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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

Atomka (45 page)

BOOK: Atomka
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—¿Por qué le han hecho eso? ¿Por qué la han asesinado?

El policía observó rápidamente en derredor y se inclinó hacia adelante.

—Todo es culpa mía. El loco del caso Hurault ha vuelto. No era solo una obsesión, Lucie. Empezó el jueves pasado, el 15. Me había hecho unos análisis de sangre, para… —Sharko titubeó unos segundos— para saber si todo estaba bien en mi carcasa.

Lucie quiso hablar, pero él no le dio la posibilidad.

—El enfermero que me tomó la muestra de sangre fue agredido. Esa sangre la utilizó para escribir un mensaje en la sala de fiestas del pueblo donde nació Suzanne, en Pleubian.

Y se lo explicó todo, desde el principio: el monstruo nacido de la perversidad del Ángel Rojo, que había iniciado un juego siniestro con él. El descubrimiento del semen en la cabaña donde estuvo encerrada Suzanne. La pista que conducía a Gloria, su envenenamiento y luego esa moneda de cinco céntimos hallada en su estómago. Su aventura solitaria, antes de que se implicara el equipo de Basquez. Aquel macabro rompecabezas que cada vez se precisaba un poco más. Hablaba con emoción, apretando con fuerza las manos de su compañera entre las suyas y tratando de explicarle las grandes líneas sin entrar en los detalles.

Lucie estaba anonadada.

—No sé cómo aún consigues permanecer ahí de pie, y encajar esas torturas mentales —dijo ella—. Deberías habérmelo contado, hubiera podido ayudarte, hubiera…

—Tú ya tenías bastantes preocupaciones. Aún te veo descalza en la nieve, a orillas del estanque helado. No quería que eso empeorara.

—Por eso intentabas alejarme de París continuamente. Chambéry, Nuevo México… Para protegerme. —Meneó la cabeza, con la mirada perdida—. ¡Y pensar que no me he dado cuenta de nada, por Dios!

Se apoyó en el respaldo de la silla, profundamente perturbada. No lograba enfadarse con él ni tampoco reprochárselo. Más bien deseaba abrazarlo con fuerza, besarlo y decirle lo mucho que lo quería. Pero no allí, no rodeada de todos aquellos desconocidos. Y de repente su mirada se ensombreció.

—¿Cómo vamos a atraparlo, Franck?

«Vamos»… Sharko se volvió, pare verificar que Bellanger no regresaba y luego habló en voz queda:

—He superado una etapa respecto a los avances de la investigación de Basquez, pero sobre todo no le digas nada a Bellanger, ni a nadie.

Ella contenía la respiración. Su compañero policía seguía actuando al margen de las reglas, como tantas veces había hecho a lo largo de su carrera. Los dos eran exactamente igual. Unos perros salvajes, locos e incontrolables.

—Seré una tumba.

—Muy bien. He estado a punto de atrapar al asesino, se me ha escapado por unos pocos minutos. Mi última pista me ha llevado a una gabarra abandonada. En la cala, he encontrado un centenar de fotos recientes mías, tomadas al azar. Pero también había algunas más antiguas. De mi servicio militar, por ejemplo, o posando junto a colegas de la Criminal. Yo…

—Espera. Esa foto con tus colegas, ¿se tomó en el patio del 36, verdad? ¿En los años ochenta?

Sharko asintió. Lucie se llevó las manos a la cara y a punto estuvo de derramar su café. Inspiró y dijo:

—Hace dos meses encontré un anuncio en el parabrisas de mi coche. Un profesional proponía la realización de películas o de álbumes de recuerdos a unos precios imbatibles, a partir de documentos, fotos y vídeos. Con las viejas cintas de tus cajones y todos esos álbumes que tenías, me dio la idea de tu regalo. Fui a ver a ese tipo y me convenció de que le dejara realizar la película de tu vida, a partir de los elementos que le proporcionaría: tus cintas de ocho milímetros, las fotos de tus álbumes y también testimonios sonoros, en papel o en vídeo, que he podido obtener de tus viejos amigos y conocidos. Esa foto del 36 forma parte del material que le entregué. Lo tiene todo, Franck. Todo sobre ti y tu pasado.

El comisario sintió los latidos de sus sienes. Se puso en pie bruscamente, agitado.

—¿Tienes su nombre y dirección?

—Por supuesto. Rémi Ferney. Siempre nos citábamos en un café del distrito XX. Creo que vive por allí cerca.

Al borde de un ataque de nervios, Sharko dejó un billete sobre la mesa. El distrito XX podía coincidir con sus hipótesis de dónde vivía el asesino.

—Vamos. Sobre todo, no le digas nada a Bellanger.

Lucie se levantó a su vez, con el ceño fruncido.

—¿Qué quieres hacer? ¿Ir allí solo?

El comisario no respondió. Lucie lo agarró de la manga y lo llevó a un rincón.

—Quieres matarle, ¿verdad? ¿Y luego? ¿Has pensado en las consecuencias de tu acto? ¿En qué sería de mí sin ti?

