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Authors: Nancy Mitford

Tags: #Humor, Biografía

A la caza del amor (22 page)

BOOK: A la caza del amor
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—¡No! ¿Cuándo?

—En 1920.

—Cuando yo tenía nueve años. Qué gracia, a lo mejor lo vi por la calle. Solíamos hacer todas nuestras compras en Oxford.

—¿En Elliston & Cavell?

—Oh, sí, y en Webbers.

Hubo un silencio.

—Siga —dijo él.

—Seguir, ¿con qué?

—Quiero decir que no cuelgue. Siga hablando.

—No pienso colgar. En realidad, me encanta pasar las horas charlando, es mi pasatiempo favorito, y espero que le entren ganas de colgar a usted cien años antes que a mí.

Mantuvieron una conversación muy larga y muy absurda, al final de la cual, Fabrice dijo:

—Ahora levántese, y dentro de una hora pasaré a recogerla para ir a Versalles.

En Versalles, que a Linda le pareció fascinante, se acordó de una anécdota que había leído una vez de dos damas inglesas que habían visto al fantasma de María Antonieta sentada en su jardín del pequeño castillo de Trianon. A Fabrice le pareció una historia aburridísima y así se lo dijo.


Histoires
…—dijo—, sólo son interesantes cuando son ciertas o cuando usted se las inventa con el único propósito de divertirme. Las
histoires de revenants
ideadas por tediosas solteronas inglesas no son ciertas ni interesantes.
Done plus d'histoires de revenants, madame, s'il vous plaît
.

—De acuerdo —dijo Linda, enfadada—. Hago lo que puedo por complacerlo… Cuénteme usted una anécdota.

—De acuerdo, y ésta es verídica. Mi abuela era muy guapa y tuvo muchos amantes durante toda su vida, incluso cuando ya era vieja. Poco antes de morir, estaba en Venecia con mi madre, su hija, y un día, mientras avanzaban por algún canal en una góndola, vieron un pequeño
palazzo
de mármol rosa, exquisito. Pararon la góndola para admirarlo y mi madre dijo: «No creo que aquí viva nadie, ¿por qué no lo vemos por dentro?».

»Así que llamaron al timbre y un viejo sirviente les dijo que el palacete llevaba muchos, muchos años vacío, y que se lo enseñaría si querían. Conque entraron y subieron al
salone
, que tenía tres ventanales con vistas al canal y estaba decorado con molduras del siglo XV, blancas sobre las paredes azul claro. Era una habitación perfecta. Mi abuela parecía extrañamente impresionada y guardó silencio durante largo rato. Al final le dijo a mi madre: «Si en el tercer cajón de ese escritorio hay una caja de filigrana que contiene una llavecita dorada con un lazo de terciopelo negro, esta casa es mía».

»Mi madre miró en el cajón y, efectivamente, allí estaba y la casa era suya. Uno de los amantes de mi abuela se la había regalado muchísimos años antes, cuando era muy joven, y se le había olvidado por completo.

—Vaya, qué vida más fascinante llevan ustedes los extranjeros… —se maravilló Linda.

—Y ahora la casa es mía.

Acercó la mano a la frente de Linda y le apartó un mechón de pelo.

—Y la llevaría allí mañana si…

—¿Si qué?

—Verá, de momento es mejor quedarse a esperar que estalle la guerra.

—Ah, sí, siempre se me olvida la guerra —repuso Linda.

—Sí, olvidémosla.
Comme vous êtes mal coiffée, ma chère
.

—Si no le gusta cómo visto ni cómo me peino, y si mis ojos le parecen tan pequeños, no sé qué es lo que ve en mí, la verdad.


Quand même j'avoue qu'il y a quelquechose
—dijo Fabrice.

Y volvieron a cenar juntos.

—¿No tenía otros compromisos?

—Sí, claro, pero los he cancelado.

—¿Quiénes son sus amigos?


Les gens du monde
. ¿Y los suyos?

