A tres metros sobre el cielo (21 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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Pallina se ajusta la gorra.

—¡Oye, gordita! ¿Qué pasa, tienes algo contra nosotras? Si hay algo que te corroe dilo y basta. Sin dar tantos rodeos.

Maddalena apaga la SH.

—Lo que pasa es que tienes el cinturón de
Camomilla
y no te lo puedes permitir.

—¿Y quién lo dice?

—Entonces, ¿cómo es que no has corrido?

—Porque no ha corrido mi novio. Yo corro sólo con Pollo. Porque, puede que no lo sepas —Pallina se dirige a la regordeta que Maddalena lleva detrás—, pero Pollo y yo salimos juntos.

La muchacha hace una mueca. Aprieta los dientes. Pallina se lo ha dicho adrede. Sabe que está interesada en la adquisición.

Maddalena señala a Babi.

—¿Y ella? ¿Qué hace ella aquí? Ni siquiera lleva el cinturón. ¿No sabes que este sitio está reservado a las
camomillas
? O corres o te vas.

Babi se vuelve hacia Pallina suspirando.

—Sólo nos faltaba la macarra de turno.

Maddalena se pone tiesa.

—¿Qué has dicho?

Babi le sonríe.

—He dicho que estoy esperando mi turno.

Maddalena permanece impasible. Puede que de verdad no haya oído nada. Babi abre la cazadora de Pallina.

—Venga, dame ese cinturón.

—¿Qué? ¿Estás bromeando?

—No, vamos, dámelo. Si ser una
camomilla
es tan emocionante, quiero probar.

Suelta la trabilla. Pallina la detiene.

—Mira que si te lo pones, luego te pueden elegir, tendrás que correr. Una vez vino hasta aquí una tipa que se había puesto el cinturón de
Camomilla
por casualidad, porque le gustaba. Bien, pues la hicieron subir a una moto y tuvo que correr a la fuerza.

Babi la mira con aire interrogativo.

—¿Y? ¿Cómo acabó la cosa?

—Bueno, no se hizo nada, no se cayó. Creo que la conoces. Es Giovanna Bardini. La de segundo E.

—¿Quién, esa mema? Entonces lo pueden hacer todas.

Pallina le pasa el cinturón.

—Sí, pero no sé si te has dado cuenta… Giovanna ahora sólo usa tirantes.

Babi la mira. Pallina hace un gracioso mohín. Luego las dos se echan a reír. En realidad, sólo tratan de quitar hierro a aquel momento. Maddalena y su amiga las miran con cara de fastidio. Babi se pone el cinturón.

—¡Qué guay! Ahora yo también soy una
camomilla
.

Un macarra espantoso se planta con la moto delante de ellas. Tiene la parte baja del pelo prácticamente al ras y un cuello de toro asoma impávido de una cazadora verde militar con solapas naranja.

—Venga
camomilla
, la de ahí arriba. Sube detrás. Babi se indica incrédula.

—¿Quién, yo?

—¿Y quién si no? Venga, muévete, dentro de poco empezamos.

—Hola, Madda.

El macarra, además de tener un aspecto terrible, tiene además otro punto en su contra: es un amigo de Maddalena.

Babi se acerca a Pallina.

—Bueno, yo voy. Luego te contaré cómo es.

—Sí, claro.

Pallina se para delante de ella, preocupada.

—Oye, Babi… lo siento.

—No, ¿qué dices? Me parece chulísimo hacer de
camomilla
y quiero probar. Tú no tienes nada que ver.

Pallina la abraza y le susurra al oído.

—Eres una jefa.

Babi le sonríe, luego se encamina hacia el macarra con la moto. De repente, recuerda aquella frase. Pallina se la dijo también aquella mañana y luego la Giacci le puso una nota muy baja. ¿Estará gafada? Maldice a Pallina, a las
camomillas
, pero también a ella misma, cuando se le mete entre ceja y ceja ser la jefa.

