Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos (3 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos
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—Si vamos por los jardines perderemos el elemento sorpresa —dijo por fin Qui-Gon—. Recuerda esto, padawan: cuando uno está en inferioridad numérica, el factor sorpresa es tu mejor aliado. Probaremos a ir por el barranco.

Los disparos láser hacían un ruido metálico al chocar contra las máquinas, y Qui-Gon miró preocupado el tanque de gas.

—Creo que es el momento oportuno para que nos vayamos. Recuerda que tenemos una línea de arbustos justo al principio de la cuesta del otro lado. Intenta que tu salto sea lo más amplio que puedas.

Qui-Gon llamó a la Fuerza. Siempre estaba allí, lista para entrar en acción. Era su compañía, al igual que Obi-Wan. Imaginó el salto que necesitaba. Nada era imposible cuando la Fuerza estaba cerca. Su cuerpo sería capaz de hacer lo que fuera necesario.

Caminaron hacia atrás para coger impulso. Después corrieron, dieron tres pasos rápidamente e iniciaron el salto. Superaron la pared sin dificultad, y la Fuerza y el impulso los lanzó al vacío y les hizo caer al fondo del barranco.

Qui-Gon sintió el suelo pantanoso moviéndose debajo de sus pies cuando cayó, pero no fue absorbido por él. Obi-Wan cayó suavemente, muy cerca de su Maestro.

—Corre, padawan —le instó Qui-Gon.

El barro se pegaba a sus botas, dificultando su camino, mientras iban dando la vuelta al acantilado. Podían oír el sonido de los disparos y el de una granada de protones al explotar. Qui-Gon se giró. La granada había caído cerca del lugar donde ellos habían estado encerrados. Si acertaban directamente en el tanque de combustible sería de ayuda para camuflar aún más su ataque sorpresa.

Al fin llegaron al otro lado del acantilado. Era una subida rocosa, pero allí, al menos, el suelo era firme.

Obi-Wan se movía a su lado rápidamente y sin dar muestras de estar cansado; era su fuerza física potenciada por su fuerza mental. Qui-Gon sabía que, con el paso del tiempo, Obi-Wan adquiriría elegancia.

Redujeron la velocidad de su marcha a medida que se iban acercando a la cumbre de la colina. El factor sorpresa no era una simple ayuda, era completamente necesario. No tenían ni idea de cuántos francotiradores iban a encontrar allí.

Cuando estuvieron muy cerca de la cumbre, Qui-Gon hizo una señal, y ambos se echaron al suelo y comenzaron a reptar. Qui-Gon guió a Obi-Wan hacia un grupo de rocas situado en el borde de la colina y que les serviría de refugio.

Había cuatro francotiradores alineados en el pico de la colina, tirados en el suelo y apuntando con sus armas al mausoleo.
No muy complicado para un Jedi
, pensó Qui-Gon.

En silencio, sacó su sable láser. Obi-Wan le imitó. A un gesto de Qui-Gon, ambos se levantaron, activando sus armas. Se acercaron en silencio a sus atacantes.

Qui-Gon se encaró con el que parecía más fuerte y grande, y Obi-Wan atacó al francotirador que estaba a punto de dispararles. Con un simple movimiento de su sable láser, Obi-Wan partió por la mitad el rifle de su rival.

Qui-Gon golpeó el arma del atacante más grande, y el rifle salió volando de su mano. El francotirador se revolvió para esquivar el siguiente golpe y dio una patada a Qui-Gon. El golpe le alcanzó, sorprendiéndole. También se sorprendió de que el tirador sólo tuviese un brazo.

Un tercer francotirador se abalanzó sobre Qui-Gon con una vibrocuchilla. Qui-Gon se desplazó rápidamente hacia su izquierda para evitar el filo del arma, a la vez que intentaba desarmar a su atacante con el sable láser. Obi-Wan, por su parte, se dirigió al cuarto francotirador y, de una patada, tiró su arma terraplén abajo.

