Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos (7 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos
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Encendieron un tubo y se subieron al tejado de una vivienda. Desde allí podían ver el sol, que era más un asomo de brillo que una fuente de calor.

—Odio tener que despertar a todo el mundo —dijo Nield, luciendo una amplia sonrisa.

—De todas formas, ya es hora de que estuvieran levantados.

Cerasi cogió un tubo de misiles camuflado como un juguete.

—Estoy lista.

Obi-Wan llevaba varios proyectiles colgando de su cinturón. Puso uno en el tubo. Los proyectiles iban equipados con pequeños amplificadores para que el sonido que provocaran al caer se pareciera al de un torpedo de protones real. Cerasi y Nield habían escogido una calle que acentuaría el eco del sonido.

—Vamos —Obi-Wan mostró su conformidad.

Cerasi apuntó a un edificio abandonado que había al otro lado de la calle. Disparó.

El estruendo de la explosión les sorprendió.

—¡Escucha eso! ¡Ha funcionado! —dijo Nield, exultante.

Colocó una bola láser en su honda y disparó contra la pared del otro lado de la calle. Sonó el inconfundible y característico golpeteo de un disparo láser. Obi-Wan puso rápidamente otro proyectil dentro del tubo, y Cerasi lo hizo explotar. El estruendo resonó en todos los edificios que tenían debajo.

Nield continuó lanzando bolas láser con su honda y Obi-Wan siguió cargando. Lanzaban bola tras bola, recargando y volviendo a disparar rápidamente. El sonido de los disparos resonaba en toda la calle. Alguien surgió de una puerta y miró rápidamente arriba y abajo de la calle. Nield y Obi-Wan, situados donde nadie podía verlos, lanzaron una lluvia de disparos a un edificio abandonado.

¡Crack crack crack crack!
Las bolas láser chocaron contra una superficie metálica, provocando un ruido aún mayor. Los Daan comenzaron a dirigirse al edificio.

—Han dado la alarma —dijo Nield—. Ya hemos hecho nuestro trabajo aquí. Vámonos.

Saltando de edificio en edificio, llegaron a otra calle más tranquila. Repitieron el mismo proceso y luego se fueron. Corriendo, disparaban ráfagas de bolas láser mientras Cerasi lanzaba proyectiles hacia aquellos lugares en los que hubiese un eco mayor y pudiese hacer más ruido. Mientras se movían entre los bloques de edificios, levantaban barricadas donde podían para interceptar los vehículos militares. En los puestos de control, lanzaban disparos con sus armas fingidas sobre las cabezas de los guardias, que adoptaban posturas defensivas y exploraban las calles desiertas con sus electrobinoculares de infrarrojos, en busca de los atacantes invisibles.

El sol salía y las sirenas empezaron a sonar en toda la ciudad. Nield se volvió hacia ellos. El sol arrancaba reflejos rojos de su oscuro pelo.

—Vayamos ahora a los cuarteles militares.

Obi-Wan se sentía emocionado. Era casi como un juego, una trampa que Nield y Cerasi habían urdido. Pero ahora, el juego se volvía serio. Atacar un objetivo militar, incluso con explosivos falsos, podía ser peligroso.

Nield les condujo a través de los tejados hasta los cuarteles militares. Desde el tejado de un edificio al otro lado de la calle, Obi-Wan podía ver a los soldados corriendo hacia sus vehículos militares, portando rifles láser y lanzatorpedos. Obviamente, iban a investigar qué sucedía en los numerosos sitios donde habían saltado las alarmas.

—Cuanto más lejos, mejor —comentó Cerasi—. Así no habrá muchos soldados por aquí.

Esta parte podía ser peligrosa. No se trataba de disparar a casas llenas de civiles que dormían. Los militares podían reaccionar con firmeza, pero Nield había afirmado que si no les convencían de la autenticidad del ataque, su plan no funcionaría. Si los soldados se sentían bombardeados, pensarían que no eran los disparos de un francotirador aislado, sino un ataque en toda regla.

