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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (45 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—Ayuda estar a cinco centímetros de la herida —dijo Matalina, obviamente encantada de que se lo hubiese pedido.

Keasley limpió mi cuello con un gel frío. Estudié el techo mientras él cogía un par de tijeras y recortaba lo que yo suponía eran bordes irregulares. Con un ruidito de satisfacción, eligió una aguja e hilo. Noté una presión en el cuello seguida de un tirón y respiré hondo. Mi vista se dirigió hacia Ivy, que entró en la habitación y se inclinó sobre mí, casi bloqueándole la luz a Keasley.

—¿Y esa? —dijo señalando—, ¿no deberías coser esa primero? —dijo—. Es la que más sangra.

—No —contestó él dando otra puntada—. Pon otra olla de agua a hervir, ¿quieres?

—¿Cuatro ollas de agua? —preguntó.

—Si no es mucha molestia —dijo Keasley, arrastrando las palabras. Continuó cosiendo mientras yo contaba los tirones con la vista fija en el reloj. El chocolate no me había sentado tan bien como me hubiese gustado. No me habían dado puntos desde que mi ex mejor amiga se escondió en mi taquilla del colegio y se hizo pasar por mujer lobo. El día acabó con las dos expulsadas.

Ivy vaciló un momento y luego recogió las toallas húmedas y se las llevó a la cocina. Oí correr el agua y otro grito seguido por un golpe amortiguado proveniente de la ducha.

—¡Deja de hacer eso! —gritó Nick enfadado y no pude evitar una sonrisita. Enseguida, Ivy estaba de vuelta mirando por encima del hombro de Keasley.

—Ese punto no parece firme —dijo.

Me revolví incómoda y Keasley frunció el ceño. Me caía bien e Ivy estaba siendo un incordio.

—Ivy —dijo en un susurro—, ¿por qué no vas a hacer una ronda de reconocimiento?

—Jenks está fuera. Está controlado —respondió ella.

Keasley apretó la mandíbula y se amontonaron los pliegues de su papada. Lentamente tensó el hilo verde con los ojos fijos en su trabajo.

—Puede que Jenks necesite ayuda —dijo.

Ivy se puso derecha y se cruzó de brazos. Una bruma negra cruzó sus ojos.

—Lo dudo.

Las alas de Matalina se agitaron hasta convertirse en un borrón cuando Ivy se inclinó más cerca y le bloqueó la luz a Keasley.

—Vete —dijo Keasley en voz baja y sin moverse—, estás molestando.

Ivy se retiró abriendo la boca con un gesto que parecía de conmoción. Me miró con los ojos muy abiertos y yo le dediqué una sonrisa de disculpa al tiempo que mostraba que estaba de acuerdo. Molesta, se giró y sus botas resonaron en el suelo de madera del pasillo en dirección al santuario. Hice una mueca al oír el fuerte golpe de la puerta principal reverberando por toda la iglesia.

—Lo siento —dije pensando que alguien debía disculparse.

Keasley estiró la espalda con gesto de dolor.

—Está preocupada por ti y no sabe cómo demostrarlo sin morderte. O eso o es que no le gusta no poder controlarlo todo.

—No es la única —dije—, empiezo a sentirme fracasada.

—¿Fracasada? —susurró—. ¿De dónde has sacado eso?

—Mírame —dije cortante—. Estoy destrozada. He perdido tanta sangre que no puedo ni tenerme en pie. No he hecho nada por mí misma desde que dejé la SI salvo dejarme atrapar por Trent y que me usase como comida para ratas.

Ya no me sentía una cazarrecompensas. Mi padre estaría decepcionado, pensé. Debí haberme quedado donde estaba, a salvo, segura y muerta de aburrimiento.

—Estás viva —dijo Keasley— y eso no es tarea fácil estando bajo una amenaza de muerte de la SI.

Ajustó la lámpara hasta que arrojó la luz sobre mi cara. Cerré los ojos y me sobresalté cuando me pasó un paño frío por el párpado hinchado. Matalina siguió cosiéndome el cuello aunque sus diminutas puntadas pasaban inadvertidas. Nos ignoraba con la circunspección habitual en una madre profesional.

