A tres metros sobre el cielo (16 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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—Gracias, papá. —Lo bebe veloz—. Ahora tengo que irme. Hablamos la semana que viene.

—Vale. ¿Pensarás en lo de la universidad?

Step se pone la cazadora en el recibidor.

—Pensaré en ello.

—Llama de vez en cuando a tu madre. ¡Dice que hace mucho que no sabe nada de ti!

—Nunca tengo tiempo, papá.

—No hace falta mucho, sólo una llamada.

—Está bien, la llamaré.

Step sale deprisa. Su padre, a solas en el salón, se acerca a la ventana y mira a través de ella. En el último piso, en aquel ático frente al suyo, las ventanas están cerradas. Giovanni Ambrosini se ha cambiado de casa, así, de un día para otro, del mismo modo que cambió también la vida de ellos. ¿Cómo pudo pelearse con su hijo?

Step se enciende en el ascensor uno de los últimos cigarrillos de Martinelli. Se mira al espejo. Ya ha pasado. Aquellas comidas lo destrozan. Llega a la planta baja. Cuando las puertas de acero se abren, Step está distraído y recibe un golpe.

La señora Mentarini, una vecina con unas mechas desastrosas en el pelo y la nariz aguileña, está delante de él.

—Hola, Stefano, ¿cómo estás? Hacía mucho que no te veía.

«Por suerte», piensa Step. Ver a menudo a un monstruo semejante debe de ser nocivo. Luego se acuerda de Steven Tyler y de la tía buena que entra en su ascensor. A él, en cambio, le toca la señora Mentarini. Injusticias del mundo. Se aleja sin saludar. Tira el cigarrillo en el patio. Corre deprisa, da un salto y tirando las manos al suelo se lanza hacia delante. No se puede comparar. Él hace mucho mejor el salto mortal. Por otra parte, Tyler tiene cincuenta años y él sólo diecinueve. A saber lo que hará dentro de treinta años. Algo, por descontado, no: no será un asesor fiscal.

Diecinueve

Pallina, con un chándal Adidas afelpado y azul del mismo color del elástico que le sujeta el mechón de pelo, corre casi rebotando sobre sus Nike claras.

—Entonces, ¿no me preguntas cómo fue?

Babi, con un chándal oscuro de cintura baja con la inscripción «Danza» y con una banda rosa en el pelo, mira a su amiga.

—¿Cómo fue?

—No, si me lo preguntas así no te lo cuento.

—Entonces no me lo cuentes.

Siguen corriendo en silencio, manteniendo el ritmo. Pallina no consigue aguantarse.

—Está bien, ya que te interesa tanto, te lo digo de todos modos. Me divertí como una loca. No sabes adónde me llevó.

—No, no lo sé.

—¡Venga, no seas antipática!

—No comparto ciertas amistades, eso es todo.

—Eh, pero si he salido con él sólo una vez, ¿qué pasa?

—Puede, ¡basta con que sea la última!

Pallina permanece por un momento en silencio. Un chico con un chándal impecable las adelanta. Se las queda mirando. A continuación, a pesar de que está exhausto, controla un cronómetro que tiene en la mano y para darse aires acelera el paso, desapareciendo por un sendero.

—Bueno, en fin, me llevó a comer a un sitio chulísimo. Está cerca de la calle Cola di Rienzo, creo que es la calle Crescenzio, una bocacalle de ésas. Se llama La Pirámide.

Babi no parece particularmente interesada.

Pallina sigue contando, algo jadeante.

—Lo más divertido es esto: en cada mesa hay un teléfono.

—Hasta ahora no me parece demasiado interesante.

—¡Vamos, qué plasta que eres! Los teléfonos tienen un número que va del 0 al 20…

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Está escrito en el menú.

—¡Ah, porque se come también! ¡Pensaba que te había llevado a Telefónica!

—Oye, si quieres que te lo cuente cierra ese pico de amargada.

