Cállame con un beso (4 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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Capítulo 4

Esa misma tarde de diciembre, en un lugar de Inglaterra

Cierra el libro desesperada.

No se concentra. Llegan los exámenes y le es imposible estudiar. ¿Qué puede hacer?

Paula resopla. No le queda otra solución que tener paciencia y tranquilizarse. Más le vale, porque, si no, suspenderá todo y no es la mejor manera de iniciar su experiencia en la Universidad. Con lo que le costó conseguir esa beca y el esfuerzo que le está suponiendo estar allí, alejada de su familia, de sus amigos y de Álex. ¡Él tiene la culpa de que no se concentre!

Si estuviera con ella, todo resultaría más sencillo. Lo echa de menos a todas horas. Es duro estar alejada de la persona a la que amas. Tal vez no debería haber aceptado marcharse a Inglaterra. Seguramente, en una Universidad cerca de casa, de su novio, de todo lo que quiere, habría sido más feliz.

¿Ha habido algún día en el que no haya llorado? Seguramente, no. ¡Pero no se puede rendir!

Vuelve a abrir el libro. Suspira. Concentración. Pasa una página. No es un tema sencillo de comprender. Encima, estudiar Periodismo en un idioma que no es el suyo no ayuda demasiado. Lo entiende y poco a poco se está adaptando a leer y a hablar en inglés, pero cuando se bloquea, nada es fácil. Otra página. Uff. El profesor no pretenderá que memorice todo aquello, ¿verdad?

Nada: no está en condiciones de estudiar. Imposible. Se lamenta de ser tan poco consistente. Aparta los libros y enciende su portátil. Se siente culpable. Aunque luego lo seguirá intentando. Trata de convencerse de ello. Además, es casi la hora de bajar a cenar. Pone música, un tema de Simple Plan,
Welcome to my life
, y entra en el MSN a ver si encuentra a Álex disponible. Suspira una vez más y se lamenta: su novio no está conectado.

Era lo lógico. Seguro que está muy liado escribiendo. Sin embargo, tenía esperanzas de dar con él. ¡Cómo le echa de menos!

El ruido de unas llaves en el pasillo llama la atención de Paula. El pomo de la puerta se gira y alguien abre con ímpetu. Es una chica.


Buona sera, Paola!
—exclama la recién llegada entrando en el cuarto.

—Hola, Valen.

—¡Oh! ¡Me encanta esta canción!

Y se pone a bailar de forma exagerada, moviendo las caderas insinuantemente.

—Estás loca —comenta Paula, bajando el volumen del reproductor y contemplando divertida a Valentina.

Por si había alguna duda, ahora ya tiene la excusa perfecta para dejar de estudiar. Su compañera de habitación acaba de llegar. Esta se quita el abrigo y la mochila, y los deja encima de su cama. Entre ellas hablan español, un español a veces salpicado de expresiones inglesas e italianas que ayudan a que la conversación sea fresca y fluida.

—¿Qué tal la tarde? ¿Has estudiado algo?

—Poco.

—Muy mal, muy mal…

La chica ni siquiera la mira. Continúa bailoteando. Después se sienta en el sillón que está libre y se descalza. Luego se levanta y guarda sus imponentes botas marrones en el armario.

—Y tú, ¿de dónde vienes?

—De la biblioteca. Pero había mucho ruido allí —responde, haciendo aspavientos con las manos—. Estoy nerviosa. No me da tiempo. ¡No me da tiempo!

Paula sonríe. Le hace gracia la manera de hablar de Valentina. Siempre tan expresiva, tan gesticulante. Tan italiana.

—Tranquila. Aún quedan unos días para los exámenes.

—Ya. Ya lo sé. Pero es mucha tarea. ¡Es mucha! Los profesores no están bien. ¡Todos están locos! —grita, al tiempo que se baja los vaqueros de golpe. Los dobla y también los mete en el armario.