—Cuando estaba casada con Tony, es decir, mi primer marido, frecuentaba
le monde
, era mi vida. En aquellos tiempos me encantaba, pero luego Christian no lo veía con buenos ojos, hizo que dejara de ir a fiestas y ahuyentó a mis amigos, a quienes consideraba unos frívolos y unos idiotas, y sólo frecuentábamos a gente muy seria que intentaba arreglar el mundo. Solía reírme de ellos y añorar a mis viejos amigos, pero ahora ya no lo sé. A lo mejor, desde que estuve en Perpiñán, me he vuelto más seria yo también.

—Todo el mundo se está volviendo más serio; así están las cosas. Pero sean cuales sean las tendencias políticas, derecha, izquierda, fascista, comunista…
les gens du monde
son los únicos amigos posibles, y ¿sabe por qué? Porque han hecho todo un arte de las relaciones personales y todo lo que las acompaña: los modales, la ropa, las casas bonitas, la buena comida… todo lo que hace que la vida valga la pena. Sería una estupidez no aprovechar todo eso. La amistad es algo que debe construirse con mucho cuidado, por gente con mucho tiempo libre; es un arte, y la naturaleza no tiene nada que ver con ello. Nunca debería menospreciar la vida social,
de la haute société
quiero decir; puede ser muy satisfactoria. Completamente artificial, por supuesto, pero absorbente. Aparte de la vida del intelecto y la vida contemplativa religiosa, con las que sólo unos pocos están capacitados para disfrutar, ¿qué otra cosa distingue al hombre de los animales más que la vida social? ¿Y quién es más capaz de comprenderla tan bien y hacerla tan agradable y divertida que
les gens du monde
? Pero no se puede tener vida social a la vez que una aventura amorosa; hay que entregarse por completo para disfrutarla, así que he cancelado todos mis compromisos.

—Qué lástima —dijo Linda—, porque vuelvo a Londres mañana por la mañana.

—Ah, sí, se me había olvidado. Qué lástima…


Allô, allô
.

—Hola.

—¿Estaba durmiendo?

—Sí, claro. ¿Qué hora es?

—Deben de ser las dos. ¿Quiere que vaya a verla?

—¿Ahora, quiere decir?

—Sí.

—Pues estaría muy bien, la verdad, pero lo único es que… ¿qué pensará el portero de noche?


Ma chère
, hay que ver qué inglesa es usted…
Eh bien, je vais vous le dire, il ne se fera aucune illusion
.

—No, supongo que no.

—Pero me parece que a estas alturas ya debe de imaginarse algo; al fin y al cabo, voy a buscarla tres veces al día y no ha visto a nadie más desde que está en el hotel, y los franceses son bastante rápidos para percatarse de esa clase de cosas, ¿sabe?

—Sí, ya entiendo.


Alors, c'est entendu. À tout à l'heure
.

Al día siguiente, Fabrice la instaló en un piso, diciendo que era
plus comode
.

—Cuando era joven, me gustaba ser muy romántico y correr toda clase de riesgos —le explicó—. Solía esconderme en los armarios, entrar en la casa metido en un baúl, disfrazarme de criado y trepar por las ventanas. ¡Qué bien se me daba escalar! Recuerdo una vez, cuando trepando por una enredadera me topé con un nido de avispas… ¡Oh, qué dolor! Después me pasé una semana entera con un
sou-tien-gorge
de Kestos. Sin embargo, ahora prefiero cierta comodidad, seguir una determinada rutina y tener mi propia llave.

Desde luego, pensó Linda para sus adentros, no podía haber nadie menos romántico ni más práctico que Fabrice; con él había que dejarse de tonterías. Aunque un poco de tontería, pensó, habría estado muy bien.

