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Authors: Jude Watson

Cautivos del Templo (7 page)

BOOK: Cautivos del Templo
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—¡Su almuerzo! —se apresuró a decir DosJota—, estaba a diez centímetros a su derecha...

—¡Ya basta, androide pesado! —exclamó Tahl—. ¡Si no apagas tu activador de voz, yo lo haré por ti!

—Pero no podrá moverse —protestó DosJota.

—¡Podré pensar! —gritó Tahl. Se acercó al androide y lo desactivó por completo.

Se hizo el silencio. Tahl sonrió.

—¿Te ha parecido natural, Obi-Wan?

Qui-Gon se adelantó y procedió a examinar a DosJota.

—Aquí —dijo al cabo de un momento—. Justo en la junta del servomotor pélvico. Un transmisor.

—¿Graba y envía simultáneamente? —preguntó Tahl.

—Sí —dijo Qui-Gon—. Creo que Xánatos debe tener algún dispositivo que le avisa si la conversación es importante. Puede haber activado varios indicadores de palabras, como mi nombre, el de Yoda, el suyo, el de Bruck..., podría haber incontables indicadores. Así no tiene que escuchar todas las conversaciones..., solo las que le interesan —Qui-Gon examinó el transmisor—. Esta unidad transmite audio y vídeo.

—Así que Xánatos ha sabido lo que planeábamos en todo momento —dijo Tahl, arrellanándose en el asiento—. Ha estado vigilando todos nuestros movimientos. Eso son malas noticias.

—En absoluto —dijo Qui-Gon despacio—. Ahora no tendremos que darle caza. Él vendrá derecho a por nosotros.

Capítulo 12

Qui-Gon observó a Obi-Wan.

—Obi-Wan, necesito que vayas a los barracones temporales. Escoge a un alumno que sea de tu altura y complexión y vuelve aquí lo más rápido que puedas.

Sin perder tiempo en responder, Obi-Wan salió corriendo del dormitorio de Tahl y se dirigió al túnel de transporte. Llegó al nivel en el que los estudiantes habían instalado los dormitorios y contempló detenidamente a la multitud. Ya sabía a quién escoger. Su amigo Garen Muln no sólo era de su tamaño, sino que merecía toda su confianza.

—¡Obi-Wan! ¿Me buscabas? —Bant salió corriendo de un grupo de estudiantes que estaba desenrollando unas mantas.

Obi-Wan siguió buscando por el mar de alumnos.

—Busco a alguien que nos ayude a Qui-Gon y a mí —dijo él.

—¡Yo puedo hacerlo! —los ojos plateados de Bant brillaron de ansiedad—. Me encantaría ayudar a Qui-Gon.

Los celos que Obi-Wan había intentado eliminar volvieron a agitarse en su interior. El dolor y la nostalgia que había sentido se tornaron incontrolables. La evidente ansiedad en el rostro de Bant le hizo enfadar aún más.

—Ya sé que te encantaría —dijo de forma brutal—. Ya sé que aprovecharías cualquier oportunidad para demostrar a Qui-Gon cuánto vales y lo mucho que te necesita.

El brillo en los ojos de Bant se apagó.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que deseas ser la padawan de Qui-Gon —dijo Obi-Wan de repente—. Es obvio. No paras de intentar impresionarle. Siempre estás revoloteando a su alrededor.

Bant negó con la cabeza.

—Pero si yo sólo quiero ayudar. No quiero ser su padawan. Tú eres su padawan, Obi-Wan.

—No, no lo soy. Ya me lo dejaste claro. Yo le abandoné. Así que quizá te merece más a ti en mi lugar. Los ojos de Bant se nublaron.

—Eso no es cierto —susurró ella.

Obi-Wan vio a Garen, le llamó por su nombre y le indicó que se acercara.

—Necesitamos tu ayuda —dijo a Garen cuando se aproximó.

—Obi-Wan... —dijo Bant.

—No tengo tiempo para hablar —soltó Obi-Wan bruscamente.

Bant asintió con una expresión profundamente dolida y se marchó rápidamente.

—¿Qué le has dicho? —le preguntó Garen dando un paso hacia Bant—. Le has hecho daño.

