Read Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos Online
Authors: Jude Watson
Nield sonrió.
—Era todo lo que necesitábamos.
Ya de vuelta al túnel comenzaron los preparativos. Nield y Cerasi se unieron al resto de los Jóvenes y empezaron a conversar con ellos. Obi-Wan estaba sentado tranquilamente en la mesa, observándoles. La determinación en sus caras le decía que cualquiera que fuese el resultado de la acción, los Daan y los Melida se iban a llevar una gran sorpresa al amanecer del día siguiente.
Qui-Gon caminaba en el otro extremo de la habitación, dando muestras de una extraña impaciencia.
—Si necesitáis ayuda para la estrategia... —comenzó a decir.
Cerasi se volvió.
—No —dijo cortante—. No necesitamos ayuda.
—Otra opinión podría servir sólo para afianzar tus planteamientos —dijo Qui-Gon tranquilamente.
Esta vez, Cerasi no se molestó en volverse. Nield ni siquiera levantó la cabeza.
—Nosotros no queremos tu ayuda, Jedi —dijo Cerasi, incluso más fríamente que la vez anterior.
Obi-Wan miró a Qui-Gon para tratar de adivinar su reacción y vio que su Maestro luchaba para contener su irritación. Aunque Qui-Gon podía ser impulsivo, no tenía malos sentimientos. La irritación disminuyó, y él recuperó su habitual expresión de calma.
—Padawan, voy a explorar los túneles —dijo a Obi-Wan en voz baja—. Es mejor no fiarse totalmente de los Jóvenes a la hora de guiarnos. Espera aquí.
Obi-Wan asintió. Por una vez no quería acompañar a Qui-Gon. Quería quedarse y ver cómo planeaban los Jóvenes la batalla.
Cerasi dividió a los chicos en grupos y les asignó tareas. Construían armas a partir de pedazos de otras. Su arma más importante era una potente honda que lanzaba bolas láser. Las bolas sólo provocaban escozor si alcanzaban a alguien, pero si chocaban contra un objeto duro emitían un sonido similar al de un disparo láser.
Durante el resto de la tarde, Obi-Wan trató de acostumbrarse al sonido de las explosiones. Los juguetes bélicos eran parte de la infancia de los Melida y los Daan. Los Jóvenes estaban modificándolos para amplificar sus efectos sonoros. Trabajaban haciendo tubos de misiles pintados en habitaciones que partían del túnel principal, y llenándolos de guijarros.
Cerasi trabajaba en una esquina con una pila de hondas, perfeccionando su forma con un afilado cuchillo y probándolas con bolas de materiales ligeros. Las bolas volaban por los aires y golpeaban el mismo bloque de piedra con una asombrosa precisión. Cerasi trabajaba sin descanso.
—Me gustaría ayudar —le dijo Obi-Wan, acercándose—. No con la estrategia —añadió rápidamente—. Ya veo que lo tienes todo bajo control, pero puedo ayudarte con esto.
Cerasi se apartó un mechón de cabello de la cara y sonrió ligeramente.
—Creo que he sido muy dura con tu Jefe-Maestro, ¿no?
—En realidad no es mi jefe —explicó Obi-Wan—. No existen jefes entre los Jedi. Es más un guía.
—Vale, lo que tú digas, pero si me preguntas, te diré que los mayores siempre piensan que saben hacer mejor las cosas. Siempre creen tener razón.
Alcanzó un cuchillo a Obi-Wan.
—Si eres capaz de hacerlos tan afilados como los míos, terminaremos este trabajo en seguida.
Obi-Wan se sentó y empezó a pasar el filo del cuchillo por la dura madera.
—¿Crees que tenemos muchas opciones de ganar mañana?
—Por supuesto —dijo Cerasi firmemente—. Confiamos en el odio de los dos bandos. Sólo tenemos que crear la ilusión de la batalla. Los dos bandos reaccionarán sin pararse a verificar de dónde vienen los disparos. Ellos esperan que la guerra se reanude en cualquier momento.
