillas a juego), pero el polvo omnipresente mataba el brillo de los colores y las bolsas de basura se amontonaban en la cocina. No había un solo libro.

—¡Por Dios! ¿Y ahora qué? —preguntó el viejo en cuanto la vio.

—Necesito información y no dispongo de mucho tiempo, o sea, que discúlpeme si le parezco descortés —empezó diciendo Caxton—. ¿Cuánto tiempo lleva Simón viviendo aquí?

—¿Se refiere a Arkeley? Tan sólo un semestre. Firmó un contrato de alquiler de un año.

—¿Tiene novia? —preguntó Caxton.

El casero se rió.

—¿Lo dice por la tal Linda? La chica viene mucho por aquí, pero si le interesa mi opinión, el tío es gay. No le hace ni puñetero caso.

—¿Y recibe otras visitas?

El viejo frunció el ceño.

—¡Joder! Pues sí, sí recibe visitas. De esas que se quedan toda la noche y los oyes hablar y reír mientras intentas dormirte. Y ponen una toalla bajo la puerta, pero no crea que soy tan viejo como para no reconocer el olor de lo que fuman ahí arriba. Yo viví los sesenta y...

Caxton sacudió la cabeza.

—Limítese a responder a mis preguntas, ¿vale? Responda de la forma más simple y clara que pueda. ¿Recuerda el nombre de alguno de sus visitantes? ¿Alguna vez le ha presentado a alguno?

—No somos precisamente lo que se dice íntimos amigos —replicó el casero, que se rascó la barba un momento—. Pero ahora que lo dice sí recuerdo a un tipo. Simón lo llama «Murph». Un fumeta pelirrojo, feo y pecoso. En realidad, ése viene bastante a menudo, pero no sé cómo se apellida.

—¿Sabe dónde vive? Haga un esfuerzo, por favor.

El casero se encogió de hombros.

—En alguna parte del campus sur —dijo—. Hay un campus secundario —añadió entonces, pues Caxton le dedicó una mirada de extrañeza—. Está a unos tres kilómetros de aquí por Comstock Avenue. Está compuesto casi exclusivamente por residencias de estudiantes mugrientas que alquilan por cuatro perras.

—¿Es lo único que puede decirme? —preguntó Caxton, desesperada.

—A lo mejor basta con eso —dijo Lu a su espalda y le quitó el walkie-talkie de la mano—. Marshal Young, ¿me copias?

—Sí, adelante, Lu.

—La agente especial Caxton me pide que llamemos a la oficina de registros. Necesitamos localizar a un estudiante. Responde al nombre de Murph, posiblemente se llame Murphy. Desconocemos si se trata del nombre o el apellido. Su última dirección conocida es el campus sur y es posible que haya cometido algún delito relacionado con las drogas. ¿Crees que puedes encontrar algo?

—Echaremos un vistazo, a lo mejor tenemos suerte. Corto.

Caxton asintió con la cabeza, entusiasmada.

—Muy buena idea —le dijo a Lu—. Señor —añadió entonces, volviéndose hacia el casero—, muchas gracias por su ayuda.

—Simón no irá a la cárcel, ¿verdad? —preguntó el hombre.

—No tengo ninguna orden de arresto —respondió ella.

—Mejor, porque le quedan aún seis meses de alquiler.

Caxton salió con Lu a la calle, montó en su Mazda y le hizo un gesto al federal indicándole que cogiera una escopeta.

—Necesito que me guíe —le dijo—. Nos dirigiremos al campus sur, a ver si cuando llegamos disponemos ya de esa dirección.

—De acuerdo —replicó Lu—. Pero ¿qué le hace pensar que fue a ver a ese amigo?

—Es lo único que se me ocurre —respondió Caxton.

Capítulo 39

Caxton dejó a Young y a Miller vigilando la casa, por si estaba equivocada. Si Simón regresaba mientras ella estaba fuera, tenían órdenes de no perderlo de vista, de vigilar todos sus movimientos y de seguirlo si salía de casa. Ya no tenía ningún sentido actuar con discreción. Si el chaval se les esfumaba delante de las narices y salía a pasear de noche, Caxton haría todo lo posible para evitar que cayera en manos de su padre.

Porque sabía que si no lo hacía, se las vería con un segundo vampiro tan peligroso como el primero.

El hecho de que Simón tuviera reticencias a hablar con ella o su evidente desconfianza hacia las fuerzas del orden Caxton podía achacarlos a la rebeldía típica de la juventud, o a la simple estupidez. Pero el truco de pedirle a su amiga que se sentara junto a la ventana era ya harina de otro costal: a lo mejor el chico tenía algo que ocultar.

—Cuando lleguemos a ese sitio, usted limítese a seguirme el juego —le dijo a Lu—. Deje que hable yo.