—Estaría más que muerta si no hubiese sido por Nick —dije mirando en dirección al baño.

Keasley apuntó la lámpara hacia mi oreja. Di un respingo cuando la limpió con un cuadradito de algodón empapado. Salió negro por la sangre seca.

—Te habrías escapado de Kalamack tarde o temprano —dijo—. Pero en vez de eso te arriesgaste y liberaste también a Nick. No veo ningún fracaso en todo eso.

Entorné el ojo que no estaba hinchado.

—¿Cómo sabes lo de las peleas de ratas?

—Me lo contó Jenks cuando venía hacia aquí.

Satisfecha, hice una mueca de dolor cuando Keasley me frotó la herida de la oreja con un líquido maloliente. Noté las palpitaciones sordas bajo los tres amuletos contra el dolor.

—No puedo hacer nada más con esto, lo siento —dijo.

Me había olvidado por completo de la oreja. Matalina ascendió hasta mi campo de visión y nos miró a Keasley y a mí alternativamente.

—Terminado —dijo con su voz de muñeca de porcelana—. Si puedes terminar solo, yo quisiera…
mmm
… —Sus ojos expresaban un encantador entusiasmo. Un ángel con buenas nuevas—. Quiero ir a decirle a Jenks lo de la oferta de subarrendar el jardín.

Keasley asintió.

—Tú vete —dijo—, ya no queda mucho por hacer salvo la muñeca.

—Gracias, Matalina —dije—, no he notado nada.

—De nada. —La diminuta mujercita pixie salió disparada hacia la ventana y luego regresó—. Gracias —susurró antes de desaparecer por la ventana hacia el oscuro jardín.

La salita estaba vacía salvo por Keasley y por mí. Estaba tan silenciosa que podía oír las tapas repiqueteando sobre las ollas de agua hirviendo en la cocina. Keasley cogió las tijeras y cortó la venda empapada de mi muñeca. El vendaje cayó y mi estómago se revolvió. La muñeca seguía allí, pero nada estaba en su sitio. No me extrañó que el polvo de pixie de Jenks no lograse detener la hemorragia. Había trozos de carne blanca amontonados y había pequeños cráteres llenos de sangre. Si ese era el aspecto de mi muñeca, ¿qué pinta tenía mi cuello? Cerré los ojos y me concentré en la respiración. Iba a desmayarme, estaba segura.

—Te has ganado una importante aliada —dijo Keasley en voz baja.

—¿Matalina? —Contuve la respiración e intenté no hiperventilar—. No sé por qué —dije exhalando el aire—. He puesto a su marido y a su familia en constante peligro.


Mmmm
.

Se colocó la olla de agua que había traído Ivy en las rodillas y lentamente metió mi muñeca en ella. Inspiré fuerte entre dientes al notar el mordisco del agua y luego me relajé al hacer efecto los amuletos contra el dolor. Keasley me palpó la muñeca y aullé intentando apartarla.

—¿Quieres oír un consejo? —preguntó.

—No.

—Vale, lo oirás de todas formas. Parece que te has convertido en la líder de la casa. Acéptalo, pero que sepas que tiene un precio. La gente hará cosas por ti. No seas egoísta, déjalos.

—Le debo a Nick y a Jenks la vida —dije odiando la idea—. ¿Qué hay de bueno en eso?

—No, no es verdad. Gracias a ti Nick ya no tiene que matar ratas para seguir vivo y la esperanza de vida de Jenks casi se ha duplicado.

Retiré la mano y esta vez me dejó.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté con sospecha.

El ruido metálico del cazo al golpear la mesa cuando Keasley lo soltó resonó en la salita. Colocó una toalla rosa bajo mi muñeca y me obligué a mí misma a mirarla. El tejido parecía ahora más normal. Lentamente comenzó a manar sangre, ocultó los daños y se derramó por mi piel húmeda hasta verterse en las toallas y mancharlo todo.