—Tu batalla podrá ser ficticia, pero el peligro no lo será —señaló Obi-Wan—. Los dos bandos tienen fuego real con el que disparar.
Cerasi movió la cabeza.
—No me da miedo.
—La conciencia del peligro puede protegerte si no es tan fuerte que te paraliza —replicó Obi-Wan.
Cerasi exhaló un bufido.
—¿Ésa es una de las enseñanzas de tu Jefe-Maestro?
Obi-Wan se puso colorado.
—Sí. Y he descubierto que es verdad. La conciencia del peligro es un instinto que hace que seas más cuidadoso. Cualquiera que entre en batalla y no tenga miedo está loco.
—Bueno, pues considérame loca,
padajedi
—dijo Cerasi firmemente—. Pero no tengo miedo.
—Ah —replicó suavemente Obi-Wan—. Entrarás sin miedo en la batalla, segura de que tu débil adversario sucumbirá.
Repetía los grandilocuentes planteamientos de los muertos en las Salas de la Evidencia, y Cerasi lo sabía. Ahora fue ella la que se puso colorada.
—Más sabiduría Jedi. Es extraordinario que sigas vivo si sueles recordar de esa manera a la gente las tonterías que dice —dijo finalmente Cerasi, con una sonrisa—. De acuerdo, tienes razón. No soy mejor que mis ancestros, yendo a ciegas a una batalla que sé que voy a perder.
—Yo no he dicho que fueses a perder.
Cerasi permaneció quieta un momento, mirando con detenimiento a Obi-Wan por primera vez.
—Bien, puede que tenga miedo el día de la batalla, pero hoy me siento preparada. Éste es el primer paso hacia la justicia. No puedo quedarme sentada esperando. ¿Tienes alguna sentencia para eso?
—No —admitió Obi-Wan.
Cerasi no se parecía a nadie que hubiese conocido hasta el momento.
—La justicia es una buena razón para luchar. Si no creyera esto, no sería un Jedi.
Cerasi dejó la honda que manipulaba.
—Ser un Jedi significa para ti lo que para mí ser parte de los Jóvenes —le observó con sus ojos verdes, examinándolo—. Supongo que la diferencia es que los Jóvenes no tenemos guías. Tenemos que guiarnos a nosotros mismos.
—Ser un aprendiz es un viaje que representa un gran honor para el que lo emprende —replicó Obi-Wan.
Pero esas palabras le parecieron flojas. Estaba acostumbrado a decirlas y creérselas completamente. Convertirse en un Jedi era un propósito que llevaba muy adentro, pero en unas horas con los Jóvenes había visto un nivel de compromiso que le había confundido tanto como conmocionado.
Por supuesto que había encontrado compromiso en los estudiantes del Templo Jedi, pero en alguno de ellos había encontrado orgullo. Eran la élite, elegidos entre millones para ser entrenados.
Cada vez que Yoda encontraba orgullo en un estudiante Jedi, buscaba la manera de desenmascararlo y conducirlo por el buen camino. El orgullo tenía a menudo su base en la arrogancia, y ésa era una característica que no se podía dar en un Jedi. Parte del entrenamiento Jedi se basaba en eliminar el orgullo y sustituirlo por seguridad y humildad. La Fuerza sólo fluía en aquellos que estaban conectados con cualquier forma viviente.
Aquí, en los túneles, Obi-Wan encontró una pureza que sólo había intuido en las conversaciones con Yoda, o en su observación de Qui-Gon. Esa pureza se hallaba en la gente de su edad, y no tenía que escarbar para encontrarla. Simplemente la poseían. Puede que fuera porque la causa en la que creían era algo más que un concepto en sus mentes. Había crecido en su sangre y en su huesos, había nacido de su sufrimiento.
Se puso a la defensiva porque pensó que Cerasi había atacado su dedicación a la vida Jedi.
—Nield es el líder de los Jóvenes —señaló—. Así que vosotros también tenéis un jefe.
—Nield es el mejor estratega —dijo Cerasi—. Si no tuviésemos alguien que nos organizara, iríamos cada uno por nuestro lado.
