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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (47 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—Rachel, de verdad lo siento —dijo y me giré cruzando los brazos. Mi enfado perdería todo su efecto si me desmayaba—. No sabía que te pediría un pago a ti, de verdad.

Enfadada, me aparté el pelo húmedo de los ojos y me quedé allí de pie cruzada de brazos.

—Es la marca de un demonio, Nick, la puñetera marca del demonio.

Nick replegó su desgarbada figura en una de las sillas de respaldo rígido y apoyó los codos en la mesa hundiendo la cara entre sus manos.

—La demonología es un arte muerto. No esperaba poner mis conocimientos en práctica. Se suponía que era una forma sencilla de completar mi expediente en lenguas antiguas —dijo, con la mirada fija en la mesa.

Levantó la vista y nuestras miradas se cruzaron. Su preocupación, su necesidad de que le escuchase y entendiese reprimieron mi siguiente comentario cáustico.

—Lo siento mucho, muchísimo —dijo—. Si pudiese quedarme con tu marca de demonio, lo haría. Pensaba que te morías. No podía dejar simplemente que te desangrases en el asiento de atrás de un taxi.

Mi rabia se desvanecía. Estaba dispuesto a tener una marca de demonio para salvarme. Nadie lo obligaba. Era tonto. Nick se retiró el pelo de la sien izquierda.

—Mira, ¿lo ves? —dijo esperanzado—. Se ha detenido.

Miré su cabeza. Justo donde el demonio le había golpeado había una herida recientemente cerrada, con los bordes rojizos y apariencia dolorosa. El medio círculo tenía una línea que lo atravesaba. Me dio un vuelco el estómago. Una marca de demonio. Maldita sea, iba a tener que llevar una marca de demonio. Las brujas negras de líneas luminosas tenían marcas de demonio, no las brujas blancas terrenales. No yo.

Nick dejó caer su mata de pelo negro.

—Se borrará cuando pague mi favor. No es para siempre.

—¿Un favor? —pregunté.

Entornó sus ojos marrones suplicando comprensión.

—Probablemente se trate de información, o algo así. Al menos eso es lo que dicen los textos.

Con una mano aferrada al estómago me apreté las yemas de los dedos contra la frente. En realidad no tenía elección. Evax no fabricaba precisamente compresas especiales para estas cosas.

—Entonces, ¿cómo le hago saber a este demonio que acepto deberle un favor?

—¿En serio?

—Sí.

—Entonces ya lo has hecho.

Me entraron náuseas. No me gustaba que un demonio estuviese tan ligado a mí como para saberlo en el mismo momento en el que aceptaba sus condiciones.

—¿Sin papeleo? —pregunté—, ¿sin contrato? No me gustan los acuerdos verbales.

—¿Prefieres que venga aquí a rellenar unos papeles? —me preguntó—. Piénsalo con la suficiente intensidad y vendrá.

—No. —Mis ojos recayeron en mi muñeca. Noté un ligero cosquilleo. Me quedé pálida al comprobar que aumentaba hasta un picor y luego una ligera quemazón—. ¿Dónde están las tijeras? —dije nerviosa.

Nick miró a su alrededor con cara inexpresiva y entonces mi muñeca empezó a arder.

—¡Me quema! —grité. El dolor de mi muñeca seguía aumentando y tiré de la gasa, intentando quitármela frenéticamente.

—¡Quítamela, quítamela! —grité. Me di la vuelta y abrí el grifo al máximo para meter la muñeca bajo el chorro. El agua fría empapó el vendaje sofocando la sensación de quemazón. Me incliné sobre el fregadero con el pulso acelerado mientras el agua seguía corriendo y llevándose el dolor.

La húmeda brisa nocturna soplaba a través de las cortinas y me quedé mirando el oscuro jardín y el cementerio al fondo, esperando a que las manchas negras desapareciesen. Me temblaban las rodillas y lo único que me mantenía en pie era la adrenalina. Oí el leve roce de las tijeras que Nick deslizó hacia mí desde el otro lado de la encimera. Cerré el grifo.

