Área 7 (15 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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El fuerte torrente de agua seguía golpeándolos. No tenía pinta de ir a parar y el hueco del ascensor se estaba llenando con rapidez, haciendo que el nivel del agua creciera a gran velocidad, elevándolos a las puertas exteriores más cercanas.

Y, entonces, de repente, por encima del estruendo del agua que se precipitaba sobre ellos, un fuerte sonido metálico resonó por el hueco del ascensor, seguido del zumbido de un movimiento mecánico.

Libro II miró hacia arriba, justo en el preciso momento en que la lluvia de agua cesó.

Bueno, más o menos. En esos momentos caía por los lados del hueco del ascensor, cubriendo los cables de contrapeso con una cortina de agua.

—¿Qué ocurre? —preguntó Sex Machine.

Y entonces Libro II lo vio.

Vio una sombra superpuesta a la oscuridad que descendía sobre ellos, una sombra de forma cuadrada que se hacía más grande conforme se iba acercando.

—¿Qué es eso? —dijo Calvin Reeves.

—Oh, mierda —musitó Libro II—. Es el ascensor.

A medida que el ascensor de personal descendía, el agua rebotaba en el techo y se vertía a los laterales.

A cierta altura del ascensor, desde la entrada del hangar principal, dos francotiradores del séptimo escuadrón provistos de rifles con miras telescópicas nocturnas apuntaban al hueco del ascensor.

Apuntaban más concretamente al techo del ascensor, esperando a que algún enemigo apareciera por los laterales de este, los únicos dos puntos por donde podían trepar desde su posición (bajo el ascensor en descenso).

—Qué mal pinta esto… —dijo Libro II—. Qué mal pinta.

O bien se ahogaban porque el ascensor los hundía bajo el agua, o trepaban por los laterales del ascensor donde, sin duda alguna, el enemigo los estaría esperando…

Alzó la vista al par de puertas exteriores situadas a medio metro de él. Tenían pintado un enorme «5».

Nivel 5.

Se preguntó qué habría en ese nivel, pero luego concluyó que qué más daba. Esas puertas eran la única salida. Y punto.

Se aupó y consiguió alcanzar el extremo inferior de la entrada. Una cortina de agua le golpeó la cabeza.

Al igual que las demás puertas exteriores del hueco del ascensor, las puertas del nivel 5 estaban cerradas, selladas herméticamente.

El ascensor seguía descendiendo, de manera lenta pero constante.

El agua seguía creciendo, alcanzando ya la base de la entrada al nivel.

Calvin Reeves apareció a su lado.

—¿Cómo demonios abrimos estas puertas, sargento?

Libro supuso que el mecanismo para desactivar el cierre se encontraba en algún punto de la pared.

—¡No lo veo! —gritó—. ¡Tiene que estar escondido en la pared!

El ascensor estaba cerca y se cernía amenazante, una planta por encima de ellos, prosiguiendo con su inexorable descenso.

El agua seguía cayendo.

Y entonces Libro II lo vio. Un cable con aislante que recorría la pared de hormigón a la derecha de las puertas y que descendía bajo el agua.

—¡Claro! —gritó. La palanca de anulación del cierre automático no se encontraba en ese nivel. Estaría o bien encima o bien por debajo de la planta, de modo que las puertas pudieran abrirse cuando el ascensor se detuviera allí.

Sin pensárselo dos veces, Libro II cogió aire y se sumergió en el agua.

Silencio.

La extraña quietud del mundo submarino.

Libro II siguió buceando mientras sus dedos recorrían el grueso cable negro unido a la pared de hormigón.

Tras casi tres metros, llegó a una caja de acero encajada en la pared. La abrió, palpó en busca de una palanca, encontró una fila de seis y tiró de la quinta.

Al instante oyó un ruido sobre él, el sonido de la puerta cerrada a presión al abrirse.

Nadó hacia arriba. Llegó a la superficie, salió y…

—Libro, ¡rápido! ¡Vamos! —fueron las primeras palabras que oyó.

Había salido algo alejado de las puertas, ya abiertas, e inmediatamente vio a Calvin Reeves y a Elvis dentro del nivel. Sex Machine estaba agarrado al borde de la entrada y le estaba ofreciendo la mano a Libro II para ayudarlo a subir.

Entonces Libro II alzó la vista.

¡El ascensor estaba a apenas un metro de su cabeza y se acercaba con rapidez!

Sacó su mano de debajo del agua y Sex Machine se la cogió y tiró de él hacia la entrada. Entonces Elvis y Calvin los agarraron a los dos y los sacaron del agua en el mismo y preciso instante en que el ascensor descendió hasta la entrada y se detuvo justo delante de ellos.

Todos se quedaron inmóviles.

El agua, buscando desesperadamente una salida, comenzó a asomar por el suelo del ascensor. Empezó a extenderse inmediatamente por el suelo del nivel 5.

Libro II esperó con gran tensión a que las puertas del ascensor se abrieran, a que una falange de hombres del séptimo escuadrón saliera de él disparando.

