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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (6 page)

BOOK: Área 7
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Por lo que parecía, Logan no había cambiado demasiado. Su porte (manos firmes a la espalda, mirada fija y dura) denotaba una fortaleza interior poderosa y segura. Fortaleza endurecida a golpe de batallas.

—Disculpe, capitán —dijo Logan con un suave acento sureño. Le ofreció a Schofield una hoja de papel—. Nuestra lista de personal para su registro.

Schofield cogió la lista y le dio a su vez la suya a Logan.

Era práctica habitual en las inspecciones presidenciales intercambiar las listas de personal de ambas partes, puesto que la gente del presidente quería saber quién se encontraba en la base que iban a visitar y la gente de la base quería conocer con exactitud quiénes conformaban el convoy presidencial.

Schofield miró la lista del Área 7. En ella había dos columnas de nombres que no le decían nada.

Sin embargo, hubo algo que sí que le llamó la atención.

Había más nombres que hombres del séptimo escuadrón en la pista. Aunque había cuarenta soldados en la pista de aterrizaje, en la lista figuraban cincuenta miembros del séptimo escuadrón. Se imaginó que en algún lugar del interior de la base estaría otra unidad de diez hombres.

Mientras Schofield miraba la lista, Logan dijo:

—Capitán, si no le importa, nos gustaría mover su…

—¿Cuál es el problema, mayor? —dijo una voz por detrás de Schofield—. No se preocupe por el capitán Schofield. Yo estoy al mando aquí.

Era Hagerty, el oficial de enlace de la Casa Blanca. Con bigote inglés y porte para nada endurecido a golpe de batallas, Hagerty era todo lo contrario que Kurt Logan.

Antes de responderlo, Logan miró a Hagerty de arriba abajo. Resultó obvio que lo que vio no le impresionó.

—Creía que el coronel Grier era el máximo oficial del
Marine One
—dijo Hagerty, fría y certeramente.

—Bueno, ah… sí… sí, técnicamente lo es —dijo Hagerty—. Pero, como oficial de enlace de la Casa Blanca, cualquier cosa que tenga que ver con el movimiento de esos helicópteros debe pasar por mí primero.

Logan miró a Hagerty en sepulcral silencio.

A continuación dijo:

—Iba a preguntarle al capitán si no le importaría meter sus helicópteros en el hangar principal mientras el presidente se encuentre en la base. No queremos que los satélites enemigos sepan que el presidente está de visita, ¿verdad?

—No, no, por supuesto que no. Por supuesto que no —dijo Palo Escoba—. Schofield, ocúpese de que así sea.

—Sí, señor —respondió Schofield con sequedad.

Las gigantescas puertas dobles del hangar se cerraron con un retumbante golpe sordo.

Los dos helicópteros principales del primer escuadrón de helicópteros de los marines estaban en esos momentos estacionados en el hangar principal del Área 7, y sus rotores y pilones de cola retraídos. A pesar de su considerable tamaño, los dos helicópteros presidenciales quedaban empequeñecidos por las dimensiones del enorme hangar.

Tras haber supervisado la llegada de los helicópteros, Schofield estaba en esos momentos en medio de aquel enorme espacio interior, solo, escudriñándolo en silencio.

El resto del contingente de la Casa Blanca, el servicio secreto y los marines (todos aquellos carentes del rango necesario para ir con el presidente, unas veinte personas en total) pululaban alrededor de los helicópteros o tomaban café en alguno de los dos despachos de paredes acristaladas que flanqueaban las puertas principales.

El tamaño del hangar tenía estupefacto a Schofield.

Era gigantesco.

Completamente iluminado por brillantes luces halógenas blancas, debía de extenderse al menos cien metros hacia el interior de la montaña. Un sistema de raíles montados en el techo recorría toda su extensión. En ese momento, dos enormes cajas de madera pendían de los raíles a ambos extremos del hangar.

En el extremo más alejado de tan enorme espacio (mirando a las puertas que daban a la pista de aterrizaje) había un edificio completamente «interno» de dos plantas que ocupaba todo el ancho del hangar. La planta superior del edificio tenía ventanas de cristal desde las que se podía contemplar el suelo del hangar.

Un discreto y pequeño ascensor de personal se hallaba bajo el saliente creado por el nivel superior del edificio, situado en la pared norte del hangar.

Aparte de los helicópteros presidenciales, no había más aviones en el hangar en ese momento. Sí que había vehículos tractores blancos de considerable tamaño (no muy diferentes a los que se veían en los aeropuertos) dispersados por el hangar. Schofield había usado dos de ellos para meter los helicópteros allí.

