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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (9 page)

BOOK: Wyrm
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La abracé y la levanté del suelo hasta poner su cara a la altura de la mía.

—¿Deseas un pago por adelantado?

A modo de respuesta, ella rodeó mi cintura con las piernas.

Esta vez usamos uno de mis condones.

Nos duchamos juntos y nos turnamos en el teléfono para escuchar nuestros mensajes. Mientras me afeitaba, Al hizo un par de llamadas. Cuando salí del baño, me miró con expresión compungida y dijo:

—Lo siento, Michael, pero me parece que tendré que marcharme antes de que pensaba. Quieren que esté en Houston a primera hora de mañana.

Asentí a regañadientes.

—¿Podrás encontrar un vuelo?

—Hay uno a las ocho y cuarto hasta Dallas-Fort Worth; luego tomaré el puente aéreo a Houston. Lo más probable es que llegue al hotel hacia las tres de la madrugada. Compareceré en la reunión como si hubiese dormido con un gato.

—Es imposible que tengas mal aspecto si te propones no tenerlo -le dije.

—¿Ah, no? -exclamó, echándose a reír-. Oye, no tienes ni idea de lo que cuesta parecer presentable. Los hombres no sabéis la suerte que tenéis.

—¿Suerte? ¿Quién acabará rascándose la cara con un pedazo de metal afilado?

Como Al tenía que marcharse, no veía ninguna razón especial para continuar en la costa Oeste, por lo que reservé una plaza en un vuelo a Nueva York para aquella misma noche. Tomamos un almuerzo ligero, visitamos algunas bodegas más y volvimos a San Francisco.

Desde que nos dimos el primer beso dos días atrás, había sentido la extraña mezcla de entusiasmo, confusión, nerviosismo y ensoñación que parece acompañar a ese estado alterado de la mente conocido como
enamorarse.
¿O son los síntomas de una crisis nerviosa? Cuando veía a Al sentada a mi lado en el coche, notaba una sensación cálida y confusa en mi interior. Cuando ella me miraba y sonreía, aquellos sentimientos crecían como llamaradas. Y la perspectiva de separarnos al cabo de escasas horas hacía que me embargase una estúpidamente exagerada sensación de pérdida. Incluso pensé en la posibilidad de seguirla a Houston como un cachorro huérfano, pero esta imagen fue lo bastante repulsiva como para devolverme a una disposición de ánimo que guardaba cierto parecido con la sensatez.

Había reservado, a propósito, un vuelo un poco posterior al de Al para que pudiéramos despedirnos en la puerta de acceso. Mientras esperábamos a que se anunciara la salida, charlamos sobre cuestiones sin importancia. Ella se mostraba alegre y parlanchina. Me pregunté si sentía lo mismo que yo. La posibilidad de que todo lo sucedido acabase en una aventura de una sola noche era lo peor que podía concebir. No me lo podía creer, pero ella no parecía contrariada.

Entonces anunciaron su vuelo. Al se incorporó, levantó el bolso y sonrió.

—Bien, supongo que debemos despedirnos por ahora.

No me apetecía sonreír, pero conseguí formar un gesto semejante a una sonrisa.

—Espero que no por mucho tiempo.

Nos dimos un beso y ella se dio la vuelta. Me pareció oír que contenía un sollozo. "¡Bah!", pensé. Pero justo antes de que cruzase la puerta de acceso se volvió a saludar y se fue.

Me dirigí a la puerta de mi vuelo. Hasta que estuvimos ya en el aire, no me acordé de que no había ido a buscar mi ropa a la tintorería de Palo Alto.

Lunes, 15 de marzo, siete de la mañana. Entré en el apartamento con paso vacilante y arrojé mi equipaje al suelo. Había seis mensajes en el contestador. No hice caso y me fui a dormir.