Además de Nield, Cerasi y Obi-Wan, otros grupos de los Jóvenes habían ido a los barrios Daan y Melida. Sus ataques debían ser simultáneos a los de los cuarteles militares.

Esperaron hasta que los militares se alejaron en sus vehículos. Dos guardias se quedaron en el exterior, en dos refugios armados transparentes. Cerasi cargó su tubo. Obi-Wan y Nield pusieron bolas en sus hondas. Tras contar tres en voz baja, dispararon a la vez.

Las bolas láser alcanzaron el edificio y sonaron como disparos láser. El proyectil explotó. Los tres habían vuelto a cargar y disparar, y rápidamente se deslizaron hacia el borde del tejado para saltar al edificio contiguo. Desde allí, volvieron a disparar.

Los soldados salieron del edificio con sus armaduras y empuñando sus armas. Enfocaban con sus electrobinoculares a las calles y edificios que tenían alrededor. Las sirenas sonaban con insistencia. Los soldados comenzaron a avanzar por la calle. Pequeñas naves de vigilancia aérea despegaron y vehículos armados empezaron a salir de una estación subterránea.

—Es el momento preciso de alejarnos de aquí —dijo Cerasi.

Volvieron a colocar sus falsas armas y sus hondas en los cinturones, cruzaron a través del tejado y descendieron veloces al suelo, a través de una tubería. Cuando llegaron a la calle, disminuyeron su paso como si fueran unos adolescentes Daan que habían salido a dar una vuelta por la mañana.

—¡Eh, vosotros! ¡Deteneos!

Se quedaron helados. La voz venía de detrás de ellos. Nield les había dado tarjetas de identificación, así que estaba seguro de que no tendrían problemas. Cerasi sacó un paquete del interior de su túnica. Obi-Wan la miró confundido. ¿Tenía un arma? Él, por supuesto, llevaba su sable láser, pero no habría sido capaz de utilizarlo contra las tropas que había por la calle. Habría comprometido a Nield y a Cerasi.

Se volvieron y vieron a tres soldados que se aproximaban con sus armas, apuntándoles directamente al corazón.

—Tarjetas de identificación —dijo un soldado con un tono de voz brusco.

Los tres chicos se las entregaron rápidamente. Nield había dado a Obi-Wan la de un chico Daan que más o menos tenía su edad y su peso. Los soldados insertaron los discos en una máquina lectora. Obi-Wan esperó a que se la devolvieran, pero, por el contrario, el primer soldado echó una ojeada a los otros dos chicos. Todavía parecía sospechar algo. Les miró con detenimiento.

—¿Pasa algo? —preguntó Nield con preocupación.

—¿Qué lleváis ahí?

El primer soldado señaló el paquete con el arma de Cerasi.

—Du... dulces de muja —balbuceó Cerasi, nerviosa. Se agarró al paquete—. Para el desayuno. Los compramos todas las mañanas.

—Déjame ver.

El soldado abrió la tapa del paquete. Dentro, Obi-Wan pudo ver una fila de pastelitos envueltos en servilletas.

—¿Qué lleváis en los cinturones? —preguntó el otro soldado—. ¿No sois un poco mayores para llevar juguetes?

—Estamos practicando para cuando estemos en el ejército —contestó Nield.

Levantó la barbilla.

—No podemos esperar para luchar contra los malvados Melida.

—¿Y eso qué es?

El soldado apuntaba hacia el sable láser de Obi-Wan. El Jedi lo cogió y lo encendió.

—El último juguete de Gala. Mi abuelo los vende en la Calle de la Victoria.

Los soldados lo miraron.

—Nosotros no teníamos juguetes como ésos cuando éramos pequeños —dijo el primer soldado con resentimiento.

—¡En la próxima Batalla de Zehava, los Daan se impondrán! —contestó Obi-Wan, blandiendo su sable en el aire.