—De acuerdo —respondió él, no demasiado convencido. Caxton había tentado su paciencia cargándose la puerta de Simón y no sabía hasta cuándo iba a dejar que siguiera saliéndose con la suya. En cualquier caso, pronto iba a averiguarlo.

Condujo a una velocidad moderada hasta llegar al campus sur. No estaba demasiado lejos y la nevada hacía que circular resultara peligroso incluso con precaución. Los camiones de sal habían empezado a abrir camino en la nieve acumulada, pero Caxton no quería arriesgarse. Si se salía de la carretera y estropeaba el Mazda, iba a perder movilidad y un tiempo crucial.

—Usted conoce esto ¿verdad? Syracuse, quiero decir... Si llamamos a la puerta y encontramos una escena de drogas, ¿debemos prever que los infractores vayan armados?

Lu se quedó a cuadros.

—¡No, por Dios! Los consumidores aquí son estudiantes, adolescentes. Fuman marihuana y a lo mejor de vez en cuando toman ácido. Estamos en una ciudad universitaria y eso es algo con lo que hay que contar. Pero rara vez reaccionan con violencia. Aquí hace demasiado frío para ciertas estupideces.

—Vale —dijo Caxton y se removió en el asiento, tratando de relajarse.

Pero no era fácil. Pensó en el lugar, el apartamento, al que se dirigían. Jameson podía estar esperándola allí. Podía tratarse de una trampa. Era posible que le hubiera transmitido ya la maldición a Simón. El lugar podía estar lleno de siervos no muertos.

Podía esperar cualquier cosa, lo que fuera.

Salió por una calle llamada Skytop y le echó un primer vistazo al campus sur. La descripción del casero era bastante ajustada. Las residencias de estudiantes eran edificios sencillos de dos plantas, construidos con materiales baratos. Tenían pocas ventanas y eran todos parecidos. Parecían piezas de Monopoly repartidas por un vasto mar de aparcamientos cubiertos de sal. A Caxton se le ocurrían pocos lugares más deprimentes donde vivir, aunque imaginaba que, si eran lo bastante baratos, los estudiantes podían aguantarlo.

Detuvieron el coche en un aparcamiento tan grande que parecía el de un centro comercial y esperaron. Esperaron. Y esperaron un poco más. Caxton se impacientó y golpeó varias veces el volante, pero eso no le hacía ningún bien a nadie, de modo que decidió parar. Finalmente Young la llamó y le proporcionó una dirección. Había encontrado más de cien estudiantes que se apellidaban Murphy, pero los había descartado todos (porque o bien eran mujeres, o no vivían en el campus sur, o no eran pelirrojos) antes de probar con Murphy como nombre de pila. Resultó que había un único estudiante que se llamara Murphy de nombre: era varón y vivía en el campus sur. Si no era el tipo que buscaban, dijo Young, si Murph era un apodo, entonces no podía hacer nada más por ella. Le dio la dirección exacta y Caxton puso el coche en marcha sin tiempo siquiera para darle las gracias.

Aparcó frente al edificio que andaban buscando. Según la información de Young, estaba alquilado a nombre de un estudiante de tercer año llamado Murphy Frissell. Frissell estudiaba Ciencias Medioambientales, con la especialización en Ingeniería Forestal. Constaba que Frissell compartía piso con un tal Scott Cohén, que estudiaba música. Ambos habían sido arrestados el año anterior por posesión de marihuana, pero la sentencia había quedado suspendida al no ser reincidentes. Frissell encajaba perfectamente en la descripción del casero. Young incluso había descargado una fotografía de la oficina de registros que confirmaba que Frissell era pelirrojo.

Caxton y Lu salieron del coche y se dirigieron hacia la casa. Oyeron música que provenía del interior, y a Caxton le pareció percibir olor a marihuana. Le indicó a Lu que la cubriera, se acercó a la puerta y llamó.

—¡Abran! —gritó—. ¡Policía federal!

No hubo respuesta. Tampoco la había esperado: la música debía de estar a un volumen ensordecedor si podía oírla a través de las paredes del edificio. Volvió a aporrear la puerta, una y otra vez, y llamó al timbre varias veces. Finalmente se oyó movimiento al otro lado. Entonces fue hasta la ventana más próxima y golpeó el cristal con su porra plegable.

—¡Mierda! —exclamó alguien dentro de la casa—. ¿Habéis oído eso?

—Vamos —gritó Caxton—. ¡Abran de una vez!

La música paró de golpe y Caxton aporreó la puerta de nuevo. Finalmente, alguien se asomó a ver qué sucedía. Era un chico de la edad de Simón, con una mata de rizos negros que le caía hasta los hombros. Tenía los ojos inyectados en sangre y tardó unos segundos en ubicar la cara de Caxton.

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