3

Noche de Walpurgis en Wall Street

Y fue arrojado el gran Dragón,

la Serpiente antigua, el llamado Diablo

y Satanás, el seductor del mundo entero…

APOCALIPSIS 12,9

—¡BIIIP! Mike, soy George. No se trata de ninguna emergencia, todo va bien. Somos líderes del torneo con un punto de ventaja y a falta de cuatro rondas. Llámame cuando puedas. Hasta luego… ¡BIIIP! Señor Arcangelo, soy otra vez Harold Ainsworth, de Tower Bank. Comprendo que debe de tener una agenda muy llena, pero si es posible que pueda venir antes del martes como acordamos en un principio, llámeme por favor al… ¡BIIIP! ¿Michael? Soy Al. Sé que todavía no has llegado a casa, pero quería que este mensaje te estuviera esperando, Este fin de semana pasamos unas horas inolvidables. Llámame pronto. Te… te echo de menos… ¡BIIIP! Hola, soy Evelyn Mulderig, de Gerdel Hesher Bock. Tenemos un problema relacionado con su campo de trabajo. Por favor, llámeme al 555-267410 antes posible… ¡BIIIP! Éste es un mensaje pregrabado… ¿Está cansado de pintar la fachada de su casa cada varios años? ¿Harto de picar, rascar y lijar? Tal vez sea el momento de estudiar las múltiples ventajas del vinilo. Uno de nuestros agentes
-
comerciales estará en su vecindario la próxima semana. Le agradeceremos que le dedique unos minutos… ¡BIIIP! Hola, Michael. Soy yo otra vez. Creía que ya habrías llegado a casa, pero supongo que no es así. Espero que no hayan retrasado tu vuelo. Llámame mañana a Houston. Hasta luego… ¡BIIIP! Soy el hermano Fred Ferris, de la Iglesia del Juicio Final. Querido amigo, se avecina el día más importante de la historia. ¿Ya se ha arrepentido de sus pecados? ¿Ha encontrado la salvación? La Iglesia del Juicio Final es la única esperanza verdadera para todos nosotros pecadores en los últimos días del mundo. El tiempo se acaba… ¡BIIIP! Vale, lo admito, soy otra vez. Sólo quería oír el sonido de tu voz y, como es evidente que no estás, me apetecía volver a escuchar el mensaje de tu contestador. Me iré pronto a la reunión. Tal vez me hayas dejado un mensaje cuando regrese. Este mensaje es una indirecta…

No estaba mal: de ocho mensajes, sólo dos eran de gente que quería venderme algo. Corrección: dos mensajes de máquinas que intentaban venderme algo, tres llamadas personales (muy personales), dos de negocios y una indefinida (George). Llamé al hotel de Al en Houston; tal como me esperaba, no estaba. Le dejé el mensaje que deseaba oír. Llamé a George pero nadie respondió; lo más probable es que hubiese salido, aunque allí eran las ocho de la mañana.

Llamé a Evelyn Mulderig y le dije que estaba ocupado con otro cliente, pero que seguramente al día siguiente podría dedicarle un poco de tiempo.

Luego llamé a Harry Ainsworth. Decir que estaba contento de oírme era poco; decir que Tower Bank tenía un problema con su software también lo era: los animalejos sólo constituían una pequeña parte del pastel.

Tower tenía uno de esos sistemas que aceptaban y almacenaban los años como números de dos cifras. Cabe pensar que esto no dice mucho en favor de la previsión de los programadores, y es cierto, pero probablemente las personas que escribieron un programa en los años setenta o principios de los ochenta no esperaban que su producto seguiría funcionando al llegar al cambio de siglo.

¡El cambio de siglo! Bastaba esta expresión para provocar terror en los corazones de los hombres de negocios de todo el mundo, y no porque todos los horóscopos de la prensa sensacionalista, ocultistas, lectores de hojas de té, vegetarianos y otros chiflados estuvieran prediciendo el fin del mundo, sino porque, cuando den las campanadas del nuevo milenio, miles de empresas con software como el de Tower se meterán en un buen lío. Supongamos que el ordenador del banco quiere calcular el interés anual de un CD (en este caso, las siglas corresponden a
certificado depósito
,
no a
disco compacto)
comprado en el año en curso, 1999. En vez de calcular que adeuda al cliente un año de interés, resta noventa y nueve de cero y obtiene noventa y nueve; en este supuesto, o bien registra un error, o bien carga la cuenta del cliente el interés equivalente a casi un siglo. Imaginemos que uno Contrata un seguro de vida y que el software actuarial de la compañía de seguros no sabe calcular la bonificación porque cree que el cliente aún no ha nacido. Parece una tontería, ¿no? Basta con modificar el programa, ¿verdad? Y si esto no puede hacerse
,
sólo hay que comprar otro. No tan deprisa.

»Estamos hablando de grandes programas, quizá de un millón de líneas de datos. Supongamos que uno es tan afortunado que puede contar con el primer tipo que lo programó, porque aún no se ha jubilado, ni se dedica a otra profesión, o se ha metido en una secta, ni ha sido abducido por los extraterrestres, ni ha muerto. Le dices que se siente delante del programa jurásico que escribió hace veinte años y le expones lo que quieres que modifique.

No tiene ni idea.

Aquí es donde interviene la ingeniería inversa. Antes de que pueda modificar el programa, hay que imaginar cómo hace lo que hace, y cómo se puede cambiar sin echar a perder todo lo demás. Por suerte, los programadores y los técnicos de software guardan algunas cartas en la manga: unos programas que ayudan a adivinar cómo actúa otro programa; los llaman
herramientas de ingeniería de software asistida por ordenador.
Aun así, se necesita ser un auténtico experto y dedicar muchas horas. ¿Es preciso que diga que también acaba resultando muy caro? Y eso si tienes la suerte de encontrar a alguien que tenga la capacidad necesaria
y
consigues que trabaje para ti; de éstos, hay muy pocos.

