Read A tres metros sobre el cielo Online
Authors: Federico Moccia
Tags: #Infantil y juvenil, Romántico
El año anterior.
—Babi, Babi.
Daniela aporrea chillando la puerta del baño. Pero Babi no la oye. Está bajo la ducha y como si eso no bastase la radio cercana transmite a todo volumen una canción del año anterior de U2. Finalmente, Babi oye algo. Unos golpes fuertes que no siguen el ritmo del batería. Cierra el agua, luego, todavía chorreando, alarga el brazo bajando el volumen.
—¿Qué pasa?
Daniela suspira al otro lado de la puerta.
—Por fin… Hace una hora que te estoy llamando. Pallina al teléfono.
—Dile que estoy en la ducha, que la llamo dentro de cinco minutos.
—Dice que es algo urgentísimo.
Babi resopla.
—¡Está bien! Dani, ¿me traes el teléfono?
—Ya lo he hecho.
Babi abre la puerta. Daniela está allí con el inalámbrico en la mano.
—No te alargues mucho, estoy esperando que me llame Giulia.
Babi se seca la oreja antes de apoyar sobre ella el teléfono.
—¿Qué es tan urgente?
—Nada, sólo quería saludarte. ¿Qué haces?
—Estaba duchándome. No sé cómo lo haces, pero me llamas siempre cuando estoy bajo el agua.
—¿No sales con Marco?
—No, esta noche va a casa de un amigo a repasar. Tiene el examen dentro de dos días. Biología.
Pallina se queda por un momento en silencio y luego dice:
—Estupendo, entonces paso a recogerte dentro de diez minutos.
Babi coge una toalla pequeña y se frota el pelo.
—No puedo.
—Venga, vamos a tomar una pizza.
—¿Y si luego me llama Marco? Ha apagado su móvil, tiene que estudiar…
—Dile a Dani que le diga que te llame más tarde o que te busque en el tuyo. ¡Venga, volvemos enseguida!
Babi trata de replicar. Pero todas las excusas —cansancio, deberes por hacer y un increíble deseo de quedarse en casa en bata y camisón delante de la tele— son inútiles. Poco después se encuentra sentada en la Vespa detrás de Pallina, que conduce temeraria en el tráfico de las nueve.
Babi tiene el pelo todavía mojado, un suéter con la inscripción «California» y una expresión de fastidio.
—Vas a hacer que acabe por tener un accidente.
—Pero ¡si esta noche hace calor!
—Me refería al modo en que conduces.
Pallina reduce la velocidad y gira a la derecha en el Ponte Milvio.
Babi se acerca a la mejilla de Pallina para que su amiga la oiga.
—¿Por dónde vas?
—¿Por qué?
—¿No vamos a Baffetto?
—No.
—¿Ha pasado algo?
—De vez en cuando hay que cambiar. Te has convertido en una metódica, Babi. Siempre a Baffetto, siempre ocho en latín, ¡siempre lo mismo! Por cierto, ¿con quién sales ahora?
—¿Cómo que con quién salgo? Con Marco, ¿no?
Babi mira sorprendida a Pallina. No sabe por qué, pero está segura de que a ella Marco no le gusta.
—¿Ves, Babi? También en eso eres demasiado aburrida. Tendrías que cambiar.
—¿Bromeas? ¡Marco me gusta muchísimo!
—No exageres…
—No, Pallina, en serio. ¡Me importa un montón!
—¿Cómo te puede importar tanto si apenas hace cinco meses que estás con él?
—Lo sé, pero estoy completamente enamorada, tal vez porque es mi primera historia importante.
Pallina reduce las marchas con rabia. «Ya, tu primera historia importante y justo con ese gusano», piensa Pallina. Luego mete la tercera y emboca en la plaza Mazzini. Después reduce a segunda y dobla a la derecha. Babi se aferra a su cintura cuando entran en la tercera travesía, la de la Nuova Fiorentina. Fabio, el hijo del propietario, está en la puerta. Cuando las ve, las saluda saliéndoles al encuentro. Está muy unido a las dos. En realidad, tiene debilidad por Babi, aunque siempre lo haya ocultado. Fabio las acomoda en la hilera de mesas que hay a la derecha, nada más entrar, junto a la caja. Desde allí se puede ver todo el local. Un camarero les trae de inmediato el menú. Pero Pallina sabe ya qué pedir.