—¿Qué? —Babi la mira fingiendo estupor—. ¿Amargada yo? Pero ¡si soy la más cortejada del Falconieri! ¿Has visto cómo me miraba el que acaba de pasar? ¿Qué crees, que se le iban los ojos detrás de ti?

—¡Claro!

—Pero si es imposible que ni siquiera se haya dado cuenta de que éramos dos…

—Aquí lo único imposible es que yo siga corriendo de esta manera. ¿No podríamos sentarnos en ese banco y charlar normalmente?

—Ni hablar. Yo corro. Tengo que perder al menos dos kilos. Si quieres venir conmigo, bien, si no, enciendo el Sony. Por cierto, llevo dentro el último CD de U2.

—¿Sony? ¿Desde cuándo lo tienes?

—¡Desde ayer!

Babi se levanta la sudadera enseñándole el
walkman
MP3 de Sony, sujeto a la cintura. Pallina no da crédito a sus ojos.

—¡Caramba! Con CD y radio. ¿Dónde lo has comprado? Aquí en Italia no se encuentra.

—Me lo ha traído mi tía que ayer volvió de Bangkok.

—Estupendo.

—Como ves, he pensado en ti.

Babi le enseña a Pallina dos auriculares.

—Si hubieses pensado en mí de verdad le tenías que haber dicho que trajera dos.

—¡Hablas siempre por hablar! Yo le pedí dos. Pero mi tía se quedó sin dinero y trajo uno sólo. ¡Qué más te da! Éste tiene dos auriculares y nosotras corremos siempre juntas.

Pallina le sonríe a su amiga.

—Tienes razón.

Babi la mira seria.

—¡Lo sé! Pero bueno, ¿acabas o no esa historia del teléfono que se come?

Babi y Pallina se miran y después se echan a reír. Dos chicos se cruzan con ellas. Al verlas tan alegres las saludan esperanzados. Su osadía no se ve recompensada. Pallina retoma su relato.

—Entonces, cada teléfono corresponde a un número, pero ninguno sabe a cuál. De modo que tú marcas un número del 0 al 20 y te contesta otra mesa que tú no sabes cuál es. Por ejemplo, marcas el 18 y te contesta uno que tal vez está en la otra sala. Puedes hablar, contar chistes, describirte inventándote que eres mucho más guapa de lo que realmente eres o, en mi caso, mucho menos. Claro, ¿no?

Babi mira a su amiga enarcando las cejas.

Pallina finge no hacerle caso.

—Si estás sola o con algunas amigas puedes quedar, hacer estupideces. ¿Entiendes? Divertido, ¿no?

Babi sonríe.

—Sí, me parece muy divertido. Realmente simpático.

Pallina cambia de expresión.

—No cuando el que te llama es un maleducado…

—¿Por qué, qué te pasó?

—Bueno, llegado un momento, nos trajeron la pasta. Los dos habíamos pedido macarrones
all´arrabbiata
. No sabes lo fuertes que estaban, picaban… Quemaban, además. Yo soplaba para que se enfriaran y mientras tanto charlaba con Pollo. Entonces va y suena el teléfono. Pollo hace ademán de contestar pero yo soy mucho más rápida que él, cojo el auricular y digo: «Aquí la secretaria del doctor Pollo.» Siempre muy simpática, yo. Pallina hace un mohín. Babi sonríe. La historia empieza a interesarle.

—¿Y bien? ¡Continúa!

—En fin, no sabes lo que me dijo el chulo que había al otro lado del teléfono.

—¿Qué te dijo?

—Me dijo: «¿Así que eres la secretaria del doctor Pollo? Pues muy bien, en ese caso procuraré que la sientas bien alto hasta el cuello.»

—Delicado, muy inglés.

—Sí, muy grosero. Entonces yo le tiré el teléfono a la cara y lo más probable es que me pusiera roja como un tomate. Entonces Pollo me preguntó qué era lo que me habían dicho por teléfono, pero yo no le contesté. Me molestaba. Me daba vergüenza. Entonces, ¿sabes lo que hizo él? Me cogió por el brazo y me hizo dar la vuelta al local. Pensaba que aquel garrulo, al verme, reaccionaría en algún modo…

—Sí, vale, pero ¿ése cómo sabía que eras tú la chica que había contestado al teléfono?

