¡Una ciudad! Decenas de kilómetros cuadrados de edificios altos y plateados sobre ambas márgenes del río y sobre la costa marina. Muelles que penetraban en las aguas. Caminos que se internaban en los campos aledaños. Sobre la ciudad sobrevolaban pequeños destellos de luz…
De repente, la imagen cambió como si la cámara hubiera sido girada. Cielo azul, nubes blanquecinas, y luego…
Un objeto de forma de huevo, metálico, de un rojo brillante apareció sobre la pantalla. La proa parecía ser traslúcida. Tenía alrededor un anillo de ojos de buey, o lentes, y una pequeña serpentina de algún metal azul en la popa…
En ese momento la pantalla se volvió blanca.
—¿Se dan cuenta de lo que significa esto? —exclamó Ching.
—Por supuesto —dijo Schneeweiss—. ¡Una civilización extraterrestre muy avanzada! La más…
—¡Mucho más que eso! —dijo Ching—. Piensen un poco: acabamos de descubrir seres inteligentes en el primer sistema Solar que investigamos; algo como nuestro vecino, en términos galácticos. ¿No se dan cuenta de lo que esto implica? ¡Significa que la galaxia debe de estar llena de razas inteligentes, cientos, miles, quizá millones! ¡El Caos, Hermanos, El Caos Final! Una enorme confluencia caótica de millones de civilizaciones, cada una de ellas la única de su tipo. ¡Incontables Factores Fortuitos! ¡El verdadero rostro del Caos, un universo infinito con infinitas civilizaciones, todas diferentes!
—¡Claro, el Caos! ¡El fin de la Hegemonía! ¡La derrota final del Orden! —todos gritaban al mismo tiempo.
—Sí —dijo Ching—, y además…
De repente el sonido estridente de una sirena llenó la sala. ¡La alarma! Algo se acercaba al asteroide. ¿La Hegemonía habrá descubierto esta base finalmente?, se preguntó Ching.
—¡Alarma! —gritó N'gana—. ¡Qué momento para ser descubiertos por la Hegemonía!
—¡Rápido! —gritó Ching—. A la sala de observación.
Salieron corriendo del auditorio y se lanzaron por el pasillo mientras la sirena continuaba aullando su aviso. Por un elevador antigravitacional, llegaron hasta el núcleo mismo del asteroide, cerca del reactor.
El elevador parecía desembocar en el espacio externo. Ching y los demás salieron flotando del tubo para entrar en un recinto oscuro y sin gravedad; por los cuatro costados estaban rodeados por el espacio negro, salpicado de joyas multicolores: las estrellas. Lo único que indicaba que estaban dentro del asteroide era la salida del elevador, un extraño «orificio en el espacio» encima de sus cabezas. Ese espacio negro y colmado de estrellas era una ilusión, creado por la inmensa pantalla esférica dentro de la cual flotaban, en el centro sin gravedad del asteroide, como embriones dentro de un huevo enorme y transparente.
Igualmente Ching sintió un vértigo oceánico al flotar en el «espacio», examinando las imágenes de las estrellas que lo rodeaban, buscando al intruso, quienquiera que fuera. Siempre se sentía más cerca de la Verdad en este lugar, más cerca del Caos. Pasaba muchas horas solo en la sala de observación, contemplando la infinidad del universo, sintiéndolo en su derredor, un enorme océano de Caos primitivo frente al cual e Hombre era insignificante, pero al serlo, se transfiguraba…
Pero el sonido de la sirena le recordó que ése no era momento para la meditación.
—¿Qué es? —dijo en voz alta al espacio—. ¿Han podido determinar su trayectoria?
Una voz surgió de los parlantes ubicados detrás de la pantalla, como si saliera de las mismas estrellas:
—El desconocido ha sido ubicado, Primer Agente.
Un círculo rojo apareció alrededor de un punto luminoso sobre el negro espacio simulado. Entonces pudo ver que un punto rojizo que había tomado por una estrella estaba creciendo, tomando la forma de un disco que se acercaba rápidamente al asteroide. Pero… ¡no venía del lado del Sol, de la Tierra! Venía de afuera, donde se encontraban Saturno o Júpiter. Si la Hegemonía estuviera buscando los cuarteles de la Hermandad, era casi seguro que la nave vendría del lado del Sol, y no de los planetas exteriores…
—¿De dónde viene? —preguntó Ching.
—No estamos seguros, Primer Agente —contestó la voz incorpórea—. De la zona de Plutón, en términos generales, pero hemos reconstituido su trayectoria hasta mucho más allá de la órbita de Plutón, y no se corta con ningún planeta ni satélite. Parece… parece no venir de ninguna parte, a menos que haya hecho movimientos evasivos, o… o provenga del espacio interestelar.
Ching miró fijamente a los que flotaban a su lado, especialmente al Dr. Schneeweiss. El físico, a su vez, tenía los ojos fijos en el objeto que se acercaba al asteroide, cuya forma de disco se veía claramente ahora. Se podía ver cómo el disco crecía segundo a segundo, a medida que se acercaba.
