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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (60 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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El almirante Clayton se volvió hacia Schofield a cuarenta y cinco metros de distancia.

—Intentando destrozar pruebas, ¿teniente?

El almirante cogió la carga del hombre, giró la anilla presurizada y con toda tranquilidad la desactivó.

Clayton sonrió a Schofield.

—Espantapájaros —le gritó—, necesitará algo más para batirme.

Schofield se limitó a mirar a Clayton, que seguía junto al
Silhouette
.

—Lamento lo de la cubierta de vuelo —dijo Schofield sin alterar la voz.

Tras él, Jack Walsh dijo:

—¿Qué?

—He dicho que lamento lo de la cubierta de vuelo, señor —repitió Schofield.

En ese momento se produjo un agudo silbido. Y entonces, antes de que nadie supiera qué estaba ocurriendo, el silbido se tornó en alarido y, a continuación, cual rayo enviado por el Señor, el sexto y último misil del
Silhouette
llegó volando del cielo e impactó en el avión a más de cuatrocientos ochenta kilómetros hora.

El enorme caza negro estalló en mil pedazos al instante. Todos los que se encontraban en el interior o cerca del avión murieron al momento. Los tanques de combustible del avión estallaron a continuación, provocando que una enorme bola de fuego líquido saliera disparada del avión destrozado. La bola de fuego se extendió por la cubierta y engulló al almirante Clayton. El calor era tan abrasador que arrancó la piel de su rostro.

El almirante Thomas Clayton murió antes de caer al suelo.

Shane Schofield se encontraba en el puente del
Wasp
mientras este surcaba el océano Antártico en dirección este, hacia el sol de la mañana. Tomó un sorbo de una taza de café con las palabras «Taza del capitán» escritas en ella. El café estaba caliente.

Jack Walsh llegó al puente y le ofreció un nuevo par de gafas de sol plateadas. Schofield las cogió y se las puso.

Habían transcurrido tres horas desde que el
Silhouette
fuera destrozado por uno de sus propios misiles.

Gant había sido llevada a la enfermería, donde su estado había empeorado. Había perdido mucha sangre. Desde hacía media hora se hallaba en coma.

Renshaw y Kirsty se encontraban en el camarote de Walsh, durmiendo profundamente.
Wendy
estaba jugando en una piscina de preparación para buceo situada bajo la cubierta.

Schofield se había dado una ducha muy caliente y se había puesto un chándal. Un ayudante médico había tratado sus heridas y le había colocado la costilla rota. Había dicho que Schofield necesitaría más tratamientos cuando regresara a los Estados Unidos, pero que, con unos analgésicos, estaría bien por el momento.

Una vez el ayudante médico hubo finalizado, Schofield había vuelto junto a Gant. Solo había subido al puente cuando Walsh lo había llamado para que fuera.

Cuando llegó allí, Walsh le dijo que el
Wasp
acababa de recibir una transmisión de la estación McMurdo. Al parecer, un aerodeslizador marine en un estado lamentable acababa de llegar allí. En su interior se encontraban cinco personas (un marine y cuatro científicos) que afirmaban llegar de la estación polar Wilkes.

Schofield movió la cabeza y sonrió. Quitapenas había conseguido llegar a McMurdo.

Fue entonces cuando Walsh le pidió que le hiciera un resumen de los acontecimientos que habían tenido lugar durante las veinticuatro horas previas. Schofield le contó todo: le habló de los franceses y los británicos, del
GCI
y del
Silhouette
. Incluso le contó a Walsh la ayuda que había recibido de un marine muerto llamado Andrew Trent.

Cuando Schofield terminó de contarle su historia, Walsh permaneció unos instantes en silencio, atónito. Schofield entonces tomó otro sorbo de la taza y miró por la popa, a través de las ventanas panorámicas e inclinadas del puente de mando. Vio el enorme socavón de la popa de la cubierta de vuelo, ahí donde el misil había impactado en el
Silhouette
. Del agujero sobresalían fragmentos de metal, cables y alambres.

Obviamente, Walsh había aceptado la disculpa de Schofield por los daños causados a la cubierta. Lo cierto es que nunca le había gustado el almirante Clayton. El muy cretino había asumido el mando del barco de Walsh, y a ningún patrón le gustaba eso. Y posteriormente, tras haber escuchado las experiencias de Schofield con el
GCI
en la estación polar Wilkes, no sintió lástima alguna por Clayton y sus esbirros del
GCI
.

Mientras permanecía allí, mirando el socavón de la cubierta de vuelo, Schofield comenzó a pensar de nuevo en la misión, en los marines que habían caído, en los amigos que había perdido en aquella campaña estúpida.

—Capitán —dijo un joven alférez. Walsh y Schofield se giraron a la vez. El alférez se hallaba sentado en una mesa iluminada en el interior de la sala de comunicaciones contigua al puente—. Estoy recibiendo algo muy extraño.

