Wyrm (75 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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Pedí a Eltanin que me mostrara una línea de comunicación de voz con Livermore. Se encontraba bloqueada, pero no por mucho tiempo. Cambié el marcador para que pareciese una línea de módem y la activé. Y siguió así.

La siguiente cuestión era descubrir cómo iba a hablar con alguien si yo no tenía un teléfono. Este aparato traduce las ondas sonoras en impulsos eléctricos, que son los que corren por los cables. No tenía ningún teléfono, pero sí el sistema NIL, que amplificaba las señales eléctricas de mi cerebro, el cual controla el habla y todas las demás funciones. El NIL captaba las señales emitidas por la parte de mi córtex cerebral que era responsable del movimiento de mis labios, lengua y laringe, y las convertía en una forma de habla virtual. Podía oírme a mí mismo cuando hablaba en Internet. Incluso sonaba como si fuese mi voz; hasta entonces no me había dado cuenta de lo extraño que era todo eso.

Tardé unos minutos en descubrir la manera de canalizar mi habla sintetizada por NIL en una conexión telefónica normal. De hecho, resultó mucho más sencillo de lo que esperaba. Me conecté e hice la llamada. Dos tonos, y alguien descolgó el teléfono.

—¿Sí? -dijo. Parecía asombrado.

—Póngame con Ogden Marsh. Es una emergencia -dije.

No tuve que preguntar si estaba. Con la crisis que estaba sufriendo Internet, debían de tener a todos sus técnicos trabajando, no me cabía la menor duda.

—¿Quién es?

—Es una llamada de Marión Oz para Ogden Marsh. Por favor, dígale que es una emergencia.

Decir nombres de personas famosas, a veces, hace milagros. Mientras buscaban a Marsh, yo utilicé a Eltanin para comunicarme con Oz.

Pero no le encontré por ninguna parte.

—¡Mierda! Debe de haberse desconectado, justo cuando…

—¿Diga? Ogden Marsh al habla.

—¡Hola! Soy… eh… un amigo de Marión Oz.

—¿Qué es esto? ¿Una broma pesada?

—¡No! ¡Hablo en serio! El doctor Oz quería hablar con usted, pero no… no está aquí en estos momentos… Mire, creemos que tienen un problema de seguridad potencialmente grave en su sistema informático…

—¿Quién es usted?

—Me llamo Michael Arcangelo. Usted no me conoce, pero…

—En efecto, no le conozco. Si está con Marión Oz, será mejor que me lo pase de inmediato.

—Ya se lo he dicho, él… no está aquí. Si lo estuviera, se lo pasaría, créame. Sólo tengo que decirle que pensamos que su sistema puede estar infectado…

—Lo estamos limpiando en estos momentos. Y no volveremos a conectarnos hasta que se haya resuelto el problema de Internet, así que…

—¡No hablo de ese sistema! Me refiero a los ordenadores teóricamente seguros que controlan los sistemas de armas nucleares. Creemos que…

—¡No diga tonterías! ¿Dice que Marión Oz le ha dicho todo eso? No me lo creo.

—¡No es ninguna tontería! ¡Tienen que desconectar todos esos ordenadores y verificar si contienen virus! Mire, sé que los comprobaron hace poco, pero utilizaron el marcador equivocado y…

—¡Olvídelo! Si cree que vamos a desconectar el sistema de defensa estratégica nacional porque…

No conseguí oír el resto, porque entonces me atacaron varias cabezas de dragón; esta vez, eran tres. No perdí el tiempo luchando contra ellas; usé a Eltanin y me fui de allí.

Tras cruzar varios pliegues a distintas ubicaciones al azar con la esperanza de confundir a mi perseguidor al máximo, localicé a George y a los demás. En lugar de acceder a su posición, que Wyrm ya había visitado y, por lo tanto, podía estar esperando mi regreso, me puse en contacto con ellos a través de Eltanin. Podía ver a George junto a los otros y con alguien que parecía otro caballero con armadura, como él, que iba acompañado de un tipo más bajo que llevaba un uniforme de guerrero griego.

—George, ¿qué le ha pasado a Marión Oz?

—Wyrm lo atacó cuando te fuiste.

—¡Mierda! ¿Quién está contigo?

—Es Goodknight -dijo, señalando con el pulgar a la figura con armadura más alta-. Y el otro es Jason.

—¿Jason? ¿Bromeas?

—No, le dije lo que estaba pasando y él mismo conectó a Goodknight. También nos está ayudando con el programa que pediste.

—¡Vaya! ¿Cómo va?

—Estará acabado más o menos al tiempo que el milenio. Tendrás que subirlo tú mismo directamente a cada kernel; nosotros no sabemos las direcciones telnet. ¿Tienes alguna forma de localizarlas?

—Esto nos servirá -dije, levantando a Eltanin.

—¡Ah! De todos modos, supongo que estarán muy bien defendidas. ¿Sabes cómo lo vas a hacer?

—Al me ha dado algo que me ayudará -respondí. Al menos esperaba que me ayudase.

—¿Vas a venir a buscarlo?

—Es mejor que no lo haga. Déjame ver si puedo bajarlo a través de este enlace.