Sin embargo, con mucha diferencia, la característica más llamativa del inmenso hangar era la enorme plataforma elevadora de aviones que había en el centro.

Era enorme, increíblemente enorme, como los elevadores hidráulicos que pendían de los laterales de los portaviones, una plataforma cuadrada situada en el mismo centro del hangar.

De sesenta por sesenta metros, la plataforma era lo suficientemente grande como para que entrara un Boeing 707 de control y vigilancia aérea de la Fuerza Aérea, un AWACS, famoso por el domo de nueve metros que llevaba en la parte trasera.

Provista de un sistema de elevación hidráulica oculto, la enorme plataforma ocupaba prácticamente toda la zona central del hangar. Al igual que ocurría con elevadores de aviones similares y, para maximizar su eficiencia, en el extremo noroeste de la plataforma se hallaba una pequeña sección extraíble que era en sí misma un elevador y que podía funcionar de manera independiente a la plataforma. Para que eso pudiera ocurrir, los raíles se encontraban en la pared del hueco del elevador en vez de en el puntal hidráulico telescópico de la plataforma. Era una plataforma dentro de una plataforma, por así decirlo.

Ese día, sin embargo, el personal de la Fuerza Aérea del Área 7 estaba poniendo toda la carne en el asador.

Schofield, situado casi en el borde del enorme hueco del elevador, vio al presidente (con su séquito de nueve hombres del servicio secreto y los oficiales de la Fuerza Aérea de mayor rango de la base haciendo las veces de guías) sobre la plataforma principal, haciéndose más y más pequeños a medida que descendían por el hueco de hormigón del elevador.

En ese mismo momento, mientras Shane Schofield se hallaba en medio del hangar observando el descenso de la plataforma, alguien estaba observándolo a él.

Esa persona se hallaba en la oscura sala de control del Área 7, situada en la planta superior del edificio interno que conformaba la pared este del hangar. A su alrededor, cuatro operadores de radiocomunicaciones hablaban en voz baja por los micrófonos de sus auriculares:

—Unidad Alfa, cubran la sala común del nivel 3…

—La unidad Eco informa de que el equipo de investigación del Nighthawk Tres ha tenido que ser neutralizado en el conducto de la salida de emergencia. Encontraron al equipo de avanzada secundario. Eco está estacionando su helicóptero en uno de los hangares exteriores en estos momentos. Regresarán al hangar principal cuando hayan terminado.

—Las unidades Bravo y Charlie permanecerán en el hangar principal…

—La unidad Delta informa: ya están en posición…

—El servicio secreto está intentando contactar con el primer equipo de avanzada en el nivel 6. La señal simulada de «todo despejado», no obstante, parece estar funcionando…

El mayor Kurt Logan se colocó junto a la figura oculta entre las sombras.

—Señor, el presidente y su séquito acaban de llegar al nivel 4. Todas las unidades están en posición.

—Bien.

—¿Nos ponemos en marcha?

—No. Dejemos que prosiga la visita —dijo el hombre sin rostro—. Tenemos que ocuparnos de una cosa más antes de poder comenzar.

* * *

—Buenos días.

Schofield se volvió y vio los rostros sonrientes de Libby Gant y Madre Newman.

—Hola —dijo.

—Ralph sigue mosqueado contigo —dijo Madre—. Quiere la revancha.

Ralph era el marido de Madre. Era un hombre menudo con sonriente cara de pan y una capacidad infinita para soportar las excentricidades de Madre. Era camionero, propietario de su propio Mack de dieciocho ruedas. El camión tenía en un lado el dibujo de un corazón atravesado por una flecha con la palabra «Madre» en medio. Con su corta estatura y omnipresente sonrisa, Ralph era considerado una auténtica leyenda en la comunidad de marines.

También era el orgulloso propietario de una nueva barbacoa, y en la comida obligatoria de cada domingo en casa de Madre unas semanas atrás, había retado a Schofield a unos tiros en la canasta que tenían en el garaje. Schofield se había dejado ganar y Ralph lo sabía.

—¿Qué tal el próximo fin de semana? —dijo Schofield—. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo fue la revisión de la pierna ayer?

—En dos palabras, Espantapájaros, jodidamente sensacional —dijo Madre—. Tengo movimiento total en la pierna y puedo correr casi tan rápido como antes. Los médicos parecían satisfechos. Coño, les dije que la semana pasada había hecho doscientos setenta y cinco puntos a los bolos, pero no pareció impresionarles demasiado. Qué más da. La cuestión es que, ahora que soy mitad mujer, mitad máquina, quiero un nuevo apodo: Darth Vader.

