Read Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos Online
Authors: Jude Watson
Como siempre, Yoda tenía razón. Los Melida ya debían de estar enfadados porque los Jedi habían irrumpido en sus barracones. Y si los Daan se enteraban de que Obi-Wan había participado en la incursión a su territorio, también se iban a enfadar.
Hizo una reverencia.
—Espero que Tahl esté preparada para marchar mañana. Volveré pronto, Maestro.
—Con ilusión ese día yo esperaré —dijo Yoda amablemente.
El holograma parpadeó y desapareció.
***
—¿Volver? ¡No podemos volver! —exclamó Obi-Wan—. No podemos abandonar a los Jóvenes ahora. Nos necesitan.
—No hemos recibido una petición oficial para intervenir —dijo Qui-Gon pacientemente—. Quizás a la vuelta, en Coruscant, el Consejo Jedi...
—No podemos esperar a que el Consejo Jedi tome una decisión —interrumpió Obi-Wan, negando con la cabeza—. Si esperamos tanto, los Melida y los Daan se rearmarán. Ahora es el momento de actuar.
—Obi-Wan, escúchame —dijo Qui-Gon con irritación—. Yoda me ha ordenado personalmente que volvamos. Tahl necesita que la cuiden.
—Lo que necesita es descanso y cuidados médicos —se quejó Obi-Wan—. Podemos dárselos aquí. Cerasi puede indicarme dónde encontrarlos. Podemos traer a un médico o encontrar un lugar donde esté segura...
—No —dijo Qui-Gon, negando con la cabeza—. Tiene que volver al Templo. No podemos hacer nada más aquí, padawan. Nos iremos mañana.
—Parte de nuestra misión era pacificar el planeta si podíamos —insistió Obi-Wan—. No lo hemos hecho, pero ¡podemos hacerlo si nos quedamos!
—No se nos ha pedido que...
—¡Los Jóvenes nos lo han pedido! —exclamó Obi-Wan.
—Ésa no es una petición oficial —replicó Qui-Gon, agotado.
El chico empezaba a acabar con su paciencia.
—Tú has roto las reglas otras veces, Qui-Gon —argumentó Obi-Wan —. Por ejemplo, en Gala me dejaste y te fuiste a las colinas cuando habías recibido órdenes de quedarte en el palacio. Rompiste las reglas porque te convenía.
Qui-Gon respiró hondo para tratar de controlar su enfado. No lograría aplacar la ira de Obi-Wan si mostraba la suya.
—No rompí las normas porque me viniese bien, sino porque a veces, en una misión, las reglas sólo entorpecen —dijo con cuidado—. Pero éste no es el caso. Creo que Yoda tiene razón.
—Pero... —interrumpió Obi-Wan, pero Qui-Gon levantó una mano.
—Mañana nos iremos, padawan —dijo firmemente.
De repente sonó un gran estruendo procedente del lugar en el que estaban reunidos los Jóvenes, en una esquina lejana de la bóveda. Cerasi se les acercó corriendo, con la cara colorada.
—¡Es oficial! —gritó—. Han ignorado nuestra petición de paz, y, en respuesta, hemos hecho una declaración de guerra a los Mayores. Si no inician inmediatamente las conversaciones de paz para Melida/Daan, les atacaremos con sus propias armas. Tienen que respondernos ahora mismo —se volvió hacia Obi-Wan con los ojos brillantes—. Es el último obstáculo que tenemos que superar para cambiar la historia de Melida/Daan. ¡Necesitamos vuestra ayuda más que nunca!
Lleno de rabia y frustración, Obi-Wan no supo qué responder a Cerasi. Fue Qui-Gon quien dijo amablemente:
—Lo siento, Cerasi. Nos marchamos mañana.
Obi-Wan no quiso ni ver la reacción de Cerasi. Se giró, con un gran dolor en su corazón. La había decepcionado.