Era obvio que George, Jason y el Dodo habían escrito bajo presión un programa muy directo, ya que se descargó muy deprisa. Aquél era un factor clave, puesto que no sabía de cuánto tiempo iba a disponer para cargarlo en cada kernel. Probablemente no sería mucho.

—Tiene un mandato activador -dijo George.

—¿Cuál?

Me lo dijo. Estaba claro que respondía al sentido del humor de George, más que al del Dodo, y contenía una forma recursiva particularmente imposible.

—¡Qué mono! Muy bien, me largo de aquí.

—Vale. Sé que no es necesario que te lo diga, pero quiero decírtelo…

—¿Ten cuidado?

—Sí.

—Gracias.

Volví a consultar a Eltanin y le solicité la ubicación del host Echion.edu. Preparé el programa de Al y crucé el ciberespacio.

Me encontré en medio de incontables anillos de serpiente. Varias cabezas ya se estaban abalanzando sobre mí cuando activé el programa de Al. En efecto, los anillos dejaron de moverse y las cabezas cayeron al suelo poco a poco. Dispuse de unos momentos para cargar el programa de George y salir de allí.

En rápida sucesión, visité también Udaeus.gov, Hyperenor.org y Pelorus.mil, que, a pesar de que el nombre de dominio era de índole militar, por fortuna no estaba dentro de Milnet. En todos ellos, subí el programa que me había dado George.

Sólo faltaba Chthonius.com. Esta última fase tenía una importancia crucial, ya que, si algún diente del dragón quedaba intacto, podría reinicializar los otros y recuperar de inmediato su velocidad de proceso normal. Sin embargo, todo estaba saliendo bien y pensé que aquella última visita no sería distinta de las otras y que todo quedaría a punto.

Me equivoqué.

Cuando crucé la ventana y activé el programa paralizante de Al, todo parecía suceder según el plan. Entonces me fijé en que una de las cabezas del dragón no había quedado afectada. Desconocía la razón de que fuese inmune, pero me estaba mirando fijamente y era obvio que se preparaba para atacar.

Había guardado a Eltanin en la bolsa para subir el programa de George, por lo que tuve que buscarlo con celeridad para que me fuera posible escapar a través de un pliegue del ciberespacio. Metí la mano en la bolsa y saqué… el huevo que me había dado George.

Me sentí bastante estúpido, y condenado a muerte. El dragón me miró como si supiera ya que no iba a ir a ninguna parte. Y atacó.

Cuando aquella cabeza se abalanzó sobre mí, el huevo se rompió en mi mano y un pajarito de plumaje iridiscente salió volando hacia ella. Cuando se cruzaron las respectivas trayectorias, el ave había crecido hasta alcanzar el tamaño de un caza F-1 5. Era evidente que el dragón no había previsto aquella transformación porque se puso a la defensiva mientras el pájaro revoloteaba alrededor de su cabeza y le hería en los ojos con un pico que era como una cimitarra y que dejaba una estela de fuego tras de sí.

Intenté aprovechar la distracción para cargar el programa, pero no tuve tiempo: el efecto adormecedor del programa de Al estaba desvaneciéndose y no tardé en verme rodeado por las demás cabezas del dragón.

Pensé si tenía tiempo de buscar a Eltanin. Decidí que era mejor desenvainar la espada porque iba a morir de todos modos. Entonces resonó un fuerte estrépito, una mezcla de grito y rugido, y una enorme masa de plumas y pelaje pasó sobre mí y arremetió contra la cabeza del dragón más cercana; la atacó con pico, zarpas y garras. No sabía quién era el gigantesco pájaro, pero sí que reconocí al recién llegado: -¡León! -exclamé.

Le seguían de cerca George y Arthur. George iba a caballo, y Arthur montaba un unicornio. Se lanzaron a la refriega blandiendo sus espadas; Arthur, además, enviaba rayos de energía con su anillo.

—¡Carga el programa! -vociferó George, mientras cortaba cabezas de dragón con la navaja de Hanlon-. ¡No tenemos todo el día!

Empecé a hacer lo que me había propuesto, sin darme cuenta de que una cabeza no estaba siendo atacada por nadie y que ya venía a por mí. Vi su movimiento por el rabillo del ojo, al tiempo que comprendí que era demasiado tarde. La cabeza me acometió con las fauces abiertas, pero, de súbito, se detuvo a medio camino, lanzó una espesa nube de humo negro por la boca y las fosas nasales, y se desplomó sin vida. La boca volvió a abrirse y de ella salió un chiquillo de piel azul.

Por desgracia, otras cabezas de dragón surgieron del suelo; Wyrm intentaba reunir todas sus fuerzas para proteger el kernel. Una intentó devorar al chico azulado, pero éste saltó sobre la cabeza y, de forma increíble, empezó a bailar. Esto pareció enloquecer a las demás, e intentaron atacarlo todas a la vez; sin embargo, el muchacho saltaba de una a otra sin dejar de bailar. Al cabo de unos segundos, las cabezas dejaron de atacarlo y empezaron a moverse a su mismo ritmo; incluso las que estaban luchando contra George y los otros se unieron a la sinuosa danza.