Pero nadie lo hizo.

El ascensor estaba vacío.

Estaban a salvo, por el momento.

Libro II se volvió para mirar el lugar en el que se encontraban. Una capa de agua ya había comenzado a cubrir el suelo.

Era una especie de antesala de considerable tamaño. Había algunos escritorios de madera, una vitrina de resina de policarbonato Lexan llena de escopetas y equipos antidisturbios. Además de un par de celdas.

Libro II frunció el ceño.

Era como si se encontraran en la entrada de una cárcel.

—Pero ¿qué coño es este lugar? —dijo en voz alta.

* * *

En ese mismo instante, en el otro extremo del nivel 5, Juliet Janson y el presidente de Estados Unidos se toparon con un infierno nuevo y completamente diferente.

Juliet había pensado que nada podía ser peor que la sala con las jaulas de animales.

Pero eso era peor, mucho peor.

Tras salir por la puerta del lado oeste de la sala de animales enjaulados, en esos momentos se encontraba en una sección del Área 7 mucho más aterradora.

Una habitación amplia, oscura y de techos bajos se extendía ante ella. Apenas estaba iluminada (solo una de cada tres luces estaba encendida), una táctica que consistía en dejar algunas zonas de la habitación sumidas en la más profunda oscuridad.

Pero la tenue luz no podía esconder la verdadera naturaleza de ese nivel.

Estaba lleno de celdas.

Celdas de hormigón viejas y oxidadas de gruesas paredes y anodizados barrotes negros encajados en una especie de mamparas de hormigón. Las celdas eran bastante antiguas y, con la escasa iluminación del nivel 5, tenían una apariencia de lo más gótica.

No obstante, eran los gemidos y susurros roncos procedentes de la oscuridad tras aquellos barrotes los que revelaban la verdadera naturaleza de sus inquilinos.

No eran celdas para animales, se percató Juliet con horror.

En ellas había seres humanos.

Los prisioneros oyeron que la puerta se abría, que Juliet y el presidente y los otros dos agentes del servicio secreto irrumpían en su sala y se pegaron a los barrotes de sus celdas para ver a qué se debía todo aquel ruido.

—¡Oh, eh, nena! —gritó un individuo sin dientes cuando Juliet, con grandes y resueltas zancadas y la SIG-Sauer en la mano, pasó junto a su celda con el presidente pegado a ella.

—¡Ramondo! —gritó—. ¡Bloquee esta puerta!

Una fila de armarios de acero flanqueaba la pared junto a la puerta que daba a la habitación de las jaulas de animales. Ramondo empujó los tres primeros, colocándolos en posición horizontal delante de la puerta.

Los prisioneros comenzaron a gritar.

Como todos los condenados a cadena perpetua, podían oler el miedo al instante e incrementarlo les proporcionaba un gran placer. Algunos comenzaron a soltar obscenidades, otros a golpear los barrotes con tazas lacadas, mientras que otros se limitaron a gritar de manera ensordecedora.

Juliet atravesó aquella pesadilla con gesto resuelto y adusto.

Vio una rampa poco pronunciada a su derecha, rodeaba por una verja con barrotes de un grosor considerable. La rampa parecía conducir al siguiente nivel. Fue hasta ella.

—¡Eh, nena, ¿te apetece bailar… sobre mi mástil?

El presidente contemplaba boquiabierto todo aquel caos. Los prisioneros, con uniforme de tela vaquera azul, sin afeitar y enloquecidos, se asomaban por entre los barrotes e intentaban agarrarlo.

—Eh, abuelo. Seguro que tienes un culito suave como un dulce de malvavisco.

—Vamos. —Juliet alejó al presidente de las voces.

Llegaron a la verja.

Como cabría esperar de una prisión, tenía un candado grueso y resistente. Un disparo no lo abriría.

—Curtís —dijo una resuelta Juliet—. Cerrojo.

El agente especial Curtís se puso de rodillas delante de la verja y sacó una especie de ganzúa de lo más sofisticada del bolsillo de su abrigo.

Mientras Curtís usaba su ganzúa de tecnología punta, Janson escudriñó a su alrededor.

Había movimiento y ruido por todas partes. Brazos agitándose por entre los barrotes de las celdas. Cabezas asomadas. Y luego estaban los gritos, gritos constantes.

Ninguno de los prisioneros parecía haber reconocido al presidente. Tan solo disfrutaban de hacer ruido, de provocar miedo.

Entonces, de repente, oyeron un sonoro bum a sus espaldas.

Juliet se volvió con la pistola en ristre.

Se encontró con la mira del arma de un marine. Tenía el uniforme de gala empapado y la estaba apuntando con una escopeta de corredera Remington.

Tras ese hombre había tres marines más, igualmente empapados.

El primer marine bajó el arma cuando vio a Juliet y al presidente.