El macarra da gas sin problemas de consumo. Babi en cambio tiene algún que otro problemilla para subir detrás en la moto. El macarra la ayuda. Babi se desata el cinturón. El tipo lo coge, se lo coloca alrededor de la cintura y se lo pone de nuevo en la mano. Babi apenas consigue llegar al último agujero. Encima gordo. Como si no bastase, Maddalena da una palmada con fuerza sobre la cazadora del macarra.

—Venga, ve a por todas. ¡Estoy segura de que vais a ganar! —A continuación, sonríe a Babi—: Verás cómo te diviertes aquí detrás. Danilo hace el caballito de maravilla.

Babi no tiene tiempo de contestarle. El macarra da gas y arranca hacia delante. ¡Danilo! De modo era a él a quien se refería la D de su manzana. D de Danilo. O peor, de destino. La moto frena. Babi rebota y se da contra la espalda de Danilo.

—Tranquila, pequeña.

La voz cálida y profunda del macarra que, según él, debería tranquilizarla, produce sobre ella el efecto contrario. «Dios mío, piensa Babi. Tranquila, pequeña.» Tiene que ser una pesadilla. Este cinturón de
Camomilla
que me aprieta la cintura. Yo el
Camomilla
no me lo he puesto nunca, ni siquiera cuando estaba de moda. Debe de ser una especie de castigo. Un tipo con una banda sobre un ojo y una moto amarilla frena a su izquierda. Hook. Lo ha visto ya alguna que otra vez en la plaza Euclide. A sus espaldas va una chica con el pelo rizado y un pintalabios excesivamente llamativo. Está encantada de hacer la
camomilla
. La chica la saluda. Babi no le contesta. Tiene la garganta seca. Se vuelve hacia el otro lado. Un chico alto y atractivo, con el pelo más largo y una pequeña pluma de pájaro como pendiente, se para a su derecha. Tiene el depósito de la moto pintado con aerógrafo. Un atardecer con un gran sol en el centro, olas sobre la playa. Un tipo que hace surf. Seguro que hacer surf es menos peligroso que hacer de
camomilla
. Debajo está escrito: «Il Balle…» Babi se inclina hacia delante, pero no consigue leer más. Los 501 del tipo, tapan el resto de la inscripción. El chico saca del bolsillo de la cazadora un trozo de papel. Apoya los pies en el suelo y se acerca al espejito. Lo gira hacia lo alto. La luna se asoma allí dentro. Babi mira el depósito. Ahora se puede leer bien lo que hay escrito: «Il Ballerino». Ah, sí, ha oído hablar de él. Dicen que se droga.
Il Ballerino
tira el contenido de la papelina sobre el espejito. La redonda palidez de la luna queda cubierta por el blanco de un polvo menos inocente.
Il Ballerino
se inclina hacia delante. Apoya encima un rulo de diez euros e inspira. La luna vuelve repentinamente a reflejarse.
Il Ballerino
pasa el dedo por el espejito, recoge los últimos restos de aquella felicidad artificial y se los pasa por los dientes. Sonríe sin ningún motivo real. Químicamente feliz. Se enciende un cigarrillo. La muchacha detrás de él tiene el pelo recogido con una cinta y no parece haberse dado cuenta de nada. Acepta, sin embargo, un cigarrillo. No es válido. No se puede correr drogados. No es deportivo. Si luego le hacen el
antidoping
lo descubrirán. Pero ¿qué estoy diciendo? ¡Esto no es una carrera de caballos! No hay nada lícito. Aquí uno se puede hasta drogar. Se va a ciento cincuenta sobre una sola rueda con una desgraciada detrás. Y yo soy ahora esa desgraciada.

Le entran ganas de llorar. ¡Maldita Pallina! Mientras Step se mete en el bolsillo los cincuenta euros, Pollo le da un codazo.

—Eh, mira quién está ahí. —Pollo indica las motos listas para arrancar—. ¿Ésa que va detrás en la moto de Danilo no es la amiga de Pallina?

