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Authors: David Wellington

Vampiro Zero (43 page)

BOOK: Vampiro Zero
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Acto seguido, la agente dio media vuelta y echó a correr por la galería.

El vampiro salió tras ella, naturalmente. Lo único que quería era beberse su sangre. Se había olvidado por completo de su hijo, lo mismo que del objetivo de reclutar a más vampiros, o de cualquier cosa que no fuera la sangre. Se puso a seguirla, olisqueando el aire, con las manos extendidas, al tiempo que sus ojos empezaban a regenerarse. Un humo grisáceo le llenaba las cuencas y adoptaba ya la forma de unos nuevos glóbulos oculares con los que podría verla.

No llegaron muy lejos. Caxton retrocedió hasta notar el caballete de madera en la parte trasera de los muslos. Entonces se volvió y vio la fisura abierta a sus espaldas, la grieta que llevaba al corazón de la mina, al núcleo del incendio.

—Ven a buscarme —gruñó Caxton.

El vampiro obedeció y se abalanzó contra ella como un caballo desbocado. Caxton se apartó en el último momento y Jameson impactó con el caballete, que quedó hecho pedazos. Entonces, a la misma velocidad que había pasado, desapareció por la grieta.

Caxton se acercó al borde. Sabía que sería doloroso mirar ahí abajo, pero tenía que verlo con sus propios ojos. Las lenguas de fuego le bañaron la cara y le chamuscaron el pelo mientras miraba por la grieta.

El vampiro estaba agarrado con los dedos de su mano buena en un saliente de la grieta y sus pies se balanceaban en el vacío. Su mano sin dedos golpeaba la roca con impotencia, incapaz de sujetarse. ¿Cuántos metros había hasta el fondo? ¿Diez metros? ¿Treinta? No habría sabido decirlo. El vampiro le clavó sus ojos rojos y en ellos Caxton vio un deseo incontenible: lo que deseaba no era su alma, sino su sangre. Anhelaba su sangre con tanta fuerza que ya no era capaz de pensar, ni de darse cuenta de lo que hacía. Levantó la mano para cogerla, sin pensar que no podía agarrarse con la otra mano...

... y cayó hasta el fondo de la mina de carbón. No gritó. Al llegar a las llamas, éstas se abrieron y lo engulleron como las aguas de un río de fuego. Y entonces desapareció.

Caxton sabía que las temperaturas en el fondo de la mina eran suficientes para reducirlo a cenizas en cuestión de segundos. El calor consumiría cada músculo de su corazón. Estaba muerto. Jameson estaba muerto, pensó Caxton. Pero no. Al final ya no se trataba de Jameson. No había matado a Jameson, tan sólo a otro vampiro.

Todo había terminado.

Capítulo 60

Nada había terminado.

Avanzó por el pasillo, iluminado por la luz reflejada de la fisura, hasta donde pudo ver. Entonces se puso a gatas y buscó por el suelo hasta encontrar su pistola. Intentó encender la linterna, pero la lente debía de haberse roto cuando Jameson se la había arrancado de las manos.

Jameson, cuya tumba permanecería vacía para siempre.

Entonces, durante un momento, Caxton lloró y, a continuación, empezó a pensar en cómo iba a regresar al pasillo iluminado. No iba a ser fácil, se dijo. No podía recordar cuántos giros daba la galería, ni si había corredores laterales en los que pudiera entrar y perderse. Caxton empezó a preocuparse. Le quedaba poco oxígeno. Si no lograba encontrar el pasillo iluminado antes de que se le terminara, si daba vueltas y más vueltas hasta que se le agotara el oxígeno, hasta que no le quedara más remedio que echarse al suelo y dormirse...

Pero sus pies recordaban el camino y, casi sin darse cuenta, se encontró de nuevo en la cámara donde se unían los pasillos. Simón seguía atado a un tronco y el cuerpo de Raleigh estaba en el mismo lugar donde había caído. Los cuatro ataúdes seguían también allí, esperando a que ella los inspeccionara.

Pero primero debía encargarse de lo más importante.

Caxton se quitó la mascarilla e intentó no inhalar demasiado humo. Colocó la mascarilla encima de la boca de Simón y le hizo respirar oxígeno hasta que el chico empezó a moverse y abrió los párpados con un leve aleteo.

No le fue fácil con las dos manos prácticamente inutilizadas, pero logró quitarle las cadenas. El chico había estado respirando el humo durante mucho más tiempo que ella, de modo que dejó que se quedara con la máscara antigás. Aun así, el chico se quedó tendido en el suelo. No tenía fuerzas ni para darle las gracias.

