Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos (4 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos
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Incluso Qui-Gon pareció sorprendido.

—¿Las guerras han acabado con toda la Generación de Mediana Edad?

—Los Daan han acabado con esa generación —corrigió Wehutti con un gesto de horror.

Qui-Gon había notado la misma falta de población de esa edad, pero no se lo había querido mencionar a Wehutti. Obviamente, el odio que profesaban a los Daan era tan profundo que no veían las dos versiones de la historia.

Cuando pasaron por el café, Obi-Wan observó que había pintadas en las paredes medio destruidas. Escrito en un color rojo chillón, habían puesto las palabras: "¡Los Jóvenes ganarán! ¡Somos la esperanza!"

Doblaron una esquina y caminaron por un vecindario antaño próspero. Mientras pasaban junto a las barricadas construidas en lo que una vez fueron agradables plazas, Obi-Wan vio más pintadas. Todas repetían las frases que habían visto en el café.

—¿Quiénes son los Jóvenes? —preguntó a Wehutti, señalando la pintada—. ¿Algún tipo de grupo?

Wehutti frunció el ceño.

—Sólo niños haciendo travesuras. No basta con tener que vivir entre jardines y casas destrozados por los Daan. Además, nuestros propios hijos deterioran el paisaje pintando las paredes. Ah, ya hemos llegado.

Paró en lo que una vez debió de ser una lujosa mansión.

Una sólida muralla de acero coronada por cables electrificados había sido construida a su alrededor. Las ventanas tenían barrotes, y Obi-Wan estaba seguro de que producirían una descarga si se tocaban. La casa era ahora una fortaleza.

Wehutti se paró delante de la puerta y colocó el ojo frente a un lector de iris. La puerta se abrió, y él les indicó por señas que pasaran.

Entraron en un patio amurallado. Enfrente de la casa había un mueble lleno de armas.

—Lo siento, pero tendréis que dejar vuestros sables láser aquí —se disculpó Wehutti. Luego se despojó de sus propias armas—. Éstos son los cuarteles Melida. Es una zona sin armas.

Qui-Gon dudó un instante. Obi-Wan esperó para ver qué debía hacer. Un Jedi nunca se separa de su arma.

—Lo siento, pero si no respetáis esta regla las negociaciones no irán muy bien —dijo Wehutti en un tono conciliador—. Necesitan una prueba de vuestra confianza, ya que vosotros sois los que habéis pedido hablar con ellos. Pero es vuestra elección.

Muy despacio, Qui-Gon se quitó su sable láser y asintió a Obi-Wan para indicarle que hiciese lo mismo. El Maestro Jedi dejó el arma en el mueble y luego cogió la de Obi-Wan y la dejó junto a la suya.

Wehutti sonrió.

—Estoy seguro de que así todo irá bien.

Qui-Gon indicó a Obi-Wan que empezara a andar delante de él, mientras él colocaba su capa alrededor de su cuerpo. Wehutti caminaba detrás de ellos.

El pasillo era oscuro y el suelo de piedra tenía numerosos agujeros. Wehutti les hizo torcer hacia la izquierda. Las ventanas estaban recubiertas con un material oscuro que no permitía pasar la luz. Había una lámpara en una esquina que lanzaba tímidos destellos que se perdían entre las sombras.

Obi-Wan adivinó la presencia de un grupo de hombres y mujeres sentados en una mesa larga situada contra una pared. Era como si los estuviesen esperando.

—El Consejo Melida —les comentó Wehutti en un susurro—. Ellos gobiernan a los Melida.

Cerró la pesada puerta tras ellos. Obi-Wan oyó cómo pasaban un cerrojo. Echó una mirada rápida a Qui-Gon para tratar de ver si su Maestro sentía la misma clase de aprensión que él.

—He vuelto, camaradas —anunció Wehutti. Extendió sus brazos para señalar a Qui-Gon y a Obi-Wan—. ¡Y he traído a dos rehenes Jedi más para unirse a nuestra gran causa!

