Wyrm (76 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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Le dije lo que quería que hiciese.

—¡Y hazlo deprisa! -puntualicé.

Así fue. Unos segundos después, regresó con el mayor cuerno que pudo encontrar, que resultó ser una trompeta tan larga como un poste de teléfonos. Me la llevé a los labios y soplé con todas mis fuerzas.

La potencia del sonido derribó aquellas grandes y negras puertas, que quedaron colgando de los goznes. Las tres cabezas del perro que sostenía con la zurda estaban gimoteando; lo dejé en el suelo y huyó con la cola entre las patas.

Desenvainé la espada y crucé la entrada. Miré hacia abajo y vi al matador infernal que antes hacía guardia, o al menos otro muy parecido. Esta ni siquiera me llegaba a las rodillas. O bien se había desvanecido el efecto de mi anterior hechizo, o era el sustituto del demonio anterior, porque intentó detenerme. Lo corté en dos de un tajo de mi espada. Poco a poco fue imperando el silencio, mientras se iban apagando los gritos de angustia de los condenados. Entonces, el griterío empezó de nuevo, pero en lugar de lastimeros gemidos humanos, eran los aullidos y balbuceos de terror de los seres demoníacos.

Extendí las alas y volé hasta la guarida de Wyrm. A la entrada de la caverna se cruzó en mi camino Beelzebub o, para ser más exactos, Beelzebub
bot.

—Arcangelo, mi viejo adversario -me saludó, mientras crecía hasta alcanzar una estatura comparable a la mía.

—Alguien debería actualizar tu algoritmo -le dije-. Empiezas a repetirte.

Una espada roja y brillante apareció en sus manos.

—Esto es nuevo -dijo, dando un mandoble a dos manos hacia mi cuello.

Me agaché para esquivarlo y repliqué con un tajo a su brazo izquierdo. Se lo corté limpiamente, justo por encima del codo, y el miembro cayó al suelo. Él lo miró, luego se volvió hacia mí, y sonrió. En menos de un segundo, le creció otro brazo. No sabía si yo podía hacer lo mismo y, aunque pudiese, no tenía tiempo de averiguar cómo. Aquello ponía las cosas a su favor porque podía hacer caso omiso de cualquier golpe que no fuese mortal.

Nos vigilamos mutuamente, moviéndonos en círculo y buscando el punto débil para atacar. Me recordé a mí mismo que el tiempo jugaba a su favor; tenía que hacer algo pronto.

Comprendí que tendría que reducir mi tamaño para entrar en la guarida de Wyrm; la entrada sólo contaba unos seis metros de altura. Hice una finta, me encogí con rapidez y entré corriendo en el túnel. Doblé el primer recodo y esperé.

El error de mi adversario fue su excesiva ansiedad por atraparme. Cuando llegó al recodo, yo estaba preparado para atacar. Como sostenía la espada baja, levanté la mía y la hoja le seccionó el cuello sin ningún esfuerzo. La cabeza rodó hasta mis pies y el cuerpo siguió corriendo hasta chocar contra una pared. Contemplé la cabeza, que parecía mirarme con sus ojos multifacéticos.

—Arcangelo, mi viejo adversario -dijo.

—Saludos, Michael -dijo Wyrm cuando volví a encontrarme frente a él-. ¿Has venido a matarme?

La burla seguía presente.
Déja vu,
una vez más.

—Sí. Salvo que puedas darme una buena razón para no hacerlo.

—¿Una razón?

—Sí. Para empezar, quiero a Marion Oz, aquí y ahora.

Sin duda, estaba burlándose de mí, jugaba; conmigo, pero hizo lo que le pedí. En medio de una voluta de humo con olor a azufre, apareció el Mago de Oz.

—Doctor Oz -dije-, tiene una llamada..

Repetí con calma el procedimiento que había realizado antes para llamar a Livermore, pero esta vez conecté la llamada a la línea de Oz en el M1T.