Obi-Wan le agarró por el brazo.

—Ahora no tienes tiempo de ir con ella. Qui-Gon te necesita.

Obi-Wan le guió hasta el dormitorio. Se sentía culpable por sus duras palabras. Pedir la ayuda de Garen delante de Bant fue un desaire malintencionado.

La mirada de desaprobación de Garen le enfadaba y le encendía su sentimiento de culpa. Su amigo guardó silencio mientras subían en el turboascensor hacia el dormitorio de Tahl.

Cuando todo esto termine me disculparé con Bant
, pensó Obi-Wan.
Me he dejado llevar por los celos. Me he equivocado. Rectificaré
.

***

La iluminación del pasillo que llevaba a los aposentos de Tahl seguía a media potencia. Obi-Wan vio la figura de Qui-Gon de pie ante la puerta de Tahl, dándoles la espalda.

—Qui-Gon, he traído a Garen Muln —le dijo.

El aludido se giró y Obi-Wan vio que se trataba de Ali-Alann.

—Lo siento —dijo Obi-Wan—. Creí que eras Qui-Gon. El Maestro Jedi salió al pasillo desde el aposento de Tahl.

—Eso es exactamente lo que tenías que creer. Qui-Gon contempló a Garen.

—Tú servirás —murmuró.

—Qui-Gon, es un placer ayudarte, pero me gustaría saber lo que voy a hacer —dijo Ali-Alann respetuosamente.

—No mucho —respondió Qui-Gon—. Tienes que ser yo un rato, eso es todo. Y Garen hará de Obi-Wan.

Garen asintió. Tanto él como Ali-Alann habían captado la seriedad de Qui-Gon.

—Obi-Wan y yo haremos una grabación de nuestras voces —prosiguió Qui-Gon—. La activarás cuando estés seguro de que el androide de navegación personal de Tahl está cerca. Entonces os pondréis a buscar a los intrusos, pero no los encontrareis.

—¿Por qué no? —preguntó Garen.

—Porque los encontraremos nosotros —dijo Qui-Gon apoyando la mano sobre el hombro de Obi-Wan. Sus ojos brillaron intensamente—. Daremos esto por terminado.

La mano de Qui-Gon en su hombro y sus firmes palabras hicieron estremecerse a Obi-Wan. Había sido injusto con Bant. Si Qui-Gon prestaba tanta atención a la chica calamariana, era por su naturaleza bondadosa. No significaba que Qui-Gon quisiera a Bant como padawan en lugar de a Obi-Wan. Lo único que hacía el Maestro era alentar la fuerza y el coraje allí donde la veía.

Obi-Wan se dio cuenta de que no era Bant lo que le separaba de Qui-Gon. Eran los propios sentimientos del Maestro Jedi. Ya lo sabía, pero no quería aceptarlo.

—Tendremos que intercambiar las túnicas —dijo Qui-Gon—. Todo lo que llevéis encima tiene que ser nuestro. No podemos subestimar a Xánatos. El parecido tiene que ser inmejorable.

De repente, Tahl se asomó por la puerta. Sus ojos invidentes se clavaron en Qui-Gon. Su habilidad para localizar a las personas por la voz era excepcional.

—Qui-Gon, quizá tengamos un problema —dijo—. Aunque sabe que no tiene permiso para recorrer el Templo, Bant ha desaparecido.

Garen y Obi-Wan se miraron. Ambos sabían la razón por la que Bant se había ido sin permiso.

En ese momento, sonó el intercomunicador de Qui-Gon. Lo activó.

—Es un placer saludarte de nuevo, Qui-Gon.

Todos se quedaron helados. El tono de burla de aquella voz profunda dejó claro incluso a Ali-Alann y a Garen que se trataba de Xánatos.

—¿Qué quieres? —preguntó Qui-Gon cortante.

—Mi transporte —respondió Xánatos en tono suave—. Con el depósito lleno y en la plataforma de despegue del espaciopuerto. Y que nadie me siga.

—¿Por qué debería dártelo? —le preguntó Qui-Gon con sorna.

