Agentes del caos (12 page)

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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Agentes del caos
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Como ya llegaba al edificio de la terminal Johnson pasó a una cinta más lenta y luego a otra, hasta llegar a la acera, delante de la puerta principal.

Alcanzaba a ver el casco azulado de una nave de pasajeros, del otro lado del edificio de acero plástico blanco. No eran muchas las naves que despegaban diariamente del espaciopuerto comercial. Esa, pues, parecía ser la única, y por lo tanto debía de ser la nave con destino a Mercurio.

Johnson subió por los escalones de piedra sintética hasta la puerta de acceso, y entró bajo la mirada vigilante de cuatro Custodios de aspecto brutal que flanqueaban la entrada de a dos.

El interior del edificio era un inmenso salón con una serie de diez portones en la pared que daba frente a la entrada principal, numerados con carteles luminosos. Solamente el portón número siete estaba iluminado, lo que indicaba, según pudo entender, que ese día sólo salía el vuelo siete, con destino a Mercurio. Paseó una mirada nerviosa por los otros tres muros del salón, donde había Visores y Cápsulas instaladas cada tres metros.

Johnson extrajo del bolsillo sus papeles a nombre de «Lovarin» y se encaminó rápidamente hacía el portón número siete. Al franquearlo se encontró dentro de un Tubo de Unión. Era un pasillo flexible que conectaba la terminal con la compuerta de la nave, y constituía una medida más de seguridad, ya que justo delante de la compuerta de la nave había una fila de Protegidos esperando que cuatro Custodios que estaban instalados allí les revisaran los papeles. Cada tanto verificaban las impresiones de retina con un pequeño ocular que portaba uno de ellos. Este era el único acceso a la nave.

Johnson se puso en la fila y ya en ella reconoció a Igor Mallionov, uno de los agentes de la Liga asignado al operativo Mercurio, que estaba a dos lugares delante de él, pero ni siquiera cambiaron miradas de entendimiento.

Un Custodio rubio y fornido echó un vistazo a los papeles de Mallionov y le indicó que entrara por la compuerta. El Protegido que estaba delante de Johnson mostró sus papeles, pasó y enseguida le llegó el turno a él.

Aunque había pasado por muchos controles de documentos en su vida, tantos que no los podía recordar todos, Johnson no pudo evitar la tensión cuando el Custodio alargó una enorme mano hacia él y gruñó:

—¡Sus papeles!

Su vida y mucho más dependían de lo que fuera a ocurrir de ahora en adelante…

Sin palabras, Johnson entregó sus documentos de «Lovarin» con el pase de viaje adjunto.

El Custodio los revisó rápidamente y miró a Johnson una vez al comparar la foto con su rostro.

Estaba a punto de indicarle que prosiguiera, cuando un Custodio negro, que portaba el Ocular, lo detuvo.

—Revisemos los ojos de éste —dijo.

El rubio encogió los hombros, desabrochó un pequeño trozo de película de los papeles, y se lo entregó al otro Custodio. El negro levantó el Ocular. Era una pequeña caja de metal con una luz roja y otra verde en la parte superior, una de cada lado de una rendija en la cual cabía el trozo de película. Había un botón en la parte posterior de la caja y dos orificios oculares en la parte delantera.

Johnson sabía que era un instrumento común de control. La película de sus retinas se ponía en la rendija, y él debía apoyar los ojos contra los oculares. Cuando se oprimía el botón, una microcámara dentro de la caja sobreponía la imagen de sus retinas con las de la película. Si concordaban, se encendía la luz verde. De lo contrario, se encendía la luz roja, señal de que la identidad de un hombre no concordaba con la de sus papeles, Acto No Permitido que merecía la muerte.

El Custodio introdujo la película en la caja y la arrimó al rostro de Johnson sin decir palabra, pues todos los Protegidos de la Hegemonía conocían el procedimiento. Johnson acercó los ojos a los oculares.