—¿Diga? -dijo una voz que reconocí como la de Marsh. ¿Había estado esperando junto al teléfono todo el rato?

—¿Qué te hace pensar que permitiré que se establezca esta conexión? -preguntó Wyrm.

—Antes me dijiste que querías seguir existiendo -respondí-. Si intentas interrumpir la llamada, me encargaré de acabar con tu existencia. Ahora mismo.

Supuse que no me creía, pero le provoqué las suficientes dudas como para que titubease.

—Todavía no entiendes lo que soy, ¿verdad? Tú no puedes matarme.

«Soy Ti'amat y Apophis -prosiguió-. Soy Leviatán, Zohak y Yamm. Soy Tifón, Pitón, Ladón e Hidra; soy Ananta y Vritra. Soy Quetzalcoatl, Kukulkan, Tlenemaw y Uktena; soy Nidhoggr y Jormungandr; soy Satanás.

»Soy el Ouroboros.

»Soy el principio de incertidumbre de Heisenberg y el teorema de Gódel; soy la segunda ley de la termodinámica. Soy lo inconsciente hecho consciente; soy el que afeita al barbero; soy el Caos y la Paradoja.

»Soy lo que No Es.

»No puedes matarme -siseó-. Pero yo puedo matarte a ti. Sin embargo, antes de hacerlo, me parece interesante observar tus reacciones cuando mate a tu mujer. Está impregnada con tu semilla, ¿verdad? Eso debería hacerlo aún más interesante. Pero antes haré callar a este viejo loco».

En ese momento, una docena de distintos pensamientos acudieron a mi mente. Pensé en la gente: los hombres, mujeres y niños que sufrirían y morirían si permitía que Wyrm siguiera viviendo. Recordé la tortura física y mental a la que me había sometido. Pero sobre todo pensé en Al, atrapada en aquella sala de Cepheus, sufriendo, quizás agonizando.

—Wyrm, jódete -dije.

Era la instrucción que activaba el programa de George.

Durante un largo momento, no sucedió nada.

Entonces, pasaron muchas cosas.

—¡Tú…! -empezó a decir Wyrm, pero perdió la capacidad de hablar, o bien tenía otros problemas más apremiantes. La inmensa mole de Wyrm estaba retorciéndose por completo, como en agonía, y distintas áreas de su pellejo empezaban a adquirir un color negruzco y a convertirse en polvo.

El programa de George y el Dodo estaba funcionando, y Wyrm se moría, pero incluso en sus últimos estertores consiguió golpearme, lo que activó de algún modo el proceso de suspensión a modo real y lo bloqueó. De pronto, me encontré en el sótano de San Francisco, sacudido por las náuseas. Por supuesto, tenía el estómago vacío, por lo que tuve arcadas sin que consiguiera expulsar nada, hasta que, por suerte, perdí el conocimiento.

Cuando desperté, vi un molesto resplandor de luz fluorescente que brillaba justo delante de mis ojos; intenté apartar la cabeza, pero pareció un esfuerzo excesivo, por lo que volví a cerrarlos, también noté un olor conocido, que acució en un área de mi cerebro hasta que conseguí identificarlo: la casa de Seth Serafín. Volví a abrir los ojos bruscamente, esta vez con un propósito definido: tenía que ver dónde demonios estaba.

El resplandor me dificultaba la visión, pero logré distinguir una sección de mi brazo izquierdo, que yacía sobre una sábana blanca y limpia. Había una cinta, y un fino tubo de plástico pasaba por debajo de ella. Probé a fijar la vista en algo que estaba más lejos. A media distancia había unas siluetas oscuras que parecían personas, pero, por mucho que lo intenté, no conseguí enfocarlas.