—Gracias por avisarme —dije con tono agrio.

—La mía no me dolió —dijo. Parecía preocupado, confundido y completamente desconcertado. Cogí un paño de cocina y las tijeras y me dirigí a mi sitio en la mesa. Inserté una punta en las gasas y corté el vendaje empapado. Le eché una mirada a Nick, quien, alto y desmañado, seguía de pie junto al fregadero. La culpa parecía pesarle en los hombros. Bajé la vista.

—Siento haber sido tan gruñona, Nick —dije dejando de cortar y empezando a desenrollar la venda—. Habría muerto si no llega a ser por ti. He tenido suerte de que estuvieses allí para detenerlo. Te debo la vida y te estoy verdaderamente agradecida por lo que hiciste. Lo único que quiero es olvidarlo todo y ahora no podré. No sé cómo reaccionar y resulta más fácil gritarte a ti.

Una sonrisa curvó la comisura de sus labios. Cogió una silla para sentarse frente a mí.

—Déjame que te quite eso —dijo, haciendo el gesto de cogerme la mano.

Vacilé un instante y luego le dejé poner mi muñeca en su regazo. Inclinó la cabeza sobre la muñeca y sus rodillas casi rozaban las mías. En realidad le debía más que un simple agradecimiento.

—¿Nick? Lo digo de corazón. Gracias. Me has salvado la vida dos veces. Superaremos esto del demonio. Siento que tengas una marca por ayudarme.

Nick levantó la vista y sus ojos marrones buscaron los míos. De pronto fui realmente consciente de lo cerca que estaba. Mi memoria retrocedió a la sensación de estar en sus brazos cuando me traía a la iglesia. Me preguntaba si me habría llevado en brazos todo el trayecto a través de siempre jamás.

—Me alegro de haber estado allí para ayudarte —dijo en voz baja—. En cierto modo fue culpa mía.

—No, me habría encontrado en cualquier sitio —dije.

Finalmente, la última vuelta del vendaje cayó. Tragué saliva y miré fijamente mi muñeca. Se me hizo un nudo en el estómago. Estaba completamente curada. Incluso los puntos verdes habían desaparecido. La cicatriz blanca y en relieve parecía antigua. La mía tenía forma de círculo completo con la misma línea atravesándolo.

—Oh —musitó Nick reclinándose hacia atrás—, debes de gustarle al demonio. La mía no sanó, solo dejó de sangrar.

—Estupendo.

Me froté la cicatriz. Era mejor que el vendaje… supongo. No era como si todo el mundo supiese cómo me la había hecho. Nadie tenía trato con los demonios desde la Revelación.

—Entonces, ¿ahora solo tengo que esperar a que me pida algo?

—Sí.

Nick arrastró la silla al levantarse y dirigirse hacia el hornillo. Apoyé los codos en la mesa y noté el aire entrar y salir de mis pulmones. Nick estaba frente a los fogones dándome la espalda, removiendo en una cacerola. Se hizo un silencio incómodo.

—¿Te gusta la comida de estudiantes? —dijo de pronto.

—¿Cómo dices? —pregunté incorporándome.

—Comida de estudiantes. —Sus ojos se posaron en el tomate del alféizar—. Lo que haya en la nevera con pasta.

Comprensiblemente inquieta me levanté y me acerqué tambaleante a ver que había en el fuego. Unos macarrones giraban en la olla. Había una cuchara de madera junto a ella y arqueé las cejas.

—¿Has usado esa cuchara?

—Sí, ¿por qué? —asintió Nick.

Alcancé la sal y eché todo el bote.

—¡Eh! —exclamó Nick—. Ya le había echado sal al agua. No hacía falta tanta.

Le ignoré y eché la cuchara de madera en mi cuba de disolución y saqué una metálica.