El comisario volvió la cabeza. La angustia le atenazaba el cuerpo de la cabeza a los pies. Las voces, el lejano gruñido de los reactores y los anuncios por megafonía: todo no era más que un zumbido.

—Mírame, Franck, y dime que estás dispuesto a enviarlo todo a la mierda por una venganza.

Sharko seguía mirando al suelo, con los puños apretados. Alzó lentamente la cabeza y miró a Lucie a los ojos.

—Ya he matado a dos cabrones de su calaña, Lucie. Y he hecho otras cosas que no puedes ni imaginarte. ¿Has leído eso también en mi pasado?

55

—S
abemos quién es.

Sharko y Lucie acababan de entrar en el despacho de Basquez. El capitán de policía alzó la vista de sus papeles y miró unos segundos a sus interlocutores, antes de volver la cabeza hacia Lucie.

—¿No te parece que tienes que dar algunas explicaciones, en lugar de presentarte aquí echando el hígado por la boca? Cuéntame primero lo de tus huellas dactilares en casa de Gloria Nowick.

—Ya lo he hecho.

—Sí, pero a mí no.

Sharko permaneció apartado, con la mirada torva. Aún lamentaba haberse dejado convencer por Lucie, pero se dijo que tal vez fuera la mejor solución.

—En resumen, interrogué a los conocidos de Franck porque quería hacerle un regalo por Navidad, y Gloria era uno de ellos. Acabo de regresar de Albuquerque y he descubierto esta historia alucinante que me ha ocultado durante más de una semana.

—También a nosotros, si te sirve de consuelo.

Ella miró a Sharko con aire de reproche y volvió a mirar a Basquez.

—Pero a mí me parece que soy la que paga el pato. En resumidas cuentas… Muy a mi pesar, sin duda fui yo quien orientó al asesino hacia Gloria Nowick. Porque ese asesino es un tipo al que contraté hace dos meses para preparar la sorpresa, que tenía que ser una especie de película y de reportaje. Ese tipo está al corriente de toda la vida de Franck, gracias a fotos y entrevistas. Se llama Rémi Ferney.

Inmediatamente, Basquez descolgó el teléfono y pidió que buscaran la dirección. Sharko permanecía en un rincón, mudo. Solo deseaba una cosa: ir a meterle una bala entre las cejas a aquel hijoputa.

Basquez se dirigió a los dos policías.

—Veremos, pero eso no cuadra con las conclusiones de Franck. Según él, el asesino de Gloria Nowick también es el asesino de Frédéric Hurault. Y eso ocurrió hace un año y medio. ¿Entonces aún no conocías a Ferney, verdad?

—Ferney sabe dónde vive Franck, debió de vigilarnos, hurgar en la basura, incluso entrar en su casa, por lo que Franck me ha contado. Debió de intentar entrar en contacto conmigo un montón de veces, sin que yo me diera cuenta de ello. El anuncio en el parabrisas de mi coche fue la buena puerta de entrada. Pero si eso hubiera fracasado, seguro que habría intentado otra cosa…

Basquez reflexionó unos segundos. Descolgó de nuevo el teléfono.

—¿La tienen? —preguntó. Anotó algo, colgó y se levantó—. Voy a llamar al juez. En cuanto tengamos luz verde, vamos para allá.

56

B
arrio de Belleville.

Los viejos edificios en obras, las plazas, su bulliciosa población a la caza de los regalos de última hora. Sharko circulaba pegado a Basquez, con las manos crispadas en el volante. Lucie lo observaba de reojo, inquieta. En pocos días, había adelgazado de nuevo y ya solo funcionaba a base de nervios.

¿Qué tipo de pareja eran, ellos dos? ¿Hasta qué punto esos sórdidos casos los engullirían? Lucie se dijo que solo un hijo podría reequilibrar la balanza. Los obligaría a levantar el pie del acelerador y aprender de nuevo a vivir. En cuanto terminara todo aquello se tomaría un descanso. Iba a necesitarlo.

Sharko interrumpió sus pensamientos.

—No deberías haberlo hecho. Hurgar en mi pasado…

Lucie miraba el arma entre sus piernas, que hacía girar suavemente en un sentido y luego en el otro.

—No solo he descubierto cosas sobre ti, sino también de mí. Creo que sumergirme en tu pasado ha sido una buena razón para ahondar en el mío también. Eso me ha permitido sentirme un poco mejor.

—Un día de estos tendremos que hablar de todo esto en serio.

—Y de lo que me has dicho en el aeropuerto.

Ya llegaban a su destino. Basquez aparcó en doble fila, con las luces de emergencia encendidas, y cuatro hombres salieron corriendo del vehículo. Sharko estacionó su Renault justo detrás.

Basquez cruzó la calle y se plantó frente a un interfono. Pulsó uno de los botones al azar, hizo que le abrieran y empujó la puerta cochera.

Según las informaciones, Rémi Ferney residía en un
loft
al fondo de un patio adoquinado, entre dos edificios. El lugar ya estaba oscuro y la nieve se había acumulado en una espesa costra, hollada por numerosos pasos, la mayoría de los cuales iban y venían en dirección al
loft
.

