Read A tres metros sobre el cielo Online
Authors: Federico Moccia
Tags: #Infantil y juvenil, Romántico
Daniela mira a su hermana.
—Te sientes fuerte, ¿eh? ¿No entiendes lo que te van a hacer? Te destrozarán la Vespa, te pegarán, escribirán sobre ti en las paredes del colegio.
—Pues vaya, la Vespa está ya destrozada. Dudo que escriban algo sobre las paredes, entre otras cosas, porque no creo que ninguno de ellos sepa escribir. Y si me quieren hacer daño papá me protegerá, ¿verdad?
Babi se vuelve hacia él. Claudio piensa en Accado, imagina el dolor que se debe sentir cuando a uno le rompen la nariz.
—Claro, Babi, puedes contar conmigo.
Se pregunta hasta qué punto es cierta aquella afirmación. Puede que no demasiado. Pero, al menos, ha conseguido lo que pretendía. Babi, ya más tranquila, va a la cocina. Coge su manzana verde y la lava de nuevo. Acto seguido, manteniéndola alzada en el vacío por el rabito, empieza a girarla. Cada vuelta, una letra. Cuando el rabito se rompe, la inicial donde se ha detenido corresponde a la de la persona que piensa en ti. A, B, C, D. El rabito se rompe con un ruido seco.
Ha salido la D. ¿A quién conoce que empiece por la D? A nadie, no se le ocurre nadie. Menos mal que no ha salido la S. Es difícil que un rabito resista tanto. Pero, aun en el caso de que hubiera salido esa letra, no se habría preocupado demasiado. No tiene miedo. Babi pasa por delante de su madre. Le sonríe. Raffaella la contempla alejarse. Está orgullosa de su hija. Babi sí que se le parece. No como Daniela. Su miedo, en el fondo, está justificado. Daniela es igual que su padre. Claudio pone el traje gris sobre la cama.
—Ah, cariño, ¿has comprado la cafetera grande?
—No, me he olvidado.
Raffaella se encierra en el baño. «Pero ¿cómo es posible? —piensa Claudio—, lo he escrito incluso en la lista de la compra». Decide no decir nada justificando de este modo aún más el carácter de Daniela. Claudio, elegida una camisa, la arroja sobre la cama. Luego pone encima su corbata preferida. Quién sabe, tal vez esa noche consiga ponérsela.
Sus padres salen rogándoles, como todas las noches, que no le abran a nadie. Inmediatamente después, Babi baja corriendo en batín y, sin que nadie la vea, esconde las llaves de casa bajo la alfombrilla del portal. A saber dónde estará Pallina en ese momento. En las carreras de motos de la Olimpica. Contenta ella…
Daniela está en el pasillo. Habla con Andrea Palombi por teléfono mientras garabatea con un bolígrafo sus nombres y algunos corazoncitos sobre un folio. Andrea, al oír que Daniela no le contesta, siente curiosidad.
—Dani, ¿qué estás haciendo?
—Nada.
—¿Cómo nada? Oigo ruidos.
—Estoy escribiendo.
—Ah, ¿y qué escribes?
—Nada… —miente—. Estoy dibujando.
—Ah, entiendo. ¿Así que dibujas mientras hablas conmigo?
—Eh, no, te escucho. He entendido todo.
—Entonces repítelo.
Daniela resopla.
—Lunes, miércoles y viernes vas al gimnasio, martes y jueves a inglés.
—¿A qué hora?
Daniela piensa por un momento.
—A las cinco.
—A las seis. ¿Lo ves como no me estabas escuchando?
—Claro que sí, sólo que no me acuerdo. ¿Has entendido en cambio por qué antes no podía hablar?
—Sí, porque estaban tus padres y se estaban despidiendo.
—Exacto. Te hacía sí, «ejem». Y tú no me entendías.
—¿Cómo puedo entenderlo si tú no me lo dices?