—Ahora debemos de estar entrando en la próxima Batalla de Zehava, así que daos prisa y meteos en algún refugio —dijo el tercer soldado con pesar.

Devolvió a Nield su tarjeta de identidad y sugirió al otro soldado que hiciese lo mismo.

—Vosotros pronto estaréis luchando con armas de verdad.

Los tres soldados se marcharon, con sus comunicadores llenos de mensajes de otros ataques en diferentes puntos de la ciudad.

—Estuvimos cerca esta vez —Cerasi respiró con fuerza—. Me alegro de haber traído los pastelitos. Nos han servido de excusa para justificar nuestra presencia en la calle tan pronto.

—Vaya, yo pensé que los traías por si yo tenía hambre —fue capaz de bromear Obi-Wan.

Su corazón iba recuperando su ritmo normal. No quería ni pensar cómo habría reaccionado Qui-Gon si los Daan le hubieran capturado.

—Fue un movimiento inteligente activar el sable láser y hacerles creer que era un juguete —dijo Nield a Obi-Wan—. Tuvimos suerte de que fueran tan tontos que no se dieron cuenta de que eras un Jedi.

Cerasi los miró.

—Yo pensé que Obi-Wan estaba preparado para utilizarlo.

Nield sonrió ampliamente.

—Yo pensé que iba a salvarnos a todos.

Los tres rieron aliviados. Obi-Wan sintió una corriente de simpatía entre Nield, Cerasi y él. Incluso aunque seguía en peligro, nunca se había sentido tan libre.

Capítulo 11

Qui-Gon estaba sentado en las sombras, contemplando la intensa actividad de los Jóvenes mientras entraban y salían de la bóveda, en busca de municiones. Después salían corriendo hacia las calles.

Algo le había despertado antes del amanecer, un movimiento mínimo muy silencioso. Había visto salir a Obi-Wan con Nield y Cerasi, y le había dejado marchar.

Habría sido muy fácil levantarse y desafiar a Obi-Wan. Qui-Gon se había enfadado y le hubiese gustado enfrentarse al chico. Obi-Wan no podía salir sin pedir permiso. Había traicionado la confianza de Qui-Gon. Era una traición pequeña, pero al Maestro Jedi le dolía.

Obi-Wan y él no habían alcanzado todavía la comunicación mental perfecta de la relación entre Maestro y padawan. Ya habían dado unos cuantos pasos del largo viaje juntos. De vez en cuando tenían desacuerdos y malentendidos, pero Obi-Wan nunca le había ocultado algo deliberadamente.

Obviamente, Obi-Wan tenía miedo de que Qui-Gon no le dejara ir. El chico tenía razón: se lo hubiese prohibido. Qui-Gon creía que los Jóvenes deseaban sinceramente la paz, pero no estaba seguro de que esas mismas buenas intenciones se mantuvieran cuando alcanzaran el poder. Veía mucha rabia en ellos. Obi-Wan sólo había visto la pasión.

Por fin, Nield, Cerasi y Obi-Wan regresaron. Qui-Gon dejó escapar un suspiro de alivio. Había empezado a preocuparse.

—Es el momento de la fase dos —dijo Nield mientras los tres entraban en la bóveda—. Ahora vamos a atacar las reservas de armamento de ambos bandos.

—¿Qué hay de Tahl? —preguntó Qui-Gon.

—Cerasi os llevará hasta Tahl —dijo Nield—. ¿Deila?

Una chica alta y delgada dejó de cargar los proyectiles que colgaban de su cinturón.

—¿Sí?

—¿Qué tal van las cosas en el lado Melida?

Ella sonrió.

—Es el caos más absoluto. Creen que los Daan están por todas partes, incluso en sus taquillas.

—Bien.

Nield se giró hacia Qui-Gon.

—Hay confusión suficiente para que te puedas deslizar sin ser visto. Cerasi te llevará hasta el lugar donde está retenida, pero tendrás que rescatarla tú solo.

—Está bien —accedió Qui-Gon.

No quería poner a la chica en peligro.