—¡Tranquilos! ¡Tranquilos! —dijo Libro II mientras se acercaba, bajando a su vez el arma que había sacado de la vitrina de la antesala—. Somos nosotros.

Calvin Reeves dio un paso adelante y habló con voz seria:

—¿Qué ha ocurrido aquí?

Juliet dijo:

—Hemos perdido a seis hombres ya, y esos bastardos de la Fuerza Aérea están en la otra habitación, pegados a nuestro culo.

Detrás de ella, el agente especial Curtís insertó la ganzúa en el candado y pulsó un botón.

¡Zzzzzzz!

El dispositivo emitió un zumbido similar al torno de un dentista. El cerrojo se soltó y la puerta se abrió.

—¿Cuál es su plan, agente Janson? —preguntó Calvin.

—Ir adonde no estén los malos —dijo Juliet—. Lo primero de todo, subir por esta rampa. Pongámonos en marcha.

Los agentes especiales Curtís y Ramondo encabezaron la marcha, seguidos de Calvin. Juliet colocó al presidente tras ellos. Sex Machine y Elvis iban detrás. Libro II se situó junto a Juliet, que cubría la retaguardia.

Estaban a punto de subir por la rampa cuando, de repente, los dos oyeron una voz por encima de todo aquel caos.

—No soy un prisionero… ¡Soy un científico! Conozco esta instalación… ¡Puedo ayudarlos!

Juliet y Libro II se volvieron.

Les llevó un segundo ubicar la voz.

Tres celdas desde la rampa. En la celda más cercana a la habitación donde guardaban a los animales.

La persona que había hablado estaba de pie, asomado por entre los barrotes de su celda, solo que con el caos reinante parecía otro más de los presos.

Pero, mirándolo más de cerca, difería considerablemente del resto.

No llevaba el uniforme de tela vaquera azul de los presos, sino que vestía una bata blanca sobre una camisa y una corbata aflojada.

Tampoco parecía enajenado o amenazador. Más bien todo lo contrario. Era bajo, con gafas y un escaso y fino cabello rubio que daba la sensación de haber sido peinado con esmero durante todos y cada uno de los días de su vida.

Juliet y Libro se acercaron a su celda.

—¿Quién es usted? —le preguntó Juliet a gritos.

—¡Mi nombre es Herbert Franklin! —respondió rápidamente—. Soy doctor, ¡inmunólogo! ¡Hasta esta mañana estaba trabajando en la vacuna! ¡Pero entonces la gente de la Fuerza Aérea me encerró aquí!

—¿Conoce esta instalación? —gritó Libro II. Junto a él, Juliet miró de reojo a la puerta maciza que daba a la sección de los animales. Estaban aporreándola desde el otro lado.

—¡Sí! —gritó el hombre llamado Franklin.

—¿Qué opina? —le preguntó Libro II a Juliet.

Juliet lo meditó durante unos instantes.

A continuación gritó hacia la rampa:

—Curtís, ¡rápido! ¡Vuelva! ¡Necesito que abra otro cerrojo!

Dos minutos después, subían por la rampa con un nuevo miembro en el grupo.

Sin embargo, mientras subían por la pasarela en pendiente para dirigirse al siguiente nivel, ninguno de ellos se percató de la capa de agua que chapaleaba contra la base de la rampa.

* * *

Cuando el avión de huida de Schofield se había estrellado contra la plataforma elevadora de aviones, esta se hallaba detenida en el nivel 4, en el lugar donde el séquito presidencial la había dejado casi una hora atrás.

En esos momentos, los restos del Boeing 707 yacían desperdigados por toda la plataforma.

Había fragmentos de metal por todas partes. Dos de las ruedas habían salido despedidas del avión por el impacto. El propio avión yacía boca abajo, ladeado sobre un costado, con el morro combado hacia dentro y el ala izquierda partida por la mitad, aplastada por el tremendo peso del avión. El domo del AWACS había sobrevivido milagrosamente a la caída y estaba intacto.

Shane Schofield salió de lo que quedaba del avión, seguido de Gant, Madre y Lumbreras. Sortearon los restos mientras corrían hacia la gigantesca puerta de acero que conducía al nivel 4.

Había una puerta más pequeña situada en la base de la enorme puerta que se abrió con relativa facilidad.

Tan pronto como la abrieron, Schofield levantó su arma y disparó. El disparo impactó en una cámara de seguridad montada en la pared que estalló en una lluvia de chispas.

—Nada de cámaras —dijo mientras seguía andando—. Así es como nos están siguiendo.

Los cuatro siguieron avanzando por el levemente empinado pasillo. Al final de este se alzaba una puerta de aspecto sólido y resistente.

Madre giró una especie de rueda que tenía la puerta y esta se abrió.

Schofield entró primero, con su pistola Beretta encabezando la marcha.

Accedió a una especie de laboratorio. Había superordenadores en las paredes con luces parpadeantes. Terminales de teclados numéricos y pantallas de datos, así como cajas de plástico transparente, ocupaban el resto del espacio.

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