Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos (10 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos
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—Vamos allá.

—Primero tenemos que alcanzar las torres que están en el perímetro, y después las del centro —dijo Cerasi—. Tendremos que hacerlo a ojo, no tenemos coordenadas en el ordenador de navegación.

—Eso no será un problema —dijo Obi-Wan.

Mantuvo la velocidad baja mientras se elevaban para salir del cañón donde habían escondido la nave. Después puso los motores a tope para coger velocidad. Nadie le dijo que la redujese.

—Tendré que dar algunas vueltas para cubrirme, así que es mejor que vosotros os ocupéis de apuntar —dijo Obi-Wan—. El control de los cañones láser está casi enfrente de ti, Cerasi.

Nield se colocó frente al suyo.

—Activaré las aberturas de emergencia de las armas cuando nos acerquemos —les informó Obi-Wan—. Permaneced atentos a los flotantes. Tendremos que descender bastante para poder disparar a las torres.

Las dos torres deflectoras que flanqueaban la entrada principal aparecieron en unos segundos ante sus ojos.

—Allá vamos —dijo Obi-Wan, apretando los dientes.

—Se nos aproxima un flotante por la derecha —advirtió Cerasi—. Nos deben de haber localizado en su escáner.

Obi-Wan giró rápidamente hacia la izquierda, y después viró otra vez hacia la derecha. Sorprendido de ver una nave justo enfrente de él, el piloto atacante descendió y comenzó a disparar. Obi-Wan hizo un suave movimiento y logró que el torpedo pasara sin rozarles por su izquierda. El arma fue a estrellarse contra las murallas de la ciudad, causando una gran explosión.

—No suelen utilizar esas armas —observó Cerasi—. Podrían derribar un edificio cuando sobrevolemos la ciudad.

—Probablemente usen armas de menor intensidad —comentó Nield.

—Tenemos que cumplir esta misión sin dispararles en el aire —comentó preocupada Cerasi—. Tenemos que demostrarles que nuestra intención final es lograr la paz.

—Ésa será mi tarea —dijo Obi-Wan—. La torre está en el punto de mira. Disparad.

Otra nave se acercó por la izquierda, y el aprendiz de Jedi comprobó que otras empezaban a emerger, como insectos, probablemente procedentes de los cuarteles militares Daan. Obi-Wan calculó lo que tardarían los flotantes en acercarse, debido a su menor velocidad. Tenía que permanecer a una altura determinada para que Nield y Cerasi pudiesen apuntar. Tenían el tiempo justo...

Abrió un panel de disparo para Nield. Pegándose al casco del caza de combate, Nield apuntó con su cañón láser. Cerasi esperó con las manos agarradas a sus propios controles.

—¡Ahora! —gritó Obi-Wan, pasando muy cerca de la torre y causando un gran zumbido.

Cerasi y Nield dispararon. En cuanto cayeron los proyectiles, Obi-Wan puso los motores al máximo de potencia y elevó el caza, alejándose de la nave que se acercaba por su izquierda. Iban escoltados por los disparos de las naves. Uno de ellos les rozó un ala, pero el impacto no fue importante.

Cerasi y Nield habían acertado de pleno a la torre. Obi-Wan sintió la vibración de la onda expansiva en el casco del caza de combate. El flotante que les perseguía también vibró, y su piloto tuvo que realizar varias maniobras para hacerse de nuevo con el control. El campo de partículas era casi visible y podía verse descompuesto en una cascada de pequeños átomos de energía azul.

Obi-Wan, Cerasi y Nield se alegraron al verlo, y el joven aprendiz de Jedi giró para encararse con la siguiente torre. Al hacerlo, comprobaron que las naves militares estaban muy cerca de ellos.

—Siete naves —contó Cerasi. Su cara reflejaba preocupación. — ¿Podemos lograrlo, Obi-Wan?

—Si vamos rápido, sí. ¿Puedes apuntar allí abajo? —preguntó Obi-Wan, moviéndose entre el fuego del enemigo.