—Hasta que recupere mis cucharas de cerámica la norma es de metal para cocinar y de madera para los hechizos. Enjuaga bien los macarrones y no debería haber problemas.

—Pensaba que se usaba metal para los hechizos y madera para cocinar, teniendo en cuenta que los hechizos no se adhieren al metal —dijo Nick sorprendido.

Me dirigí lentamente hacia el frigorífico notando que me latía con fuerza el corazón ante el mínimo esfuerzo.

—¿Y por qué has supuesto que los hechizos no se adhieren al metal? A menos que sea cobre, el metal lo fastidia todo. Yo me encargaré de los hechizos si no te importa y tú de la cena.

Para mi sorpresa Nick no se enfadó ni hizo una demostración de testosterona, simplemente me dedicó una de sus medias sonrisas.

Una punzada de dolor atravesó la barrera de los amuletos al abrir la puerta de la nevera.

—No puedo creer lo hambrienta que estoy —dije, buscando algo que no estuviese envuelto en papel o plástico—, creo que Ivy me ha dado algo.

Oí el chorro de agua al enjuagar los macarrones.

—¿Algo parecido a un pastelito?

Saqué la cabeza de la nevera y parpadeé. ¿Ivy le había dado uno a él también?

—Sí.

—Lo he visto. —Los ojos de Nick estaban clavados en el tomate a través del vapor que lo rodeaba mientras escurría los macarrones—. Cuando estaba haciendo mi tesis tenía acceso a la cámara de los libros raros —dijo arrugando la frente—, que está junto a la de libros antiguos. Bueno, en resumidas cuentas, la arquitectura de las catedrales preindustriales es aburrida y una noche encontré el diario de un cura británico del siglo diecisiete. Había sido juzgado y condenado por asesinar a tres de sus feligresas más bonitas. —Nick volvió a echar la pasta en la olla y abrió un tarro de salsa Alfredo—. Hacía referencia a ese pastelito. Decía que hacía posibles las orgías de sangre y lujuria de los vampiros cada noche. Imagino que rara vez se ofrece a alguien que no está bajo su dominio y obligado a mantener la boca cerrada.

Fruncí el ceño, incómoda. ¿Qué demonios me había dado Ivy?

Sus ojos seguían fijos en el tomate mientras vertía la salsa sobre la pasta. Un sabroso aroma llenó la cocina y me rugió el estómago. Nick lo removió todo y observé cómo seguía mirando el tomate. Empezaba a tener aspecto de ponerse enfermo. Exasperada por la infundada repulsión que sentían los humanos hacia el tomate, cerré la nevera y fui renqueando hasta la ventana.

—¿Cómo ha llegado esto aquí? —musité, y lo empujé a través del agujero para pixies hacia la oscuridad de la noche. Cayó con un suave ruido sordo.

—Gracias —dijo, y respiró aliviado.

Volví a mi silla con un fuerte suspiro. Parecía que Ivy y yo tuviésemos la cabeza podrida de una oveja en la encimera, pero por otro lado, era bueno saber que al menos tenía un complejo humano.

Nick se distrajo añadiendo unos champiñones, salsa Worcestershire y
pepperoni
a la receta. Sonreí al darme cuenta de que eran los ingredientes sobrantes de mi pizza. Olía de maravilla, y cuando alcanzó el cucharón del colgador de la isla central, le pregunté:

—¿Hay suficiente para dos?

—Hay para un regimiento. —Nick empujó un plato frente a mí y se sentó, colocando un brazo protector delante del suyo—. Comida de estudiante —dijo con la boca llena—, pruébalo.

Miré el reloj sobre el fregadero y hundí la cuchara. Probablemente ahora Ivy y Jenks estarían en la AFI intentando convencer al tipo de la entrada de que no estaban locos y aquí estaba yo, comiendo macarrones Alfredo con un humano. La cosa no tenía buena pinta. Me refiero a la comida. Habría estado mejor con salsa de tomate. Con muchas reservas probé un poco.

—Eh —dije agradablemente sorprendida—, está bueno.