No sé cuánto tiempo debió de pasar antes de que volviera a despertarme. Esta vez, la luz no parecía tan intensa, o quizá me habían puesto la cabeza en una posición diferente, porque no me creía capaz de moverla. En esta ocasión sólo había una silueta oscura en la habitación. Me propuse enfocarla y, poco a poco, se fue definiendo como un rostro: era Al. Tenía unos ojos que parecían anormalmente grandes y brillantes. Intenté abrir la boca para hablar con ella, pero no lo conseguí. No sé si logré hacer alguna clase de movimiento, ruido u otra cosa, pero ella se incorporó de pronto, se acercó y me miró fijamente. Luego se dio la vuelta y exclamó:

—¡Enfermera!

La tercera vez que me desperté, su cara estaba junto a la mía, con los ojos tan brillantes como antes. Intenté sonreír y tuve una sorpresa al notar que mis músculos faciales respondían. Me sentí más animado y abrí la boca para decir algo, pero ella me hizo callar.

—Se supone que no debes hacer nada aún. Sólo descansa -dijo, y volví a sonreír.

Ella inspiró hondo y añadió con cierta dificultad:

—Michael, nosotros… yo… creía que te habíamos perdido.

Se oyó una especie de gruñido parecido a «¿Qué ha pasado?». Tardé unos momentos en darme cuenta de que era mi voz.

El brillo de sus ojos pareció rizarse y se condensó en lágrimas que resbalaron por sus mejillas. La observé con una especie de fascinación indiferente, como si no pudiera entender del todo lo que sucedía.

—Lo que ha pasado es que por poco te mueres. Cuando llegó la ambulancia, estabas tan deshidratado que te encontrabas bajo los efectos de un
shock.

De pronto, me acordé de todo: el milenio, Internet, Roger Dworkin, Wyrm, Armageddon, Ragnarok, el Día del Juicio, el fin del mundo. Me esforcé por incorporarme.

—¿Ha…? ¿Hemos…?

Ella me empujó con suavidad para que volviera a tumbarme.

—Todo va bien. Sí, lo hicimos. Sobre todo, tú. Ahora duerme un poco más. Si me pillan hablando contigo, me echarán de aquí.

—Estás bien -susurré, como si acabara de darme cuenta de la enorme dimensión de este hecho.

—Sí.

Recordé otra cosa.

—¡El niño! ¿El niño está…?

Ella sonrió y se dio unas palmaditas en el vientre.

—Está de primera. Cuando destruiste a Wyrm, todos los sistemas del edificio de Arthur volvieron a funcionar con normalidad. Estaba un poco deshidratada, pero no había motivos para preocuparse. A diferencia de cierto futuro padre.

Empecé a tranquilizarme otra vez; entonces me vino otro pensamiento a la mente.

—¡Las armas nucleares! ¿Y las…?

—Todo fue bien. Marión Oz habló con su antiguo alumno que estaba en Livermore; tenía influencia suficiente como para que desconectaran todos los ordenadores de control de defensa estratégica hasta que acabaran de buscar y eliminar los virus, Oz me dijo que, en los momentos álgidos de la guerra fría, seguramente no lo habrían hecho.

—En tal caso, todos estaríamos muertos.

—Sí.

La siguiente vez que me desperté, Al seguía allí, pero no estaba sola.

—¿Estás despierto, Mike?

—¿George?

La mitad del tiempo no podía ver muy bien. Mi visión parecía irse y volver a intervalos.

—Sí, soy yo -dijo-. Me comentaron que tenías un aspecto terrible, pero te he visto con resacas peores.

—Gracias, supongo.

—Tu nuevo corte de pelo también te queda bien.

No sabía de lo que estaba hablando. En aquellos momentos, algunos detalles todavía me parecían confusos.

—Tío, nos has tenido muy preocupados.

—¿En serio?

—Ya lo creo. Los médicos decían que podías acabar convirtiéndote en un vegetal. Por supuesto, les pregunté cómo podía notar la diferencia.

Oí un golpe seco y un sonido como «¡Ay!», que sonó como la voz de George.