—Lo sabía, lo sabía…

—¿Y por qué lo sabía?

—Porque yo era la única chica del restaurante.

Babi sacude la cabeza.

—Bonito sitio para ir a comer. La única chica con todos esos maníacos que te llaman para decirte guarradas… Bueno, ¿cómo sigue?

—Sigue que uno, al verme, soltó una carcajada. ¡Pollo lo cogió, le metió la cara en el plato y le tiró la cerveza por la cabeza!

—¡Le está bien empleado, así aprenderá a no decir ciertas cosas!

—Bueno, puede que no haya entendido demasiado bien la lección.

—¿Por qué?

—Porque cuando Pollo fue a pagar…

—Ah, sí… con tu dinero…

—Uf… Bueno, pues va y se me acerca un tipo bajo y me dice: «Pero bueno, ¿qué haces?, ¿te marchas ya?, espero que no te hayas enfadado. Sólo estaba bromeando, ¿eh?» El chulo era ése. ¿Entiendes?, el pobre de antes no tenía nada que ver…

—¿Se lo dijiste a Pollo?

—¿Bromeas? ¿Para que le pegara también?

—¡No, que se había equivocado! Ésos se comportan como si fueran jueces. Castigan, pegan y, por si fuera poco, cometen también errores. Lo más trágico es que hasta puede que te hayas divertido.

Babi está ahora verdaderamente seria. Pallina lo advierte. Por unos momentos, corren en silencio, recuperando el aliento. Luego Pallina habla de nuevo. Esta vez, ella también se ha puesto seria.

—No sé si me divertí. Sólo sé que sentí algo nuevo, algo que no había experimentado antes. Me sentía tranquila y segura. Sí, Pollo fue allí, pegó a quien no debía, pero me defendió, entiendes. Me protegió.

—¿Ah, sí? Bueno, es muy bonito. Pero dime una cosa… ¿quién te protege a ti de él?

—Qué pesada eres… me proteges tú, ¿no?

—Olvídalo. Yo a ése y a su amigo no los quiero ver ni en pintura.

—Entonces me temo que tampoco nos veremos nosotras.

—¿Por qué?

—Porque estoy saliendo con él.

Babi se para en seco.

—¡No, no me puedes hacer esto!

Pallina continúa corriendo. Sin girarse, hace una señal a su amiga para que la siga.

—Venga, venga, vamos, corre, no hagas eso. Sé que eres feliz. Bien, bien adentro, pero eres feliz.

Babi empieza a correr de nuevo. Alarga un poco el paso, alcanzándola.

—Pallina, te lo ruego, dime que estás bromeando.

—Nada de eso, y me gusta un montón.

—Pero ¿cómo puede gustarte un montón?

—No lo sé, me gusta y basta.

—Pero te ha robado dinero.

—Me lo ha devuelto, me invitó a comer.

—Y eso qué quiere decir, ¡es como si hubieras pagado tú!

—Mejor, así resulta que me he puesto a salir con él porque quería y no porque debía hacerlo. Normalmente, cuando sales con un chico y te ofrece pizza y todo lo demás, luego casi te sientes en la obligación de besarlo. ¡Esto, en cambio, ha sido una elección libre!

Babi permanece en silencio por un momento, luego recuerda algo.

—¿Se lo has dicho a Dema?

—¡Claro que no!

—¡Se lo tendrás que decir!

—Tendrás, tendrás. Se lo diré cuando quiera…

—No, díselo enseguida. Si se entera por otro le sentará mal. Está enamorado de ti.

—Eres tú la que estás obsesionada con esa historia. No es en absoluto cierta.

—Es la pura verdad y lo sabes. Así que, cuando vuelvas a casa, le llamas por teléfono y se lo dices.

—Si me apetece lo llamo, si no, no.