—¿Cómo puedo decírtelo si mis padres estaban delante? ¡Mira que eres listo! Tengo una idea: tenemos que ponernos de acuerdo sobre una palabra para cuando no podamos hablar.
—¿Tipo?
—No sé, pensemos…
—Podremos decir el nombre de mi academia de inglés.
—¿Cuál es?
—¡Ves cómo no me escuchas!
British
.
—Sí,
British
me gusta.
Babi pasa en ese momento por el pasillo y se detiene delante de su hermana.
—¿Es posible que te pases la vida al teléfono?
Daniela no le contesta. Decide recurrir de inmediato a la nueva palabra.
—
British
.
Andrea se queda perplejo por un momento.
—¿Qué pasa, no puedes hablar?
—¡Claro! ¿Por qué digo
British
si no? Así, sin ton ni son. Entonces, ¿para qué hemos decido usarla?
—Está bien, pero ¿yo cómo puedo saber que ahora no puedes hablar?
—Ah, no, lo tienes que saber. He dicho
British
.
—Sí, pero pensaba que tal vez estuvieras probando para ver qué tal suena.
Esta conversación, no precisamente metafísica, se ve interrumpida repentinamente por la voz inflexible de una señorita de la Telecom.
—Atención. Llamada urbana urgente para el número… —Daniela y Andrea se callan. Esperan la primera cifra para saber a cuál de los dos buscan.
—3… 2…
Daniela habla por encima de la voz de la señorita.
—Es para mí. ¡Será Giulia!
—¿Hablamos más tarde?
—Sí, te llamo en cuanto acabe.
¡British!
Andrea se ríe. En ese caso quiere decir algo así como: «Te quiero mucho».
—Yo también.
Cuelgan. Babi mira a su hermana. Qué extraño que haya obedecido tan pronto.
—Nos han hecho una llamada urbana urgente.
—¡Ya me parecía a mí! Era demasiado extraño que colgaras sólo porque te lo hubiera dicho yo. Serán papá y mamá enojados porque tienen que decirnos algo y la línea está siempre ocupada.
—¡Qué va! Ésta es sin duda Giulia, quedamos en volvernos a llamar.
Esperan en silencio junto al teléfono. Listas para levantar el auricular a la primera llamada. Como dos participantes en un concurso televisivo donde hay que ser el primero en apretar el botón y dar la respuesta exacta. El teléfono suena. Daniela es la más rápida.
—¿Giulia? —Respuesta equivocada—. Ah, perdone, sí, ahora se la paso. Es para ti.
Babi arranca el auricular de las manos de Daniela.
—¿Sí?
Aquel sentimiento de satisfacción se convierte de inmediato en una grave desazón. Es la madre de Pallina. Daniela sonríe.
—No estés mucho, ¿eh?
Babi prueba a darle una patada. Daniela la esquiva.
Babi se concentra en la llamada.
—Ah, sí, señora, buenas noches. —Escucha a la madre de Pallina. Naturalmente, quiere hablar con su hija—. La verdad es que está durmiendo. —Acto seguido, arriesgándose como nunca—: ¿Quiere que la despierte?
Babi entorna los ojos y aprieta los dientes esperando a que se produzca la respuesta.
—No, no te preocupes. Puedo decírtelo a ti.
Ha salido bien.
—Mañana por la mañana tenemos una cita para hacer los análisis de sangre. De modo que tienes que decirle que no coma cuando se levante y que iré a recogerla hacia las siete. Entrará a segunda hora, si no nos retrasamos mucho.
Babi se ha relajado ya.
—Sí, de todos modos, a primera hora tenemos religión… —Babi piensa que aquella materia no le sirve de nada a su amiga. El alma de Pallina, entre mentiras y novios violentos, se ha perdido ya irremediablemente.
—Recuerda, Babi, no le dejes comer.
—No, señora. No se preocupe.
Babi cuelga. Daniela pasa junto a ella lista para apoderarse de nuevo del teléfono.
—Te ha ido bien, ¿eh?
