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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (10 page)

BOOK: Área 7
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En otras palabras, el exsenador estaba huyendo de alguien cuando fue disparado. Lo habían perseguido y cazado.

Y ahora todo cobraba sentido.

A Woolf le habían implantado un transmisor…

Y luego en Alaska había sido perseguido y disparado y cuando, finalmente, su corazón se había detenido, su casa al otro extremo del país había sido destruida.

La voz de César Russell invadió sus pensamientos.

—El retiro inesperado del otrora senador me dejó con un dispositivo transmisor de más. Así que se convirtió en una cobaya, en una operación de prueba. Una operación de prueba para hoy.

El presidente y Frank Cutler se miraron.

César dijo:

—Oh, y en caso de que alberguen la esperanza de poder escapar de esta instalación… —Levantó un objeto para que lo vieran.

Era un maletín de acero inoxidable.

El maletín de acero del suboficial Carl Webster.

El asa del maletín seguía teniendo las esposas, solo que una de ellas estaba abierta y cubierta de sangre.

Era el balón nuclear.

Y estaba abierto.

El presidente vio el analizador de impresión palmar de vidrio plano y el teclado numérico del maletín. El analizador de impresión palmar era un sistema de identificación programado para reconocer la impresión palmar del presidente, de forma tal que él y solo él podía activar y desactivar el arsenal termonuclear de Estados Unidos.

Sin embargo, Russell había logrado de alguna manera falsificar la impresión palmar del presidente e introducir los códigos de activación. Pero ¿cómo había podido obtener una copia de la mano del presidente?

—Además del transmisor colocado en su corazón, señor presidente —dijo Russell—, todos los dispositivos de los aeropuertos han sido conectados a un temporizador reiniciable de noventa minutos, tal como muestra la pantalla de visualización del balón nuclear. Solo su impresión palmar en el analizador cada noventa minutos volverá a poner a cero el temporizador y evitará la explosión de las cabezas de plasma, así que ni se le pase por la cabeza marcharse de aquí. El balón, para su información, se guarda en el hangar principal.

Hoy es un gran día en la historia de la nación, señor presidente, un día de reflexión. Cuando amanezca el día de mañana, nuestro glorioso cuatro de julio, veremos si despertamos en un país nuevo y renacido. Buena suerte, señor presidente, y que Dios se apiade de su alma.

En ese momento, casi al unísono, las puertas principales de la sala común se abrieron de golpe y un equipo de soldados del séptimo escuadrón, encabezado por el mayor Logan y provisto de sus aterradoras máscaras antigás ERG-6, irrumpió en la habitación con una ráfaga devastadora de P-90.

El desafío había comenzado.

Segunda confrontación

3 de julio de, 7.00horas

El hangar principal se había convertido en un campo de batalla.

Las balas agujerearon el suelo alrededor de los pies de Shane Schofield mientras este corría hacia la entrada del despacho norte.

Asomó la cabeza por la puerta.

—¡Marines! ¡Dispérsense!

Pero eso fue todo lo que pudo decir antes de que la ventana situada junto a él estallara en miles de añicos. Se tiró al suelo del hangar y empezó a arrastrarse para ponerse a cubierto tras los dos helicópteros presidenciales y sus respectivos vehículos tractores.

Echó la vista atrás en el mismo momento en que un par de marines con uniforme de gala se arrojaban por las ventanas del despacho un instante antes de que un misil guiado de destrucción masiva Predator impactara y sus paredes explosionaran en una bola de fuego y cristales.

Schofield se metió debajo del
Marine One
. Allí estaban Libby Gant y Lumbreras.

Los disparos retumbaban a su alrededor. Y entonces, de repente, por encima de los disparos, Schofield oyó una voz resonar a través del sistema de altavoces del hangar:

—Buena suerte, señor presidente, y que Dios se apiade de su alma.

—¡Me cago en la puta! —gritó Lumbreras.

—¡Por aquí! —dijo Schofield mientras comenzaba a arrastrarse boca abajo bajo el enorme helicóptero.

Llegaron a una rejilla situada en el suelo. Esta cedió con facilidad. Bajo ella se encontraba un conducto de ventilación. El conducto, de paredes de acero, descendía hasta desaparecer en la oscuridad.

—¡En marcha! —gritó Schofield por encima de los disparos.

De repente, un panel metálico de la parte inferior del
Marine One
se abrió y a punto estuvo de decapitar a Schofield. Una figura se descolgó por detrás de Schofield, M-16 en ristre, apuntando a su cabeza.

—Joder, Espantapájaros, eres tú —dijo Madre mientras salía de la escotilla de emergencia del helicóptero y aterrizaba en el suelo.

