Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos (12 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos
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Cerasi mantuvo sus ojos cerrados, como si no pudiese soportar seguir viendo todo aquello.

—Tenemos que parar esto —dijo con un tono neutro.

—Son sólo tres cazas de combate —dijo Obi-Wan, mirando al cielo.

—Es suficiente —dijo Nield con dolor—. Tenemos que organizarnos. ¡Van a acabar con la mitad de nosotros si no hacemos algo!

Nield se volvió hacia Obi-Wan.

—Necesitamos tu nave otra vez, amigo. Tenemos que luchar contra ellos desde el aire. Con tus habilidades como piloto podremos derribarles como hicimos con las torres deflectoras.

Confundido, Obi-Wan miró a sus amigos.

—Me prometiste que no me pediríais nada más que fuese contra las órdenes de Qui-Gon.

—Pero todo ha cambiado, Obi-Wan —suplicó Cerasi—.
Mira a tu alrededor. Están matando niños. Perderemos todo
si no podemos luchar desde el aire.

Las lágrimas corrían por las mejillas de Cerasi.

—Por favor.

Los gritos de los niños taladraban los oídos de Obi-Wan. Aunque él estaba a salvo, detrás del muro, se sentía como atravesado por miles de disparos láser. Su ser se había dividido en dos. Todo lo que conocía, lo que pensaba que era importante, había desaparecido. Las enseñanzas Jedi no tenían ningún sentido para él. No significaban nada comparado con lo que tenía a su alrededor.

Se agachó al oír cerca de ellos la explosión de un torpedo de protones. La tierra saltó a su alrededor y les cayó polvo encima de la cabeza.

—¡Obi-Wan! —gritó Nield—. ¡Tienes que elegir!

Gruesas lágrimas caían por la cara de Cerasi, abriendo surcos en la suciedad. No hablaba; temblaba como una chiquilla aterrorizada.

Obi-Wan se dio cuenta de que ya había elegido. No podía dar la espalda al sufrimiento. No podía dar la espalda a sus amigos. Incluso si lo arriesgaba todo con esta decisión. Lo daría todo y más.

—Volveré —prometió Obi-Wan, y se marchó.

Capítulo 19

Obi-Wan corrió sin detenerse. Tenía que llegar a la nave antes que Qui-Gon. No quería discutir con él. Si Qui-Gon trataba de detenerle, ¿qué iba a hacer? Rechazó ese pensamiento. Tenía que llegar antes. Llevar a Tahl haría avanzar despacio a Qui-Gon.

Pero él había infravalorado la determinación y la velocidad de dos Caballeros Jedi. Mientras corría hacia el cañón, Obi-Wan vio a Qui-Gon levantar la última de las ramas que cubría la nave. Tahl ya estaba dentro.

Aminoró la marcha cuando estuvo a la vista de Qui-Gon. Obi-Wan vio la expresión de alivio de su Maestro. Qui-Gon pensó que había ido para volver al Templo con él. El Maestro Jedi esperó de pie al lado de la rampa.

Obi-Wan no le dio oportunidad de hablar. No hubiera podido aguantar las palabras de bienvenida.

—No he venido para marcharme contigo —dijo—. He venido a llevarme la nave.

La mirada tranquila de Qui-Gon desapareció. Su expresión se congeló.

—Tahl está a bordo —dijo Qui-Gon—. Voy a llevarla a Coruscant.

—Traeré el caza de vuelta —intentó Obi-Wan—. Ahora lo necesito. Vosotros podríais esperar aquí y...

—No —dijo Qui-Gon, enfadado—. No, padawan. No haré que esta traición te resulte fácil. Si das este paso, sabrás lo difícil que es.

Ninguno había movido un músculo. Obi-Wan, sin embargo, sabía que Qui-Gon estaba tan preparado para luchar como él. La Fuerza fluía entre ellos, pero era una Fuerza turbia, ni oscura ni nítida. Intentó sumergirse en ella, pero no pudo. Era como intentar atrapar un puñado de arena fina mientras se escapa a través de los dedos.

