—Así que Johnson planea asesinar al Consejo con gas venenoso a través de sus conductos de aire —continuó Duntov—. El agente de la Liga que trabaja en la sala de bombeo les franqueará la entrada. Probablemente el éxito les cueste la vida, pues el plan no parece tener recursos para la fuga, pero… Boris en general no piensa con tanta anticipación de modo que si lo ha considerado quizás esté dispuesto a hacer el sacrificio.
—¿Qué piensa de todo esto, Primer Agente? —dijo el Hermano Felipe.
—Si, Primer Agente, ¿cuál es su opinión?
Los Agentes Principales miraron a Ching, esperando que hablara. Pero cuando Ching habló, se dirigió a Duntov sonriendo con suavidad y mirándolo fijamente con sus ojos calmos aunque penetrantes. Duntov se sintió a la vez nervioso y reconfortado.
—¿Qué piensa usted, Hermano Duntov? —preguntó Ching—. Usted estaba allí y conoce a Boris Johnson.
—¿Qué… pienso de qué, señor? —tartamudeó Duntov.
—Del plan de Johnson, para empezar —dijo Ching.
Duntov se preguntó qué pensaba realmente del plan y comenzó a pensar en voz alta.
—Bueno, es un plan complicado, a decir verdad. Atacando el Ministerio desde afuera logran que el Consejo cierre la Sala herméticamente… Eso resultará. Si tienen mucho cuidado, y mucha suerte, podrán lograr infiltrar una medía docena de agentes hasta la puerta de la sala de bombeo en el momento, justo sin despertar sospechas. No será fácil, pero la Liga tiene bastante experiencia en este tipo de cosas… Una vez dentro de la sala de bombeo, contarían con la sorpresa y podrían eliminar a los Custodios sin problemas… Después de eso asesinar al Consejo sería un juego de niños. Por supuesto, el factor clave es entrar en la sala de bombeo en cinco segundos, antes que salten las Cápsulas del pasillo. Si eso es factible, el plan es viable. Y tienen un agente en la sala de bombeo.
—Bien… —dijo Ching—. Un análisis excelente, Hermano Duntov. ¿Pueden percibir sus implicaciones, Hermanos?
Duntov notó que los Agentes Principales miraban a Ching con la misma expresión de incomprensión que tenía él mismo.
Ching rió.
—Pues es así —dijo—: La vida de los Consejeros Hegemónicos está en juego. La Liga Democrática arriesga hasta su existencia. Hay cientos de hombres involucrados… Y la muerte de todo el Consejo si el atentado tiene éxito, o la destrucción de la Liga Democrática si fracasa. Todo este plan, cientos de vidas, dependen de un solo hombre. ¡Un solo hombre!
De repente Duntov se dio cuenta. Era obvio. Todo terminaba en Jeremy Daid, ¡el hombre de la sala de bombeo!
—El agente de la Liga en la sala de bombeo… —musitó.
—Exactamente —dijo Ching—. Vean ustedes… Si este Daid logra introducir a Johnson y sus hombres en la sala de bombeo el Consejo Hegemónico está condenado. Si fracasa, el Consejo sobrevive y la Liga Democrática es la condenada. Todo por un hombre. ¿Qué les sugiere esto, Hermanos?
—¡La Mano del Caos! —exclamó Smith—. ¡El Azar Perfecto! El destino, tanto del Consejo, con su Orden y sus recursos y el de la Liga, con su planificación cuidadosa, dependen de un hombre, quien a su vez es un mero peón en el juego. ¡Es el Caos completo!
Ching sonrió.