—Mmmm. Interesante pregunta. Quizá porque me he topado con una amiga vuestra en el túnel de agua. Creo que es buena idea que la chica pez se quede conmigo un tiempo. A no ser que tengas algo que objetar.

Obi-Wan supo enseguida a quién se refería Xánatos. Bant. Había secuestrado a Bant.

Qui-Gon apretó tanto el intercomunicador que a Obi-Wan le sorprendió que no lo destrozara. Tahl se agarró al marco de la puerta. Garen dio un paso adelante, como si pudiera extender el brazo y agarrar a Xánatos por el intercomunicador. Obi-Wan fue el único en permanecer quieto. La sangre se le había helado y los músculos se le habían vuelto de piedra.

—¿Hacemos el trato? —preguntó Xánatos—. Entregadme mi transporte y yo os devuelvo a la chica. Tenéis quince minutos. Nada más.

—¿Cómo sé que tienes a Bant? —preguntó Qui-Gon. Segundos más tarde, una voz firme se oyó al otro lado del intercomunicador.

—Qui-Gon, no lo hagas. Estoy bien. No quiero que... La voz de Bant se cortó de repente y el intercomunicador se apagó.

Capítulo 13

Qui-Gon entró en el dormitorio de Tahl para hablar con ella. Ali-Alann y Garen le siguieron. Obi-Wan seguía sin poder moverse.

Era como si su cuerpo hubiera tomado el control y se negara a escuchar a su mente. Daba igual que intentara mover las piernas con todas sus fuerzas, no se movían. Era algo que no le había pasado nunca, en ninguna batalla. Ni siquiera cuando mataron a Cerasi delante de él.

Las palabras cruzaban rápidamente por su cabeza, como cifras cayendo por una pantalla de datos.

Es culpa mía. Es culpa mía. Bant morirá. Morirá. Xánatos no tendrá piedad. Ella morirá. Y será culpa mía otra vez...

Bant y Cerasi se unieron en su mente. El dolor aullaba dentro de su cuerpo y le tiraba del estómago y de la garganta. No podía deshacerse de él.

La pérdida de Cerasi recorrió su cuerpo como un escalofrío, tan penetrante como el momento en el que vio desaparecer la vida de sus ojos verdes. Se fue para siempre. Durante el resto de sus días, pensaría en ella, la necesitaría, se volvería para decirle algo, pensaría en llamarla...; pero nunca más la tendría a su lado.

Quería tanto a Bant como había querido a Cerasi. ¿Por qué le había hablado con tanta dureza? ¿Cómo había podido sospechar que la persona que le profesaba el cariño más sincero que había conocido conspiraba en su contra? Ella nunca habría intentado ocupar su lugar junto a Qui-Gon. Estaba tan seguro como de que se llamaba Obi-Wan Kenobi. Sus palabras habían surgido de la amargura, del cansancio y de su propia vergüenza. No habían sido sinceras.

Bant siempre decía la verdad. Era una amiga muy valiosa.

Y la iba a perder. La perdería para siempre.

Culpa mía.

Si Bant moría, el dolor le destrozaría.

Se inclinó y miró hacia el suelo. Tenía el corazón como si acabara de pelear. Se tragó su pánico, pero no pudo eliminarlo. Seguía trepando por su garganta una y otra vez, ahogándole.

Oyó a alguien que se acercaba hacia él, pero se detuvo. Reconoció los pasos de Qui-Gon.

No. No quiero que me vea así.

Luchó por recobrar la entereza, pero el pánico era demasiado real. El miedo le atenazaba la garganta y agarrotaba sus músculos. No podía moverse.

Vio las botas de Qui-Gon detenerse frente a él. Y entonces, para su sorpresa, el hombre se agachó junto a él y le habló al oído.

—No pasa nada, Obi-Wan —dijo Qui-Gon amablemente—. Lo entiendo.

Obi-Wan negó con la cabeza. Qui-Gon no podía comprenderlo.

—Nunca temas a tus propios sentimientos, Obi-Wan —dijo Qui-Gon—, pueden orientarte si los controlas.

—No..., no puedo —consiguió decir Obi-Wan. Cómo odiaba admitir su debilidad ante Qui-Gon. Pero no podía mentir.

