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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (10 page)

BOOK: Wyrm
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»El problema es que hay algunos cambios realmente importantes en este software, mucho mayores de lo que he visto en otros casos. El aspecto externo parece idéntico, pero si uno examina la estructura del programa, como los puntos de bifurcación y cosas así, ya no parece el mismo.

—¿Y cree que la causa es un parásito? -pregunté.

Leon se encogió de hombros.

—No entiendo como ha podido pasar, pero no se me ocurre nada mejor. Solicité al señor Ainsworth una lista de todas las personas que han trabajado con este sistema. No se ha introducido ninguna modificación relevante y, desde luego, nada que explique la clase de reestructuración que he visto. Me fijé en que le han llamado varias veces para resolver problemas de virus.

—Nunca he visto nada igual, pero eso no quiere decir que sea imposible. Lo que puede hacer un parásito está limitado sólo por la imaginación y la capacidad técnica del programador. Aun así, hacer eso que propone requiere un enorme y profundo conocimiento de este software.

—¿Quién posee esa clase de conocimientos? -preguntó Harry.

—Hace veinte años, el tipo que escribió el programa, quizás. ¿Y ahora? Nadie.

Pasé el resto de la tarde examinando el software del banco. No encontré nada lo cual no era sorprendente. Pensándolo dos veces, tal vez sí que lo era: cuando reflexioné sobre ello, comprendí que cada vez que había trabajado con este sistema, lo había encontrado infestado de animalejos. Una vez tuve que eliminar siete virus diferentes. Habían pasado varios meses desde que lo había limpiado por última vez, un tiempo más que suficiente para que entrase una nueva plaga de bichos y reordenasen las cosas a su gusto.

Siguiendo una intuición, obtuve permiso de Harry Ainsworth para infectar el software de Tower con una versión modificada del virus de sonda que había escrito para Goodknight. Si Harry hubiese entendido más de ordenadores, quizás habría protestado, pero confiaba en mí para que hiciera todo lo posible. A diferencia de Goodknight, conocía este sistema muy bien, sobre todo en lo referente a cómo funcionaba cuando se hallaba infectado, por lo que estaba seguro de que mi programa no causaría problemas. También le expliqué a Leon Griffin lo que pensaba hacer. Arqueó las cejas, pero cuando le describí lo que estaba pasando, se limitó a asentir con la cabeza y decir:

—Parece una buena idea.

Por fin llegó la hora de volver a casa, y no me apetecía ir a entrenarme. Sin embargo, ya habían pasado más de dos semanas desde que estuve en el
dojo
por última vez, y sabía que, cuanto más tiempo tardase, peor. En estos momentos podía sufrir de agujetas sólo un par de días.

Pasé por mi apartamento para recoger mi
gi, y
todavía me quedó tiempo para llegar al
dojo
unos veinte minutos antes de la hora programada. Ya me iba bien, porque suponía que tenía que dedicar el tiempo extra para hacer estiramientos. Por desgracia, Jamaal también llegó temprano y tenía otra idea.

Yo estaba sentado en el suelo, estirándome, cuando se acercó.

—Me alegro de volver a verte, Mike. ¿Quieres entrenar un poco?

Jamaal es una de esas personas para las que practicar kárate es absolutamente superfluo. De hecho, debería haber una ley que prohibiese enseñar kárate a los tipos corpulentos y musculosos como Jamaal. En cierto modo, traiciona el mismo espíritu de las artes marciales, al menos desde mi punto de vista.

Jamaal no estaba acostumbrado a que fueran rechazadas sus invitaciones a entrenar, de manera educada o no, así que me incorporé despacio, hice una reverencia y adopté una postura de combate.

—¿Dónde está el
sensei
-pregunté. Hiro Shimomura, el instructor jefe, solía dirigir la tabla de ejercicios los lunes por la tarde.

Jamaal lanzó una perezosa patada circular hacia mi cabeza.

—En Japón, durante las seis próximas semanas -respondió.

Me había apartado lo suficiente para estar fuera del radio de su patada. Entonces intenté golpearlo con otra, pero levantó de nuevo la pierna, aunque ahora de manera mucho más rápida. Apenas conseguí alzar el brazo a tiempo para pararla.