Era un piso muy bonito, espacioso y con mucha luz, y decorado con el más exquisito y caro gusto moderno. Daba al sur y al oeste sobre el Bois de Boulogne, y estaba a ras de las copas de los árboles que, junto con el cielo, componían las vistas. Los enormes ventanales eran como el parabrisas de un automóvil, pues se podían abrir hasta que el cristal desaparecía en la pared, y aquello era para Linda el colmo de la felicidad, porque le encantaban los espacios abiertos y disfrutaba tomando el sol desnuda durante horas, hasta sentirse acalorada y estar morena, amodorrada y feliz. Incluida con la casa, al servicio de Fabrice, había una encantadora
femme de ménage
de mediana edad llamada Germaine a quien ayudaban otras señoras maduras que iban y venían en un ajetreo constante. Saltaba a la vista que era muy competente: sacó, planchó y dobló el contenido de la maleta de Linda en un santiamén antes de meterse en la cocina, donde empezó a preparar la cena. Linda no tuvo más remedio que preguntarse a cuántas mujeres más habría tenido Fabrice viviendo en aquel piso; sin embargo, como era poco probable que llegase a averiguarlo y, desde luego, no tenía ningún deseo de saberlo, decidió desechar semejante pensamiento. No había ningún indicio de una ocupante previa, ni siquiera un número de teléfono garabateado ni una marca de pintalabios; el piso podía ser nuevo perfectamente.

Mientras se daba un baño antes de cenar, Linda pensó con nostalgia en tía Sadie; ella, Linda, era ahora una mantenida y una adúltera, y a su madre no le iba a hacer ninguna gracia, eso seguro. No le había gustado que cometiera adulterio con Christian, pero él al menos era inglés, se lo habían presentado a Linda como Dios manda y sabía cuál era su apellido. Iba a gustarle mucho menos saber que a su hija la había seducido un perfecto desconocido extranjero que sólo tenía nombre de pila y se había ido a vivir con él rodeada de lujos. Entre la lejana comida en Oxford y aquello mediaba un abismo, aunque si llegaba a enterarse, a tío Matthew le parecería un abismo aún mayor, y seguro que la desheredaría, la echaría de su casa, mataría a Fabrice o cometería cualquier otro acto violento que se le ocurriese. Entonces pasaría algo que lo haría reír, y todo volvería a su cauce. Tía Sadie, en cambio, era harina de otro costal; al principio no diría gran cosa, pero se lo tomaría muy mal y se preguntaría si no habría cometido algún error en su forma de educarla. Linda esperaba con toda su alma que no llegase a enterarse nunca.

En mitad de sus reflexiones, sonó el teléfono. Germaine respondió, dio unos golpecitos en la puerta del baño y dijo:


Monsieur le duc sera légèrement en retard, madame
.

—Muy bien, muchas gracias —dijo Linda.

Durante la cena, Linda le preguntó:

—¿Se puede saber cómo te apellidas?

—Oh —exclamó Fabrice—, ¿todavía no lo has averiguado? Qué extraordinaria falta de curiosidad… Sauveterre. En pocas palabras,
madame
, tengo el placer de comunicarle que soy un duque muy rico, algo francamente estupendo, incluso en los tiempos que corren.

—Me alegro mucho por usted. Y ya que estamos con tu vida privada, ¿estás casado?

—No.

—¿Por qué no?

—Mi prometida murió.

—Oh, cuánto lo siento… ¿Cómo era?

—Muy guapa.

—¿Más guapa que yo?

—Mucho más. Y muy correcta.

—¿Más correcta que yo?


Vous, vous êtes une folle, madame, aucune correction. Et elle était gentille, mai d'une gentillesse, la pauvre
.

Por primera vez desde que lo había conocido, Fabrice se había puesto sentimental, y Linda sintió la punzada repentina de unos celos insoportables, tan insoportables que creyó que iba a desmayarse. Si no lo hubiese reconocido ya, en aquel momento habría sabido, de una vez por todas, que aquél iba a ser el gran amor de su vida.

—Cinco años —dijo ella— parecen mucho tiempo cuando se tienen por delante.