¿Qué tamaño tendrá?, se preguntó Ching. Imposible de calcular, si uno no sabía la distancia.
—¿A qué distancia está? —preguntó.
—Tres kilómetros, Primer Agente —dijo la voz del operador.
—¡Imposible! —exclamó Schneeweiss—. A esa distancia, el objeto no podría tener más de diez metros de diámetro con este aumento de la pantalla. ¡Verifiquen sus cálculos!
Hubo un momento de silencio durante el cual el intruso cambió de rumbo. Y no aumentaba de tamaño: aparentemente había entrado en órbita alrededor del asteroide a una distancia de un kilómetro y medio aproximadamente. El óvalo rojizo pasó por sobre sus cabezas, bajó a sus espaldas y debajo de sus pies, pasando de nuevo delante de ellos, y así otra vez. Una órbita extraordinariamente veloz, pensó Ching, que no se encuadraba dentro de las leyes conocidas de la astrofísica.
—Distancia: 1,3 kilómetros —dijo la voz del oficial del radar—. Lo verificamos dos veces. Es una órbita alrededor del asteroide, a una velocidad increíble. Tiene que tener fuerza motriz propia. Debe de ser una nave.
—¡No puede ser una nave! —insistió Schneeweiss—. ¡Es demasiado pequeño!
—Denos aumento máximo sobre la pantalla —ordenó Ching.
Por un instante vertiginoso, el «espacio» en el cual flotaban pareció esfumarse, y luego la imagen tomó forma nuevamente. Las estrellas lejanas eran todavía puntos luminosos, y la negrura del espacio la misma que antes. Pero… el objeto que orbitaba alrededor del asteroide se veía ahora como una sonda con forma de huevo, metálico y rojizo, de unos doce metros de diámetro, con un anillo de lentes y una serpentina de metal azul en la popa.
—¿Se dan cuenta de lo que es? —gritó Schneeweiss, mientras el huevo metálico seguía girando alrededor de ellos—. Es el mismo tipo de nave que vimos en la película. ¡Debe… debe de haber seguido a nuestra sonda hasta aquí!
—¡Desde Cygnus! —exclamó Felipe—. ¡Desde las estrellas!
—Estamos recibiendo señales por radio —dijo la voz del oficial—. En la banda del hidrógeno.
—La longitud de onda universalmente lógica para un contacto interestelar —exclamó Schneeweiss.
—Retrasmítalo hasta aquí —ordenó Ching.
Siseos y chisporroteos, y luego una pulsación irregular y extraña, una serie de señales y pausas, que se escuchaban mientras la nave roja describía sus órbitas. Ching tuvo la extraña sensación de que la nave los miraba de la misma manera que ellos la observaban, y que podía oírlos del mismo modo que ellos oían sus pulsaciones de radio.
Pip-pip-pip. Pausa. Pip. Pausa. Pip-pip-pip-pip. Pausa. Pip. Pausa. Pip-pip-pip-pip-pip-pip.
Luego una pausa más larga y la secuencia se repetía.
—¿Qué es? —dijo Ching—. Tiene un aire familiar…
—Tres… uno… cuatro… uno… seis… —musitó Schneeweiss—. ¡Claro! ¡Tres, uno, cuatro, uno, seis! —gritó—. ¡Es Pi! El número Pi hasta el cuarto decimal, repetido una y otra vez. ¡La relación entre el perímetro de la circunferencia y su diámetro! ¡Nos está diciendo que comprende nuestra matemática, y que sabe que nuestro sistema numérico es un sistema decimal!
—También nos dice de su existencia inteligente y que sabe que nosotros también somos inteligentes —dijo Ching.
De repente, la sonda ovalada quebró su órbita y comenzó a acelerar rápidamente en dirección a Plutón. El disco disminuyó rápidamente de tamaño a medida que la sonda extraterrestre se alejaba. Ching no tuvo que preguntar para saber que se retiraba en dirección al sistema Cygnus 61.
De repente, cuando todavía era un disco visible, el extraterrestre rojo brilló un instante y luego desapareció.
Quedaron solos, acompañados solamente por las imágenes de los miles de estrellas que llenaban la oscuridad en la cual flotaban.
Pero ya no estaban solos, pensó Ching mientras contemplaba los miles de puntos luminosos, rojos, azules, blancos, amarillos sobre el firmamento. Era como si cada punto luminoso fuera un ojo que lo observara, y sabía que la ilusión no era tan distinta de la realidad. Porque esos puntos luminosos ya no eran cosas muertas Eran las moradas de miles de civilizaciones, hasta donde alcanzaban sus ojos, y más aún, hasta la eternidad sin fin.
Al fin el universo había revelado su verdadero rostro al Hombre, un rostro de un millón de ojos, vasto e infinito, un rostro infinitamente maravilloso y variado…
Robert Ching contempló el rostro del universo.
Y el rostro que le devolvió la mirada, glorioso e infinito, era el rostro del Caos.
Por el solo hecho de luchar para mantener un rincón de entropía social disminuida en un contexto universal hostilmente caótico, el servidor del orden imagina peligros que acechan a cada paso. El servidor del caos no se imagina tales peligros; sabe que existen.