—¡Aquí, hacen un calzone maravilloso! Tiene de todo: queso con huevo, mozzarella y trocitos de jamón. ¡Como para desmayarse!
Babi controla en el menú si hay algo menos deletéreo para su dieta. Pero Pallina es convincente.
—En ese caso, dos calzones y dos cervezas medias claras. Babi mira preocupada a su amiga.
—¿También cerveza? Por lo visto quieres que reviente.
—¡Venga, por una vez! ¡Esta noche tenemos que celebrar!
—¿El qué?
—Bueno, hacía mucho tiempo que no salíamos solas.
Babi piensa que es verdad. Últimamente, las pocas veces que ha salido lo ha hecho siempre con Marco. Le gusta estar allí, en aquel momento, con su amiga. Pallina está hurgando en los bolsillos de su cazadora. Al final saca de uno de ellos una peineta con brillantitos y corazoncitos de piedra dura de colores, se recoge el pelo y lo atraviesa con la peineta, sujetándolo.
Su bonita cara redonda queda despejada. Babi le sonríe.
—Esa peineta es preciosa. Te queda muy bien.
—¿Te gusta? La he comprado en la plaza Carli da Bruscoli.
—¿Te importa si me la compro también? Tal vez un poco distinta. Tenía una parecida pero la he perdido.
—¿Bromeas?, estoy acostumbrada a que me copien. Soy una chica que marca la moda. ¿Sabes que cuando voy ahora a las tiendas me dan las cosas gratis? Basta con que me las ponga. ¡He decidido que desde mañana pido un porcentaje!
Se ríen. En ese momento llegan las cervezas. Babi las mira. Son enormes.
—¿Ésta es la mediana? ¿Y si hubiera sido la grande?
Pallina levanta la jarra.
—Venga, deja de protestar. —La hace chocar con fuerza contra la jarra de Babi. Un poco de cerveza se derrama de ella, espumando sobre el mantel.
—Por nuestra libertad.
Babi la corrige:
—Provisional…
Pallina le sonríe levemente como diciendo: concedido. Acto seguido, beben las dos. Babi es la primera en ceder. Llegada a un cuarto de la jarra, deja de beber. Pallina sigue todavía un poco, bebiéndose más de la mitad.
—Ahhh. —Pallina deja caer con fuerza la jarra sobre la mesa—. Esto sí que me hacía falta.
Y se limpia la boca restregándosela violentamente con la servilleta. De vez en cuando le divierte jugar a hacerse la dura. Babi abre una bolsa de grissini. Saca uno ligeramente tostado y lo mordisquea. A continuación, mira a su alrededor por el local. Grupos de chicos charlan divertidos dividiendo a triángulos una pizza con tomate. Muchachas refinadas se obstinan en comer con el tenedor hasta las aceitunas ascolanas. Una pareja de jóvenes habla divertida mientras espera que les sirvan. Ella es una chica bastante guapa con el pelo oscuro y no demasiado largo. Él le sirve amablemente la bebida. Está de espaldas. Babi no sabe por qué, pero le resulta familiar. Un camarero pasa junto a ellas. El muchacho lo detiene. Le pregunta dónde están sus pizzas. Babi le ve la cara: es Marco. El grissini se le rompe entre las manos a la vez que algo más se resquebraja dentro de ella. Recuerdos, emociones, momentos preciosos, frases dulces susurradas empiezan a girar en un remolino de ilusión. Babi palidece. Pallina lo advierte.
—¿Qué pasa?