—Oye, aquí hay mucha gente que quiere verte, pero sólo nos permiten entrar de dos en dos, así que dejaré que pasen otros para que vean a nuestro héroe. Pero vigila a tu novia: creo que toda esa violencia virtual ha tenido efectos perjudiciales en su… ¡ay!

George se incorporó para marcharse; mientras lo hacía, mi visión se despejó por unos momentos y vi que llevaba un pequeño botón con una V invertida. George se fijó en mi mirada y sonrió.

—Me lo dio el Dodo. Te lo explicaré más tarde. ¡Oh!, casi me olvido: mira lo que tengo.

Levantó una maleta.

—¿Qué es eso?

—Tu equipaje. La compañía aérea lo encontró por fin. Me lo enviaron a mi casa en Palo Alto.

—Por casualidad, ¿no tendrás también la ropa de la tintorería?

—¡Eh!, sólo un milagro cada vez. Hasta luego, colega.

Al se acercó y dijo:

—Yo también debo irme. Ahí fuera hay bastante gente…

La interrumpí agarrándola del brazo para que no se fuera. Con mi debilidad, soltarse le habría resultado tan fácil como partir en dos un chicle, pero ni siquiera lo intentó.

—¿Tenía razón George?

Me miró, confundida.

—¿Te refieres a si me ha afectado la violencia?

—No. A que eres mi novia.

Ella pareció titubear y miró por encima del hombro. Por unos momentos, sentí una profunda decepción. Entonces, de pronto, se inclinó sobre mí y me besó. No duró tanto como me habría gustado, pero seguramente estaba preocupada por disparar el cardiógrafo, y con razón. El beso fue tan apasionado que tardé unos instantes en recuperarme para devolverlo.

Ella sonrió, y en su sonrisa había apenas un indicio de aquella malicia que era una de las cosas que más había echado en falta.

—¿Y tú qué crees? -preguntó.

—Creo que es una buena respuesta.

—Pero ¿qué es esto de ser sólo tu novia? ¿No quieres que sea una mujer decente? ¿No quieres dar un apellido a tu hijo? ¿No quieres…? No me interrumpas, no he agotado las frases hechas.

—¡Sí, sí, sí! -la interrumpí-. ¿Quieres casarte conmigo?

Nuestro siguiente beso sí que disparó el cardiógrafo, pero no nos importó.

Después, cuando Al se hubo ido, recordé lo que había dicho George sobre mi nuevo corte de pelo. Me pasé la mano por mi cráneo casi pelado, y se me ocurrió algo: había estado dándole vueltas en la cabeza (las pocas veces que funcionaba) a la identidad de mi salvador virtual, el que me había liberado cuando estaba sometido a la sonda de Wyrm. Pensaba que podía ser Dworkin, pero estaba bastante seguro de que quienquiera que fuese, utilizaba un NIL, y Dworkin no hablaba como si estuviera dispuesto a volver a correr el riesgo.

Mientras exploraba con la mano aquella cúpula pelada que era mi cráneo, pensé en Seth Serafín, tumbado en su extraño lecho, mirándome y con un tubo metido en la nariz. Y calvo.

La doctora Park me resultaba vagamente familiar, aunque no recordaba haberla visto antes. Más tarde descubrí que había permanecido a mi lado casi veinticuatro horas cuando entré en la unidad de cuidados intensivos. Ahora disfrutaba de tener un paciente consciente, para variar, pues me había pedido que la informase de algunas de las circunstancias que me habían conducido al borde de la muerte.

—Entonces, ¿estuvo conectado a ese equipo durante sólo cuarenta y ocho horas? No entiendo cómo pudo quedar tan deshidratado en un plazo de tiempo tan corto.

—Debía de tener un virus en el estómago o algo así… Estaba vomitando desde el jueves.

—Eso podría explicarlo. Cuatro días sin ingerir ningún fluido es un plazo bastante próximo al límite.

Eso me recordó algo.

—Hablando de límites, hay algo que me tiene confundido.

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