No podía hacer nada. No iba a cambiar la opinión de Qui-Gon. Obi-Wan le ayudó a atender a Tahl. La cuidaron, dándole caldo y té. Cerasi había traído el botiquín de Qui-Gon y pudo curarle algunas heridas. Ya parecía más fuerte. Obi-Wan sabía que estaría lista para viajar al día siguiente. Los poderes de recuperación de los Jedi eran asombrosos.
En cuanto acabaron de cuidar a Tahl, Obi-Wan se sentó, apoyándose en una pared, e intentó calmar sus sentimientos de dolor. Le había pasado algo que no comprendía. Sentía como si hubiese dos personas en él: un Jedi y una persona llamada Obi-Wan. Antes nunca había podido separar ambas partes.
No se había comportado como un Jedi con Nield y Cerasi. Había sido uno de ellos. No había necesitado la Fuerza para sentirse unido a algo más fuerte que él.
Y ahora, Qui-Gon le pedía que dejara a sus amigos justo cuando más le necesitaban. Le habían rogado que les ayudara, habían luchado a su lado, y ahora se tenía que ir, precisamente porque una persona mayor le decía que tenía que hacerlo.
La lealtad parecía un concepto más fácil de entender en el Templo. Pensaba que había sido el mejor padawan imaginable. Había logrado unir su cuerpo y su mente con su Maestro, y servirle.
Pero ahora no quería seguir haciéndolo. Obi-Wan cerró los ojos a la vez que le inundaba la frustración. Presionó sus manos alrededor de las rodillas para evitar que temblaran. Se sentía asustado de ver lo que le estaba ocurriendo. No podía acudir a Qui-Gon para pedirle consejo. No podría confiar en su consejo nunca más. Pero tampoco podía oponerse a él.
Nield caminaba nervioso por las habitaciones, rondando por todos los rincones, en silencio. Todos esperaban la respuesta de los Melida y los Daan a su declaración de guerra. La tarde, que se había hecho eterna, se convirtió en noche, y nadie había respondido.
—No nos toman en serio —dijo Nield amargamente—. Debemos golpearles otra vez, y hacerlo con suficiente intensidad para que reaccionen.
Cerasi le puso la mano en el hombro.
—Pero no esta noche. Todo el mundo necesita descansar. Mañana pensaremos algo.
Nield afirmó con la cabeza. Cerasi bajó la intensidad de las luces hasta que no quedaron más que tenues puntos de luz en las paredes oscuras, como si fueran estrellas lejanas en un cielo oscuro.
Qui-Gon se envolvió en su capa y durmió al lado de Tahl, por si necesitaba su ayuda durante la noche. Obi-Wan se quedó expectante, hasta que los chicos y las chicas que tenía a su alrededor se quedaron dormidos. Vio en una esquina a Nield y a Cerasi, que hablaban tranquilamente.
Debería estar con ellos
, pensó Obi-Wan amargamente. Pertenecía a ellos y quería hablar de estrategias y planes. En vez de eso, tenía que permanecer en silencio, sin hacer nada. Cerasi no le había mirado ni una sola vez durante toda la noche. Nield tampoco. No había duda de que estaban enfadados y decepcionados con él.
Obi-Wan se levantó titubeante. Incluso si se iba al día siguiente, quería dejarles claro que no tenía otra opción. Caminó con cuidado entre los chicos que dormían y se aproximó a ellos.
—Quería despedirme de vosotros ahora —dijo—. Nos iremos mañana a primera hora —se detuvo—. Siento no poder ayudaros. Me hubiese gustado hacerlo.
—Lo entendemos —dijo Nield en un tono cortante—. Tienes que obedecer a tu mayor.
—No es sólo obediencia, es también una cuestión de respeto —explicó Obi-Wan.
Sus palabras sonaban huecas, incluso para él.
—Ah —dijo Cerasi, asintiendo—. Mi problema es que nunca he tenido nada que respetar. Mi padre me decía lo que estaba bien, pero siempre se equivocaba. ¿Qué importa si hubiese dicho que miles o millones deben morir? El cielo sigue siendo azul y nuestro mundo sigue existiendo. La causa es lo que importa. Y así, tu Jefe-Maestro te dice lo que tienes que hacer y tú vas y lo haces. Aunque sepas que está equivocado. Eso es lo que se llama respeto —miró a Nield—. Puede que yo haya vivido demasiado tiempo en la oscuridad, pero no puedo verlo claro.
