Todo ha acabado ya y ahora le toca enfrentarse con otra situación totalmente inesperada. Y es que la chica que hizo la primera pregunta continúa allí.
—A ver…, yo lo que quería saber es si… tienes novia —había intervenido la joven rubia, rompiendo el silencio de la sala.
Paula sigue tan guapa como siempre. Lleva teñido el pelo de otro color y su aspecto es un poco diferente. Pero continúa siendo la preciosa chica de la que un día se enamoró perdidamente.
¿Qué hace ella en aquella librería? ¿Por qué ha venido a verlo precisamente hoy? Aunque han sucedido muchas cosas desde la última vez que se encontraron, de vez en cuando aparece en su mente. En sus sueños. En sus frases. Pero como algo lejano. Algo que pasó hace mucho tiempo. Se había convertido en un recuerdo, en un sentimiento que existió y que ya no estaba presente. Se fue. Y sin embargo, ahora, aquella chica que un día le dijo que no sentía nada por él, sonreía entre la multitud asistente a la presentación de su novela.
El autor había dejado que se apagasen las risas y, sujetando el micro con fuerza, había respondido:
—Eso no tiene importancia. Aquí lo que realmente importa es el libro, no yo.
La mayoría pensó que era una buena respuesta, pero los dejó a todos con la curiosidad de saber la verdad. Los que conocían la historia de Alejandro Oyola habían escuchado rumores acerca de una posible relación del escritor con la cantante Katia, aunque las últimas noticias anunciaban una ruptura.
Sin embargo, Paula no se había enterado de nada de esto. No sabía que Álex había publicado el libro, ni que había mantenido un romance con la cantante del pelo rosa. Aguardaba a que Álex estuviera solo para ir a hablar con él. Sin seguidores, sin esa mujer de la editorial que no había dejado de mirarle y sonreírle durante hora y media.
Lo había visto muy bien durante toda la presentación del libro. Muy suelto, simpático, adorable en ocasiones, tal como lo recordaba. El chico perfecto del que enamorarse. Seguro que, entre todas sus seguidoras, más de una estaría pilladísima por aquel guapo y joven escritor de increíble sonrisa. Y ella no quiso nada con él. Tampoco con Ángel. Se quedó a medias de dos caminos sin elegir ninguno.
Llegó el momento. Es su turno. Está nerviosa, le flojean las piernas y el corazón se le acelera. Se levanta de la silla en la que se sentó mientras el resto hacía cola y camina por el pasillo hacia la mesa en la que sigue Álex.
Él la ve venir y traga saliva. ¿Se queda sentado o se levanta? Opta por lo primero. Ella sonríe cuando está más cerca. Álex le corresponde y entonces sí se pone de pie. ¿En qué está pensando? No piensa, no puede pensar. Es un instante de confusión de sentimientos. De volver al pasado, hace ocho meses, cuando se conocieron en aquel Starbucks. Un día de marzo, en un lugar de la ciudad.
—Hola, ¡cuánto tiempo! —dice Paula al llegar a su altura. Busca sus ojos y los encuentra.
—Hola. Sí. Mucho. —Y sonríe.
Uno frente al otro. Dos besos. Se miran un segundo, tal vez dos, sin decir nada. No son los mismos de hace unos meses, y, aunque se mueren de los nervios, rápidamente surge una fuerte conexión entre ambos. Un chispazo de emociones.
—Lo conseguiste.
—¿Cómo? ¿El qué?
—Publicar. Estaba segura de que lo lograrías.
—Ah, eso… Sí. He tenido suerte.
—No es suerte, Álex: es talento.
—Gracias. Pero también he tenido suerte.
—Hace falta un poco de suerte para todo en la vida.
Más sonrisas. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Nervios, corazones acelerados. La última vez que se vieron fue uno de los peores momentos de la vida de ambos. Fue en el cumpleaños de Paula, cuando ella le dijo mirándole a los ojos que no le quería.
—¿Te has cambiado el pelo?
Es algo obvio. Menuda tontería acaba de soltar. Álex se da cuenta enseguida, pero está tan nervioso… Ahora Paula es rubia, muy rubia.
—Sí —responde la chica, pasando la mano por su melena—. Hace unos meses que me lo teñí. Pero me he cansado ya de este color.
—Estás muy guapa.
Vergüenza. Sonrojo. Timidez.
—Gracias. Tú sigues igual de…, igual de guapo.
Iba a decir «perfecto», pero no era el momento. Guapo, sí, guapo…, pero mucho más que eso.
La mujer de la editorial llega hasta ellos interrumpiendo el silencio que se ha creado. Mira y remira a Paula. Luego se presenta, estrechándole la mano:
—Hola, soy Abril, trabajo en la editorial.
—Hola, me llamo Paula.
Las dos se observan un instante. Hay una clara diferencia de edad, pero ambas poseen un gran atractivo físico.
—¿Eres una fan de Alejandro?
—¿Una fan? No… Bueno, sí.
Álex y Paula sonríen y se miran entre ellos. De repente desaparece la tensión.