Quedó enceguecido durante un instante por el destello de luz cuando el Custodio oprimió el botón y el Ocular comparó la película con sus ojos.

El Custodio bajó la caja e indicó a Johnson que entrara en la nave, devolviéndole sus papeles.

Johnson se restregó los ojos y lanzó un suspiro de alivio al entrar por la compuerta. Aunque sabía que las imágenes concordarían, los reflejos de temor, eran difíciles de evitar.

Otro Custodio lo condujo hasta un tubo elevador cuyos dispositivos antigravitacionales lo transportaron hacía arriba y lo depositaron en una cabina grande donde había unos ciento ochenta Capullos Antiaceleración, la mitad de los cuales estaban ocupados.

Johnson eligió un Capullo —parecían huevos de metal descapotados— y se sentó sobre el mullido asiento. El borde del Capullo le llegaba hasta el cuello.

Luego de unos diez minutos de espera, durante los cuales una docena más de Protegidos tomaron ubicación en la cabina, sonó una alarma.

Unos delgados filamentos de plástico comenzaron a salir de cientos de pequeños poros de las paredes metálicas del Capullo, y en pocos instantes éste quedó completamente lleno de ellos. Los filamentos envolvían el cuerpo de Johnson de manera que sólo su cabeza, que descansaba sobre un soporte del asiento, quedaba libre. Estaba envuelto en un embalaje antichoques como si fuera una copa de cristal.

Cuando se encendieron los dispositivos antigravitacionales de la nave se sintió sin peso por un momento, al aislarse la nave y su contenido de la gravedad terrestre.

La sensación duró sólo un instante, ya que al encenderse los impulsores de la nave comprobó que, si bien ni él ni la nave tenían peso, no carecían de inercia. Se sintió aplastado dentro del Capullo, pero protegido por el embalaje blando y mullido de la aceleración de la nave.

Sintió un espasmo de entusiasmo. ¡Había tenido éxito! Nada podría impedir su arribo a Mercurio ahora. ¡La primera etapa del plan había concluido exitosamente!

Robert Ching estudió los rostros impasibles de los siete Agentes Principales de la Hermandad de los Asesinos que estaban sentados alrededor de la enorme mesa de roca y pensó cuán distinta era su calma de la de Arkady Duntov, a quien tenía de pie ante sí.

¿Cómo comprender a un hombre como Duntov?, pensó Ching. Era ignorante, pero estaba contento con su ignorancia. Un hombre de acción y nada más, que se sometía a las órdenes de cualquier hombre al que sintiese su superior, y que incluso deseaba encontrar a alguien a quien sentir como su superior. ¿Qué hacía un hombre así al servicio del Caos, y no de la Hegemonía?

—¿La nave está lista para la partida, Hermano Duntov? —preguntó Ching.

—Si, Primer Agente.

—¿Comprende sus órdenes?

—Sí, Primer Agente.

—¿Tiene alguna pregunta que formular?

—No, Primer Agente.

Ching suspiró. Este Duntov era un hombre que se rebelaba contra el Orden, pero sin embargo siempre buscaba algo que obedecer, algo más grande que su propia alma. Era un religioso dogmático, un tipo humano del pasado que sobrevivía en una época en la que ya no había religiones. Para Duntov, que buscaba creer aunque no comprendiera, la Hermandad era una organización religiosa y el Caos era un dios. Las bases de la Hermandad estaban formadas por muchos hombres así. Sin duda, para ellos el Caos era un dios, y su servicio una vocación religiosa. Quizá, para ser más precisos, debería decirse que la necesidad de una religión persistía en tales hombres, que se plegaban a la Hermandad porque el Caos era lo más cercano a un dios que podían encontrar…

¿Qué había escrito Markowitz acerca de dios y el Caos?: «Dios es la máscara que los hombres erigen ante sí mismos para ocultarse del inaceptable Reinado del Caos… Dios es el postulado de los hombres temerosos, es el señor omnipotente de un Orden sobrehumano. Lo postulan para protegerse de la terrible verdad: que el carácter fortuito del universo no es una ilusión provocada por la inhabilidad del Hombre mortal para comprender en su totalidad el Orden de Dios que abarca a todas las cosas, sino que la última realidad es el Caos, y que el universo, en su esencia, está basado sobre el Azar Fortuito, y sobre nada más estructurado ni menos indiferente a la realidad del Hombre…».