Schofield se echó a reír.

—De acuerdo, Darth.

—¿Has vuelto a tener problemas con Palo Escoba? —le preguntó Libby con gesto serio.

—Lo habitual —dijo Schofield—. Oye, feliz cumpleaños.

Gant sonrió.

—Gracias.

—Tengo algo para ti. —Schofield metió la mano en el bolsillo de su chaqueta—. No es nada del otro mundo, ni… —Frunció el ceño y se palpó los otros bolsillos—. Maldita sea, tiene que estar aquí, en alguna parte. Quizá me lo dejé en el helicóptero.

—No te preocupes.

—¿Puedo dártelo después?

—Claro.

Madre contempló el enorme hangar a su alrededor.

—¿Qué coño es este sitio? Parece Fort Knox.

—Es más que eso —dijo Schofield.

—¿Qué quieres decir?

—Mirad el suelo.

Madre y Gant lo hicieron. Una serie de hendiduras cuadradas recorrían en línea recta el suelo de hormigón justo delante de las puertas. Cada una de estas hendiduras medía casi un metro cuadrado y otro metro de profundidad.

—Ahora alzad la vista.

Lo hicieron y vieron una serie de protuberancias metálicas gruesas y dentadas, protuberancias que, cuando descendieran, encajarían perfectamente en las hendiduras del suelo.

—Una puerta blindada accionada por pistones —dijo Schofield—. Como las que tienen los portaviones de clase Nimitz. Se usan para dividir el hangar del buque en varias zonas independientes y autocontenidas en caso de incendio o explosión. Pero os habréis fijado además en que no hay más puertas blindadas en este hangar. Es la única, lo que quiere decir que se trata de la única salida.

—¿Qué es lo que estás tratando de decir? —preguntó Madre.

—Lo que intento decir —dijo Schofield— es que lo que quiera que estén haciendo en este complejo es mucho más importante de lo que tú o yo podamos imaginarnos.

* * *

La plataforma elevadora que transportaba al presidente de Estados Unidos se detuvo delante de una enorme puerta de acero marcada con un «4» de considerable tamaño pintado en negro.

El hueco de cemento del elevador se extendía por encima del presidente y de su séquito cual descomunal túnel vertical. Desde allí, la brillante luz artificial del hangar del nivel del suelo no era más que un diminuto cuadrado, pues en esos momentos se elevaba noventa metros por encima de ellos.

Tan pronto como el elevador se detuvo, la enorme puerta de acero retumbó y subió. El coronel Jerome Harper encabezó la comitiva. Caminaba y hablaba con rapidez:

—Esta instalación fue el cuartel general del Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial, el NORAD, antes de que fuera trasladado a una instalación más moderna construida bajo la montaña Cheyenne, Colorado, en 1975. El complejo está rodeado por una pared exterior de titanio de medio metro de grosor que a su vez está enterrada bajo treinta metros de sólido granito. Al igual que el complejo de la montaña Cheyenne, ha sido diseñado para soportar el impacto directo de un misil termonuclear.

Harper le pasó al presidente una hoja de papel con un gráfico esquemático de la estructura subterránea.

El hangar aparecía en la parte superior del gráfico (en el nivel del suelo, coronado por la montaña) y a continuación el hueco del enorme elevador de aviones, que descendía por una estructura de varios niveles construidos en la tierra a gran profundidad.

Harper dijo:

—El complejo subterráneo contiene seis niveles. Los dos primeros, los niveles 1 y 2, son hangares para aparatos de aviación de alto riesgo, muy similares a los que vieron en el Área 8 esta misma mañana. El nivel 3 alberga las telecomunicaciones y las dependencias privadas del personal. El nivel 5 es la zona de confinamiento y el nivel 6 el sistema de raíles en equis.

Cada nivel puede sellarse de manera independiente para protegerlos de posibles radiaciones y contagios por aire y, además, toda la instalación, en caso de cierre total, dispone de un suministro de oxígeno para treinta días. Las provisiones de comida se guardan en una zona de almacenamiento del nivel 3. El agua se guarda en un depósito de casi cuatrocientos millones de litros en el hangar del nivel 1.

El grupo llegó a un pasillo corto levemente inclinado que terminaba en una puerta robusta que parecía más bien una caja fuerte gigante. Un miembro de la Fuerza Aérea corrió a abrirla.

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