—Creo que no es así —dijo—. Tengan en cuenta a la Hegemonía, tan Ordenada, con sus dispositivos de seguridad casi paranoicos. ¿No les parece extraño que el Consejo Hegemónico se reúna en el único planeta donde la Liga tiene un agente, en el único lugar donde eso le permitiría asesinar al Consejo? ¿No les parece extraño que la Hegemonía, con sus Custodios, sus guardias, sus psicoinvestigaciones y su obsesión por la seguridad no haya descubierto a un agente de la Liga en semejante lugar clave? Cuando hay tantos Factores Fortuitos que coinciden, uno debe empezar a sospechar de lo Fortuito de todo el asunto, y entrever la mano del Orden detrás de la fachada del Caos aparente…
—¿Qué está insinuando, Primer Agente? —preguntó el Hermano Felipe.
—Lo siguiente —dijo Ching—: ¿Qué señuelo más irresistible puede haber para la Liga que el propio Consejo? Un señuelo tan irresistible que hasta al inocente Sr. Johnson le parecería una trampa, si no fuera por la ventaja secreta que piensa tener: un agente en la sala de bombeo. Pero ¿para quién constituye una ventaja Jeremy Daid? Para la Liga si el Consejo ignora su vinculación con ella; pero si el Consejo lo sabe, estaría usando a Jeremy Daid como parte del señuelo…
—¡Pero claro! —exclamó Duntov—. ¡Ya me parecía que era una trampa!
—Creo que podemos suponerlo sin temor a equivocarnos —asintió Ching—. Aunque no tenemos forma de saber los detalles de la trampa en sí. Pero eso no es importante, pues podemos suponer que el plan del Consejo, sea cual fuera, tendrá éxito. En este tipo de asuntos Vladimir Khustov supera ampliamente a Boris Johnson. La pregunta que debemos contestar es, ¿cuál será nuestro curso de acción?
—Quizá ninguno —sugirió N'gana—. La Liga es superficialmente una enemiga de la Hegemonía, peto si analizamos sus actos en el marco de la dinámica social de la Teoría de la Entropía Social, nos damos cuenta de que, lejos de constituir un verdadero Factor Fortuito que aumenta la Entropía Social, es en realidad un factor predecible —la «Oposición Desleal»— y por lo tanto disminuye la Entropía Social. ¿Por qué no permitir que la Liga sea destruida por la Hegemonía? Deberíamos alegrarnos ante su desaparición, sobre todo con un desarrollo tan avanzado del Proyecto Prometeo.
—Es un punto que hay que tener en cuenta —dijo Ching—. Sí… la Liga debe desaparecer pronto, y este momento es tan bueno como cualquier otro. Pero no creo que deba resultar de un plan exitoso de la Hegemonía. Eso aumentaría el Orden. Además, aunque deseo ver la eliminación de la Liga como Factor Social, no deseo la muerte de Boris Johnson.
—¿Desde cuándo esa debilidad, Primer Agente? —se quejó N'gana—. ¡Empiezo a creer que siente cierto afecto por Johnson!
Ching sonrió.
—¿Por qué no? —dijo—. Lo admito. Se mueve a tientas e ignora hasta la naturaleza de esa Democracia que dice defender. Ni siquiera tiene la Teoría de la Entropía Social para reasegurarlo de la caída final de la Hegemonía. La historia de la Liga Democrática es un catálogo de fracasos, pero sigue luchando. La valentía ciega es, después de todo, un Factor Fortuito, al igual que el heroísmo. Podríamos decir que la necedad también lo es y, paradójicamente, Johnson es una fuente de las tres cosas. Pero por encima de todo esto, el hombre está de nuestro lado. Ambos luchamos por un mismo fin: la destrucción de la Hegemonía y la libertad del Hombre. A pesar de sus defectos, ¿no merece algo mejor que una muerte a manos de la Hegemonía?
El Hermano Felipe rió.
—En el fondo creo que todo ese razonamiento no es más que una emoción racionalizada, Primer Agente —dijo sin agresividad—. Apela a Markowitz simplemente para justificar su deseo emocional de salvar a Boris Johnson.
Ching volvió a sonreír y se encogió de hombros.