—¿Y bien? -inquirió el chico, mirándome mientras seguía bailando-. ¿Vas a hacerlo o no?

Lo hice. Subí el programa de George, abrí una ventana y grité a pleno pulmón:

—¡Todo el mundo fuera! ¡Vamonos!

Arthur y George fueron los primeros en cruzar la ventana al galope. A continuación, la atravesó León, luego la gran ave y después el chiquillo de tez azul, que pasó como una exhalación, hasta el punto de que apenas pude verlo. De inmediato, los siguió su seguro servidor.

Al otro lado de la ventana, hicimos una breve parada para recobrar el aliento.

—¿Crees que sabe lo que has hecho? -preguntó Arthur.

—Confío en que no, porque de lo contrario puede eliminarlo. Si tenemos suerte, tal vez piense que huimos antes de hacer nada.

—Me pareció -dijo el enorme pájaro con una voz femenina que me resultó conocida- como si las cabezas estuvieran totalmente hipnotizadas por la danza de Krishna. No creo que se fijasen en nada más.

—Ojalá tengas razón -dije-. Pero ¿cómo supisteis dónde estaba? ¿Y cómo pudisteis llegar allí?

—El troll nos dijo que necesitabas ayuda -dijo George-. También fue él quien nos trajo el unicornio. Entonces vino otro tipo que abrió una de esas puertas para atravesar el ciberespacio, para que pudiésemos ir donde estabas.

—¿Otro tipo?

—Uno con un aspecto muy raro: tenía seis alas y cabeza de hiena o un bicho así. Sin embargo, era muy agradable.

El programa que habían escrito George y el Dodo según mis especificaciones ya estaba cargado, pero no lo habíamos activado. Esto podía hacerse en cualquier momento; sin embargo, pero debíamos tener en cuenta varios factores.

—¿Vas a hablar con él otra vez? -exclamó George, incrédulo-. ¿Por qué? Dijiste que había intentado matarte.

—Lo sé, pero recuerda lo que dijiste: debe usar muchos recursos para mantener una conversación. Quiero que esté lo más distraído posible cuando activemos el programa; de lo contrario, tendría alguna posibilidad de ver lo que está pasando e impedirlo de algún modo.

»Además, me dijiste que eliminó a Oz -continué-. Al principio, pensé que debía de estar desconectado, pero entonces recordé que Wyrm ha protegido el infierno de Eltanin. Si Oz está conectado a Internet, tiene que estar allí. He de llegar hasta él y ponerlo en comunicación con Livermore. Es nuestra única oportunidad de conseguir que desconecten los sistemas del armamento nuclear hasta que puedan eliminar los virus.

—En eso tienes razón -dijo George, abriendo mucho los ojos.

—¿De cuánto tiempo dispongo?

—Dentro de veinte minutos será medianoche en Fiji.

—Llévate esto -dijo Arthur, y me dio una botella-. Es un
djinn.
No nos ha ayudado mucho hasta ahora, pero tal vez a ti te sirva de algo.

Acepté la botella y la guardé en un bolsillo. Sentí la tentación de ponerme en contacto con Al otra vez, pero sabía que no tenía tiempo y, aunque lo tuviese, no podía hacer nada por ella. Sólo pensar en Al me sacaba de quicio.

Esta vez no me preocupé por llevar el gorro de las tiniebla:. Pensé en la manera como me había reducido de tamaño para atravesar aquellas puertas microscópicas del infierno y supuse que podría hacerlo también después a la inversa.

Funcionó. Intenté recordar si había visto algún pasadizo bajo o estrecho de camino al infierno, pero no me acordaba de ninguno. Por lo tanto, adquirí una estatura de unos treinta metros y comprobé con satisfacción que tanto Eltanin como mi espada crecieron en la misma proporción. Esta vez, los demonios y diablos que merodeaban por el camino podían verme, pero salían huyendo y gritando en todas direcciones, incluso los que me habían atacado la primera vez.

Cuando llegué ante las puertas, el gigantesco can de tres cabezas gruñó e intentó morderme un tobillo. Lo agarré por el pescuezo y lo sostuve en vilo lo más lejos posible. Tenía que pensar en la manera de entrar. Podía soltar al perro y encogerme para atravesar una de las microscópicas puertas, pero no me apetecía. Supuse que necesitaba algo para entrar de la forma adecuada, sin embargo no podía usar allí mi capacidad de plegar el ciberespacio a causa de la interdicción dictada por Wyrm en el infierno y sus alrededores. Saqué la botella que me había dado Arthur y le quité el tapón. Me resultó un poco difícil debido al tamaño de mis manos, y de hecho se me cayó la botella, pero lo hice. Un humo azulado salió de ella y tomó la forma de un ser humanoide, con las manos en las caderas y que miraba ceñudo al suelo como si buscara algo. Entonces se fijó en mi pie y su mirada recorrió todo mi cuerpo hasta la cara. Fue un largo recorrido, pues su cabeza me llegaba a las rodillas. El ceño se desvaneció y lo sustituyó una sonrisa conciliadora.

—¿Qué puedo hacer por ti, amo? -preguntó.

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