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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (10 page)

BOOK: Ciudad abismo
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—Me temo que puede llamarme como usted quiera.

—Ah. Entonces existe una pequeña amnesia, ¿acierto al suponerlo?

—Yo diría que más que pequeña, para ser sincero.

Escuché un suspiro.

—Bueno, para eso estamos aquí. De hecho, es exactamente la razón por la que estamos aquí. No es que deseemos que esto les ocurra a nuestros clientes, claro… pero si, Dios no lo quiera, resultan tenerla, realmente se encuentran en el mejor sitio para ello. No es que tengan muchas opciones, claro… Oh, Dios mío, estoy divagando, ¿verdad? Siempre lo hago. Ya debe sentirse lo bastante confuso como para, encima, soportar mi cháchara. Como verá no esperábamos que se despertara tan pronto. Por eso no hay nadie para recibirlo, ¿sabe? —Se oyó otro suspiro, pero en un tono más profesional; como si intentara cobrar ánimos para empezar a trabajar—. Al grano. No está en peligro, Tanner, pero lo mejor sería que se quedara en la casa por ahora, hasta que llegue alguien.

—¿Por qué? ¿Qué me pasa?

—Bueno, en primer lugar está completamente desnudo.

Asentí.

—Y usted no es un robot, ¿verdad? Vaya, lo siento. No suelo hacer estas cosas.

—No es necesario que se disculpe, Tanner. En absoluto. Es totalmente normal y correcto que se sienta un poco desorientado. Después de todo, ha estado dormido durante mucho tiempo. Puede que físicamente no haya sufrido efectos secundarios evidentes… de hecho, yo no veo ninguno… —hizo una pausa, después pareció salir de una especie de ensueño—. Pero mentalmente, bueno… realmente no cabe esperar otra cosa. Este tipo de pérdida temporal de memoria es mucho más frecuente de lo que ellos quieren que creamos.

—Me alegro de que haya usado la palabra «temporal».

—Bueno, normalmente.

Sonreí y me pregunté si estaría intentando bromear o si simplemente se trataría de una grosera mención de las estadísticas.

—Ya que estamos, ¿quiénes son esos «ellos»?

—Bueno, obviamente se trata de la gente que lo trajo hasta aquí. Los Ultras.

Me arrodillé y metí los dedos entre la hierba, aplastando una brizna hasta que me dejó el dedo manchado de pulpa verde. Olí el residuo. Si aquello era una simulación, era una extraordinariamente detallada. Hasta los planificadores de batallas se hubieran sentido impresionados.

—¿Ultras?

—Llegó hasta aquí en su nave, Tanner. Le congelaron para hacer el viaje. Ahora tiene amnesia.

La frase hizo que un fragmento de mi pasado encajara precariamente en su sitio. Alguien me había hablado de la amnesia de descongelación, no sabía si muy recientemente o hacía mucho tiempo. Parecía como si ambas posibilidades pudieran ser correctas. La persona había sido un ciborg miembro de la tripulación de una nave estelar.

Intenté recordar lo que me habían dicho, pero era como buscar a tientas entre la misma niebla gris de antes, salvo que aquella vez tenía la sensación de que había cosas dentro de la niebla; fragmentos dentados de memoria: árboles quebradizos y petrificados que alargaban sus rígidas ramas para volver a conectar con el presente. Tarde o temprano me tropezaría con un espeso matorral.

Pero, por el momento, solo recordaba frases tranquilizadoras: que no debería tener escrúpulos por lo que iban a hacerme, fuera lo que fuese; que la amnesia de descongelación era un mito moderno; que era mucho menos común de lo que me habían hecho creer. Lo que, como mínimo, había sido una ligera distorsión de los hechos. Pero lo cierto es que la verdad (que resultaba bastante normal sufrir distintos niveles de amnesia) no hubiera sido buena para el negocio.

—Creo que no esperaba esto —dije.

—Es curioso, casi nadie lo espera. Los casos más duros son los de la gente que ni siquiera recuerda haber tratado con los Ultras. A usted no le ha ido tan mal, ¿verdad?

—No —admití—. Y eso hace que me sienta mucho mejor, ¿sabe?

—¿El qué?

—Saber que siempre hay algún pobre cabrón que está peor que yo.