—Acepto la acusación —dijo—. Pero ¿acaso la emoción no es en sí misma un Factor Fortuito? ¿Si salvamos a Johnson sin razones lógicas de ningún tipo, no somos fieles al Caos? Tengan en cuenta que no propongo salvar a la Liga, sino sólo a Johnson. La Liga debe ser destruida, pero no por la Hegemonía. Debemos interponernos entre el Consejo y la Liga. Primero salvaremos a la Liga del Consejo de tal modo que resulte claro que lo hacemos nosotros. Quizás lo mejor sea tener a ambos a nuestra merced, para elegir a quién salvamos y a quién destruimos. Esta será nuestra prerrogativa… ¡Y además, hay una forma en la cual podemos destruir salvando!
—Supongo que está elaborando un plan, Primer Agente —dijo el Hermano Felipe.
—¡Así es! —reconoció Ching—. Y será la cosa más caótica que jamás hayamos hecho. Markowitz se divertiría mucho. A decir verdad, no podríamos hacer nada más Caótico, salvo el Acto Caótico Final.
Arkady Duntov miró alrededor de la mesa. Los Agentes Principales asentían con la cabeza. Aunque no conocían el plan, tenían confianza en Ching. Y Duntov, aun más ignorante que los demás, se encontró asintiendo también…
—Hermano Duntov —dijo Ching volviéndose hacía él—. Creo que ha llegado el momento de romper su relación con la Liga Democrática. Creo que es justo que usted comande nuestra pequeña expedición a Mercurio. Ha servido al Caos en secreto, Arkady Duntov, y lo ha servido bien. Ha llegado el momento de que sirva al Caos en forma directa. Tengo planes para usted, Hermano Duntov… Planes tan grandes como la Galaxia misma.
Duntov quedó mudo y sólo atinó a asentir torpemente con la cabeza. Se sentía exaltado por la visión de aquello que servía con fe y que siempre serviría con fe. Ahora, de algún modo recibiría su premio.
Pero la sensación era amarga y dulce a la vez. Esa fe que tenía en lo desconocido, ¿se vería afirmada o debilitada por el contacto más íntimo con los hombres que estaban más cerca del Caos que él?
Si un hombre te pregunta dónde puede ser detectado por los sentidos humanos este caos del cual hablas, sácalo afuera una noche y muéstrale las estrellas, pues en el firmamento infinito brilla el rostro del caos.
GREGOR MARKOWITZ,
Caos y cultura
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Hacia el sudoeste, muchos kilómetros más allá de lo que alguna vez había sido Newark, el entorno de la Gran Nueva York era una extensión casi infinita de edificaciones bajas y enormes, con techos de vidrio. Kilómetro tras kilómetro de invernaderos hidropónicos cubrían las llanuras de Nueva Jersey como un inmenso y refulgente espejo.
Lo único que estaba ocupado por seres humanos era la cinta expreso de la calzada móvil, que cruzaba la planicie de vidrio, recta como una flecha sobre sus pilares. Al final de esta cinta estaba el espaciopuerto de la ciudad, cuyo uso era poco fomentado por la Hegemonía; el sistema de pases y el rígido control producían el efecto contrario.
Boris Johnson viajaba sobre esa cinta expreso, entrecerrando los ojos, cuando los haces de la luz solar reflejados por los vidrios golpearon su rostro y lo encandilaron. La cinta lo transportaba hacía el espaciopuerto a unos cincuenta kilómetros por hora. Su equipaje ya había sido despachado, pero los tres elementos más importantes viajaban con él, distribuidos sobre su persona.
En el tacón hueco de su zapato izquierdo había una cápsula de gas venenoso concentrado. Una pistola láser desarmada estaba distribuida por todo su cuerpo —algunas piezas cosidas dentro de la ropa, otras ocultas en el tacón de un zapato, y otras temerariamente puestas en sus calzoncillos.
Pero ninguno de los dos elementos sería usado jamás si no lograba pasar los controles de los Custodios con dos al menos, de los tres juegos de papeles de identidad falsos que portaba.