Pero Fabrice seguía pensando en su prometida.

—Murió hace mucho más de cinco años; este otoño hará quince. Siempre voy y le llevo rosas a su tumba, esas rosas pequeñitas con las hojas de color verde muy oscuro que nunca se abren del todo… me la recuerdan.
Dieu, que c'est triste
.

—¿Y cómo se llamaba? —quiso saber Linda.

—Louise.
Enfant unique du dernier Rancé
. Todavía voy a menudo a visitar a su madre, que sigue viva, una anciana muy singular. Se crió en Inglaterra, en la corte de la emperatriz Eugenia, y Raneé se casó con ella a pesar de eso, por amor. Ya te imaginarás lo extraño que fue para todos.

Una intensa melancolía se apoderó de ambos; Linda supo con una certeza que no podía aspirar a competir con una prometida que no sólo era más guapa y más correcta que ella, sino que además había muerto. Le pareció injusto. Si hubiese seguido con vida, después de quince años de matrimonio, su belleza se habría marchitado, sin duda, y su corrección habría acabado siendo aburrida e insoportable; muerta, en cambio, quedaba embalsamada para siempre en su juventud, su belleza y su
gentillesse
.

Sin embargo, después de cenar, Linda recuperó la felicidad; hacer el amor con Fabrice era como caer en un estado de embriaguez, algo completamente distinto de cualquier cosa que hubiese experimentado hasta entonces.

—No tuve más remedio que llegar a la conclusión —me explicó, cuando me contó todo lo que le ocurrió en aquella época— de que ni Tony ni Christian tenían ni la más remota idea respecto a lo que solíamos llamar las «verdades» de la vida. Supongo que todos los ingleses son unos negados como amantes.

—No es cierto —contesté—, lo que les pasa a casi todos es que no dedican la concentración necesaria, y resulta que es algo que requiere muchísimo esmero y dedicación. Alfred —le aseguré— es maravilloso.

—Ah, qué bien —respondió, pero no parecía demasiado convencida.

Estuvieron sentados hasta tarde mirando por los ventanales abiertos; era una tarde calurosa y, cuando se puso el sol, una luz verde estuvo remoloneando durante un rato tras el contorno oscuro de los árboles hasta que anocheció por completo.

—¿Siempre te ríes cuando haces el amor? —preguntó Fabrice.

—Nunca lo había pensado, pero supongo que sí. Normalmente me río cuando estoy contenta y lloro cuando no lo estoy; soy una persona muy sencilla, ¿sabes? ¿Te parece raro?

—Al principio es muy chocante, la verdad.

—Pero ¿por qué? ¿Es que no se ríen la mayoría de las mujeres?

—Desde luego que no. La mayoría de las veces, lloran.

—¡Asombroso! ¿Es que no disfrutan?

—No tiene nada que ver con disfrutar; si son jóvenes, invocan a sus madres, si son religiosas, invocan a la Virgen para que las perdone, pero nunca he conocido a ninguna que se riera.
Mais qu'est-ce que vous voulez, vous êtes une folle
.

Linda estaba fascinada.

—¿Y qué más hacen?

—Lo que hacen todas, excepto tú, es decir:
Comme vous devez me mépriser
.

—Pero ¿por qué ibas a despreciarlas?

—Bueno, la verdad, querida, es que las desprecio, eso es todo.

—Vaya, pues me parece muy injusto. Primero las seduces y luego las desprecias, pobrecillas. Menudo monstruo estás hecho. —A ellas les gusta. Les encanta arrastrarse a mis pies y decir: «
Qu'est-ce que j'ai fait? Mon Dieu, hélas Fabrice, que pouvez-vous bien penser de moi? O, que j'ai honte
». Todo forma parte de lo mismo para ellas, pero tú… tú no pareces sentir vergüenza, tú te ríes sin más… Es muy extraño.
Pas désagréable, il faut avouer
.

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