—¿Sabes lo que te digo? Que me alegro que mi tía me haya traído sólo un Sony, no te lo mereces. —Babi corre más deprisa.

Pallina aprieta los dientes y no da su brazo a torcer.

—Si tanto lo quiero, el Sony me lo regala Pollo.

—Ah, claro, robándomelo a mí.

Pallina se echa a reír. Babi sigue todavía de morros durante un buen rato. Pallina, al final, le da un ligero empujón.

—Venga, no riñamos. Sé que eres una amiga. Hoy te has sacrificado incluso para salvarme de la interrogación. ¿Cómo se ha tomado tu madre la historia de la comunicación de la Giacci?

—Mejor de como yo me he tomado la de Pollo.

—¿Lo ves tan trágico?

—Dramático.

—Oye, tú no lo conoces bien. Es alguien lleno de problemas. No tiene dinero, su padre lo trata mal… Y, además, es muy simpático, conmigo es muy cariñoso, en serio.

—¿No te importa que no lo sea con los demás?

—Tal vez mejore.

Babi piensa que es todo inútil: Cuando a Pallina se le mete una cosa en la cabeza, no hay modo de quitársela.

—Está bien, basta. Ya veremos.

—Oh, así me gustas más. —Pallina sonríe—. Te prometo que cuando llegue a casa llamo a Dema.

Bueno, Babi al menos ha conseguido una cosa.

Babi y Pallina siguen corriendo, en silencio, para recuperar un poco el aliento. Llegan hasta la explanada equipada para hacer gimnasia. Algunos niños se tiran por los toboganes, chillando. Madres preocupadas los siguen de cerca listas para socorrerlos en aquellos saltos de kamikaze. Un guaperas alto y rubio y una chica un poco más baja tratan de hacer algunos ejercicios en las barras. Babi y Pallina pasan junto a ellos corriendo. El chico, al verlas, deja por un momento los ejercicios.

—¡Babi!

Babi se para. Es Marco. Hacía más de ocho meses que no se habían vuelto a ver. También Pallina deja de correr. Babi se ruboriza. Se siente violenta. Pero, extrañamente, el corazón no le late veloz como de costumbre. Marco le da un beso en la mejilla.

—¿Cómo estás?

Babi ha recuperado el control.

—Bien, ¿y tú?

—Muy bien. Te presento a Giorgia.

Marco le indica a la chica. Babi le da la mano y curiosamente no se olvida acto seguido de su nombre como suele pasar cuando nos presentan a alguien. También Pallina la saluda, aunque se ve a las claras que querría evitar aquel encuentro. Marco empieza a hablar. Lo de siempre. Frases ya oídas: «Te he llamado.» «No me llamas nunca.» «He visto a una amiga tuya o a un amigo.» «¿Qué haces?» «Ah, claro, tienes la selectividad.» No nos defraudes, por favor. Un intento de mostrarse simpático. Babi casi no lo escucha. Recuerda todos los momentos pasados con él, el amor que ha sentido, la desilusión, las lágrimas. Qué sufrimiento. Por uno así, además. Lo mira mejor. Ha engordado. Tiene el pelo sucio. Hasta le parece más escaso. Y qué mirada inexpresiva. Carente de vida. ¿Cómo podía gustarle tanto? Una ojeada a la chica. Ni siquiera merece que se la tenga en cuenta. Terrible, la indiferencia. Se despiden así. Después de hablar durante cinco minutos sin haberse dicho nada. Aquel mágico puente ha dejado de existir. Babi se pone de nuevo a correr. Se pregunta adónde habrá ido a parar su amor por él. ¿Cómo es posible que ya no lo pueda sentir? Y, sin embargo, parecía inmenso. Se pone los auriculares del Sony. U2 acomete su último éxito. Babi alza el volumen. Mira a Pallina. Su amiga le sonríe con afecto. Su mechón baila en el viento. Le pasa los otros auriculares. Se los merece. Porque, aunque Babi no lo sepa, fue ella la que la salvó.

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