—Le ha ido bien a Pallina. Si la pilla es asunto suyo. ¿Qué tengo que ver yo?
Babi se apresura a llamar al móvil de Pallina. «Nada que hacer: está apagado. Claro. Está durmiendo en mi casa y en mi casa no tiene cobertura. ¿Para qué la llamo? ¿De qué me preocupo? Al límite, la que se arriesga es ella. Es más, ni siquiera me tengo que poner nerviosa.»
Babi se prepara una camomila. Dos rodajas de limón, un sobrecito de Dietor y se echa sobre el sofá. Las piernas dobladas hacia atrás, los pies metidos en el pliegue de un almohadón, justo en el sitio más caliente. Se pone a mirar la televisión. Daniela, por supuesto, vuelve a llamar a Andrea. Le cuenta la historia de Pallina, la llamada de su madre, la mentira de Babi y muchas otras cosas más que ellos encuentran divertidísimas. En la tele del salón un poco de
zapping
. Una retransmisión sobre las civilizaciones antiguas, una historia de amor más contemporánea, un concurso demasiado difícil. Babi piensa un momento, sentada en el sofá. No. Esa respuesta no la sabe. La voz de Daniela llega desde el pasillo alegre y divertida. Dulces palabras de amor se confunden entre frescas risas. Babi apaga la tele. Pallina llegará antes de las siete.
—Buenas noches, Dani.
Daniela le sonríe a su hermana.
—Buenas noches.
Babi ni siquiera prueba a repetirle de nuevo que no tenga ocupado el teléfono. ¿Para qué? Se lava los dientes. Coloca sobre la silla el uniforme para el día siguiente, prepara la bolsa y se mete en la cama. Recita una oración mirando el techo. Se siente un poco distraída. Luego apaga la luz. Da vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño. En vano. ¿Y si Pallina decidiera ir directamente al colegio? Ésa es capaz de todo. A lo mejor pasa toda la noche fuera y hace que Pollo la acompañe al Falconieri mientras su madre viene a recogerla a su casa. ¡Maldita Pallina! ¿Por qué no puede ser una enamorada como las demás? Se pasa dos horas al teléfono como su hermana y ya está. No causa tantos daños, sólo una factura un poco más sustanciosa. No, ella tiene que ir a las carreras. Tiene que ser la novia del duro. ¡Maldita Pallina! Baja de la cama y se viste apresuradamente. Se pone sólo un suéter y unos vaqueros, luego va hasta la habitación de Daniela y coge sus Superga azules. Pasa por delante de su hermana. Como no podía ser de otro modo, sigue colgada del teléfono.
—Voy a avisar a Pallina.
Daniela la mira asombrada.
—¿Vas al invernadero? Yo también quiero ir.
—¿Al invernadero? Voy a la Olimpica. Donde hacen las carreras.
—¡Eh! Se llama el invernadero.
—¿Y por qué?
—¡Por todas las flores que hay a lo largo del camino! En recuerdo de todos los que han muerto.
Babi se pasa la mano por la frente.
—Sólo me faltaba eso… ¡el invernadero!
Coge la cazadora colgada en el pasillo y hace ademán de salir. Daniela la detiene.
—¡Te lo suplico, Babi, llévame contigo!
—Pero bueno, ¿acaso os habéis vuelto todas locas? Pallina, tú y yo frecuentando ese invernadero. Podríamos incluso hacer una carrera en moto, ¿eh?
—Si te pones el cinturón de
Camomilla
te eligen ellos y te llevan detrás, coge el mío, venga, piensa qué guay, hacer la
camomilla
.