Cerasi sonrió.

—Sin ningún problema. Nield colocó su cañón.

—Hazlo.

Obi-Wan puso los motores a tope. El caza de combate surcó el cielo a máxima velocidad. Sabía que técnicamente iba demasiado deprisa para esa altitud, pero también sabía que podía controlar el aparato. Y no llevaba a nadie en el asiento del copiloto que le recordase las normas de aviación o le advirtiese del peligro de pilotar así. Se sintió emocionado. Por primera vez en su vida no tenía que responder ante nadie. No había normas Jedi, ni una sabiduría superior a bordo de ese vuelo.

Bajó zigzagueando, moviendo la nave tanto como podía. Los flotantes le perseguían, disparando pero sin acercarse por temor a colisionar con la nave. Usando la Fuerza como guía, Obi-Wan fue capaz de esquivar los disparos más peligrosos.

A medida que se acercaban, los deslizadores eran más peligrosos. Uno de ellos se acercó peligrosamente, disparando.

—¡Preparado! —gritó Obi-Wan.

En el último momento, maniobró para deshacerse de sus enemigos y, subiendo y bajando, consiguió ponerse justo frente a la torre.

Nield y Cerasi abrieron fuego. La torre saltó por los aires, despedazándose en trozos metálicos. Obi-Wan esquivó los flotantes que se le acercaban por la derecha y se elevó a gran velocidad. Las naves se movieron para no chocar unas contra otras.

—¿Estáis bien? —preguntó Obi-Wan.

—Mareada, pero bien —dijo Cerasi, limpiándose el sudor de la frente—. Vaya vuelo más increíble.

—Estoy bien. Sigue alrededor del muro —ordenó Nield—, y vayamos destruyendo las torres del perímetro una a una.

Las naves militares les perseguían, pero no podían volar ni tan alto ni tan rápido como el caza de combate. Se les unieron más. Para disparar a cada torre, Obi-Wan tenía que hacer las mismas maniobras peligrosas y rápidas con el fin de evitar chocar con sus perseguidores o con los vehículos terrestres. Su ventaja era la velocidad, la maniobrabilidad de su aparato y la increíble puntería de Nield y Cerasi.

Fueron destruyeron cada torre, una a una. Los flotantes intentaban retenerlos, pero Obi-Wan era más rápido que ellos.

Cuando vieron la última torre que les quedaba, los tres lanzaron un grito de alegría. Cerasi fue hacia Obi-Wan y le abrazó. Nield le dio una palmada en la espalda.

—Sabíamos que podíamos contar contigo, amigo —dijo alegremente.

Comprobó su cañón láser.

—Nos queda bastante munición. ¿Qué os parece si hacemos saltar por los aires todas las Salas de la Evidencia?

Cerasi frunció el ceño.

—¿Ahora? Pero, Nield, tenemos que regresar. Tenemos que obligar a los Melida y a los Daan a que se unan a las conversaciones de paz ahora que están debilitados.

—Además, podría haber gente dentro —señaló Obi-Wan. Cerasi miró a Nield.

—Dijimos que haríamos esto sin matar a nadie.

Nield se mordió el labio a la vez que miraba a través de la carlinga, hacia la ciudad de Zehava.

—Cuanto antes desaparezcan esas salas del odio, antes podrá respirar tranquila la población de este planeta —murmuró—. Desprecio la causa por la que fueron construidas.

—Lo sé —dijo Cerasi —. Yo también, pero vayamos paso a paso.

—De acuerdo —accedió Nield de mala gana—, pero vayamos a nuestro último objetivo. Antes de que aterricemos, podíamos hacer una pasada rápida sobre los campos. Deila está esperando para transmitir el mensaje de que los campos magnéticos han sido destruidos. Los Jóvenes de los Basureros deberían empezar a movilizarse.