Capítulo 6

Wehutti acababa de terminar de hablar cuando Qui-Gon se movió. Su sable láser se activó mientras Wehutti todavía estaba sonriendo. Qui-Gon giró, alcanzando a Wehutti en el hombro. Al mismo tiempo, lanzó a Obi-Wan su sable, con la esperanza de que el chico estuviera preparado para cogerlo.

Qui-Gon se esperaba la traición, y no necesitaba que la Fuerza le advirtiese de que Wehutti les estaba conduciendo a una trampa. Su instinto se lo había dicho incluso antes de entrar por las puertas del Círculo Interior. Cuando Wehutti les dijo que dejaran las armas, Qui-Gon fingió cierta duda. Había previsto la petición y estaba preparado para ella, y había sido fácil fingir que se estaba arreglando la capa para recuperar los sables láser.

Incluso los hombres más inteligentes sólo ven lo que desean ver. Wehutti ya se estaba felicitando por la ingenuidad de los Jedi al dejarse atrapar.

Wehutti cayó al suelo con un grito de dolor y de rabia. Obi-Wan activó su sable láser.

—La puerta —le dijo Qui-Gon, preparándose para defenderse del grupo sentado a la mesa.

Muchos habían comenzado a levantarse, pero el resto estaba todavía demasiado sorprendido para reaccionar.

Oyó a Obi-Wan dar un golpe al candado. Dos guerreros, un hombre y una mujer, habían reaccionado más rápidamente que los otros y se dirigían a Qui-Gon empuñando sus armas.

De repente, la luz lo inundó todo. Obi-Wan debía de haber activado la iluminación mientras trataba de abrir la puerta. Era mejor no luchar en la oscuridad, aunque un Jedi estuviese entrenado para ello.

Qui-Gon reprimió su sorpresa cuando vio a los soldados Melida a la luz. Todos presentaban heridas de consideración. Vio que tenían lesiones en cara y brazos, y piernas ortopédicas. Dos de ellos usaban máscaras para respirar.

Los Melida y los Daan se estaban destrozando literalmente, trozo a trozo.

Fue un pensamiento fugaz que se fue tan rápido como vino. Qui-Gon sabía que tenía que concentrarse en la lucha. Fue rechazando los disparos a medida que corría hacia Obi-Wan, que había hecho saltar el candado fácilmente. La puerta estaba abierta. Obi-Wan y Qui-Gon salieron corriendo de la habitación, hacia el pasillo.

Oyeron ruido de pisadas sobre sus cabezas y se pararon. Una luz roja intermitente brillaba con fuerza en una de las paredes. De repente, unas barras cayeron sobre la puerta principal.

—Alguien ha puesto en funcionamiento una alarma silenciosa —dijo Qui-Gon.

—Nunca saldremos por esa puerta —advirtió Obi-Wan.

Volvieron por el pasillo, intentando encontrar una puerta posterior. Sabían que tenían poco tiempo hasta que el resto de los soldados Melida los encontrasen.

A medida que pasaban por distintos puntos del pasillo, iban sonando diversos dispositivos electrónicos.

—Son sensores de localización —dijo Qui-Gon—. Nos siguen, saben exactamente dónde estamos.

Al final del pasillo encontraron una puerta altamente protegida. Qui-Gon giró a la izquierda y abrió la primera puerta que vio. Intentarían escapar a través de una ventana, si podían, claro.

La habitación de techo alto estaba llena de equipamiento almacenado: circuitos, equipos de navegación, partes de sensores, androides desmantelados.

Qui-Gon se dirigió a la ventana. Barras de alta tensión cruzaban el cristal. Era un dispositivo de seguridad capaz de alejar a cualquier tipo de criatura y construido para resistir el ataque de cualquier arma. Menos los sables láser de los Jedi. Qui-Gon cortó las barras con un solo golpe, abriendo un agujero lo suficientemente grande como para que pudiesen pasar a través de él. Hizo lo mismo con el cristal de la ventana.

—Vamos, padawan —dijo Qui-Gon.