GREGOR MARKOWITZ,
La teoría de la entropía social
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Vestido con un simple guardapolvo gris de Mantenimiento, Boris Johnson estaba parado sobre un cuadrado de césped directamente frente a la entrada del edificio del Ministerio de Custodia de Mercurio. Era el edificio más alto del planeta exceptuando la bóveda ambiental, y su fachada de acero plástico blanco se elevaba casi hasta el vitrolux polarizado de la bóveda. Afuera soplaba el liviano pero corrosivo viento de Mercurio… la muerte instantánea para quienquiera que saliera, y que transformaba a la bóveda en una cárcel mucho más perfecta que cualquiera que la Hegemonía pudiera construir. Ese sector del planeta estaba mirando al Sol, y permanecería así durante los próximos sesenta días, mientras Mercurio completaba su lenta revolución sobre sí mismo casi tan larga como su órbita alrededor del Sol. El rugiente horno solar, tan cercano, podía verse borrosamente a través del vitrolux casi opaco por la polarización. Recordaba a todos, dentro de la bóveda, cuán frágiles e indefensos eran, confinados dentro de su burbuja artificial de seguridad.
El parque donde estaba Johnson era un intento de la Hegemonía de paliar esa sensación amenazante de destrucción, de artificio; esa sensación de encierro que bordeaba la claustrofobia. Aunque medía sólo sesenta metros por setenta, el parque era de césped legitimo, rodeado de una hilera de rubíes. Ambas cosas habían sido traídas de la Tierra y plantadas y cuidadas aquí a un costo enorme. No era un lujo estético, sino una necesidad psicológica para Mercurio, una ilusión bucólica en esa jaula de vitrolux.
El parque estaba repleto de Protegidos. A Johnson le parecía que todos los Protegidos que no tenían otra ocupación, en ese momento, en otra parte de la bóveda, estaban amontonados en ese espacio verde, tratando de olvidarse por un instante de que estaban atrapados en una jaula sobre el planeta más hostil del Sistema Solar, con excepción, quizá, de los grandes planetas gaseosos.
Mejor así, pensó Johnson mientras tanteaba la pistola láser en uno de sus bolsillos y la cápsula de gas en el otro. Había unos trescientos Protegidos paseando por el parque, y casi ciento cincuenta eran agentes de la Liga, comprometidos a arriesgar sus vidas en el ataque frontal de distracción sobre el edificio del Ministerio, con el objetivo de forzar al Consejo Hegemónico a cerrar herméticamente la Sala de Reuniones, y así tornarse vulnerable al verdadero ataque desde dentro del Ministerio. Media hora antes había habido unos cincuenta agentes más en el parque, hombres que habían ido voluntariamente hacía una muerte segura.
Las anchas escalinatas de plastomármol que conducían hasta el Ministerio estaban ocupadas por Protegidos que iban y venían constantemente, pues el Ministerio era el edificio de mas movimiento en todo Mercurio, con cientos de Protegidos que acudían diariamente para uno u otro trámite: obtención de pases de viajeros, permisos de trabajo, autorizaciones de domicilio y una serie de diligencias burocráticas que engalanaban la vida del Protegido de la Hegemonía desde su nacimiento hasta su muerte.
Era tarea fácil para los cincuenta agentes entrar en el edificio durante un periodo de media hora, uno por uno, mezclados entre docenas de Protegidos inocentes. En ese momento entraba otro agente, Guilder, uno de los seis que Johnson había escogido para el asalto contra la sala de bombeo una vez que los ataques de distracción hubieran comenzado.
Mientras los agentes ubicados en la cuadra atacaban al Ministerio desde afuera, los cincuenta agentes que estaban dentro del edificio sacrificarían sus vidas a las Cápsulas mortales, atacando los pasillos que rodeaban la Sala de Reuniones (segunda maniobra de distracción).
Boris Johnson no sentía ningún placer en mandar a cincuenta hombres a una muerte segura, y había mantenido en secreto esta parte del plan salvo ante quienes era absolutamente necesario que lo supieran; pero había que jugarse el todo por el todo, sin miramientos El ataque desde el exterior del edificio era tan evidentemente sin sentido que el Consejo y los Custodios seguramente lo tomarían por lo que era, una maniobra distractiva, y se mantendrían alerta a la espera del segundo y verdadero ataque. Tomarían el sacrificio de los cincuenta hombres en el sector de la Sala de Reuniones como el intento real de asesinato, y se concentrarían sobre eso.
No era probable que descubrieran que ésa también era una maniobra de distracción, y descubrirían el atentado real cuando ya fuese demasiado tarde…
Cincuenta hombres pagarían con sus vidas el precio de la destrucción del Consejo Hegemónico, pero Boris Johnson, aunque sentía pesar, no sentía culpa. Como todos los que estaban involucrados en esta misión, esos hombres eran voluntarios y sabían exactamente lo que estaban haciendo.
Además, Johnson no tenía ilusiones acerca de sus propias posibilidades de sobrevivir. Sería posible entrar en la sala de bombeo y asesinar al Consejo, pero después de eso… la fuga era poco menos que imposible.