Por lo tanto, pasemos a la opción número dos y pidamos ese nuevo software que acepta entradas de cinco cifras por si acaso todavía se utiliza dentro de ocho mil años. Además, tiene todos los timbres, pitidos y ventanas imaginables, hasta puertas de garaje si es necesario. No tenemos más que transferir todos los archivos al nuevo sistema que, como es obvio, resulta enteramente incompatible con el antiguo, por lo que debemos introducir a mano los datos. ¡Oh!, ¿he comentado que se necesita un nuevo hardware para ejecutar este software?

Ahora, multipliquemos el dilema anterior por tantos bancos, compañías de seguros, agencias de bolsa y otros monstruos financieros que puedan imaginarse. Agreguemos a la lista las enormes estructuras burocráticas gubernamentales, como la Seguridad Social y las oficinas de tráfico de todos los estados de Estados Unidos. Se ha calculado que se han gastado ya miles de millones en este problema y todavía está lejos de ser resuelto.

A los quisquillosos les encanta puntualizar que el nuevo milenio no empieza
de verdad
hasta el año 2001, y que el 2000 es en realidad el último año del milenio actual. Esto es matemáticamente exacto, pero irrelevante, porque en este aspecto el software y la imaginación popular están en perfecto acuerdo: el nuevo milenio empieza el 1 de enero del 2000.

En Tower Bank no habían esperado hasta el último segundo para solucionar el problema del software; claro que, por otra parte, tampoco iban a ser expulsados del club de amantes de la pasividad. Para ser justos, hay que reconocer que la demora en afrontar este problema concreto era, en gran medida, el resultado de tener que encarar un montón de cuestiones más urgentes relativas a su sistema informático. Aun así, finalmente se habían visto obligados a contratar a un consultor para insuflar nueva vida a su viejo software a tiempo para el gran día. Y dicho consultor vio gato encerrado, o quizás un virus.

Harold Ainsworth era un hombre de mediana edad vestido con un traje caro y lucía un pésimo peinado. Me saludó con un apretón de manos y me indicó que pasara a su despacho.

—Michael Arcangelo, le presento a Leon Griffin.

El tipo que se levantó para estrecharme la mano tenía más o menos mi edad y la mitad de mi peso, en su mayor parte debido a los músculos. Llevaba una melena rizada que era un agradable contraste con el conservador traje de ejecutivo.

Harry nos invitó a sentarnos.

—Leon es nuestro consultor sobre la manera de modificar el software que tenemos para no tener que cerrar la empresa al final del año. -Me miró con expresión de disculpa
.
-. Michael, sé que nos recomendó que comprásemos un sistema nuevo y yo estuve siempre de acuerdo con usted, pero los directores pensaron que enfoque sería más sensato desde el punto de vista económico.

—Quiere decir más barato -interpreté, sonriendo.

—Correcto, pero quiero que sepa que nos está costando mucho dinero. Por suerte, Leon tiene la experiencia necesaria para realizar esta función: ya trabajó en un sistema similar en Southeastern Trust, y quedaron muy satisfechos por los resultados. De hecho, después de aquel trabajo hubo varias docenas de instituciones que se interesaron por sus servicios. Tuvimos suerte de poder contratarlo.

Miré de reojo a León, que parecía estar esforzándose por no sonrojarse, si es que esta reacción era posible en una persona con la piel más oscura que su traje gris marengo. Esperaba que cobrase mucho por sus servicios; al fin y al cabo, tendría que encontrar otra especialidad en enero.

—¿Cómo va? -pregunté.

—A las mil maravillas: como querer apartar una ballena muerta de la playa a puntapiés.

—León se ha topado con algunas dificultades inesperadas en nuestro software -dijo Harry-, y pensamos que usted podía echarle una mano. Pero será mejor que él mismo se lo explique.

León señaló un montón de archivadores apilados sobre el escritorio de Harry y contestó con un melodioso acento caribeño:

—Por suerte, Tower ha cuidado mucho la documentación. Hemos podido conseguir una copia impresa del código original del fabricante. Por desgracia, lo que está funcionando ahora no coincide con esa documentación.

»Eso, en sí mismo, no es extraño -prosiguió-. Cuando fueron escritos estos programas, era una práctica habitual modificar el programa después de imprimir la documentación. Ahora también se acostumbra a hacerlo, pero, como sabe, el fabricante suele incluir un archivo de texto llamado
Léame que
es un resumen de los cambios efectuados. No se hacía así en la Edad Media, cuando fue escrito este programa.

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