Pero daba lo mismo, Caxton tenía cosas importantes que hacer. En primer lugar, echó un vistazo al cadáver de Raleigh. La chica estaba muerta, dos veces y de manera definitiva. La última bala de Caxton debía de haberle atravesado el corazón, su único punto vulnerable. Su cuerpo yacía, frío e inmóvil, en el suelo y, aun así, cuando Caxton le tocó la piel tuvo aún tuvo la habitual sensación aberrante y antinatural. Por lo menos su familia tendría un cuerpo que enterrar. Aunque, por otro lado, su familia se reducía a su hermano.

Una cosa más. Caxton se acercó a la pared en la que había apoyados los cuatro ataúdes. Tres de ellos estaban cerrados. Los abrió y se inclinó para ver qué contenían.

Estaban vacíos.

—Otra vez no —sollozó Caxton.

Había habido un quinto siervo, el engendro al que había rociado con el spray. Debía de haber regresado para asistir a sus amos. A su ama.

Justinia Malvern había hablado con Caxton por teléfono. Llevaba dos meses reuniendo fuerzas, recuperando su cuerpo consumido durante siglos. Jameson la había estado alimentando con la sangre de sus víctimas.

¿Había sido capaz de escapar por su propio pie? Lo más probable era que el siervo hubiera cargado con ella, pero daba lo mismo. Fuera como fuese, podían haber huido sin problemas mientras ella se enfrentaba a Jameson.

Malvern se había largado. Se había vuelto a escapar. Tenía mucho talento para ello.

Caxton no había terminado su trabajo.

A pesar de que estaba débil y herida, destrozó su ataúd a golpes de pala, soltando maldiciones hasta que la barbilla se le llenó de babas.

Cuando terminó, dio media vuelta y vio que Simón la estaba observando. Tenía una mirada vaga y la cara cubierta de carbonilla, pero había logrado incorporarse.

—¿Se encuentra... bien? —preguntó con voz ronca.

—Aún no —respondió Caxton.

Entonces logró que el chico se levantara e incluso que diera unos pasos tambaleantes, mientras se apoyaba en el maltrecho hombro de Caxton. Juntos, emprendieron la larga y dolorosa caminata hasta la única salida al exterior. Caxton tuvo tiempo de sobras para pensar que Malvern debía de haber salido siguiendo ese mismo camino, renqueando, como ellos, apoyándose en su siervo no muerto del mismo modo en que Simón se apoyaba ahora en ella.

Al llegar al fondo del pasillo, Caxton abrió la trampilla y ayudó a Simón a arrastrarse hasta el frío exterior. A continuación salió ella, se tendió boca arriba sobre la hierba y contempló las estrellas. Dejó que Simón se tumbara junto a ella y, durante un momento, se limitaron a respirar aire puro y recuperar las fuerzas.

Naturalmente, aquello no podía durar. Se oyó un chirrido, el sonido de un zapato al pisar la gravilla y la hierba. Caxton había cerrado los ojos y a punto había estado de caer en un sueño profundo, pero en cuanto vio dos zapatos de vestir impolutos junto a su cabeza se levantó de golpe, mientras sus inoperantes manos buscaban unas armas que no estaban.

Pero no era ni un vampiro, ni un siervo, ni un habitante de Centralia furioso con los policías.

Era Fetlock.

—He salvado a Simón. Jameson está muerto —le dijo—. Y Raleigh también. Malvern ha logrado huir, pero si me devuelve la estrella, pudo encontrarla. La encontraré y...

Pero Fetlock meneó la cabeza. Su rostro reflejaba una ligera tristeza, una expresión algo más compasiva de lo que ella esperaba. Pero seguía siendo un federal. Caxton sabía por qué estaba allí.

Lentamente, levantó las manos en gesto de rendición.

—Sé lo que le ha hecho a Carboy, agente Caxton, y no tengo más remedio que arrestarla —dijo con un susurro—. Tiene derecho a guardar silencio —añadió mientras cogía las esposas que llevaba colgadas del cinturón—. Todo lo que diga podrá utilizarse en su contra en un tribunal...

Notas

1) La expresión «Estados Unidos contiguos» hace referencia a los cuarenta y ocho estados de EE.UU. localizados al sur de Canadá, además del Distrito de Columbia. La expresión excluye los estados de Alaska y Hawai, y todos los territorios insulares y posesiones de EE.UU., como Puerto Rico.
(N. de los T.)

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