—Ya te lo había dicho.

Durante unos momentos solo se oyó el entrechocar de las cucharas y el sonido de los grillos en el jardín. Nick aflojó su ritmo y miró el reloj sobre el fregadero.

—Oye,
mmm
, tengo que pedirte un gran favor —dijo titubeante.

Tragué y levanté la vista, sabiendo qué iba a decir.

—Puedes quedarte a pasar la noche, si quieres —dije—. Aunque no te garantizo que despiertes con todos tus fluidos intactos o si quiera que te despiertes. La SI sigue enviándome maldiciones. Ahora podría ser simplemente una de esas tenaces hadas, pero en cuanto se sepa que sigo viva, esto se puede llenar de asesinos. Estarías más seguro en un banco en el parque —concluí sarcásticamente.

Su sonrisa era de alivio.

—Gracias, creo que me arriesgaré. Me quitaré de en medio mañana. Iré a ver si mi casero me ha guardado algo. Iré a visitar a mi madre. —Su alargado rostro se contrajo, y parecía tan preocupado como cuando pensaba que iba a morir desangrada—. Le contaré que lo he perdido todo en un incendio. Va a ser duro.

Sentí una punzada de lástima. Sabía qué se sentía al verse en la calle con una caja como único recuerdo de toda tu vida.

—¿Seguro que no quieres quedarte con ella esta noche? —le pregunté—, sería más seguro.

—Puedo cuidar de mí mismo —dijo, y siguió comiendo.

No lo dudo
, pensé recordando el libro de demonios que había cogido de la biblioteca. Ya no estaba en mi bolso. Tan solo una pequeña mancha de sangre indicaba que había estado allí. Quería ser directa y preguntarle si practicaba magia negra, pero cabía la posibilidad de que dijese que sí y entonces tendría que decidir qué hacer al respecto. Y no quería hacerlo justo ahora. Me gustaba su tranquila confianza en sí mismo y la novedad de verla en un humano resultaba decididamente… intrigante. Una parte de mí sabía y despreciaba el hecho de que la atracción probablemente partiera de mi síndrome de «damisela en peligro rescatada por su héroe», pero necesitaba contar con algo seguro y sólido en mi vida en este momento y un humano que hacía magia para evitar que un demonio me rajase el cuello reunía todos los requisitos. Especialmente si parecía tan inofensivo como él.

—Además —dijo Nick arruinando mi fantasía—, Jenks me mataría si me voy antes de que vuelva.

Resoplé molesta. Estaba haciendo de canguro. Qué bien.

El sonido del teléfono resonó a través de las paredes. Miré a Nick y este no se movió. Me dolía todo, ¡jolín! Me dedicó su media sonrisa y se levantó.

—Yo lo cojo.

Comí otra cucharada mientras observaba su trasero desaparecer por el pasillo y pensé que quizá me ofreciera a acompañarlo de tiendas cuando fuese a comprarse ropa nueva. Esos vaqueros que llevaba le quedaban demasiado sueltos.

—Hola —dijo Nick adoptando un tono sorprendentemente profesional—, Morgan, Tamwood y Jenks, servicio de cazarrecompensas Encantamientos Vampíricos.

¿
Servicio de cazarrecompensas Encantamientos Vampíricos
?, pensé. Un poco de Ivy y un poco de mí. Era tan válido como cualquier otro nombre, supongo. Tomé otra cucharada, pensando que su comida tampoco estaba nada mal.

—¿Jenks? —dijo Nick apareciendo en el pasillo con el teléfono en la mano—. Está comiendo. ¿Ya estáis en el aeropuerto?

Hubo una larga pausa y suspiré. La AFI tenía la mente más abierta y estaba deseando cazar a Trent con más ganas de lo que había creído.

—¿La AFI? —El tono de Nick se volvió preocupado y me puse rígida mientras le escuchaba añadir—: ¿Que ha hecho qué? ¿Hay alguien muerto?

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