—Hiciste a Jenks socio —dijo abriendo un paquete de gasas y aplicándomelas en la muñeca—. Tiene algo más que un empleo que arriesgar, tiene un jardín. Esta noche lo has hecho suyo durante el tiempo que él quiera. Nunca había oído que se le alquilase una propiedad a un pixie, pero apuesto a que valdría en un tribunal humano o inframundano si otro clan lo reclamase. Le has garantizado que todos sus niños tendrán un lugar en el que sobrevivir hasta la edad adulta, no solo los primeros en nacer. Creo que eso vale por una tarde de jugar al escondite en una habitación llena de merluzos.

Observé cómo enhebraba la aguja y miré al techo. Los tirones y pinchazos comenzaron con un ritmo lento. Todo el mundo sabía que los pixies y las hadas competían entre ellos por un buen pedazo de tierra, pero no tenía ni idea de que sus motivos tuviesen raíces tan profundas. Pensé en lo que Jenks había contado sobre arriesgar su vida por culpa de una picadura de abeja por un par de destartaladas jardineras. Ahora tenía un jardín. No me extrañaba que a Matalina le resultase tan natural el ataque de las hadas.

Keasley comenzó un patrón de dos puntadas y un toque con la gasa. No paraba de sangrar. Me negaba a mirar y paseaba la vista por la salita gris hasta que se posaron en la esquina vacía de la mesa donde antes estaban las revistas de Ivy. Tragué saliva sintiendo náuseas.

—Keasley, llevas viviendo aquí mucho tiempo, ¿verdad? —le pregunté—. ¿Cuándo se mudó Ivy?

Levantó la vista de los puntos con su negra y arrugada cara inexpresiva.

—El mismo día que tú. Dejasteis el trabajo el mismo día, ¿no?

Me detuve antes de asentir afirmativamente.

—Entiendo por qué Jenks arriesga su vida para ayudarme, pero… —Miré hacia el pasillo—. ¿Qué gana Ivy con esto? —susurré.

Keasley me miró el cuello indignado.

—¿Acaso no resulta obvio? La has dejado alimentarse de ti y no dejará que la SI te mate.

Me quedé boquiabierta y escandalizada.

—¡Ya le he dicho que Ivy no me ha hecho esto! —exclamé. Me latió el corazón más fuerte al intentar elevar la voz—. ¡Fue un demonio!

No parecía tan sorprendido como cabría esperar. Se me quedó mirando esperando a que le contase más.

—Salí de la iglesia para buscar la receta de un hechizo —dije en voz baja—, la SI envió a un demonio a por mí. Se transformó en un vampiro para matarme. Y si Nick no lo llega a encerrar en un círculo lo habría logrado.

Me hundí en el sofá agotada. Me martilleaba el pulso. Estaba demasiado cansada incluso para enfadarme.

—¿La SI? —Keasley cortó el hilo de la aguja y me miró con el ceño fruncido—, ¿seguro que era un demonio? La SI no usa demonios.

—Pues ahora sí —dije con acritud. Me miré la muñeca y luego aparté rápidamente la vista. Seguía sangrando. La sangre rezumaba entre los puntos verdes. Levanté la otra mano para comprobar que al menos la hemorragia del cuello había cesado—. Se sabía mi nombre completo, Keasley. Mi segundo nombre no aparece ni siquiera en mi certificado de nacimiento. ¿Cómo averiguó la SI cuál era?

Los ojos de Keasley parecían preocupados mientras me enjugaba la muñeca.

—Bueno, si era un demonio, no tendrás que preocuparte por ninguna atadura residual al vampiro que te mordió… creo.

—Qué suerte —dije amargamente.

Volvió a cogerme la muñeca y se acercó más la lámpara. Colocó una toalla debajo para recoger las gotas de sangre.

—¿Rachel? —murmuró.

Aquello me puso alerta. Siempre me había llamado señorita Morgan.

—¿Qué?

—En cuanto al demonio, ¿hicisteis un trato con él?

Seguí su mirada hacia mi muñeca y me asusté.