Babi piensa en la que se ha bebido antes de ir a la cama. Todo inútil. Se levanta el cuello de la cazadora. Se siente como si estuviera sentada frente al presentador de un concurso en el que ella es la única participante. ¿Qué vas a hacer allí? ¿Por qué vas al invernadero, entre ramos de flores en honor de aquellos que han muerto? ¿A esa carretera donde unos grupos de exaltados en moto se arriesgan a acabar del mismo modo? La respuesta le parece fácil. Va a avisar a Pallina de que vuelva antes de la siete. A esa misma Pallina a la que le gusta ir a lugares absurdos, esa Pallina que no sabe nada de latín. La Pallina a la que a ella le gusta soplar aunque eso suponga recibir una mala nota. Sí, ella va allí sobre todo por su amiga Pallina. O al menos eso es lo que quisiera creer.
—No te lo repito más, Daniela: cuelga el teléfono.
Luego sale corriendo con la peineta de los brillantitos en el pelo y el corazón, curiosamente, a mil por hora.
A ambos márgenes de la carretera de amplia curva hay mucha gente. Algunos jeep Patrol con las puertas abiertas disparan música sin cesar. Muchachos con el pelo rubio teñido, con camisetas y gorras americanas, de físico enjuto, se fingen surfistas y en poses estatuarias se pasan, obsesionados por el físico, una cerveza. Un poco más allá, junto a un Maggiolone
[7]
descapotable, otro grupo, mucho más realista, se está liando un porro.
Más allá, unas personas de cierta edad a la búsqueda de una noche emocionante, se agrupan alrededor de un Jaguar. Junto a ellos, una pareja de amigos contempla divertida aquel absurdo torbellino: motocicletas sobre una sola rueda, motos que zumban veloces, muchachos que pasan de pie sobre los pedales mirando a su alrededor para ver si hay alguien que conocen, saludando a sus amigos…
Babi empieza a subir por la suave pendiente con su Vespa trucada. Una vez en lo alto, se queda sin habla. Cláxones de todo tipo, agudos y graves, suenan como enloquecidos. Al estruendo de los motores responden nuevos rugidos. Luces de faros de diferentes colores iluminan la carretera como si se tratara de una enorme discoteca.
En una pequeña explanada hay un puesto de esos móviles que venden bebidas y bocadillos calientes. Está haciendo su agosto. Babi se detiene delante de él y pone el soporte a la Vespa. La cierra. Una Free sobre una sola rueda le pasa tan cerca que Babi casi pierde el equilibrio. Un muchacho de unos quince años como mucho vuelve a caer sobre la rueda delantera riendo groseramente. Frena derrapando y vuelve a arrancar en sentido inverso. Hace de nuevo el caballito con las piernas fuera de sitio, ligeramente desequilibrado.
Babi mira distraída en derredor. Luego echa de nuevo a andar, tropieza con un tipo con el pelo al rape, una cazadora negra de piel y un pendiente en la oreja derecha. Parece tener una gran prisa.
—Mira por dónde cojones vas, ¿no?
Babi se disculpa. Se vuelve a preguntar qué estará haciendo en aquel sitio. De repente, ve a Gloria, la hija de los Accado. Está allí, sentada en el suelo, sobre una cazadora vaquera. A su lado está Dario, su novio. Babi se acerca a ellos.
—Hola, Gloria.
—Hola, ¿cómo estás?
—Bien.
—¿Conoces a Dario?
—Sí, nos hemos visto ya.
Se intercambian una sonrisa tratando de recordar dónde y cuándo.
—Oye, siento lo que le pasó a tu padre.
—¿Ah, sí? Bueno, a mí me importa un comino. Se lo tiene bien merecido. Así aprende a no meterse donde no le llaman. Siempre tiene que estar en medio, decir lo que piensa. Finalmente se ha topado con uno que lo ha puesto en su sitio.
—Pero ¡es tu padre!
—Sí, pero es también un coñazo.
Dario se ha encendido un cigarrillo.
—Estoy de acuerdo. Es más, dale las gracias a Step de mi parte. ¿Sabes que no me deja subir a su casa? Tengo que esperar siempre abajo, para salir con Gloria. Y no porque tenga ningún interés en verlo. Es una cuestión de principios, ¿no?