—¿De modo que, mientras tanto, estamos en tus manos, ¿no?

Sonrió y lanzó una patada frontal, seguida de una andanada de golpes con las manos que hice todo lo posible por bloquear.

Continuamos entrenando hasta la hora de la tabla de ejercicios. Fue casi tan bueno como hacer los estiramientos, porque me sirvió de calentamiento y me hizo sudar. Jamaal dirigió la tabla, que resultó bastante dura. Después del calentamiento, se acercó a mí otra vez. Sonreí, aunque mi sonrisa quizá pareció una mueca de dolor.

—No me digas que quieres seguir con el entrenamiento.

—No, a menos que tú lo desees. Sólo quería preguntarte cuándo piensas realizar la prueba del
shodan
.

—Ojalá lo supiera -contesté, encogiéndome de hombros.

Tenía que practicar las tablas seis meses seguidos para ser candidato al examen de cinturón negro, y 1999 no parecía que fuese a ser un buen año para las propias aficiones.

—No vuelvas a ponerme todas esas excusas sobre tu trabajo -dijo Jamaal con gesto de desaprobación-. Si alguien puede entrenar conmigo de esta manera, quiero que sea cinturón negro. ¿Intentas avergonzarme?

—Sí, lo intento, pero no lo consigo.

Jamaal se echó a reír entre dientes.

—Este fin de semana hay un festival de películas de Bruce Lee. Algunos vamos a ir. ¿Te interesa?

—Sí, me interesa, pero no podré ir. ¿Tal vez en otra ocasión?

—En otra ocasión.

Volví a mi apartamento poco después de las seis y fui directo al contestador. Al había vuelto a llamar y se había limitado a decir: «Eres el no va más». George me había dejado otro mensaje, en el que me pedía que lo llamara después de las siete, hora del Pacífico.

Llamé al hotel de Al en Houston. Todavía no había llegado a su habitación, por lo que le dejé un mensaje: «¿Te refieres a la famosa familia Novamás? Somos parientes lejanos».

Dirigí la atención hacia un montón de revistas que habían llegado por correo durante la última semana. Empecé a hojearlas para pasar el rato mientras esperaba la llamada de Al o llegaba la hora de telefonear a George.

Despertó mi interés una entrevista con Marión Oz en la revista
Hologram.
Oz era un personaje conocido en el ámbito de la inteligencia artificial,
y
también un poco raro, como cabía imaginar por el titular de
Hologram,
que anunciaba a bombo y platillo: «Un experto en inteligencia artificial dice que no existe tal cosa». También decía de Oz que no soportaba a los imbéciles, siendo
imbécil
un sinónimo de cualquiera que supiera menos sobre inteligencia artificial que
él,
lo que era igual a todos
,
por lo menos en su humilde opinión. Además de ser famoso en el mundillo de los científicos informáticos, Oz era uno de aquellos raros académicos que habían alcanzado una cierta celebridad al combinar éxito en su campo de trabajo y debilidad por la fama. Por supuesto, esto no lo convertía necesariamente en el tipo más popular entre sus colegas, como la propia revista indicaba en la introducción:

Marión Oz, casi tan conocido por su irascibilidad como por su brillantez, es aficionado a citar el famoso juicio derogatorio del físico Wolfgang Pauli, con el que describía algunas ideas de sus rivales: no eran «ni siquiera falsas». Cuando se le pide su opinión sobre Oz, el investigador de inteligencia artificial Dennis Daniels dice lo siguiente: «Marión no es un científico propiamente dicho; es más bien como un poeta loco. Tiene algunas cosas interesantes que decir, pero no puedes tomarlo demasiado en serio». Eric Stadhoffer era aún más franco: «¿Recuerda la famosa frase de Buckminster Fuller: "Parezco un verbo" Pues bien, si Bucky Fuller era un verbo, Marión Oz es una imprecación».

Una parte del talento de Oz para llamar la atención era su afición a decir barbaridades. En su primer libro,
La serpiente en el jardín,
argumentaba que la conciencia no era una propiedad intrínseca del organismo humano, sino que podía entenderse mejor como una especie de parásito. Presentaba una reinterpretación del relato del Génesis en el que describía la
infección
de Adán y Eva por parte de la serpiente, la cual representaba el «parásito de la conciencia».