Había estado viviendo en el Gran Nueva York bajo el nombre de «Michael Olinsky», técnico de televisión. Era una identidad de condición humilde que no llamaba demasiado la atención, es decir del tipo preferido por la Liga.
Pero «Olinsky» no tenía razones valederas para viajar a Mercurio, al menos a los ojos de los Custodios. Por esta razón, el taller de falsificación de Mason había producido un segundo juego de papeles a nombre de «Daniel Lovarin», representante de Tectrónica Unida con pase de viaje a Mercurio, con el justificativo ostensible de evaluar las perspectivas de instalar una fábrica de calculadoras de oficina en ese planeta. Era una excelente excusa, ya que la Hegemonía estaba ansiosa de atraer a la industria a la bóveda de Mercurio, que todavía era bastante cuestionada.
Una vez en Mercurio, «Lovarin» desaparecería, y Johnson se transformaría en «Yuri Smith», operario de Mantenimiento del Ministerio de Custodia. Si el atentado tenía éxito y lograba escapar, volvería a la Tierra con documentos a nombre de «Harrison Ortega», un hombre de Mercurio, dedicado a la publicidad, que viajaba a la Tierra para organizar una campaña destinada a atraer más Protegidos a ese planeta. Esto es, otra razón para viajar altamente preciada por la Hegemonía.
Johnson sonrió al tantear los papeles de «Lovarin» en su bolsillo. A veces era difícil no mezclar las identidades y recordar quién era en cada puesto de control. Pero el cambio constante de identidades era esencial. «Lovarin» podía viajar a Mercurio, «Smith» tenía derecho a estar en el Ministerio, «Ortega» estaba autorizado a viajar a la Tierra. Si un solo «hombre» tuviera en su poder papeles que lo autorizaran a las tres cosas, sería muy sospechoso. Normalmente los Custodios revisaban los papeles para verificar si la descripción y la fotografía eran las del portador. A veces comparaban las conformaciones de la retina con las que figuraban en los papeles, pero los papeles resistían todos esos exámenes. Pero si se encontraban con algo inesperado, los Custodios controlaban los papeles con la información del Custodio Maestro. En ese caso se darían cuenta de que eran falsos y de que el «hombre» para el cual estaban hechos no existía. Por estas razones era más seguro portar varios juegos de papeles comunes que un solo juego con demasiados pases adjuntos.
Johnson vio que el brillo de los invernaderos desaparecía a la distancia delante de él. Estaba acercándose rápidamente a enorme pista de cemento del espaciopuerto, con su edificio terminal chato en un extremo. Dentro de poco estaría en camino a Mercurio… o a la tumba.
A pesar de todo, esto último no era muy probable. Todo había salido mucho mejor de lo que esperaba. La Liga Democrática nunca había intentado trasladar más de unas docenas de agentes entre un planeta y otro, pero esta vez habían enviado a doscientos hombres a Mercurio en menos de dos meses. El departamento de falsificaciones había trabajado día y noche para tener listos los papeles, y Johnson había calculado fríamente que perderían aproximadamente una docena de agentes en el traslado. Se basaba en los casos probables de control verificado por el Custodio Maestro. Mientras fueran pocos los agentes apresados, no despertaría sospechas. Johnson esperaba perder algunos hombres y había ajustado sus planes a esa eventualidad.
Pero hasta ese momento, más de ciento cincuenta agentes de la Liga habían abandonado la Tierra rumbo a Mercurio, y extrañamente ni una solo había sido aprehendido. Eran los mejores, también, pues todos querían participar en este asunto, y Johnson pensaba que su deber hacia los cuadros de la Liga era asignar los puestos a aquellos que se lo merecieran por su hoja de servicios. Era un golpe fantástico de suerte que ninguno de estos hombres, mucho de los cuales ocupaban lugares prominentes en la lista de Enemigos Hegemónicos, hubiera sido detectado. «¡Vaya!», pensó. «La Liga ha tenido tanta mala suerte desde su fundación, que ya era hora de que se emparejaran las cosas».