Babi no consigue hablar. Le indica el fondo de la sala. Pallina se da la vuelta. El camarero se está alejando de una mesa. Pallina lo ve. Marco está allí, sonríe a una chica sentada frente a él. Le acaricia la mano, confiado en la llegada de las pizzas y, sobre todo, en lo que vendrá a continuación aquella noche. Pallina se vuelve de nuevo hacia Babi.
—Menudo hijo de puta. Nada de tópico. ¡Todos los hombres son realmente iguales! Tenía el examen de biología, ¿eh? ¡Ése está preparando el de anatomía!
Babi agacha en silencio la cabeza. Una lágrima ingenua le resbala por la mejilla. Se detiene indecisa un instante en la barbilla, luego, empujada por el dolor, efectúa un salto en el vacío.
Pallina mira a su amiga con pesar.
—Perdona, no quería…
Se saca del bolsillo de los pantalones una bandana de colores y se la da.
—Ten, no es lo más apropiado para la situación, puede que resulte demasiado alegre, pero siempre es mejor que nada.
Babi suelta una extraña carcajada con un cierto regusto a llanto. Acto seguido, se seca las lágrimas y levanta la nariz. Sus ojos brillantes, ligeramente enrojecidos, vuelven a mirar a su amiga. Babi suelta otra carcajada. En realidad suena como un sollozo. Pallina le acaricia la barbilla, arrastrando al hacerlo otra lágrima indecisa.
—Venga, no hagas eso, ese gusano no se lo merece. ¿Cuándo encontrará a otra como tú? Es él el que debería llorar. No sabe lo que se ha perdido. De ahora en adelante no tendrá más remedio que salir con tías como ésa.
Pallina se vuelve de nuevo para mirar la mesa de Marco. Babi lo hace también. Siente una nueva punzada en el estómago. La caza del tesoro. Los paseos en Villa Glori, los besos al caer la tarde, mirarse a los ojos y decirse: te quiero. Imágenes dulcemente etéreas se desvanecen barridas por un viento de tristeza. Babi trata de sonreír.
—Bueno, no me parece tan fea.
Pallina sacude la cabeza. Babi es increíble, incluso en una situación como ésa no puede por menos que ser sincera. Babi coge la cerveza y da un largo sorbo. A continuación apoya con fuerza la jarra sobre la mesa y se limpia enérgicamente la boca con la servilleta imitando a Pallina.
—Dios, cómo lo odio.
—¡Bien! Así me gusta. ¡Tenemos que castigarlo!
Pallina hace chocar su jarra con la de su amiga, luego ambas se acaban la cerveza con un largo y sufrido sorbo. Babi, ligeramente confundida, nada acostumbrada a beber y a todo el resto, sonríe decidida a su amiga.
—Tienes razón, ¡me la tiene que pagar! Tengo una idea. ¡Vamos con Fabio!
Marco ríe divertido mientras sirve a la chica Galestro frío. Sabe divertir a una mujer casi tanto como es incapaz de elegir un buen vino.
Aquella noche, la Nuova Fiorentina puede sentirse orgullosa. Nunca ha tenido un camarero tan atractivo. Una camarera, para ser más exactos. Babi avanza entre las mesas con las pizzas en la mano. No le cabe ninguna duda. Aquella con la mozzarella sin anchoas es para Marco. Cuántas veces se la ha oído pedir. Cuántas veces, además, se la ha hecho probar con amor, metiéndole un trozo en la boca.
Otra punzada. Decide que es mejor no pensar en ello. Se da la vuelta. Fabio y Pallina están junto a la caja. Le sonríen incitándola desde lejos. Babi osa. Está aturdida. La cerveza estaba buena y ahora la está ayudando a llegar hasta la mesa de Marco.
—Ésta es para usted.
Coloca la
focaccia
blanca con jamón y con poco aceite delante de la chica, que la mira estupefacta.
—¡Y ésta es para ti, gusano!
A Marco no le da tiempo a sorprenderse. La mozzarella sin anchoas y el tomate le chorrean por la cabeza mientras la pizza caliente se transforma en un abrasador e incómodo sombrero. Fabio y Pallina estallan en aplausos, seguidos de todo el restaurante. Babi, algo borracha, se inclina para dar las gracias. Luego se aleja del brazo de Pallina seguida por los divertidos comentarios de los presentes y la mirada asombrada de la muchacha ignorante.