Las siluetas armadas y provistas de chalecos antibalas se deslizaron rápidamente junto a las paredes hasta llegar a la puerta. No hubo aviso ni conminación. Uno de los hombres golpeó dos veces la cerradura con un pequeño ariete y los policías irrumpieron en el domicilio, apuntando con sus pistolas.

La vivienda se componía de una única estancia, gigantesca. Por todas las paredes había grandes fotos, magníficas: retratos, paisajes, resúmenes visuales de viajes al extranjero. Un gran ventanal arrojaba luz sobre un invernadero y material fotográfico. Al fondo, una pantalla gigante de televisión estaba encendida. Basquez, que había entrado el primero, vio una cabeza en el sillón. Una persona de espaldas, de la que solo se veía el cráneo cubierto con una gorra. Junto con sus compañeros, se lanzó en aquella dirección.

—¡No te muevas!

Sharko y Lucie seguían la escena, tensos. El comisario cruzó la estancia como una flecha.

Y de repente tuvo la sensación de que algo no funcionaba.

El individuo instalado en el sillón, y al que apuntaban seis pistolas, no se movía.

A medida que los policías avanzaban, les llegó el olor característico del amoniaco, el de la carne en avanzado estado de putrefacción.

Franck Sharko aminoró el paso. Vio las muecas en las caras de los colegas y cómo las armas bajaban junto a las piernas. Las miradas se cruzaron, azoradas.

El fulano de la gorra tenía una inmensa sonrisa púrpura debajo del mentón.

Degollado.

Entre sus manos inertes, apoyadas sobre sus muslos, una pizarra, en la que estaba escrito, con tiza: «Df6+. Pronto, jaque mate».

Lucie se plantó ante el cadáver. Miró a Basquez, con un suspiro, y luego a Sharko.

—Es Rémi Ferney. Es el artista al que conocí y contraté. Mierda, ya no entiendo nada.

—Y no se murió ayer —añadió Basquez—. Diría que lleva así por lo menos una semana.

En una fracción de segundo, Sharko lo comprendió: el delirio del asesino, en la tienda de embarcaciones, sin duda fue simulado para que los vendedores le recordaran. Debía de saber que la policía, tarde o temprano, daría con la pista de la barca. Y por eso dejó un mensaje.

Un mensaje que solo Sharko podría comprender.

Le había dado por el culo.

Basquez estaba furioso, con la mirada puesta en la pizarra.

—¡Hijo de puta!

Con una larga inspiración, trató de serenarse y sacó el móvil del bolsillo.

—Que nadie toque nada y nos largamos de aquí. Si hay el menor fragmento de ADN que pueda haber dejado el asesino quiero que puedan encontrarlo. Vamos.

Los hombres salieron al patio y dos de ellos encendieron unos cigarrillos. Lucie se cruzó de brazos, muerta de frío. Acababa de darse cuenta bruscamente del peligro que pendía sobre ella y Sharko.

—Ferney era un artista de verdad —dijo ella— y el anuncio en mi parabrisas un anuncio de verdad. El asesino dejó que trabajara tranquilamente y luego lo eliminó y se apropió de todo su trabajo.

Miró a su hombre; parecía abatido y se había apoyado contra una pared, con los brazos colgando. Ella se aproximó y lo abrazó.

—Acabaremos pillándolo.

—O será él quien acabe con nosotros.

Parecía desesperado. Lucie lo había visto pocas veces así, a él, que no solía rendirse jamás. Las múltiples entrevistas que había llevado a cabo para su regalo de Navidad daban testimonio de ello.

Sharko se serenó y plantó su cara a diez centímetros de la de Lucie.

—No quiero que nos quedemos en mi apartamento. Menos aún después de lo que acaba de suceder hoy. Iremos a dormir a un hotel.

57

E
l gesto tenía algo de doloroso: Franck Sharko preparando la maleta. Franck Sharko obligado a huir de su propio apartamento, como un ladrón.

Lucie lo observaba maniobrar sin decir palabra. En cierta medida, se sentía responsable de esa huida, sabía que actuaba así para protegerla. Imaginaba su sufrimiento, esa tormenta sombría que debía de rondarle en su cabezota de policía curtido.

Y esa tarde, ese 22 de diciembre, Sharko estaba convencido de que el asesino llevaría a cabo su última jugada el día de Navidad.

El renacimiento del Ángel Rojo, aquel ser inmundo que no podría desplegar sus alas hasta haber eliminado al responsable de su caída.

—Le vamos a dar por culo —murmuró él mientras iba y venía—, lo cazaremos con sus propias armas. —Se dirigió a la ventana y apartó la cortina con el índice—. Estás ahí, en algún lugar. Mírame bien, porque te voy a dar por culo.

No se hallaba en su estado normal, estimó Lucie. Cuando se dirigía hacia la cama, ella se interpuso, lo abrazó y le acarició la espalda cariñosamente.

—No nos va a destruir. Los dos juntos somos más fuertes que él.

—No nos va a destruir —repitió Sharko, como hipnotizado.

Se quedaron allí, callados, solo acariciándose, como dos amantes que vivieran un amor prohibido. Un amor maldito. El instante era placentero y doloroso a la vez, puesto que no podía durar.

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