Obi-Wan no miró a los ojos de Qui-Gon hasta que no estuvieron siguiendo a Cerasi por un estrecho túnel. Qui-Gon dejó de lado su enfado. No quería enfrentarse a Obi-Wan por haberse escapado. Todavía no. Trató de pensar en la tarea que tenían que resolver ahora. Intentó concentrarse en el rescate de Tahl.

Cerasi los condujo por una serie de túneles hasta una cueva. Una luz mortecina se filtraba del exterior.

—Estamos bajo el edificio donde tienen retenida a Tahl —susurró—. Esto os llevará hacia un piso bajo de barracones militares. Tahl se encuentra en una habitación, tres puertas a la derecha. Habrá guardias en el barracón, aunque no tantos como antes del ataque. Los soldados son necesarios en las calles.

—¿Cuántos solía haber antes? —preguntó Qui-Gon en voz baja.

—Temo tener que daros malas noticias —dijo Cerasi—. Sólo está custodiada por dos guardias, pero justo a la vuelta de la esquina están los cuarteles principales de los soldados, donde van a comer y a dormir. Así que siempre hay muchos soldados yendo y viniendo. Por eso Nield y yo pensamos que necesitaríais una alternativa —señaló encima de sus cabezas—. Esta cueva conduce directamente a un área de almacenamiento de grano, así que podréis subir sin ser vistos.

—Gracias, Cerasi —dijo calmadamente Qui-Gon—. Encontraremos la manera de volver.

Pero cuando Qui-Gon y Obi-Wan emergieron en un almacén lleno de sacos de grano, la cabeza de Cerasi asomó tras ellos.

—Pensé que ibas a volver —susurró Obi-Wan.

Ella sonrió.

—Y yo pensé que quizá necesitaríais ayuda. —Sacó su honda—. Un plan alternativo puede necesitar de alguien más.

Obi-Wan volvió a sonreír, pero Qui-Gon frunció el ceño.

—No quiero meterte en una situación peligrosa, Cerasi. Esto no entra en nuestro trato. Nield dijo que...

—Yo tomo mis propias decisiones, Qui-Gon —le interrumpió Cerasi—. Te estoy ofreciendo ayuda. Sé la manera de salir de aquí. ¿Vas a aceptar mi ofrecimiento o no?

Cerasi tenía la barbilla levantada en un gesto de orgullo. Miraba fijamente a Qui-Gon.

—De acuerdo —dijo—, pero si Obi-Wan y yo encontramos problemas, escaparás. ¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —accedió Cerasi.

Qui-Gon abrió la puerta fácilmente con un golpe e inspeccionó el área. Había un pasillo con robustas puertas metálicas. Un soldado pasó corriendo y desapareció tras una esquina. Dos soldados estaban situados a ambos lados de una puerta. Era la de la habitación en la que estaba Tahl.

Un soldado se dirigió hacia el lugar en el que se encontraba Qui-Gon. El Jedi se echó hacia atrás, pero permaneció cerca de la puerta.

—¿Vuelves allí otra vez? —preguntó uno de los guardias.

—Tenemos una invasión entre manos —dijo el otro soldado de forma arisca—. Acaban de llegar noticias de otro ataque a un par de manzanas de aquí. Tengo que encontrar mi unidad.

Los guardias intercambiaron miradas nerviosas.

—Estamos perdiendo el tiempo aquí —murmuró el primero—. Deberíamos estar ahí fuera, luchando. Este servicio es una pérdida de tiempo se mire como se mire. No me importa que sea una Jedi, está demasiado débil para convertirse en una amenaza.

—Está acabada —dijo el otro guardia—. No tardará mucho en morir.

Qui-Gon sintió cómo crecía en él el odio y el dolor. No podía ser demasiado tarde. Controló su ira y llamó a la Fuerza. Sabía que Obi-Wan estaba haciendo lo mismo. De repente, la Fuerza era una presencia en la habitación, y surgía alrededor de ellos.

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