Pasé las páginas hasta la entrevista. Esperaba que Oz hiciera picadillo al entrevistador, pero parecía casi simpático (teniendo en cuenta su actitud habitual). Al parecer, la cordialidad se debía a que estaba interesado en promocionar su nuevo libro,
El gusano en la manzana,
en el que defendía su idea de que no existía la inteligencia artificial.

HOLOGRAM:
Doctor Oz, ¿durante cuánto tiempo han estado los científicos luchando por crear la inteligencia artificial?

OZ:
Eso depende de lo que quiera decir con
inteligencia.
De hecho, ya mucho antes del inicio de la informática existía la idea de crear una máquina a imagen de la mente humana. Ramón Hull, un pensador cristiano del siglo Xlll, afirmaba tener una máquina, a la que llamaba Ars Magna, que podía dar respuesta a las cuestiones teológicas. Es irónico que buena parte del pensamiento moderno sobre inteligencia artificial tenga que ver más con la religión que con la ciencia. Además, resulta un auténtico misterio que alguien quiera tomarse la molestia de replicar algo que funciona tan mal como la mente humana.

HOLOGRAM:
¿Cree que la mente humana funciona mal?

OZ:
Salvo contadas excepciones, funciona fatal. Es ridículo que necesite tanto tiempo para realizar tareas relativamente sencillas y, cuando consigue terminarlas, los resultados suelen estar plagados de errores.

Estaba bastante seguro de saber quién se encontraba al principio de su lista de
excepciones.
No entendía por completo su argumento, pero parecía que quería demostrar que la inteligencia artificial, en el sentido de crear un organismo con capacidad intuitiva no sólo era improbable, sino imposible en lo fundamental por alguna teórica totalmente inconcebible. Además, afirmaba que el test Turing era una chapuza.

Este test fue propuesto como una especie de banco de pruebas de la inteligencia artificial por Alan Turing, considerado como el padre de la informática digital. Lo que hace es, más o menos, declarar lo siguiente: «Bien, no sabemos en realidad qué es la inteligencia, pero si puedes engañar a Orson Bean y a Kitty Carlisle, ya os vale». El equipo de Turing (parece el nombre de un club de fútbol) mantenía una especie de conversación telefónica con la supuesta máquina de inteligencia artificial; se le hacían preguntas hasta que el entrevistador creía que podía afirmar si el sujeto pensaba con proteínas o con silicona. Si se escogía como respuesta una persona y, en realidad, se trataba de un ordenador, se consideraba que la máquina disponía de inteligencia artificial.

Es de suponer que si una persona fallaba la prueba, se la tacharía de ser un ente falto de inteligencia natural. A decir verdad, creo haber conocido a un par de ellos. En cuanto al razonamiento de Oz acerca de la imposibilidad de crear inteligencia artificial, era, siendo generoso, bastante retorcido:

OZ:
La inteligencia artificial se va a pique si estudiamos dos problemas fundamentales: el de autorreferencia y el de referencia ajena.

HOLOGRAM:
¿Referencia ajena?

OZ:
Sí. Para ser inteligente, un organismo debe ser capaz de manejar símbolos, pero esto no es todo. Lo que no es valorado, en general, es que uno debe
saber que
lo que manipula son símbolos. En otras palabras, que los símbolos tienen referentes.

HOLOGRAM:
¿Podría… ?

OZ:
¿Aclararlo? Lo intentaré. Recuerde que un símbolo es, por definición, algo que está en lugar de otra cosa. Los símbolos que usamos con más frecuencia son las palabras. Por ejemplo, hay dos maneras de utilizar la palabra
perro:
la primera es usarla para aludir a una especie determinada de mamíferos domesticados; la segunda consiste en referirse a la propia palabra. Si pregunto «¿cuántas veces aparece el termino
perro
en esta frase?», es obvio que estoy usando la segunda posibilidad. El problema de la inteligencia artificial es que sabemos cómo programar un ordenador para que utilice las palabras sólo de la segunda manera. En mi libro demuestro que no hay ninguna forma de codificar una instrucción que transmita la relación entre símbolo y referente a algo que no está operando ya a nivel simbólico.