¡Qué ironía, pensó Ching, que los hombres que buscaban un dios acudieran al servicio del Caos, la ciega verdad del azar detrás de la desesperadamente Ordenada ilusión de un universo prolijo gobernado por un dios! ¡Qué ironía y, a la vez, qué situación perfectamente Caótica!

—Muy bien —dijo Ching—. Ahora se unirá a sus hombres en la nave y partirán de inmediato para Mercurio.

—¡Perfectamente, Primer Agente! —dijo Duntov. Giró sobre sus talones y se retiró.

Ching, que lo contemplaba mientras se iba, se preguntó si los hombres como él no estarían un poco en lo cierto. Quizás, a su manera, la Hermandad fuese una orden religiosa. ¿Se necesitaba un dios antropomórfico para una religión? ¿O era suficiente la conciencia de que había algo más grande que el hombre y sus obras, algo que siempre frustraría el Orden absoluto y cierto dentro del cual el Hombre intentaba encerrarse? ¿Importaba que ese algo omnipotente no fuera un dios, ni un ente, sino que fuera la tendencia inherente a cada cosa del universo, desde un átomo hasta una galaxia, hacía una entropía cada vez mayor, hacía el Caos mismo? Quizás, a su modo, el Caos fuese un dios… inmortal, infinito, omnipotente…

—Todo va bien, Primer Agente —dijo el Hermano Felipe, interrumpiendo las cavilaciones de Ching—. Este Duntov no es complicado, pero es bueno para llevar a cabo sus órdenes, y…

—¡Volvió! ¡Volvió!

El Dr. Richard Schneeweiss entró de repente en la sala agitando los brazos, con su pequeño rostro de gnomo enrojecido por la excitación.

—¡Volvió! ¡Volvió! —gritaba.

—¿Qué volvió? —dijeron varios de los Agentes Principales al unísono.

—¡La sonda! —exclamó Schneeweiss—. La Sonda Prometeo. ¡El paquete de instrumentos interestelares! Ha regresado del sistema Cygnus 61. La propulsión a una velocidad mayor que la de la luz funciona. Se está procesando la película en los laboratorios en estos precisos momentos.

Una ala de excitación burbujeante recorrió la habitación. Hasta Robert Ching se había puesto de pie; sonriendo como un niño. ¡Al fin!, pensó. ¡La primera etapa del Proyecto Prometeo es un éxito! ¡La propulsión funciona! Y ahora la sonda ha regresado con fotos del primer planeta fuera del sistema solar visto por ojos humanos… Ching sabía que ése era un gran momento en la historia científica, pero para él significaba mucho, pero mucho más. Era el principio del fin de la Hegemonía, el preludio del triunfo final del Caos. ¿Qué mostrará la película?, pensó. ¿Un planeta habitable más allá del Sistema Solar, fuera del control de la Hegemonía? Quizás, incluso…

—¡Vamos! —gritó Schneeweiss—. ¡A la sala de proyecciones! Ya tendrán lista la película para cuando lleguemos.

—Pues vamos —dijo Ching—. Veamos eso con nuestros propios ojos.

Condujo a los Agentes Principales y a Schneeweiss por un pasillo labrado en la roca del asteroide, y de ahí descendieron por un tubo elevador que los llevó suavemente hasta las entrañas de las catacumbas.