Obi-Wan voló en grandes círculos sobre el campo. Por todas partes se venían chicos y chicas que salían de los pueblos y de los bosques. Se dirigían al camino que llevaba a Zehava. Algunos iban montados sobre deslizadores o sobre turbocarros. Los que iban a pie marchaban en columnas, al estilo militar. Cuando vieron el caza de combate sobre sus cabezas, saludaron con la mano, exhalando gritos que no podían oír. Obi-Wan movía las alas como señal de saludo.

Las lágrimas se agolpaban en los ojos de Cerasi.

—Nunca olvidaré este día —dijo —. Y nunca olvidaré lo que has hecho por nosotros, Obi-Wan.

Obi-Wan dirigió la nave hacia un área donde poder aterrizar. No le importaba lo enfadado que pudiera estar Qui-Gon, o si le mandaba de vuelta al Templo. Había merecido la pena.

Capítulo 16

Qui-Gon se había levantado pronto y fue a ver cómo estaba Tahl. Dormía profundamente. Eso era buena señal. El sueño era la mejor cura hasta que pudieran llegar a Coruscant.

Vio que Obi-Wan había desaparecido, al igual que Nield y Cerasi. No había duda de que había querido hacer algo junto a sus amigos antes de marcharse. Qui-Gon no se preocupó en exceso. Sabía que era difícil para el chico despedirse de sus amigos.

Y había hecho planes por su cuenta.

Había dicho a una chica callada llamada Roenni que vigilara a Tahl. Después había viajado a través de los túneles, por la ruta de la noche anterior, deslizándose sin ser visto mientras los Jóvenes celebraban su victoria.

Cuando salió al campo, en los barrios abandonados de la frontera Melida y Daan todavía estaba oscuro. Unas pocas estrellas lucían en un cielo despejado que se iba volviendo cada vez más claro.

Qui-Gon esperó hasta que estuvo seguro de que habían llegado todas las personas que él había invitado. Después caminó hacia el edificio parcialmente bombardeado que había en una esquina.

Anoche había mandado una nota a Wehutti a través de un mensajero de los Jóvenes, y había pedido un encuentro entre los Consejos Melida y Daan. Había sugerido que les convenía verse. Tenía noticias de los Jóvenes que deberían saber.

Hasta entonces no estuvo seguro de si alguien le habría delatado. Tampoco estaba seguro de que cualquiera de los dos bandos quisiera capturarle. Era una apuesta desesperada. Estaba preparado para cualquier cosa. Pero tenía que hacer un último intento para lograr la paz antes de abandonar Melida/Daan. Había visto, en la expresión de su cara, cómo se le rompía el corazón a Obi-Wan. Lo haría por su padawan.

Se paró un momento a escuchar, cerca de una ventana rota.

—¿Dónde está el Jedi? —preguntó una voz en un tono frío—. Si eso es otro sucio truco Melida os juro por la honorable memoria de nuestros antepasados que tomaremos represalia.

—Otra sucia trampa Daan querréis decir —Qui-Gon reconoció la voz de Wehutti —. Es cobarde, en nombre de vuestros honorables, o no, ancestros, desafiar a vuestros enemigos a un encuentro con falsas perspectivas. Nuestras tropas estarán aquí en unos segundos.

—¿Y qué harán? ¿Tirar piedrecitas? —la otra voz sonaba divertida—. ¿No fueron los Melida los que volaron sus propios arsenales temiendo un ataque Daan?

—¿Y no fueron los Daan los que se dejaron robar sus armas en sus propias narices? —contraatacó Wehutti.

Qui-Gon sabía que era el momento de aparecer. Subió por encima de un muro medio derrumbado. Los miembros del Consejo Melida estaban de pie en un lado de la habitación, fuertemente armados y con sus armaduras puestas. Los Daan estaban en el lado contrario de la habitación, idénticamente pertrechados. Todos los miembros del Consejo mostraban cicatrices y señales de haber sido heridos. A algunos les faltaban brazos o piernas, otros respiraban a través de máscaras.