Step mira en esa dirección. No es posible: sí es Babi.

—Es cierto. —Agita el brazo con la bandana y grita su nombre—. ¡Babi!

Ella oye que la llaman. Es Step. Lo reconoce, allí al fondo justo delante de ella. La está saludando.

«Tiene mi bandana —se susurra a sí misma—. Te lo ruego, Step, hazme bajar, ayúdame. ¡Step! ¡Step!»

Luego suelta la mano para decirle que se acerque. En ese mismo momento, Siga silba. El público chilla. Es casi un estruendo. Las motos saltan hacia delante bramando. Babi se aferra de nuevo inmediatamente a Danilo, aterrorizada. Las tres motos hacen el caballito. Babi se encuentra con la cabeza hacia abajo. Le parece que casi toca el suelo. Ve el asfalto correr veloz por debajo de ella. Prueba a gritar mientras la moto ruge y el viento la despeina. No le sale nada. El cinturón le aprieta fuertemente la tripa. Le entran ganas de vomitar. Cierra los ojos. Es aún peor. Le parece que va a desmayarse. La moto sigue corriendo mientras hace el caballito. La rueda de delante baja un poco. Danilo da más gas. La moto se empina de nuevo, Babi se encuentra aún más cerca del asfalto. Cree que se va a dar la vuelta. Un toque al freno y la moto desciende ligeramente. Va mejor. Babi mira en derredor. La gente no es ya sino un grupo lejano, abigarrado, levemente borroso. A su alrededor, silencio. Sólo el viento y el ruido de las otras motos.
Il Ballerino
está a su derecha, casi detrás de ellos. Su pelo largo se tiende al viento y la rueda de delante está casi inmóvil. Hook los sigue a una cierta distancia.

Danilo está ganando. Ella está ganando. Maddalena tiene razón. «Hace el caballito de maravilla.» Babi está aturdida. Siente un ruido a su derecha. Se vuelve.
Il Ballerino
ha dado más gas reduciendo la marcha. La moto se empina demasiado. Un golpe seco al freno. La rueda de delante baja demasiado deprisa. La moto rebota,
Il Ballerino
prueba a sujetarla. Se le escapa el manillar. La moto se desplaza hacia la izquierda, deslizándose de lado, y luego de nuevo a la derecha, coleando.
Il Ballerino
y la muchacha que va detrás son derribados por aquel caballo de motor encolerizado, hecho de pistones y de cilindros enloquecidos. Acaban en el suelo todavía atados. Luego el cinturón se rompe, resbalan, juntos por un poco más de tiempo, rebotando y arañándose la piel, de un lado a otro de la carretera. La moto, ya liberada, sigue veloz su carrera. Después cae hacia un lado, se desliza sobre el asfalto, lanza chispas, tropieza, rebota varias veces. Al final hace una especie de cabriola, vuela cerca de Babi, alta en la oscuridad de la noche. Salta en el cielo, durante al menos cinco metros, con el faro todavía encendido ilumina todo a su alrededor, traza un arco luminoso. Después, con un último impulso inconexo, cae al suelo rebotando y rompiéndose, dejando tras de sí miles de pequeños pedazos de acero y de cristales de colores. Sutiles destellos de fuego siempre más débiles la acompañan hasta el final de su carrera. Hook y Danilo se detienen. El público permanece por un momento en silencio antes de precipitarse en aquella dirección. Subidos a Vespas, Sì, SH 50, Peugeot robados, motos de pequeña y gruesa cilindrada, Yamaha, Suzuki, Kawasaki, Honda…

Un ejército de motos avanza con gran estruendo. Todos se apresuran a llegar al lugar del accidente.
Il Ballerino
se ha levantado. Se arrastra sobre una sola pierna. La otra sobresale fuera de sus vaqueros desgarrados, herida y en mal estado, perdiendo sangre por la rodilla. Una llamativa hinchazón en lo alto de la cazadora indica que el hombro se le ha salido, mientras un chorro de sangre oscura se desliza desde su frente por todo el cuello.
Il Ballerino
mira su moto destrozada. Una parte de la playa ha quedado borrada por los arañazos. El surfista ha desaparecido, transportado por esa ola mucho más dura que es el asfalto incandescente.