—¿Y alguien que os castigara? —preguntó Obi-Wan, recordando cómo Nield casi había estrangulado a un chico.
Cerasi dudó. Su voz era ahora más suave.
—Nield puede parecerte rudo, pero tiene que serlo. Nos enseñaron a odiar antes que a andar. Tenemos que ser firmes si queremos superarlo. Nuestra visión de un nuevo mundo sólo puede sobrevivir si el odio desaparece. Debemos olvidar todo lo que nos han enseñado. Debemos comenzar de cero. Nield sabe eso mejor que nadie. Quizá porque lo ha pasado peor que ninguno de nosotros.
—¿En qué sentido? —preguntó Obi-Wan.
Cerasi suspiró y dejó en el suelo el arma en la que estaba trabajando.
—El último holograma que activó, del que se burlaba, era el de su padre. Fue a la batalla con los tres hermanos de Nield. Murieron todos. Nield sólo tenía cinco años. Un mes después, su madre comenzó a prepararse para ser parte de la siguiente gran batalla y le dejó con una prima, una chica joven que fue más una hermana para él. Su madre fue a luchar y la mataron. Después, los Melida invadieron su pueblo. Su prima escapó y se lo llevó a Zehava. Allí, vivieron unos años de paz, pero entonces los Daan atacaron el sector Melida y su prima tuvo que ir a luchar. Tenía diecisiete años, suficientes para ir a una batalla. Murió. Nield se quedó en la calle y tuvo que defenderse por sí mismo. Tenía ocho años. No quedaba nadie que pudiera ocuparse de él. A partir de entonces vivió solo, pero siempre encontró refugio y comida. Ahora ya no quiere volver a depender de nadie. ¿Puedes culparle de ello?
Obi-Wan se imaginó a todos aquellos que habían querido a Nield y habían muerto, uno tras otro.
—No —dijo suavemente—. No le culpo de nada.
Cerasi suspiró.
—La cuestión es que yo crecí pensando que los Daan eran bestias, casi inhumanos. Nield fue el primer Daan que conocí. Es el único que ha unido a los huérfanos Daan y Melida. Fue por los centros en los que nos cuidaban y nos fue reuniendo, prometiendo paz y libertad. Y luego se aseguró de que la tuviésemos. Si hubiésemos continuado en los centros habríamos acabado en un basurero.
—¿En un basurero? —preguntó Obi-Wan.
—Ambos, los Daan y los Melida, cogen a los chicos de los orfanatos y los destinan para trabajar en las fábricas o para el ejército, si son lo suficientemente mayores —dijo Cerasi—. O trabajan o luchan. Es fácil encontrarlos en los centros de las grandes ciudades. En las ciudades pequeñas o en los pueblos los niños se escapan.
—¿Adonde van?
Cerasi frunció el ceño.
—Viven de la tierra y del pillaje. Hay auténticas tribus de niños más allá de las murallas de la ciudad. Nield ha trabajado intensamente para organizarlos también. Se mantienen en contacto a través de comunicadores robados. No quieren más guerra. —Cerasi se volvió hacia él—. Me preguntabas cuáles eran nuestras posibilidades de éxito, y si lo supiera te contestaría, pero, con sinceridad, no puedo ni pensar en las ventajas y en los inconvenientes. Ganaremos porque tenemos que lograrlo.
Nuestro mundo está siendo completamente devastado, Obi-Wan. Y somos los únicos que podemos evitarlo.
Obi-Wan asintió. Empezaba a comprender a Cerasi. Vio que su brusquedad ocultaba en realidad unos sentimientos muy profundos.
—Podríais ayudarnos —continuó Cerasi—. Tú tienes relación con el Consejo Jedi, y ellos con Coruscant. Podrías demostrar a la galaxia entera que nuestra causa es justa. El apoyo de los Jedi significa todo para nosotros.
—Cerasi, te prometo apoyo Jedi —dijo Obi-Wan con firmeza.