—¿De qué se trata? —dijo Walsh. Schofield y él se acercaron.

El alférez dijo:

—Parece tratarse de la señal de un transpondedor
GPS
que proviene de la costa de la Antártida. Está emitiendo una señal de código de marine válida.

Schofield observó la mesa del alférez. Tenía un mapa generado por ordenador. En la costa de la Antártida (más concretamente fuera de la costa) había un punto rojo parpadeante. Un número parpadeaba junto a él: 05.

Schofield frunció el ceño. Recordaba haber activado su dispositivo de Sistema de posicionamiento global cuando Renshaw y él se habían quedado aislados en el iceberg. El código de su transpondedor
GPS
era 01, puesto que él era el oficial al mando de la unidad. El de Serpiente era 02 y el de Libro 03. A continuación los números se incrementaban por orden de jerarquía.

Schofield intentó recordar quién era 05.

—Joder —dijo cuando cayó en la cuenta—. ¡Madre!

El
Wasp
siguió navegando en dirección al sol naciente.

Tan pronto como Schofield hubo caído en la cuenta de a quién pertenecía la señal de
GPS
, Jack Walsh había contactado con McMurdo. Los marines de allí (marines de confianza) habían enviado una patrullera para que recogiera a Madre.

Un día entero después, cuando el
Wasp
se hallaba ya en el océano Pacífico, Schofield recibió una comunicación de la patrullera. Habían encontrado a Madre en un iceberg, junto a la destrozada línea costera de la masa continental. Al parecer, la tripulación de la patrullera (todos ellos ataviados con trajes herméticos contra las radiaciones) la había encontrado en el interior de una antigua estación, una estación enterrada dentro del iceberg.

El patrón de la patrullera le dijo que Madre sufría una hipotermia severa y síndrome de radiación por la lluvia radiactiva y que estaban a punto de sedarla.

Fue entonces cuando escuchó una voz al otro lado de la línea. La voz de una mujer que gritaba fuera de sí.

—¿Es él? ¿Es Espantapájaros?

Madre habló con él.

Tras ciertos comentarios un tanto obscenos, le contó a Schofield cómo se había escondido en el foso del montacargas y había perdido el conocimiento. A continuación le relató cómo se había despertado por los disparos de los
SEAL
. cuando estos habían accedido a la estación polar Wilkes. Minutos después, había escuchado cada palabra de la conversación que Schofield había tenido con Romeo, en la que le decía que un misil nuclear se acercaba a Wilkes.

Y, por ello, se había arrastrado fuera del foso del ascensor (mientras los
SEAL
seguían dentro de la estación) y se había dirigido al tanque, cogiendo en el camino unas cuantas bolsas de fluido del almacén. Al llegar a la cubierta del nivel E, había visto el viejo traje de buceo que Renshaw había cogido en Little America IV, el traje que tenía un cable atado alrededor.

Un cable de acero que le había conducido (con la ayuda de uno de los trineos marinos de los británicos) a la estación Little America IV, a kilómetro y medio de la costa.

Schofield estaba impresionado. Felicitó a Madre y se despidió de ella diciéndole que la vería en Pearl. Mientras Schofield oía como se la llevaban para sedarla, le escuchó gritar:

—¡Y recuerdo que me besó! ¡Será salido!

Schofield rompió a reír.

Cinco días después, el
USS
Wasp
llegó a Pearl Harbor, en Hawái.

En el muelle los esperaba una miríada de cámaras de televisión. Dos días antes, un vuelo chárter que sobrevolaba el océano Pacífico había visto al
Wasp
y su cubierta de vuelo destrozada. Uno de los pilotos lo había grabado con su videocámara. Los telediarios de todos los canales habían emitido las imágenes y ahora estaban deseosos por averiguar qué le había ocurrido a ese enorme buque.

En la parte superior de la pasarela, Schofield observó cómo dos guardiamarinas se llevaban a Gant en una camilla. Seguía en coma. Iban a llevarla a un hospital militar cercano.

Renshaw y Kirsty se reunieron con Schofield en la parte superior de la pasarela.

—¡Hola! —dijo Schofield.

—¡Hola! —dijo Kirsty. Estaba cogida de la mano de Renshaw.

Renshaw imitó pésimamente la voz de Marlon Brando.

—¿Quién lo hubiese dicho? Soy el Padrino.

Schofield se echó a reír.

Kirsty se giró.

—Eh, ¿dónde está…?

En ese momento,
Wendy
salió de una puerta cercana. Se colocó junto a Schofield y comenzó a hocicarle la mano. El pequeño lobo marino estaba empapado de la cola a la cabeza.

—Veo que le ha cogido el gusto a la piscina de preparación de buceo del buque —dijo Renshaw.

—Sí, eso parece —dijo Schofield y le dio a
Wendy
una palmadita tras las orejas.
Wendy
se pavoneó y a continuación se tiró a la cubierta y se puso boca arriba. Schofield negó con la cabeza mientras se ponía de cuclillas y le daba una rápida palmadita en la tripa.