—Ni trucos ni estratagemas —dijo Qui-Gon, irrumpiendo en medio de la habitación —. Si los Melida y los Daan cooperan, esto no nos ocupará mucho tiempo.

Qui-Gon examinó la habitación, viendo las caras escépticas de los miembros de ambos Consejos. Por lo menos los dos grupos tenían algo en común: la desconfianza.

—¿Qué nos vas a contar de los Jóvenes? —preguntó Wehutti con impaciencia.

—¿Y por qué nos debería interesar lo que hagan esos chicos? —preguntó un anciano Daan impetuosamente.

—Porque ayer ellos hicieron que os volvieseis locos —contestó tranquilamente Qui-Gon.

Hizo una pausa mientras observaba cómo las miradas de odio se clavaban en él.

—Y por una razón mucho más práctica, porque os han robado las armas —añadió—. Ellos os pidieron el desarme, pero no les hicisteis caso. Obviamente, han sido capaces de lograr lo que pedían.

—Sólo tenemos que recuperar nuestras armas —dijo el líder de los Daan, respirando a través de una máscara—. Pan comido.

—Os advierto —dijo Qui-Gon, girándose para mirar a todos los asistentes de la reunión— que no deberíais subestimar a los Jóvenes. Han aprendido de vosotros a luchar. Han aprendido vuestra determinación. Y, además, tienen sus propias ideas.

—¿Nos has hecho venir para escuchar esto? —gritó el líder Daan—. Si es así, ya he oído suficiente.

—Por una vez, estoy de acuerdo con Gueni —dijo Wehutti, refiriéndose al anciano de la máscara—. Esto es una pérdida de tiempo.

—Debo pediros que reconsideréis vuestras posiciones —dijo Qui-Gon—. Si formáis un Gobierno de coalición tendréis el control de Zehava y, por consiguiente, el de Melida/Daan. Si no, los Jóvenes ganarán esta guerra y terminarán gobernando sobre los ancianos. Y aunque sus intenciones son buenas, me temo que tendrá sus consecuencias.

Wehutti comenzó a salir de la habitación, seguido de los líderes Melida.

—¿Gobernar con los Daan? ¡Tú sueñas!

Rápidamente, Gueni inició el mismo movimiento. No quería que los Melida fuesen los primeros en abandonar la reunión. Los otros Daan le siguieron.

—¡Impensable!

De repente, el sonido de una explosión hizo que los cristales de las ventanas que estaban sin romper temblaran. Los Daan y los Melida se miraron entre sí.

—¡Esto ha sido una trampa! —rugió Wehutti—. ¡Los locos Daan nos atacan!

—¡Los detestables Melida nos atacan! —gritó Gueni al mismo tiempo—. ¡Demonios!

Qui-Gon se dirigió a la ventana. Miró arriba, pero no pudo ver nada. Mientras observaba alrededor, sonó otra explosión. Venía del sector Daan, según pudo intuir. Pero ¿qué había sido exactamente?

En ese momento, el comunicador de Gueni comenzó a vibrar. Los ancianos Daan se fueron a una esquina para leer en secreto el mensaje. Mientras Gueni escuchaba, vuelto hacia la pared, Qui-Gon empezó a preocuparse. Obi-Wan había desaparecido esa mañana. Esperaba que su padawan no estuviera envuelto en lo que estaba ocurriendo. Usando la Fuerza, trató de establecer una comunicación con Obi-Wan, pero no pudo. No había interferencias ni problemas de comunicación. Nada... Sólo el vacío.

Cuando Gueni se volvió hacia el grupo, estaba temblando.

—Los informes indican que han volado dos torres deflectoras del sector Daan.

Uno de los guerreros Daan echó mano de su arma.

—¡Lo sabía! Los traidores Melida...

—¡No! —gritó Gueni—. Han sido los Jóvenes. Lentamente, el guerrero bajó la mano. Los Melida, que habían empezado a sacar sus armas, también se detuvieron. Emergió un murmullo de conversaciones.

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