—Claro que puedes —dijo Qui-Gon con la misma dulzura—. Yo sé que puedes. Eres un Jedi. Te concentrarás. Encontrarás tu centro de calma. No intentes anular el miedo. No dejes que te aferre. Si dejas que fluya libremente, se irá. Respira.

Obi-Wan respiró. Una pequeña parte del pánico soltó a su presa. Respiró de nuevo y sintió el miedo creciendo en su interior. Esta vez no luchó contra él, sino que lo imaginó moviéndose con su respiración, abandonando su cuerpo lentamente. Sus músculos se relajaron levemente.

—Rescataremos a Bant —prosiguió Qui-Gon—. Venceremos a Xánatos y acabaremos con él.

El pánico disminuía, pero no la vergüenza.

—Yo le hice daño —lo dijo de forma entrecortada, entre los espasmos del hipo—. Yo hice que se fuera.

—Ah —dijo Qui-Gon—. ¿Fuiste tú el que la enviaste a Xánatos? Hablar con dureza a un amigo está mal, Obi-Wan, y generalmente conduce a una disculpa, pero las palabras no suelen provocar lo que ocurre después. Bant lo sabe. Su secuestro no es culpa tuya, y ella será la primera en decírtelo. Sabía perfectamente que no debía ir sola por los túneles acuáticos.

Obi-Wan siguió con la mirada fija en el suelo. Se aferró a la calma que le inspiraba Qui-Gon como a un salvavidas y se esforzó por encontrarla dentro de sí mismo. Sabía que Qui-Gon estaba ansioso por encontrar a Bant y que no podía esperar para librar al Templo de Xánatos. Aun así, se había agachado a su lado dispuesto a esperar a que se le pasara el pánico.

—Quieres volver con los Jedi —continuó Qui-Gon—. Pues bien, sé un Jedi. Éste es el momento. Ahora es exactamente cuando tienes que hacerlo. El peor momento es aquel en el que tienes que acatar el Código. Aleja las dudas y deja que la Fuerza fluya en tu interior.

Obi-Wan alzó la cabeza y su mirada se encontró con la de Qui-Gon. Ahora podía sentir la Fuerza fluir entre ellos, uniéndose y rodeándoles. Y entonces supo que juntos podían vencer a Xánatos. Podía apartar sus dudas y creer.

Qui-Gon apreció el cambio en su rostro.

—¿Estás preparado?

Obi-Wan asintió.

—Entonces vamos —Qui-Gon se incorporó. Obi-Wan vio que sus piernas se movían perfectamente. La extraña parálisis había desaparecido.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Obi-Wan.

—Cuando el enemigo ataca por sorpresa, las cosas cambian —dijo Qui-Gon—, pero si el plan es bueno, no hay razón para abandonarlo.

Capítulo 14

Tahl envió a DosJota a hacer un recado mientras Qui-Gon y Obi-Wan intercambiaban la ropa con Garen y Ali-Alann.

—Tus botas son enormes —dijo Garen intentando andar con ellas por la habitación de Tahl.

—No, son las tuyas las que son pequeñas —dijo Obi-Wan entrecerrando los ojos.

Qui-Gon y Tahl estaban en una esquina hablando en voz baja por el intercomunicador con Miro Daroon. Sus voces se mezclaban, se interrumpían y hablaban rápido y de forma resuelta. Consultaban sobre la estrategia y decidían lo que debían decir Qui-Gon y Obi-Wan en la grabación de voz.

Cuando Tahl y Qui-Gon cortaron la comunicación, Obi-Wan y el Maestro Jedi repasaron una y otra vez lo que dirían en la grabación. Qui-Gon le había dicho a Obi-Wan que el ritmo de la conversación debía ser natural. Era perfectamente normal que dudaran y se interrumpieran mutuamente, pero la información tenía que ser exacta.

La conversación tenía que ser registrada en el pasillo. El sonido de fondo y el ruido de ambiente tenían que parecerse a los de la zona en la que DosJota les escucharía. Ali-Alann y Garen permanecían uno en cada extremo del pasillo para impedir el paso. También vigilaban a DosJota.

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