—Eh, feliz cumpleaños —dijo mientras le pasaba un subfusil MP-10 a Gant—. Lo siento, Espantapájaros. No tengo nada para ti. Esto ha sido todo lo que he podido encontrar en la armería a bordo. Hay más en el arsenal de la parte delantera del helicóptero, pero Revólver tiene la llave.

—No pasa nada —dijo Schofield—. Lo primero que tenemos que hacer es salir de aquí y reagruparnos. A continuación pensaremos en la manera de acabar con esos bastardos. Por aquí.

—¿Alguien ha visto esa mierda en la televisión? —dijo Madre mientras se arrastraba hasta el conducto.

Gant y Lumbreras fueron los primeros en bajar. Fueron descendiendo poco a poco con las piernas pegadas a las paredes del túnel.

—No —dijo Schofield—. Estaba demasiado ocupado esquivando balas.

—Entonces tengo mucho que contarte —dijo Madre mientras Schofield y ella comenzaban a descender por el conducto.

El presidente de Estados Unidos corría más rápido de lo que había corrido nunca. Es más, sus pies apenas tocaban el suelo.

Tan pronto como los soldados del séptimo escuadrón habían irrumpido en la sala común, su séquito de guardaespaldas se había puesto en acción.

Cuatro de los hombres adoptaron al instante posiciones defensivas entre el presidente y las tropas de asalto. Descubrieron sus abrigos, que ocultaban fusiles Uzi. Los fusiles zumbaron al descargar una ráfaga brutal de seiscientas balas por minuto.

Los otros cinco miembros del séquito trasladaron al presidente a la salida de incendios cercana, llevándolo prácticamente en volandas mientras lo empujaban fuera de la habitación, cubriéndolo con sus propios cuerpos.

La puerta que daba a las escaleras de incendios se cerró con un golpe sordo tras ellos, pero no antes de ver cómo los soldados del séptimo escuadrón ocupaban posiciones tras sofás, puertas y aparadores y hacían trizas a los cuatro hombres del servicio secreto que se habían quedado allí, ahogando el zumbido de sus Uzi con el runruneo de sus P-90.

Los Uzi podían disparar seiscientas balas por minuto. Pero los P-90, subfusiles automáticos fabricados en Bélgica por FN Herstal, disparaban la increíble cantidad de novecientas balas por minuto. Con su empuñadura ergonómica, su sistema de retroceso interno y su cargador transparente de cien balas situado encima del cañón, el P-90 parecía sacado de una película de ciencia-ficción.

—¡Abajo! ¡Por las escaleras! ¡Ahora! —gritó Frank Cutler mientras las balas impactaban al otro lado de la puerta de incendios—. ¡A la salida alternativa!

El presidente y lo que quedaba de su séquito descendieron a gran velocidad por las escaleras, de cuatro en cuatro peldaños, doblando cada esquina casi al vuelo. Cada uno de ellos llevaba un arma en la mano: Uzi, SIG-Sauer, lo que hubiera.

El presidente no podía hacer otra cosa que correr de lo estrechamente que lo rodeaban sus guardaespaldas.

—Equipo de avanzada Uno, ¡adelante! —gritó Cutler por el micro de su muñeca mientras corrían.

Sin respuesta.

—Equipo de avanzada Uno, ¡adelante! Nos estamos acercando al punto de salida Uno con Patriota y necesitamos saber sí está abierto.

No recibió ninguna respuesta.

En el hangar principal, Libro II estaba en el mismísimo infierno.

Las balas impactaban en el suelo a su alrededor mientras los cristales llovían sobre su cabeza.

Estaba atrapado en el exterior del despacho norte con Elvis, en el diminuto hueco entre el despacho y la puerta blindada del hangar. Los dos se habían lanzado por las ventanas hechas añicos del despacho instantes antes de que este quedara reducido a escombros por el impacto de un misil Predator.

Los tres equipos de diez hombres del séptimo escuadrón estaban por todas partes, se movían con velocidad y precisión, rodeando los helicópteros, pasando por encima de los hombres caídos, con sus armas en ristre y sus ojos fijos en los cañones.

Al otro lado del hangar, Libro vio cómo el personal de la Casa Blanca salía corriendo del despacho sur (unas diez personas en total), gritando, mirando a su alrededor… y topándose de frente con la unidad del séptimo escuadrón que había estado posicionada en el lado este del hangar.

Los hombres y mujeres del personal de la Casa Blanca cayeron en ese mismo lugar, abatidos por inmisericordes disparos en la cabeza. Sus cuerpos se convulsionaron y estremecieron bajo el peso de tan brutal ataque.