HOLOGRAM:
Lo que quiere decir…

OZ:
la inteligencia consciente y volitiva no es algorítmica y, por tanto, no puede ser programada. Y aunque este argumento ya es suficiente de por sí, he descubierto otro obstáculo, independiente del anterior e igualmente insuperable, para Programar una inteligencia consciente.

HOLOGRAM:
¿Tiene que ver con la autorreferencia.

OZ:
En efecto. Al llegar a este punto, mi razonamiento parte de reconsiderar el teorema de la indefinición de Godel.

HOLOGRAM:
Doctor Oz, en atención a aquellos de nuestros lectores que no estén familiarizados con él, ¿puede explicar ese teorema?

¡Oh, sí! Como si realmente lo supiera.

HOLOGRAM:
Explíquelo para ilustrar a nuestros suscriptores, profesor.

OZ:
La prueba de Godel demuestra que es imposible definir un conjunto de reglas de forma completa para un sistema matemático. No importa hasta qué punto se intente completarlo: siempre será posible construir ciertas proposiciones acerca del sistema que no pueden probarse como verdaderas o falsas dentro de los límites de ese sistema específico. Hay excepciones, pero carecen de relevancia. El problema básico es el de la autorreferencia. Como el sistema puede referirse a sí mismo, siempre es posible formular declaraciones paradójicas para las que no hay soluciones satisfactorias desde el interior del propio sistema. Russell y Whitehead ya habían intentado eludir este problema construyendo reglas y categorías jerárquicas que se suponía que evitaban la aparición de las paradojas de autorreferencia. Kurt Godel demostró que estas dificultades acaban surgiendo en cualquier caso y son, en realidad, inherentes a la naturaleza de estos sistemas.

HOLOGRAM:
Pero ¿qué tiene esto que ver con la inteligencia artificial?

OZ:
Dos cosas. En primer lugar, la autorreferencia es un componente esencial de lo que podríamos considerar como inteligencia, ya que está relacionada con la idea de conciencia. Para que algo sea sensible, tal como lo entendemos nosotros, debe ser capaz de afirmar: «Yo soy esto, no soy aquello».

HOLOGRAM:
Así pues, ¿algo que se da cuenta de su propia existencia es, por lo tanto, también consciente?

OZ:
No. Darse cuenta de la propia existencia es un factor necesario para que haya conciencia. Por sí mismo no basta, pero es muy importante. Recordará que, cuando Adán y Eva comieron el fruto del Árbol del Conocimiento, lo primero que hicieron fue cubrir su desnudez. Se habían vuelto conscientes, lo que es una manera de decir que se daban cuenta de su propia existencia. Existe otro nexo con la cuestión de la inteligencia artificial que es crucial para mi argumentación. Varias personas han afirmado que la prueba de Godel implica que la inteligencia informática es imposible, o por lo menos debería ser fundamentalmente distinta de la humana, porque la mente humana es capaz de trascender las limitaciones de esa prueba, mientras que un ordenador no puede.

HOLOGRAM:
Desde luego, parece posible.

OZ:
Es una auténtica estupidez, pero no voy a entrar en eso ahora. La prueba de Godel es un límite inherente a ciertas operaciones formales de cualquier tipo de inteligencia, sea humana o no. Precisamente estas operaciones formales deben aplicarse cuando un ser humano escribe un programa de ordenador. También es la clase de razonamiento preciso para investigar cuestiones como la que sigue: ¿que es exactamente la inteligencia humana? Por este motivo, la naturaleza de la conciencia será siempre inescrutable: porque el propio fenómeno, y la única herramienta que tenemos para investigarlo, son fundamentalmente inconmensurables.

HOLOGRAM:
No estoy seguro de haberlo entendido.

OZ:
Si, sucede lo mismo que a la mayoría de mis colegas en el campo de la inteligencia artificial.. Piense en esto: ¿puede agarrarse el puño derecho con la mano derecha, es obvio que no, la mano no puede sujetarse a sí misma. Pero hay otra razón menos evidente, por la que no puede hacerlo: cuando abre la mano para sujetar algo, ya no tiene un puño.

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