A medida que los antigravitacionales lo bajaban por el tubo, miles de preguntas pasaban por la mente de Ching. ¿Había un planeta habitable en Cygnus 61? ¿Uno o más? ¿O quizás habría… otra raza inteligente siguiendo su destino en esa estrella distante…?

Llegaron al fondo del tubo, avanzaron por otro pasillo e ingresaron en un pequeño auditorio donde había una pantalla a instalada delante de varios hileras de asientos. En el fondo del auditorio, un técnico había instalado un proyector.

Mientras Ching y los demás se ubicaban en los asientos, Schneeweiss sostuvo una consulta rápida y en voz bajo con el técnico de proyección que Ching no alcanzó a escuchar. El rostro del físico adoptó una expresión de éxtasis y Ching tuvo que reprimir su deseo de exigir un informe inmediato. ¡Después de todo, esto era mejor experimentarlo a través de los propios sentidos!

—Lo que ustedes verán es una versión resumida de lo que vieron las cámaras de la sonda, por supuesto, captado a gran velocidad —dijo Schneeweiss—. Pero igualmente podrán ver… ¡Pero no les voy a decir nada! ¡Véanlo por ustedes mismos! ¡A ver, la película!

La pantalla cobró vida y Ching vio un manta de estrellas sobre un fondo negro. Mientras, miraba, la película comenzó a saltar varias veces sucesivas, y una de las estrellas parecía crecer espasmódicamente, dominando a las demás, transformándose en un disco visible que crecía y crecía…

—La aproximación al sistema de Cygnus 61 —dijo la voz de Schneeweiss desde el fondo del auditorio—. Un sistema de cinco planetas…

La imagen, en la pantalla, cambió abruptamente y mostró una roca desierta y escarpada que giraba en el espacio oscuro…

—El planeta más alejado, muerto, sin aire, del tamaño aproximado de la Luna —dijo Schneeweiss.

Imágenes de dos planetas con franjas de color aparecieron en la pantalla y desaparecieron en rápida sucesión; el primero, rojo, naranja y amarillo; el otro a franjas azules y verdeazuladas.

—Dos gigantes gaseosos, del tamaño aproximado de Urano y Saturno, respectivamente —dijo Schneeweiss—. Un diminuto planeta infierno, cuyo diámetro equivale a dos tercios del de Titán.

La pantalla mostró un pequeño disco negro, netamente recortado sobre el incandescente fondo de la estrella cercana.

—Y… —dijo Schneeweiss, haciendo una pausa dramática—. ¡El segundo planeta! ¡1,09 de diámetro de la Tierra, atmósfera de oxígeno y nitrógeno, 0,94 de gravedad! ¡Con agua en estado líquido! ¡Miren!

Un disco verde azulado apareció sobre la pantalla y creció a saltos de perspectiva hasta alcanzar el tamaño de una naranja, de un melón y luego de una enorme esfera que llenaba todo el campo visual. Ching quedó atónito al ver los enormes océanos, los cuatro extensos continentes, marrones y verdes, las capas de hielo en los polos, los ríos, las islas, las nubes…

La perspectiva del lente de la cámara dio otro salto, y ahora enfocaba desde el aire una parte de un continente, áreas verdes, seguramente arboladas, ríos y lagos azules: ¡vida! El lente enfocó un sector más pequeño, y pudieron ver detalles: bosques, planicies y… ¡y campos arados! Imposible confundir las hileras de vegetación; las filas ordenadas y los campos cuadriculados, y las bandas más sinuosas que seguían el contorno de las colinas. ¡No podían ser otra cosa!

—¡Si! —dijo Schneeweiss—. ¡Seres inteligentes, sin duda! ¡Pero hay algo más! ¡Miren!

Ahora el lente parecía zambullirse hacia la superficie, aumentando el detalle de la imagen y disminuyendo el campo visual. Pareció detenerse un instante sobre el estuario de un río grande, pero luego la imagen saltó nuevamente, y sobre la pantalla se vio…

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