Qui-Gon saltó hacia atrás cuando el francotirador que sólo tenía un brazo sacó un arma que llevaba enfundada en la cadera. El disparo casi le acierta. El segundo enemigo, que había perdido su cuchilla, tiró a Qui-Gon una granada de protones. El Jedi la esquivó, y la granada se perdió por el precipicio.

Qui-Gon estaba intentando desarmar a su oponente cuando se sintió sacudido por una enorme explosión. La granada había alcanzado el tanque de combustible. Qui-Gon sintió que el aire que lo envolvía parecía una pared de fuego. Sus reflejos de Jedi le hicieron reaccionar con rapidez. Obi-Wan estaba igualmente prevenido, pero el cuarto atacante perdió el equilibrio y empezó a balancearse sobre el borde del acantilado. Se agarró a una raíz gracias a la cual, y con dificultad, consiguió salvarse de la caída. Obi-Wan se dirigió hacia él con su arma preparada, por si tenía que defenderse.

El adversario de Qui-Gon mantenía su arma lista para disparar. Era un poco más viejo que Qui-Gon. Debajo de su armadura se dejaba entrever un cuerpo fuerte y atlético. Una de sus mejillas tenía la carne dañada. Qui-Gon supuso que habría sido herido hace poco y que todavía no había tenido tiempo de recuperarse.

Los ojos del hombre se fijaron en el arma de Qui-Gon, luego se echó a reír.

—¿Es ése el famoso sable láser del que tanto he oído hablar?

Sorprendidos por la conversación que estaba manteniendo con el enemigo que trataba desesperadamente de matarle, Qui-Gon asintió.

El hombre esbozó una amplia sonrisa.

—¡Sois Jedi! ¡Pensábamos que erais Daan!

Qui-Gon no bajó la guardia.

El hombre puso su arma a un lado de su cuerpo.

—Relájate, Jedi. Por la fuerza de nuestras madres y el valor de nuestros padres, esto no es un truco. Soy vuestro contacto, Wehutti. ¡Por fin estáis aquí!

Capítulo 5

—Nos dijeron que nos encontraríamos en las afueras de Zehava —comentó Qui-Gon mientras desactivaba su sable láser.

—Siento no haber acudido a la cita —dijo Wehutti, acercándose a saludarles—. El mensaje que recibí del Templo estaba distorsionado. Los malignos Daan complican a veces las comunicaciones. Mandé un mensaje de contestación diciendo que me encontraría con los representantes de los Jedi y que esperaba instrucciones. Ahora mismo estamos en el sector que los Daan saquearon en la Vigésimo Segunda Batalla. Hasta que nos venguemos, ellos controlan las afueras de la ciudad. He estado husmeando por allí durante tres días con la esperanza de encontraros de alguna manera.

Extendió la palma de su mano hacia delante, haciendo el saludo local.

—Tú debes de ser Qui-Gon Jinn.

—Y éste es mi aprendiz, Obi-Wan Kenobi —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan hizo una reverencia a Wehutti. Estaba encantado de que hubiesen encontrado a su contacto. Llevaban alrededor de una hora en Melida/Daan y ya se había dado cuenta de lo peligroso que era el lugar.

Wehutti presentó a sus compañeros: Moahdi, Kejas y Herut. Este último se tocó su dolorida muñeca e hizo una reverencia a Obi-Wan, que trató de ser amable a su vez.

—Parece que hemos tenido suerte al encontrarnos —dijo Qui-Gon—. Si los Daan controlan el perímetro de la ciudad, me sorprende que vosotros estéis aquí.

La expresión amable de Wehutti se volvió seria.

—Por la memoria de nuestros honorables ancestros, nosotros debemos proteger nuestra Sala de la Evidencia.

—¿Sala de la Evidencia? —preguntó Obi-Wan.

Wehutti señaló el monolito negro donde Qui-Gon y Obi-Wan habían estado paseando.