Obi-Wan permaneció de pie ante ellos, acobardado. Se sentía confuso. La vida de un Jedi siempre le había parecido clara como una fuente de agua pura, pero Cerasi había embarrado el agua, llenándola de dudas.
—Os ayudaría si pudiese —dijo finalmente—. Si pudiera hacer algo que os hiciese cambiar de opinión sobre mí...
Nield y Cerasi se miraron, y luego se volvieron hacia él.
—¿Qué pasa? —preguntó Obi-Wan.
—Tenemos un plan —dijo Cerasi.
Obi-Wan se acercó a ellos.
—Contadme.
Nield y Cerasi se agruparon junto a él, con las frentes casi tocándose.
—Sabes que hay torres deflectoras alrededor de la ciudad —susurró Cerasi—. Y también alrededor del centro Melida. Esas torres controlan el campo de partículas que impide la entrada y que separa a los Melida de los Daan.
—Sí, las he visto —asintió Obi-Wan. Nield se acercó un poco más.
—Hemos entrado en contacto con los Jóvenes que están fuera de la ciudad —dijo— y les hemos mandado un mensaje explicándoles que hemos tenido éxito en la captura de las armas de los dos bandos. Hay muchos pueblos destruidos alrededor de la ciudad, y muchos de esos chicos viven allí, en el campo. Cientos. Miles, si consideramos un área amplia. Todos están conectados a través de una red. Si conseguimos romper los campos de partículas, ellos podrían entrar en Zehava.
—Y, además, tienen armas —añadió tranquilamente Cerasi—. Tendríamos un ejército. Los Mayores no solamente serían inferiores en número, sino que, además, no tendrían nada con lo que luchar. Si tenemos cuidado y los Mayores son lo suficientemente inteligentes para rendirse, podríamos ganar una guerra sin necesidad de matar a nadie.
—Parece un buen plan —dijo Obi-Wan—, pero ¿cómo vais a acabar con las torres deflectoras?
—Ése es nuestro problema —dijo Nield—. Sólo pueden ser destruidas desde el aire. Todo lo que necesitamos es una nave.
—No podemos utilizar las nuestras —explicó Cerasi—. Las torres tienen un sistema de defensa, y las nuestras no son lo suficientemente rápidas. Necesitamos un caza de combate.
Cerasi y Nield miraron fijamente a Obi-Wan.
—Sabemos que llegaste volando con algún tipo de nave a Melida/Daan. ¿Podrías llevarnos en esa nave para realizar nuestra misión? —preguntó Cerasi.
Obi-Wan se quedó sin respiración. Cerasi y Nield le estaban pidiendo un gran favor. Iba más allá de la desobediencia de un padawan. Significaba desafiar al propio Yoda.
Qui-Gon estaría en su derecho de hacerle volver al Templo. Probablemente tendría que comparecer ante el Consejo Jedi, y Qui-Gon podría hacer que dejara de ser su padawan.
—Podemos salir al amanecer —dijo Nield—. Esta misión durará una hora, un poco más quizás. Y después podéis llevar a Tahl de vuelta a Coruscant.
—Además, la destrucción del campo de partículas también os facilitará a vosotros la salida de Zehava —señaló Cerasi.
—Pero si el caza de combate resulta dañado, eso significará que no podremos sacarla de aquí de ninguna manera —dijo Obi-Wan—. Eso hará que fracasemos en nuestra misión, y yo seré responsable de la muerte de Tahl.
Cerasi se mordió el labio.
—Siento haberme burlado de ti antes —dijo con gran esfuerzo, como si no estuviera acostumbrada a disculparse—. Sé que el Código Jedi dirige vuestras vidas. Y sabemos que te estamos pidiendo mucho. Si no estuviésemos desesperados no lo haríamos. Ya has hecho bastante por nosotros.