Aquel comportamiento vuelve a sacar otra sonrisa a Paula. No ha conocido nunca a una persona más impulsiva y expresiva que ella. En cierta manera, le recuerda a Diana. Valentina, además, es lo más parecido a una amiga que tiene en Inglaterra. A su manera, aquella chica pecosa, de larga melena negra, le ha servido de apoyo en los momentos más complicados. Especialmente, al principio de su llegada a Londres, cuando era a la única persona que entendía. Fue una suerte que le tocara como compañera de habitación.

—Yo también tengo que estudiar bastante.

La italiana mueve la cabeza negativamente y se pone un pantalón de pijama de la pantera rosa y unas zapatillas de estar por casa del mismo color. Luego la parte de arriba, que deja sin abrochar. Paula la mira extrañada: ¿es que no piensa bajar a cenar hoy? Pero enseguida obtiene la respuesta. Valentina abre la mochila y saca un par de sándwiches de su interior.

—Son vegetales —dice, anticipándose a lo que Paula iba a preguntarle.

—No tienen mala pinta.

—No, ¿verdad? —comenta, olisqueando uno de ellos—. Estoy harta de la comida de aquí. A partir de ahora me alimentaré de sándwiches de máquina.
Mamma mia!
¡Con lo bien que se come en Italia!

En esto tiene razón. La comida inglesa no le termina de convencer. Y sus horarios tampoco. Menos mal que al menos las dejan cenar a las ocho.

—Entonces, ¿no vienes conmigo hoy?

—No —contesta, sentándose delante de su ordenador—. Pero, si puedes, tráeme alguna pieza de fruta,
… prego.

—Vale.

Paula se pone de pie y entra en el cuarto de baño para peinarse. Está desganada. No tiene ganas de cenar, pero sabe que, si no come algo ahora, luego tendrá hambre.

—¡Ah, me han dado recuerdos para ti! —grita Valentina.

—¿Recuerdos? ¿Quién?

Es extraño, porque no tiene muchos amigos allí. Su adaptación a aquel nuevo país le está costando más de lo que pensaba. Apenas sale de noche y, en clase, prácticamente no dice palabra. Se limita a ir, tratar de comprender lo que los profesores explican y realizar los ejercicios que le mandan.

—Tu amigo —señala la italiana.

—¿Mi amigo…?

—Sí, ya sabes…

La chica piensa un instante y por fin se da cuenta del tono sarcástico de Valentina.

—¡Ah! ¿Y qué le has dicho?

—Que se fuera a la mierda —contesta Valen, haciendo un gesto con el dedo corazón hacia arriba—. Como decís los españoles, «¡menudo capullo!».

Paula sonríe, aunque amargamente. Aquel tipo no ha dejado de fastidiarla desde el primer día. Y, por su culpa, otros también le han cogido manía y se burlan de ella, tanto en su clase como en el resto de la Universidad.

La chica sale del cuarto de baño y apaga la música de su ordenador.

—¿De verdad que no bajas a cenar?

—No. Me quedaré hablando con Marco un rato.

—Salúdale de mi parte.

—Bien.

—¿Sigue insistiendo en que seáis novios?

—Sí. Es un pesado. Espero que se dé por vencido de una vez.

—Pero si te sigue gustando…

—Ya. Pero no es posible lo nuestro mientras yo esté aquí.

—Pobrecillo.

—¿Pobre? Nada de pobre. ¡A saber lo que hace él en Italia…! Lo nuestro se acabó. Ya sabes lo que pienso.

Claro que lo sabe. Le ha contado en varias ocasiones que rompieron el mismo día en que ella decidió aceptar la beca en Londres. Y aunque Marco insistió una y otra vez para que se esperaran el uno al otro por lo menos ese año, no logró convencer a su novia. Valentina está en contra de las relaciones a distancia, se lo ha dicho muchas veces. Incluso piensa que debería dejar a Álex y disfrutar de la experiencia en Inglaterra.