—Lo hizo Nick —respondí rápidamente—. Acordó dejarlo salir del círculo si me traía aquí con vida. Nos trajo a través de las líneas luminosas.

—Oh —dijo y me quedé helada con su tono inexpresivo. El sabía algo que yo no.

—¿Oh qué? —le pregunté—. ¿Qué pasa?

Respiró lentamente.

—Esto no va a curarse solo —dijo en voz baja, colocándome la muñeca en el regazo.

—¿Qué? —dije apretándome la muñeca mientras se me revolvía el estómago y el chocolate amenazaba con volver a salir. La ducha se cerró y me entró el pánico. ¿Qué me había hecho Nick?

Keasley abrió una venda adhesiva medicada y la puso sobre mi ojo.

—Los demonios no hacen nada gratis —dijo—. Le debes un favor.

—¡Yo no hice ningún trato! —dije—. ¡Fue Nick! ¡Yo le dije que no lo dejara salir!

—No es por nada que Nick hiciese —dijo Keasley palpándome el amoratado brazo con suavidad hasta que hice un gesto de dolor—. Los demonios exigen un pago adicional por llevar a alguien a través de las líneas luminosas, aunque tienes dos opciones. Puedes pagar por el pasaje dejando que tu muñeca gotee sangre durante el resto de tu vida, o puedes aceptar que le debes un favor al demonio y entonces la muñeca sanará. Yo sugiero lo primero.

Me hundí entre los cojines.

—Estupendo.

Era absolutamente fantástico. Ya le había dicho a Nick que era una mala idea. Keasley tiró de la muñeca y comenzó a vendármela con un rollo de gasa. La sangre la iba empapando casi en cuanto tocaba mi muñeca.

—No dejes que el demonio te diga que no tienes nada que decir en este asunto —dijo mientras acababa el rollo entero de gasa y pegaba el extremo con un trocito de esparadrapo blanco—. Puedes negociar la forma de pago hasta que ambos lleguéis a un acuerdo. Puede durar años incluso. Los demonios siempre te dan opciones y son muy pacientes.

—¡Opciones! —ladré—. ¿Acordar si le debo un favor o andar por ahí como si tuviese estigmas el resto de mi vida?

Keasley se encogió de hombros mientras guardaba sus agujas, el hilo y las tijeras del periódico y doblaba la hoja.

—Creo que saliste bastante bien parada para ser tu primera confrontación con un demonio.

—¡Primera confrontación! —exclamé para luego tumbarme con la respiración entrecortada. ¿Primera? Ni que fuese a haber una segunda alguna vez—. ¿Cómo sabes todo esto? —susurré.

Metió el periódico en la bolsa y enrolló la apertura.

—Cuando uno vive mucho tiempo se oyen muchas cosas.

—Genial.

Levanté la vista cuando Keasley me quitó del cuello el amuleto más potente contra el dolor.

—Eh —protesté al notar el sordo martilleo de todos mis dolores—, lo necesito.

—Te basta con dos. —Se levantó y se guardó mi salvación en un bolsillo—. Así no te harás daño intentando hacer cualquier cosa. Déjate los puntos una semana más o menos. Matalina te dirá cuándo debes quitártelos. No cambies de forma mientras tanto. —Sacó un cabestrillo y lo dejó en la mesita—. Póntelo —dijo sin más—. Tienes el brazo magullado, no roto. —Arqueó una de sus blancas cejas—. Eres afortunada.

—Keasley, espera —dije con una rápida inspiración, intentando aclarar mis pensamientos—, ¿qué puedo hacer por ti? Hace una hora creía que me moría.

—Hace una hora te estabas muriendo. —Soltó una risita y se balanceó de un pie a otro—. Para ti es importante no deberle nada a nadie, ¿verdad? —Titubeó—. Te envidio por tus amigos. Soy lo suficientemente viejo como para no lamentar decirlo. Los amigos son un lujo del que no he disfrutado desde hace mucho tiempo. Si me dejas confiar en ti, considera que estamos en paz.

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