—Y vosotros también habéis hecho mucho por nosotros —dijo Obi-Wan—. No habríamos rescatado a Tahl sin vuestra ayuda.
—Es nuestra última oportunidad de lograr la paz —dijo Nield—. Cuando los Mayores vean cuántos somos, no tendrán más opción que rendirse.
Obi-Wan miró a la figura de Qui-Gon, que dormía. Le debía mucho a su Maestro. Qui-Gon había luchado a su lado, le había salvado la vida. Tenían un vínculo especial.
Pero también se sentía unido a Nield y a Cerasi. No importaba que hiciera poco tiempo que se conocían. La corriente que surgía entre ellos era algo que no había experimentado nunca. Y aunque Cerasi se había disculpado por lo que había dicho, ¿no había un germen de verdad en sus palabras? ¿Era correcto obedecer cuando su corazón le decía que estaba equivocado?
La habitual fiereza de la mirada de Cerasi se había suavizado cuando vio la confusión que reflejaba su cara. Nield le miraba fijamente, acalorado. Sabía también que estaba pidiendo a Obi-Wan un gran sacrificio.
Tenía que traicionar a Qui-Gon, traicionar su vida de Jedi. Por ellos. Por su causa. Ellos podían pedírselo porque sabían que tenían razón.
Obi-Wan estaba de acuerdo con ellos. Y no podía defraudarles. No podía tomar esa decisión como Jedi. La tomaría como amigo.
Respiró hondo.
—Lo haré.
Escaparon antes del amanecer. Cerasi les condujo a través de los túneles hasta el Círculo Exterior. Después dejaron atrás Zehava por el mismo camino por el que habían llegado Qui-Gon y Obi-Wan, a través de la Sala de la Evidencia y saltando el muro. Esta vez, Nield había traído una cuerda fina de carbono que lanzó hacia arriba. Gracias a su campo magnético, la cuerda se adhirió a la superficie metálica, y así pudieron escalarla fácilmente.
Llegaron veloces hasta el transporte, en la grisácea luz de la mañana. Los tres llevaban granadas de protones en sus mochilas. Pesaban mucho, pero apenas notaban el peso. Estaban ansiosos por llegar a la nave y comenzar su misión.
Cuando llegaron al caza de combate, Nield y Cerasi ayudaron a Obi-Wan a retirar las ramas y los arbustos que escondían la nave. Nield sonrió cuando vio el aparato. Después se dio cuenta del rasguño que lucía en un lateral. Se volvió hacia Obi-Wan.
—Hay algo que debería haberte preguntado. ¿Eres un buen piloto?
Obi-Wan le miró inexpresivo durante un momento. Cerasi rompió a reír. Nield y Obi-Wan se rieron también, con el sonido de los cañones al fondo.
—Creo que lo vamos a comprobar ahora mismo —dijo Cerasi alegremente.
Subieron a la nave. Obi-Wan se deslizó hacia el asiento del piloto. Durante un momento dudó, mirando los controles. La última vez que había estado allí fue cuando aterrizó en Melida/Daan, con Qui-Gon sentado en el asiento del copiloto. Qui-Gon había bromeado sobre el golpe del lateral, y Obi-Wan sintió una punzada de remordimiento. ¿Estaba actuando correctamente? ¿Merecía aquella causa traicionar a Qui-Gon?
Cerasi tocó su muñeca con cariño.
—Sabemos que es difícil para ti, Obi-Wan. Eso hace que tu sacrificio valga aún más para nosotros.
—Y te damos las gracias desde el fondo de nuestros corazones —añadió Nield.
Obi-Wan se volvió y los miró a los ojos. Se sintió perturbado, era como si se estuviese mirando a sí mismo. En las decididas miradas de sus amigos encontró lo mismo que había en su corazón: la misma dedicación, la misma fiereza, la misma osadía. Sintió cómo aumentaba su confianza. Estaba haciendo lo que era correcto. Quizá Qui-Gon llegaría a entenderle.
Encendió los motores iónicos.