—Es una vieja amiga —indica el escritor.
—¿Vieja amiga…? Pues pareces muy jovencita. ¿Cuánto hace que os conocéis?
Los chicos se miran de nuevo. Sonríen y hacen cálculos.
—Ocho meses —responden al unísono ante la sorpresa de Abril, que empieza a intuir que entre esos dos hubo algo.
Ocho meses. Solo ocho meses. Aunque la sensación es que han transcurrido cientos de miles de años.
—Hacía mucho que no nos veíamos —confiesa Álex.
—Sí. Mucho.
—Bueno, si hace ocho meses que os conocéis, tampoco debe hacer tanto que no coincidís. De todas maneras, qué mejor momento que este para retomar una vieja amistad —apunta Abril, haciendo énfasis en las dos últimas palabras—. ¿Por qué no te vienes a tomar algo con nosotros?
La invitación de la mujer coge desprevenida a Paula. También a Álex. No tenía ni idea de que después de la presentación del libro harían algo más.
—No, muchas gracias —responde la chica, sonriente.
—Venga, Paula, lo pasaremos bien —insiste.
—No, de verdad. Me esperan en casa.
En realidad, le apetece, pero no cree que sea lo mejor. Hace mucho tiempo que ella y el escritor no se ven. Las cosas entre ambos terminaron de una forma extraña. A solas, tal vez. Podrían darse explicaciones de todo. Con Abril en medio, estarían incómodos y no aclararían nada.
—Ah, si llegas tarde…
—En otra ocasión —resuelve Paula. Y mira al chico. Está realmente guapo. Incluso más que hace unos meses. Le brillan los ojos de una manera especial.
—Bueno, pues os dejo, que tengo que terminar de recoger las cosas. Encantada de conocerte.
—Igualmente.
Ahora sí se dan dos besos.
Abril atraviesa la puerta por la que entraron antes. Está satisfecha. Ha sido una buena maniobra: sabía que aquella chica no aceptaría su propuesta. Entre ellos tuvo que pasar algo que no concluyó bien. Se les nota en la cara, en su expresión, en sus silencios… Pero aquella joven es pasado. El presente es diferente. Y ella está deseando tomar algo con el escritor para celebrar el éxito de la presentación de
Tras la pared
.
—¿De verdad no quieres venir?
—Tengo que volver a casa. Ya voy un poco tarde. Además, hay que estudiar.
—¿Cómo va el curso?
—Bueno. Bien. Más o menos. Pronto empezaré con los exámenes. Este año es mucho más duro. Segundo es difícil.
—Seguro que al final todo sale bien.
—Ya veremos.
Los chicos vuelven a quedarse en silencio. Sonríen. Tienen mucho de qué hablar, pero en ese momento les cuesta expresar lo que piensan. Los nervios. A Paula le apetece muchísimo un cigarro. Él no sabe que fuma, ¿verdad? No. Cuando se conocieron, ella aún no lo hacía. Cuántos cambios en tan poco tiempo.
—Ah, espera —dice Álex, buscando algo en el bolsillo de su vaquero. Saca una tarjetita y se la da—. Me la he hecho hace una semana.
Paula la examina con curiosidad. Sonríe. Es la tarjeta personal de Alejandro Oyola Azurmendi. Lleva impresa su dirección de Twitter, @alexoyola, su correo electrónico y su número de teléfono.
—Gracias.
—No es una indirecta para que me llames, ¿eh?
La chica suelta una pequeña carcajada. Qué particular sentido del humor. Pero ahora que lo dice…
—No te preocupes, que no te llamaré.
—Vale. Entonces lo haré yo.
Una nueva mirada, esta más intensa, más personal. Más adentro. Una mirada de las que hablan sin palabras.
—Lo siento. Yo no llevo mi tarjeta encima —suelta graciosa, haciendo que busca algo.
—No te preocupes; si no has cambiado de número, creo que lo tengo por ahí guardado.
—¿No lo has borrado?
—No.
—Yo…
—No quiero saberlo —la interrumpe—. Lo importante es que ahora lo tienes. Además, como ya te he dicho, te llamaré yo.
Un escalofrío sacude el estómago de Paula. Le gusta. A su cabeza vienen los primeros instantes en los que se conocieron. Aquella tarde en Starbucks, mientras tomaba un
caramel macchiato
. Fue como en una bonita película de amor. Irreal. De las escenas que se suele decir que no pasan en la vida real. Ella ya sabe que la realidad siempre supera a la ficción. Sin embargo, su corta, intensa y particular relación, aunque propia de una película, no tuvo final feliz.
—Muy bien. Pues esperaré tu llamada.
—Perfecto.
—Bien.
Se produce un nuevo silencio, pero este no es incómodo como alguno de los de antes. Es un silencio esperanzador, de nuevas ilusiones.
La chica se da la vuelta y comienza a caminar por el pasillo de la librería hacia la puerta. Álex va detrás. Llegan y se gira nuevamente. El escritor está muy cerca de ella. Suspira y se imagina besándole en los labios. ¿Qué le pasa?