—El capitán ha dicho incluso que puede quedarse aquí hasta que encontremos un lugar donde pueda vivir —dijo Kirsty.

—Bien —dijo Schofield—. Creo que es lo menos que podemos hacer.

Le dio a
Wendy
una última palmadita y la pequeña foca se incorporó y se alejó en dirección a su piscina favorita.

Schofield se puso en pie y se volvió para mirar a Renshaw.

—Señor Renshaw, tengo una pregunta que hacerle.

—¿Cuál?

—¿A qué hora bajó la gente de su estación a la cueva?

—¿Que a qué hora?

—Sí, la hora —dijo Schofield—. ¿Era de día o de noche?

—Ehhh
—dijo Renshaw—. Creo que de noche. Me parece que sobre las nueve.

Schofield comenzó a asentir con la cabeza.

—¿Por qué? —dijo Renshaw.

—Creo que sé por qué nos atacaron los elefantes.

—¿Por qué?

—¿Recuerda que le dije que el único grupo de buzos que se había acercado sin problemas a la caverna había sido el grupo de Gant?

—Sí.

—¿Y que dije que se había debido a que habían utilizado un equipo de compresión de baja audibilidad?

Renshaw dijo:

—Sí, al igual que nosotros. Y, si no recuerdo mal, los elefantes marinos nos atacaron igualmente.

Schofield esbozó una sonrisa torcida.

—Sí, lo sé. Pero creo que sé a qué se debió. Buceamos de noche.

—¿De noche?

—Sí, al igual que su gente y los hombres de Barnaby. Su gente lo hizo sobre las nueve. Barnaby alrededor de las 8.00 p.m. El equipo de Gant, sin embargo, bajó a las dos de la tarde. Fue el único equipo de buzos que bajó a la caverna por el día.

Renshaw asimiló lo que Schofield estaba diciendo.

—¿Cree que esos elefantes marinos son diurnos?

—Creo que hay una buena posibilidad —dijo Schofield.

Renshaw asintió lentamente. Era bastante común entre animales inusitadamente agresivos o venenosos que actuaran de acuerdo a lo que se conocía como un ciclo diurno. Un ciclo diurno era esencialmente un ciclo de doce horas de pasividad y agresividad (el animal era pasivo por el día y agresivo por la noche).

—Me alegro de que haya llegado a esa deducción —dijo Renshaw—. Lo tendré en cuenta la próxima vez que caiga a un nido de elefantes marinos afectados por radiación nuclear que quieran defender su territorio.

Schofield sonrió. Los tres descendieron por la pasarela. Al final de esta fueron recibidos por un sargento marine de mediana edad.

—Teniente Schofield —el sargento saludó a Schofield—. Tiene un coche esperándole, señor.

—Sargento, no voy a ninguna parte salvo al hospital, para comprobar el estado de la cabo lancero Gant. Si alguien desea que vaya a otra parte, no iré.

—No hay problema, señor. —El sargento sonrió—. Mis órdenes son llevarles al señor Renshaw, a la señorita Hensleigh y a usted a donde quieran ir.

Schofield asintió y miró a Renshaw y a Kirsty. Ellos se encogieron de hombros.

—Me parece bien —dijo Schofield—. Llévenos hasta el coche.

El sargento los condujo hasta un Buick azul marino con los cristales tintados. Abrió la puerta del coche y Schofield entró.

Cuando Schofield fue a sentarse vio que en el asiento trasero ya había un hombre.

Schofield se quedó helado cuando vio que ese hombre llevaba una pistola en la mano.

—Siéntese, Espantapájaros —dijo el sargento mayor Charles
Chuck
Kozlowski mientras Schofield se sentaba en el asiento trasero del Buick. Renshaw y Kirsty entraron tras Schofield. Kirsty dejó escapar un grito ahogado cuando vio el arma.

Kozlowski era un hombre menudo con la cabeza rapada al cero, y oscuras y gruesas cejas. Llevaba el uniforme de día color caqui de los marines.

El sargento se sentó en el asiento del conductor y arrancó el coche.

—Lo lamento muchísimo, Espantapájaros —dijo el suboficial con el rango más alto del Cuerpo de los Marines—. Pero sus amigos y usted son un cabo que no puedo dejar suelto.

—¿Y eso qué quiere decir? —dijo Schofield con exasperación.

—Ya conoce al
GCI
.

Schofield dijo:

—Hablé a Jack Walsh del
GCI
. ¿También piensan matarle a él?

—Quizá no inmediatamente —dijo Kozlowski—. Pero con el tiempo, sí. Usted, por otro lado, representa una amenaza más inmediata. No estaría bien que fuese con todo esto a la prensa, ¿verdad? Sin duda averiguarían lo que ocurrió en la estación polar Wilkes, pero los medios reflejarán lo que les diga el
GCI
, no lo que les diga usted.

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