—Bueno, me marcho a cenar, que, si no, no me dejarán nada.


Okey
. Acuérdate de mi pieza de fruta.

—No te preocupes. Te subiré una manzana.

—O un plátano.

—O un plátano —repite sonriente.

—Muchas gracias,
Paola
.

Las chicas se despiden. Después de coger su teléfono, el tique de la cena y las llaves, Paula abandona la habitación sin imaginar que lo que va a acontecer a continuación complicaría todavía más su estancia en Londres.

Capítulo 5

Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad

Terminado. Pulsa el
enter
de su ordenador y espera a que el archivo se suba. Esa tarde ha habido cambio de planes. No ha escrito, pero, viendo el resultado de lo que ha hecho, ha merecido la pena. Solo espera que a Paula le guste.

—Me voy ya —indica la chica morena que está en una mesa cercana a la suya, mientras cierra el libro que ha terminado de leer. Se pone de pie, acomoda la mochila en su espalda y se dirige hasta él con la novela en las manos, apretándola contra el pecho.

Álex la observa y sonríe. Pandora le agrada. Es un poco rara y de vez en cuando le cuesta entenderla, pero es una joven adorable.

—¿Qué te ha parecido?

—¿El libro? Muy bonito.

—Sí,
97 formas de decir te quiero
es un libro precioso.

La chica sonríe. ¡Le encanta Alejandro! No solo como escritor, sino como persona, como hombre…, como pareja. Es su amor platónico. Un amor imposible, inalcanzable. Un chico como él jamás se fijaría en alguien como ella. Él es todo y ella, tan poco…

Pandora hace tirabuzones con su pelo y mueve nerviosa los pies, uno sobre otro. Quiere seguir hablando con él algo más, pero ¿qué le dice?

—¿Viste ayer el capítulo de
Glee
? —pregunta de repente, improvisando.

—¿
Glee
…?

—Sí. ¿No sabes qué es?

—¿Una serie de televisión?

—La mejor serie de televisión de la historia —matiza, ruborizándose—. ¿Nunca has visto un capítulo?

—No. ¿De qué va?

La chica se decepciona un poco. Jamás vio una serie mejor que esa y él no la conoce. Tenía la esperanza de que
Glee
sirviera de tema de conversación entre ellos.

—Trata de un grupo de chicos de un colegio que cantan.

—Ah. ¿Eso no está muy visto?

—No —responde rotunda, aunque inmediatamente se sonroja al darse cuenta de la brusquedad de su contestación.

¿Cómo va a estar muy visto? Por muchas series y películas musicales que se hayan hecho, ¡ninguna es como
Glee
!

—Pues tendré que ver algún capítulo —indica Álex, rascándose la nuca.

Parece que la ha ofendido y no era su intención. Sin embargo, la joven sonríe y tamborilea incesantemente con los dedos sobre el libro. Luego recuerda algo y da un pequeño brinco; introduce una mano en su mochila y rebusca en el interior. Por fin, lo encuentra.

—Toma —le dice, entregándole lo que parece la carátula de un CD.

Álex la coge y la examina tan sorprendido como curioso. Es la primera temporada completa de
Glee
en DVD.

—¿Están todos los capítulos? —pregunta, tratando de mostrarse interesado para no volver a ofenderla.

—Todos. Y las canciones están subtituladas en español.

—Ah, qué bien.

—Mi personaje favorito es Rachel.

—Rachel.

—Sí —afirma emocionada—. Ella es la que mejor canta de todos. Su personalidad es tan… especial. Tiene carácter, lucha por lo que quiere, aunque no la comprenden. Y es muy guapa.