—Ahí guardamos las honorables memorias de nuestros gloriosos muertos. Todos ellos son guerreros y héroes. Si los terribles Daan pudieran, destrozarían nuestros lugares sagrados. Necesitamos demostrarles que no pueden.

—Así que los Melida y los Daan estáis todavía en guerra —observó Qui-Gon.

—No, en este momento tenemos un alto el fuego —explicó Wehutti.

Dibujó un círculo en el polvo con la punta de su bota, y después otro mayor alrededor de él.

—Los Daan, sedientos de sangre, sacaron a los Melida de
sus
casas y los redujeron al Círculo Interior —señaló el primer círculo—. Los bárbaros nos rodean desde el Círculo Exterior, pero algún día obtendremos la victoria. Reconquistaremos Zehava. Paso a paso, nos vamos expandiendo hacia el exterior.

Qui-Gon miró el arma que estaba en el suelo.

—Dices que estáis en un alto el fuego, pero veo que continuáis disparando.

—Yo dejaré mi arma el día que el pueblo Melida sea libre —dijo Wehutti firmemente.

—¿Qué hay de la Maestra Jedi Tahl? —preguntó Qui-Gon—. ¿Tenéis noticias suyas?

Wehutti asintió.

—He hablado con los líderes Melida. Están convencidos de que retener a un Jedi no será beneficioso para nuestra causa.

Se necesitará seguir negociando un poco más, pero estoy seguro de que será liberada y se la dejará a vuestro cargo.

—Eso son buenas noticias —dijo Qui-Gon.

Wehutti asintió.

—Bueno, nosotros tenemos que irnos. Éste no es un lugar seguro. Como nuestros adorados ancestros, estamos en peligro cada momento.

Se volvió hacia Moahdi, Kejas y Herut.

—Juntad las armas. Mirad a ver si podéis encontrar el rifle que ha caído por el acantilado. Os veré de nuevo en el Círculo Interior.

Los tres acompañantes se dieron prisa en buscar todas las armas, y, antes de marcharse, encontraron la vibrocuchilla y un rifle dañado. Wehutti cogió su rifle y lo colocó en su cartuchera.

—Nos quedan pocas armas —explicó al Jedi—. Incluso con desperfectos, hay que guardarlas para el día de nuestra venganza.

—¿También estáis escasos de recursos médicos? —preguntó Qui-Gon.

Wehutti asintió y señaló el brazo que le faltaba.

—Me temo que no hay prótesis de recambio. Algunos tuvieron la suerte de conseguir alguna, pero la mayoría no. Se nos terminó todo lo que teníamos antes de la Batalla de Zehava, y el Gobierno no tiene dinero para conseguir nada más. Pero no me importa. El sacrificio de mi pueblo significa más que mi dolor.

Qui-Gon tocó la parte de su cuerpo donde Wehutti le había herido.

—Lo haces bien —le dijo.

Wehutti les condujo a la parte baja de la escarpada colina, a través de un camino que pasaba por detrás de varias casas situadas al borde de un parque. El lugar estaba lleno de aviones de combate dañados.

—No parece que los Daan tengan muchos recursos tampoco —apuntó Qui-Gon.

—La última guerra supuso la bancarrota para ambos contrincantes —dijo alegremente Wehutti—. Por lo menos en eso estamos igualados.

Alargó dos discos amarillos a los Jedi.

—Por si acaso nos paran, esto son identificaciones Daan falsificadas. Pero esperemos que no nos detengan.

Wehutti les condujo a través de retorcidos callejones y abandonados jardines entre las casas, por estrechas calles y por encima de algunos tejados. Si veían a alguien, se escondían en las sombras de los edificios o simplemente empezaban a caminar en dirección opuesta. Empezó a caer una fina lluvia que vació las calles de gente.

—Conoces bien la ciudad —observó Qui-Gon.

La boca de Wehutti hizo un gesto.