El beso llega, pero en la mejilla. Dos.
—Me alegro mucho de haberte vuelto a ver, Paula.
—Igualmente, Álex. Muchas felicidades por…, por todo. Te lo mereces.
—Gracias.
Abre la puerta. ¿Y si la besa? ¡Cómo la va a besar! Aunque no hay nada en ese instante que le apetezca más. Pero es algo imposible. Un beso imposible.
—Ya nos veremos.
—Sí. Te llamo pronto.
—Vale.
—Adiós.
—Adiós.
Ella sale de la librería y se despide con la mano. Él la imita y la persigue con la mirada hasta que desaparece. Es la última vez que la verá en esa noche de noviembre, aunque muy pronto se encontrarán de nuevo. Sin embargo, hasta ese momento, ambos vivirán experiencias totalmente inesperadas.
Una noche de diciembre, en un lugar de la ciudad
—¿Por qué miras tanto el reloj?
—¿Estoy mirando mucho el reloj? No me había dado cuenta.
Mario miente. Sabe perfectamente el motivo por el que no deja de comprobar la hora que es desde hace veinte minutos. La chica que está a su lado en la cama se aparta un poco y lo observa por encima del hombro.
—¿Es que has quedado con alguien? —pregunta Diana, arqueando una ceja.
—Sí.
—¿Ah, sí?
—Sí. He quedado con…, no recuerdo su nombre ahora mismo. Pero es una morenaza espectacular.
La chica le golpea el brazo, molesta. Su novio se queja, aunque realmente no le ha hecho daño. Otras veces le ha dado más fuerte.
—¿La conozco? —insiste Diana.
—No creo —contesta Mario después de fingir que piensa la respuesta.
—Y a qué viene, ¿a estudiar contigo?
—Sí. A eso también.
Otro golpe en el mismo brazo. Este sí le duele más y protesta molesto. Se remanga la camiseta y se frota con la mano. Tiene la zona roja.
—Eso para que no me mientas y no me vaciles más.
—Pero mira que eres mala conmigo.
—¿Yo, mala? Eres tú el que ha quedado con una morenaza espectacular.
—No seas tonta.
—¿Yo, tonta? Y tú…
Él se anticipa y le tapa la boca con la mano antes de que suelte algo más grave. Sin embargo, ella le muerde y consigue hablar.
—Y tú, un capullo —finaliza diciendo.
No era la palabra que tenía prevista pero, frenado el primer impulso, ha logrado calmarse un poco y rebajar el grado de su insulto.
—¿De verdad piensas que lo soy? —le pregunta, tratando de rodearla con el brazo.
La chica lo esquiva y se levanta de la cama. Camina hacia el escritorio y se sienta en la silla.
—Por supuesto.
Sabe que no habla en serio. Pero poco a poco la conversación se está yendo por un camino que Mario conoce perfectamente y que no suele terminar bien. Diana continúa teniendo ese carácter tan particular desde el primer día en el que comenzaron a salir. En realidad le gusta que sea así, aunque a veces se pase de emocional. Incluso en los peores momentos, ingresada en el hospital, con varios kilos menos, siguió conservando intacta la esencia de su forma de ser.
—Ven, anda.
—No.
—¿No vienes?
—No.
El chico se pone de rodillas sobre el colchón y se desliza hasta el principio de la cama. A pesar de que conoce el juego, le va a ser difícil convencerla.
—¿No me quieres dar un beso?
—Pues no. Dáselo a la morenaza esa que va a venir ahora.
—Sabes que no va a venir nadie.
—Yo no sé nada.
Mario resopla. Se levanta y se dirige hacia la silla del escritorio. Diana se gira y se cruza de brazos hacia el lado contrario por el que su novio llega.
—Venga, cariño. ¡No seas así! Está claro que bromeaba.
—Ya, ya… Bromeabas. A todas nos dices lo mismo, ¿no?
—¿A todas? ¿Qué todas?
—A todas tus novias. A todos tus ligues y amantes. Todas esas.
El tono de voz de la chica no permite descifrar cuánto de verdad hay en su comentario. Mario sonríe y se coloca frente a ella. Se acuclilla y la mira directamente a los ojos. Esta lo evita al principio, pero termina cediendo ante la insistencia de su novio. Luego él agarra sus rodillas con sus manos y las acaricia. Diana se estremece.
—¿No te he demostrado suficientemente lo que siento?
No hay respuesta; solo brillo en los ojos de una chica enamorada. Nadie había hecho nunca tanto por ella. Ha estado a su lado siempre, siempre. Cada vez que se sentía mal, cada vez que lloraba, cada vez que necesitaba una palabra de apoyo. Cada vez que iba al hospital, en cada revisión, en cada farmacia en la que se pesaba. Siempre él. Siempre Mario.
—¿Por qué mirabas tanto el reloj? ¿Quieres que me vaya a casa ya? —pregunta por fin, sollozando.
—¿Qué?
—Soy muy pesada. Me paso más tiempo aquí que en mi casa. Lo siento.
—¡Qué dices!