No tenía elección. El mundo que tenía a su alrededor se desmoronaba. Tenía que salvarlo. Tenía que luchar contra Qui-Gon.

Obi-Wan echó mano de su sable láser. Qui-Gon se movió sólo una fracción de segundo después. Debido a su rapidez, ambos encendieron el arma a la vez.

La luz verde de Qui-Gon refulgió entre la luz grisácea de la mañana. Obi-Wan sintió cómo palpitaba el láser en su mano. Qui-Gon miraba directamente a los ojos de Obi-Wan.

Era el momento oportuno. Sólo tenía que dar un paso adelante y desafiar a su Maestro. Sólo tenía que mover un músculo y eso sería tomado como un movimiento ofensivo. Y la batalla comenzaría.

Obi-Wan encontró en los ojos de Qui-Gon la misma angustia que él sentía. Sintió cómo algo se rompía dentro de él y su resolución fue desapareciendo. No podía hacerlo.

Los dos bajaron su arma a la vez. Los sables láser se desactivaron con un zumbido.

Durante un momento, Obi-Wan escuchó el viento que soplaba a lo largo del cañón.

—Debes elegir, Obi-Wan —le dijo Qui-Gon tranquilamente—. Puedes venir conmigo o quedarte, pero debes saber que si te quedas nunca serás un Caballero Jedi.

No llegar a ser nunca un Jedi. ¿Estaba preparado para tomar esa decisión? ¿Era ésa la mejor manera de decidirlo?

El momento se alargó. El tiempo parecía no avanzar. El enfrentamiento con el hombre al que había rogado que le enseñase, que le defendiese y le apoyase, de repente parecía no haber sido real. ¿Cómo había llegado hasta ese punto? ¿Qué estaba haciendo?

Pero, en medio de su confusión, vio la fiera mirada de Cerasi y oyó las fervientes palabras de Nield. Todavía podía oler el humo de la batalla, oír los gritos desesperados. Vio las barricadas en las calles y el ciego odio de los Mayores, que no se daban cuenta de que estaban destrozando su planeta de parte a parte. Les vio matar a sus propios hijos.

Podía contar a Qui-Gon la batalla que acababa de presenciar. Podía intentarlo, pero ya lo había intentado antes. Qui-Gon tenía razón. Tenía que elegir.

Obi-Wan rebuscó en el fondo de su convicción, y la confusión le desbordó de nuevo. Aquí, en Melida/Daan, había descubierto una realidad más fuerte que todo lo que había conocido.

—Aquí he encontrado algo más importante que el Código Jedi —dijo Obi-Wan muy despacio—. Algo por lo que no sólo merece la pena luchar, sino también morir.

Obi-Wan entregó su sable láser a Qui-Gon.

—Puede que tengas que marcharte, Qui-Gon Jinn, pero yo me quedo.

Fue como si las palabras de Obi-Wan hubiesen golpeado directamente la cara de Qui-Gon. El Maestro Jedi se quedó mirando la mano de Obi-Wan, que le entregaba en silencio el sable láser. Un gran estremecimiento recorrió el cuerpo fornido del Caballero Jedi.

Le había herido. Obi-Wan trató de retirar sus palabras, pero no podía. Ya estaban dichas. Y tenían un significado muy claro.

Qui-Gon no le miró. No dijo ni una palabra. Se volvió y empezó a subir la rampa para entrar en el caza de combate.

Obi-Wan se quedó de pie mientras los motores arrancaban. La nave salió limpiamente del cañón y se perdió en la atmósfera exterior.

Se quedó mirándola hasta que desapareció de su vista. Después dio media vuelta y corrió por el camino, de regreso a Zehava y a su nueva vida.

Cerasi y Nield le estaban esperando.

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