—Viví en esta zona cuando era pequeño. Ahora se me prohíbe venir aquí.

Por fin llegaron a un área desolada. Los edificios habían sido bombardeados y los cristales de las ventanas estaban rotos.

—Esto solía ser un barrio Melida —explicó Wehutti—. Ahora, los Daan lo controlan, pero nadie vive aquí. Está demasiado cerca del territorio Melida.

Caminaron rápido a lo largo de la calle. Delante tenían una valla alta con dos torres deflectoras. Los cañones apuntaban hacia la calle.

—Tranquilos —dijo Wehutti—. Los guardias me conocen.

Wehutti hizo un gesto de saludo informal a los guardias, que les permitieron pasar el puesto de control y saludaron respetuosamente. Obi-Wan notó que eran mayores, probablemente de unos sesenta años. Parecían ser antiguos guardias.

Cuando estuvieron en territorio Melida, Obi-Wan trató de relajarse, pero sus nervios se lo impedían. Se sentía tan aprensivo como lo había estado en territorio Daan. Posiblemente era por las fuertes interferencias que sentía en la Fuerza. Qui-Gon iba a su lado, con su expresión impasible, pero Obi-Wan sabía que su Maestro permanecía atento y alerta.

Había barricadas y puestos de control en casi todos los edificios. Podía ver las evidencias de las batallas que se habían librado allí: señales de disparos y de granadas en los edificios, algunos de los cuales estaban en ruinas. Todos los ciudadanos que se encontraron por las calles llevaban armas. Era como lo que había oído que sucedía en planetas alejados de la galaxia, donde no existían leyes.

—Hemos visto otras Salas de la Evidencia mientras sobrevolábamos Melida/Daan —comentó Qui-Gon a Wehutti.

—Nosotros llamamos Melida a nuestro mundo —corrigió amistosamente Wehutti—. No queremos unir nuestra gloriosa tradición con la de los sucios Daan. Sí, incluso los Daan tienen sus propias Salas de la Evidencia. Evidencia de sus mentiras, como decimos nosotros. Los Melida visitamos a nuestros ancestros cada semana para oír sus narraciones. Llevamos a nuestros hijos para que tengan presente la historia de las injusticias que han sufrido los Melida a manos de los Daan. Nadie olvida. Nadie podrá olvidar nunca.

Obi-Wan sintió un escalofrío al oír las palabras de Wehutti. Incluso siendo los Daan tan malos como él decía, ¿cómo podrían seguir peleando, batalla tras batalla, si estaban destrozando su propio mundo poco a poco? Resultaba evidente que Zehava había sido una ciudad bonita alguna vez. Ahora estaba en ruinas. Al construir esos mausoleos, ¿estaban manteniendo viva la historia o destrozando su propia civilización?

Obi-Wan pensó que había algo más que no estaba bien. Algo que rondaba por su cabeza y que no le permitía relajarse.

La mirada distraída de Obi-Wan se dirigió hacia el final de la calle, donde un grupo de Melidas se sentaba en la terraza de un café. La ventana del restaurante había sido volada, y el fuego había destrozado el interior, pero el propietario había puesto sillas y mesas fuera. Había unas cuantas plantas con flores rojas que habían sido colocadas allí para añadir una nota alegre al edificio bombardeado.

De repente, Obi-Wan se dio cuenta de lo que no encajaba.

No había visto a nadie por la calle que tuviera entre 20 y 50 años. La gente de la calle era, en su mayor parte, ancianos o niños como él. No había visto a nadie de la edad de Qui-Gon a excepción de Wehutti. Se dio cuenta de que incluso los otros francotiradores parecían gente mayor. ¿La gente de mediana edad estaba trabajando o se reunían en algún lugar?

—Wehutti, ¿dónde está la gente de mediana edad? —preguntó Obi-Wan con curiosidad.

—Están muertos —afirmó Wehutti, tajante.

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