El chico pasó fácilmente a través del agujero. Qui-Gon le siguió. Se encontraron en un patio amurallado. Qui-Gon calculó que no sería difícil escalar el muro. Demasiado fácil.

—Vamos, Qui-Gon —dijo Obi-Wan con impaciencia.

—Espera.

Qui-Gon se acercó al muro, se agachó y lo examinó.

—Está minado —dijo a Obi-Wan—. Detonadores térmicos. Si lo escalamos, o simplemente saltamos sobre él, los sensores infrarrojos nos harán saltar por los aires.

—Así que estamos atrapados.

—Me temo que sí —contestó Qui-Gon, estudiando todas las posibilidades.

Tendrían que entrar en la fortaleza Melida y luchar para lograr huir. No tenían mucho tiempo. Los soldados adivinarían dónde estaban en unos pocos segundos.

Qui-Gon escuchó un sonido metálico y se giró con su sable láser en alto. Pero no había ningún soldado Melida cerca. El sonido procedía del suelo. Una pequeña gruta se estaba abriendo frente a ellos.

De la abertura salió una mano pequeña y sucia que les hacía gestos.

Obi-Wan, confundido, miró a Qui-Gon.

—¿Qué hacemos?

Una voz irónica surgió de la cueva.

—Venid. Hablemos. Esperaré. Tenemos mucho tiempo.

Qui-Gon oyó cómo corrían y gritaban dentro de la fortaleza. En cualquier momento, los soldados aparecerían en la ventana.

—Vámonos —dijo a Obi-Wan.

Esperó hasta que su padawan se deslizó a través de la abertura. Qui-Gon le siguió a ciegas y buscó con sus pies. Encontró una escalera y, con la esperanza de no haberse equivocado, empezó a descender.

Capítulo 7

Obi-Wan llegó al final de la renqueante escalera de metal. Tras bajar el último escalón, notó que pisaba un suelo cubierto de agua que le llegaba a la altura de los tobillos. Qui-Gon le seguía, moviéndose con su elegancia habitual y sorprendido de encontrarse con esa presencia.

Era imposible decir si su rescatador era hombre o mujer. La figura vestía una túnica amplia, y en ese momento se colocaba un sucio dedo en los labios. Después levantó el dedo y señaló hacia arriba. El significado de esos gestos estaba claro. Si no caminaban en silencio, los guardias de arriba les oirían.

Los pasos que oían sobre sus cabezas eran fuertes; las voces, enfadadas. El salvador de los Jedi se giró y comenzó a andar muy despacio en el agua, levantando un pie y volviendo a sumergirlo con cuidado para no hacer ningún ruido. Obi-Wan le imitó. En silencio, y con mucha cautela, fueron avanzando a lo largo del túnel.

Las paredes estaban reforzadas con vigas astilladas. Obi-Wan las miró con desconfianza. No le parecía que el túnel fuera muy seguro. De todas formas, era mejor que luchar para huir de una fortaleza altamente protegida.

En cuanto se alejaron un poco de la entrada, comenzaron a andar a buen ritmo. Debido al agua y al barro, caminaron con gran esfuerzo a lo largo de lo que parecían kilómetros de túnel. A veces, el nivel del agua les subía por encima de las rodillas.

Su rescatador les llevó por túneles que formaban parte del alcantarillado, donde el olor era terrible. Obi-Wan trató de no vomitar. El desconocido hizo como que no se daba cuenta y siguió caminando a la misma velocidad.

Por fin llegaron a un gran espacio abovedado iluminado por brillantes antorchas colocadas en las paredes. El suelo estaba seco y el aire era mucho más respirable. La habitación estaba llena de cajas rectangulares de piedra cubiertas de musgo. Algunas de ellas estaban alineadas cerca de las paredes.

—Tumbas —murmuró Qui-Gon—. Es un viejo cementerio.

Una de las tumbas, a la que habían limpiado el musgo, desprendía un resplandor blanco en medio de la oscuridad. Había asientos alrededor de ella. Un grupo de chicos y chicas, algunos de la edad de Obi-Wan, otros más jóvenes, estaban sentados allí, comiendo sobre la improvisada mesa.