Regresan silenciosas en la Vespa. Babi se abraza estrechamente a Pallina. Y no porque tenga miedo. En la calle hay mucho menos tráfico. Con la cabeza apoyada en el hombro de su amiga contempla desfilar los árboles por delante de ella, las luces lejanas rojas y blancas de los coches. Un autobús naranja pasa junto a ellas. Cierra los ojos. Un estremecimiento se apodera de ella, después la abandona. Tiene frío y calor, y se siente sola. Siempre en silencio, llegan a casa. Babi baja de la Vespa.
—Gracias, Pallina.
—¿De qué? Yo no he hecho nada.
Babi le sonríe.
—La cerveza estaba buenísima. Mañana te ofrezco la merienda en el colegio. Hay que celebrar.
—¿El qué?
—La total libertad.
Pallina la abraza. Babi cierra los ojos. Se le escapa un sollozo, luego se separa y se apresura a marcharse. Pallina la mira subir los escalones corriendo y desaparecer en el portal. A continuación arranca la Vespa y se aleja en la noche. Más tarde, mientras Babi se desviste, saca el dinero del bolsillo de los vaqueros. Cuando vuelve a meter la mano en él para ver si todavía queda algo, se queda estupefacta. En medio de todas aquellas lágrimas, asoma una sonrisa. La peineta de Pallina con los brillantitos y los corazoncitos está allí. Se la ha metido en los pantalones, mientras se abrazaban.
Un pequeño regalo para darle ánimos, para hacerla sonreír. Lo ha conseguido. Pallina es realmente una amiga. Al pobre de Marco, en cambio, le ha salido el tiro por la culata. Babi sonríe mientras se pone el pijama. Piensa que aquella tragedia tiene, en el fondo, un lado divertido. Si hubiéramos ido al Baffetto como siempre no lo habríamos pillado nunca. Babi se lava los dientes. Qué extraño, mira que decidir justo esa noche ir a la Nuova Fiorentina… Babi se desliza entre las sábanas. Sí, Marco ha tenido mala suerte y espero que sea así por el resto de su vida.
Pallina gira a la derecha. Decide pasar a saludar a su amigo Dema.
Un gato cruza la calle. Ni siquiera se fija en si es negro o no. Pallina no cree en la mala suerte. Prefiere mil veces la pizza de Baffetto que la calzone de la Nuova Fiorentina. No la cambiaría por nada del mundo. Pero aquella noche, cuando Fabio la llamó para decirle que estaba allí el novio de Babi con otra, no dudó ni por un momento. Era la ocasión que esperaba desde hacía tiempo. Se había enterado de demasiadas historias sobre Marco. No podía tratarse sólo de rumores. Pero, si se lo hubiera contado, estaba segura de que Babi no le habría creído. O tal vez sí. Y entonces se habría arruinado una amistad. Mejor culpar al destino. Pallina llama a Dema por el telefonillo. Le responde una voz somnolienta.
—Hola, ¿quién es?
—Pallina. Hecho.
—¿Lo habéis pillado?
—
¡In fraganti!
Como un ratón con el queso en la boca o, mejor, ¡como un gusano con la pizza en la cabeza!
—¿Por qué, qué ha pasado?
—Si bajas te lo cuento.
—¿Y cómo se lo ha tomado Babi?
—Bastante mal…
—Espera, me visto y bajo.
Pallina se peina el pelo hacia atrás. Sólo por un momento echa de menos su peineta. Aunque está convencida de que es mejor así, lo lamenta por Babi. Tal vez sufra un poco. Pero es mejor ahora que después. Cuando estuviera más colada por él. No tardará en volver a estar alegre. Y la sonrisa de una amiga vale mucho más que una peineta, mucho más que una pizza Margarita. Aunque sea la de Baffetto.