La chica está tendida en el suelo. El brazo derecho le cuelga como muerto a un lado. Está roto. Llora asustada, sollozando con fuerza. Babi se quita el
camomilla
. Baja de la moto. Se tambalea al andar. Las piernas le tiemblan a causa de la emoción. Se adentra en la multitud. No conoce a nadie. Siente los quejidos de la chica tumbada en el suelo. Busca a Pallina. De repente, oye otro silbido. Más prolongado. ¿Qué es? ¿Empieza otra terrible carrera? No entiende. La gente empieza a correr en todas direcciones. Tropiezan con ella. Las motos la rozan. Se oyen sirenas. No demasiado lejos aparecen unos coches. Sobre sus techos luces de color azul claro. La policía. «Lo que faltaba.» Tiene que llegar hasta su Vespa. A su alrededor no hay sino muchachos que escapan. Alguno grita, otros chocan peligrosamente. Una chica cae con la moto a pocos metros de ella. Babi echa a correr. Varios coches de la municipal se detienen a su alrededor. Ahí está. Ve su Vespa parada delante de ella, a pocos metros de distancia. Está salvada. De repente, algo la detiene a mitad de camino. Alguien la ha cogido por la melena. Un policía. Tira con fuerza de ella haciéndola caer al suelo, sujetándola por el pelo. Babi grita de dolor, la arrastra sobre el asfalto, arrancándole algunos mechones. Repentinamente, el policía la suelta. Una patada en plena cara lo ha obligado a doblarse soltando a su presa. Es Step. El policía prueba a reaccionar. Step le da un violento empujón que lo hace caer al suelo. Luego ayuda a Babi a levantarse, la hace subir detrás en su moto y parte a toda velocidad. El policía se recupera, sube a un coche que hay allí cerca con uno de sus colegas al volante, y se ponen a perseguirlos. Step pasa fácilmente entre la gente y las motos paradas por la policía municipal. Algunos fotógrafos advertidos de la redada llegan y sacan algunas fotos. Step hace el caballito y acelera. Adelanta a otro policía que con el disco rojo le hace una señal para que se detenga. A su alrededor, flashes enloquecidos. Step apaga las luces y se agacha sobre el manillar. El coche de la policía municipal con el guardia que la ha golpeado adelanta al grupo por un lado y, haciendo sonar la sirena, los alcanza casi de inmediato.

—Tapa la matrícula con el pie.

—¿Qué?

—Tapa el último número de la matrícula con el pie.

Babi echa la pierna derecha hacia atrás tratando de cubrir la matrícula. Se le resbala dos veces.

—No puedo.

—Déjalo estar. ¿Es posible que no sepas hacer nada?

—Da la casualidad de que nunca he tenido que escapar en una moto. Y puedes estar seguro que hoy también me habría gustado evitarlo.

—¿Tal vez preferías que te dejara en manos de ese policía que quería tu cuero cabelludo?

Step reduce y gira a la derecha. La rueda de detrás se desliza ligeramente derrapando en el asfalto. Babi se abraza más fuerte a él.

—¡Frena! —grita.

—¿Estás bromeando? Si esos nos pillan ahora me secuestran la moto.

El coche de la municipal emboca detrás de ellos el callejón dando bandazos. Step baja volando por él. Ciento treinta, ciento cincuenta, ciento setenta… Se oye la sirena retumbar a lo lejos. Se están acercando. Babi piensa en lo que le dijo su madre. «No te atrevas a subir detrás de ese chico. Mira cómo conduce… Es peligroso.» Tiene razón. Las madres tienen siempre razón. Sobre todo la suya.

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