Y entonces de repente Libro II oyó un grito. Alzó la vista y vio a Revólver Grier salir de una de las ventanas destrozadas del despacho norte, gritando de rabia con su Beretta en ristre y disparando.

Tan pronto como apareció, sin embargo, el pecho de Grier se convirtió literalmente en una masa sanguinolenta cuando dos soldados del séptimo escuadrón lo dispararon al mismo tiempo.

La fuerza de los disparos aporreó el cuerpo de Grier, manteniéndolo de pie tiempo después incluso de estar muerto, lanzándolo hacia atrás, haciendo que se tambaleara y retrocediera a cada impacto, hasta que finalmente se golpeó contra una pared y cayó desplomado al suelo.

—¡Estamos bien jodidos! —gritó Elvis por encima del fuego cruzado—. ¡No hay ninguna salida!

—¡Por allí! —Libro II señaló el ascensor de personal situado en la zona norte del hangar—. ¡Es la única salida que veo!

—Pero ¿cómo llegamos allí?

—¡Conduciendo! —gritó Libro II mientras señalaba a uno de los enormes vehículos tractores unidos al pilón de cola del Nighthawk Dos, a unos nueve metros de distancia.

Los cuatro operadores de radiocomunicaciones hablaban a gran velocidad por sus auriculares en la sala de control.

—Unidad Bravo, acorralen a los agentes hostiles restantes en el interior del despacho norte…

—La unidad Alfa va tras el séquito presidencial, escaleras de incendio lado este…

—Unidad Charlie, divídanse. Cuatro marines están descendiendo por el conducto de ventilación principal…

—Unidad Delta, sean pacientes, mantengan su posición…

—¿Cómo? ¿Que han colocado un radiotransmisor en su corazón? —dijo Schofield mientras descendía por el conducto de ventilación vertical con las piernas extendidas y apoyadas contra las paredes de acero de este.

Gant y Lumbreras iban más abajo, descendiendo poco a poco por el conducto, que desde allí parecía no tener fin.

—Si su corazón se detiene, las bombas estallarán, en los principales aeropuertos de las principales ciudades —dijo Madre.

—Dios mío —dijo Schofield.

—Y cada noventa minutos tiene que poner a cero el temporizador del balón nuclear. De lo contrario, bum.

—¿Cada noventa minutos? —Schofield apretó un botón de su viejo reloj digital para activar él también una temporización. Le dio unos minutos de ventaja. El temporizador empezó a contar desde 85.00 minutos (85.00… 84.59… 84.58…) cuando, de repente, oyó un ruido por encima de su cabeza y alzó la vista…

Una lluvia de balas.

Acribillando las paredes de metal, alrededor de Madre y de él.

Schofield vio que un P-90 asomaba por el borde del conducto de ventilación (sujetado por alguien que permanecía fuera de su campo de visión) y comenzaba a dispararlos de manera salvaje.

—¡Espantapájaros! —gritó Gant, tres metros por debajo de ellos. Estaba agazapada en el interior de un túnel horizontal más pequeño que salía del conducto vertical principal—. ¡Aquí!

—¡Vamos, Madre! ¡Vamos! —gritó Schofield.

Tanto Madre como él soltaron los pies de las paredes del conducto y se dejaron caer por el túnel vertical.

Cayeron por el estrecho túnel vertical a gran velocidad, mientras las abrasadoras balas impactaban a su alrededor, antes de clavar de nuevo los pies en las paredes del conducto para frenar su descenso poco antes de la abertura del túnel horizontal.

Madre se paró justo donde debía. Schofield, sin embargo, se pasó el cruce de conductos pero logró agarrarse al borde del túnel horizontal con las puntas de los dedos una fracción de segundo antes de precipitarse a una muerte segura.

Madre entró primero al túnel horizontal y luego tiró de Schofield para ayudarlo a subir un instante antes de que una cuerda cayera por el conducto vertical.

El séptimo escuadrón iba tras ellos.

Gant encabezó la marcha, seguida de cerca por Lumbreras. El túnel debía de medir medio metro cuadrado, por lo que todos tuvieron que agacharse ligeramente para poder recorrerlo.

Gant dobló una curva del túnel y vio luz más adelante. Echó a correr… y luego se frenó de repente, intentando agarrarse a la desesperada a cualquier cosa.

Se había detenido tan de repente que Lumbreras casi la arrolla. Pero logró pararse a tiempo. Si se hubieran chocado los dos se habrían precipitado a una caída de cincuenta y cinco metros.

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