Pandora mira hacia el suelo cuando termina de hablar. Le gustaría ser tan guapa y tan especial como Rachel, aunque nadie la entendiera. De hecho, eso es lo que le suele ocurrir: le cuesta relacionarse con la gente y muy pocos la entienden. Se divierte leyendo manga, viendo
anime
, aprendiendo canciones de dibujos animados de los noventa o devorando series de televisión que descarga por Internet. Quizá es demasiado infantil para sus diecisiete años, pero ella es así. Y, aunque está acostumbrada a la soledad y a sentirse un bicho raro, a veces le sobrevienen grandes depresiones en las que llora y llora lamentando ser como es. Sin embargo, aquel chico siempre le muestra una sonrisa. No puede estar mal frente a él. Así que enseguida alza la vista y contempla a Álex. Tropieza con sus ojos, que la están observando, y vuelve a ponerse colorada. ¿Por qué es tan perfecto?

—¿A ti te gusta cantar también?

—¿A mí? —pregunta extrañada.

—Sí. Te he oído tararear alguna vez en voz baja.

¡Vaya! ¡Se ha fijado en eso! ¿Es que la mira cuando ella no está pendiente de él? Guau. Fantasea con la idea y sonríe tímida.

—Me gusta cantar. Pero lo hago muy mal.

—No te creo.

—Que sí.

—Seguro que no lo haces tan mal como dices.

—Bueno…

—Vamos a comprobarlo.

El escritor mira a un lado y a otro y se asegura de que no hay nadie más en el Manhattan. Tampoco está Sergio, uno de los camareros, que, al ver que solo quedaban Pandora y él, ha aprovechado y ha salido a por cambio y a hacer unas compras que Álex le ha encargado.

El joven se dirige a una esquina del local y llama a su amiga. Ha cogido un micrófono y lo está probando. La chica al principio se niega a ir, pero, ante la insistencia de Álex, cede.

—Alejandro, no voy a cantar —susurra, sonrojada.

—¿Por qué no? —pregunta el chico, hablando a través del micrófono.

—Porque no.

Pero Álex no se da por vencido y se coloca justo enfrente de ella. Sonríe y le pone las manos en los hombros. Pandora siente un escalofrío cuando le toca. ¿Es ese el mejor momento de su vida? Nunca ha estado tan cerca de alguien del sexo masculino desde que era una niña de cinco años.

—Si yo voy a ver
Glee
, tú tienes que cantar para mí —señala, aguantando la risa.

¿Ese es el trato? Pandora no puede creerse que le esté pasando aquello. Y menos cuando él la agarra de la mano y la obliga a sujetar el micro.

—No quiero cantar. Me da muchísimo corte.

—Estamos solos. ¿De quién tienes miedo?

—No tengo miedo de nadie. Pero me da vergüenza cantar delante de gente.

—No hay gente.

—Estás… tú —indica, murmurando.

—Pero yo no soy gente. Soy tu amigo.

¡Es irresistiblemente irresistible! ¡Y dice que es su amigo! ¿Su único amigo? Es encantador. Como uno de esos héroes
anime
que tanto le gustan y de los que se enamoraba de pequeña. No le queda más remedio. Se quita la mochila, que deja en el suelo, y coloca sobre ella el libro que ha terminado de leer esa tarde. Resopla.

—Vale. Pero canto poquito.

—Muy bien. Lo que tú quieras.

La joven aún no está convencida de lo que va a hacer, pero ya no hay marcha atrás. Álex se aleja un poco para dejarla sola y cruza los brazos expectante. Pandora suspira. ¿Qué canta…? Piensa rápido y decide: un tema de Ayumi Hamasaki. Es una de sus preferidas. Sin embargo, al instante abandona esa idea: no es el mejor momento para interpretar un tema en japonés. ¿Qué opinaría de ella? Que es una friki, si es que no lo opina ya. ¿Entonces qué canta? Otra cosa… Piensa, piensa. ¡Vale! Ya lo tiene. El último resoplido. Aprieta con fuerza el micrófono, mira a Álex y comienza a cantar.

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