Sorprendiéndose a sí mismo, puso las manos sobre las de la chica.
—Aunque sólo puedo prometerte el mío.
Su mirada directa sostuvo la del aprendiz.
—¿Por qué no vienes con Nield y conmigo mañana? Vamos a hacer la primera incursión en territorio Daan.
Obi-Wan dudó. Como aprendiz de Jedi rompería las reglas si accedía a hacerlo sin el permiso de Qui-Gon, pero si se lo preguntaba, Qui-Gon no lo permitiría, casi con toda seguridad.
Ya había roto las reglas prometiéndole a Cerasi el apoyo para su causa. Esa promesa podría entrar en conflicto con la misión de los Jedi.
Pero no se pudo contener. La causa de los Jóvenes le tocaba directamente el corazón. Como Jedi, nunca había luchado por su propia familia, su propio mundo o su propia gente. Luchaba por lo que Yoda y el Consejo, y ahora Qui-Gon, decidían.
Cerasi y Nield habían decidido por ellos mismos cuál era su causa. Obi-Wan sentía un poco de envidia. Había pasado mucho tiempo con personas que eran más mayores que él y había oído hablar muy a menudo de su sabiduría. Pero ahora se sentía cerca de algo muy diferente. Podía considerarse parte de una comunidad; hasta ahora no se había dado cuenta de cuánto echaba de menos a un grupo de chicos y chicas de su edad.
Las manos de Cerasi eran cálidas; sus dedos, finos y delicados. De repente, los entrelazó con los de él y apretó. Obi-Wan pudo comprobar su fortaleza.
—¿Vendrás? —preguntó.
—Sí —contestó—. Iré.
Esa noche, los Jóvenes extendieron sacos de dormir sobre las tumbas. Qui-Gon encontró un hueco, cerca de una de las entradas de los túneles adyacentes, donde el aire era más fresco.
Obi-Wan se aproximó a él con miedo.
—Nield y Cerasi me han pedido que comparta con ellos su habitación. Cuidan de los chicos más pequeños.
Qui-Gon le dirigió una mirada inquisidora, pero asintió.
—Que duermas bien, padawan.
Obi-Wan cogió un saco de dormir y volvió junto a Nield y Cerasi. Dormían en una pequeña antesala de la bóveda. Nield colocó un dedo sobre los labios de Obi-Wan cuando entró.
—Los chicos están dormidos —susurró.
—Nosotros deberíamos dormir también. Necesitaremos todas nuestras fuerzas para mañana.
Puso su mano en el antebrazo de Obi-Wan.
—Cerasi me ha dicho que te vas a unir a nosotros. Me siento honrado.
—El honor es mío por poder ayudaros —contestó Obi-Wan.
Se acomodó en el suelo, cerca de Nield y Cerasi. Pensó que no sería capaz de conciliar el sueño, pero la tranquila respiración de los chicos terminó por acunarle.
Era difícil precisar a qué hora se despertó. Cerasi se levantó y tocó el hombro de Nield, que ya estaba casi despierto y se puso en pie de inmediato.
Obi-Wan le imitó. Estaba preparado. No actuaba como un Jedi, sino como una persona, como un amigo. Se afianzó su sable láser y la honda que Cerasi le había dado la noche anterior. Había una entrada que comunicaba la antesala directamente con los túneles que llevaban a la zona Daan. Qui-Gon no le vería marcharse.
Obi-Wan sabía que era incorrecto no pedir permiso, pero no estaba seguro de cuánto se iba a enfadar Qui-Gon cuando se enterara de su marcha. Después de todo, el Maestro Jedi también se había ofrecido a ayudarles con la estrategia.
Obi-Wan se sintió satisfecho de su decisión en cuanto se unió a Nield y Cerasi en las desiertas calles del Círculo Exterior, controlado por los Daan. Los tres se movían como un equipo, soportando el helado aire de la mañana. Caminaban hacia abajo por las calles desiertas, casi sin hacer ruido con sus pisadas. Nield y Cerasi ya habían decidido su primer objetivo.