Un chico alto de pelo oscuro y muy rizado se dio cuenta de su presencia y se puso de pie.

—Los encontré —anunció el rescatador.

El chico asintió.

—Bienvenidos, Jedi —dijo solemnemente—. Somos los Jóvenes.

Alrededor de ellos, las paredes parecieron moverse. Muchachos y muchachas empezaron a salir de las sombras, surgiendo de la oscuridad y de detrás de las tumbas que estaban cerca de Obi-Wan y Qui-Gon.

Asustado, Obi-Wan miró sus caras. La mayoría estaban delgados y vestían harapos. Todos llevaban armas improvisadas colgadas de sus cinturones o al hombro. Les miraban con curiosidad, sin ninguna intención de ser amables.

El chico alto se les acercó. Llevaba la pieza de una armadura.

—Soy Nield, el jefe de los Jóvenes. Ésta es Cerasi.

Su rescatador se quitó la capucha y Obi-Wan pudo ver que se trataba de una chica de aproximadamente su misma edad. Llevaba el pelo corto y descuidado. Tenía la cara redonda y la barbilla picuda. Sus ojos verdes claros eran como piedras preciosas, resplandecían en la oscuridad de la bóveda.

—Gracias por rescatarnos —dijo Qui-Gon—. ¿Por qué lo hiciste?

—Sólo habríais sido un peón en el juego de la guerra —dijo Nield, encogiéndose de hombros —. Nos gustaría que ese juego acabara.

—Vi las pintadas de la ciudad —dijo Obi-Wan—. ¿Sois Melida o Daan?

Cerasi negó con la cabeza.

—Cada uno es lo que es —dijo, levantando orgullosamente su cabeza.

—¿Queréis parar la guerra? —preguntó Qui-Gon.

—Se supone que ahora hay una tregua —señaló Obi-Wan. Nield hizo un gesto despectivo con la mano.

—La guerra comenzará de nuevo. Mañana, la próxima semana... Siempre es igual. Ni siquiera los más viejos pueden recordar el origen del enfrentamiento. No recuerdan por qué empezó la guerra. Sólo recuerdan las batallas. Guardan archivos de ellas y van una vez por semana para rememorar la cantidad de sangre que se ha derramado, y nos obligaban a ir también.

—Las Salas de la Evidencia —asintió Obi-Wan.

—Sí, malgastan el dinero allí mientras la ciudad se desmorona a nuestro alrededor —dijo Nield enérgicamente—. Mientras los niños mueren de hambre y los enfermos por falta de medicinas. Ambos, los Melida y los Daan, arrasan grandes cantidades de territorio y no dejan terreno para la agricultura. No hay un pedazo de tierra que no haya sido utilizado para la guerra o se esté preparando para una guerra futura.

—Y mientras siguen luchando —señaló Cerasi—. El odio no cesa.

—¿A quién defienden nuestros gloriosos líderes? —preguntó Nield—. Sólo a los muertos.

Señaló a las tumbas.

—Hay muertos por todo Melida/Daan. Ya no queda espacio para colocarlos. Esto es un antiguo cementerio subterráneo, pero hay otros más arriba. Los Jóvenes queremos luchar por los vivos. Es nuestra responsabilidad volver a instaurar la paz en el planeta. La Generación de Mediana Edad ha desaparecido, y nuestros padres están muertos. Los que quedan se han unido a los Mayores para seguir luchando. Desde que la mayor parte de la munición y las armas se agotó en la última batalla, las tácticas bélicas utilizadas son los francotiradores y los sabotajes.

—Casi no quedan cazas de combate —les dijo Cerasi—. Los Melida y los Daan malgastan todo su dinero en levantar fábricas para construir más armas. Obligan a los niños a trabajar allí. Obligan a cualquiera que tenga más de catorce años a ingresar en el ejército. Por eso nos escondemos aquí. La otra opción era morir.

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