—Mmmm —dijo ella, con tono de desaprobación—. No estoy segura de que esa sea la actitud más adecuada, Tanner. Por otro lado, no creo que tarde mucho tiempo en volver a estar sano como una manzana. En absoluto. Ahora, ¿por qué no regresa a la casa? Allí podrá encontrar algo de ropa de su talla. No es que en el hospicio seamos remilgados ni nada por el estilo, pero no creo que sea bueno para su salud.

—No ha sido algo deliberado, créame.

Me pregunté qué opinaría ella sobre mis posibilidades de recuperarme con rapidez si le contara que había salido corriendo de la casa porque me aterraba una de sus características arquitectónicas.

—No, claro que no —dijo ella—. Pero pruébese la ropa… y si no le gusta, siempre podemos alterarlas. Me pasaré por ahí lo antes posible para ver cómo le va.

—Gracias. Por cierto, ¿quién es usted?

—¿Yo? Oh, nadie en particular, me temo. Se podría decir que soy una pequeña rueda en una maquinaria realmente grande, gracias a Dios. La hermana Amelia.

Así que no la había oído mal cuando me había parecido que se refería al sitio como a un hospicio.

—Y, ¿dónde estamos exactamente, hermana Amelia?

—Ah, eso es fácil. Está en el Hospicio Idlewild, bajo el cuidado de la Santa Orden de los Mendicantes del Hielo. Lo que a algunos les gusta llamar el Hotel Amnesia.

Seguía sin significar nada para mí. Nunca había oído hablar ni del Hotel Amnesia ni del nombre más formal de aquel lugar… por no hablar de la Santa Orden de los Mendicantes del Hielo.

Caminé de vuelta al chalet mientras el robot me seguía a una distancia educada. Reduje la marcha al acercarme a la puerta de la casa. Era estúpido, pero aunque había sido capaz de olvidar mis miedos casi al instante de salir al exterior, en aquellos momentos regresaron casi con la misma fuerza. Miré el hueco. Para mí era como si estuviera impregnado de una maldad profunda; como si algo esperara allí enroscado, observándome con intenciones diabólicas.

—Limítate a vestirte y sal de aquí —me dije a mí mismo, en voz alta y en castellano—. Cuando venga Amelia, dile que necesitas que te echen algún vistazo neurológico. Ella lo entenderá. Este tipo de cosas deben ocurrir constantemente.

Examiné la ropa que me esperaba en un armario. Nada demasiado lujoso y nada que pudiera reconocer. Era sencilla y tenía aspecto de estar hecha a mano: un jersey negro de cuello de pico, unos pantalones anchos sin bolsillos, un par de zapatos suaves; adecuados para pasear por el claro, pero para poco más. La ropa me servía perfectamente, pero incluso eso hacía que pareciera fuera de lugar, como si no estuviera acostumbrado a ella.

Revolví el armario más a fondo por si encontraba algo más personal pero, aparte de la ropa, estaba vacío. Sin saber qué hacer, me senté en la cama y observé malhumorado la textura del estuco de la pared, hasta que mi mirada se posó de nuevo en el pequeño hueco. Tras años de congelación, la química de mi cerebro parecía estar luchando por obtener cierto equilibrio y, mientras tanto, empezaba a comprender lo que debía ser el miedo psicótico. Me tentaba mucho la idea de hacerme un ovillo y bloquear mis sentidos frente al mundo. Lo que evitó que lo hiciera del todo fue saber que había estado en situaciones peores (que me había enfrentado a peligros que eran tan terroríficos como cualquier cosa que mi mente psicótica pudiera imaginarse en un hueco vacío) y que había sobrevivido. No importaba mucho que en aquellos momentos no pudiera recordar ningún incidente específico. Me bastaba con saber que había ocurrido y que, si fallaba, estaría traicionando a una parte oculta de mí que seguía estando totalmente cuerda y que, quizá, lo recordaba todo.

No tuve que esperar mucho a que llegara Amelia.

La mujer estaba sin aliento y ruborizada cuando entró en la casa, como si hubiera subido corriendo desde el fondo del valle o hendidura que había visto al despertarme. Pero estaba sonriendo, como si hubiera disfrutado del esfuerzo en sí. Llevaba unas vestiduras negras con toca y un colgante en forma de copo de nieve en el cuello. Unas botas cubiertas de polvo asomaban por debajo del dobladillo de la túnica.

—¿Cómo le está la ropa? —me preguntó ella, mientras apoyaba una mano en la cabeza ovoide del robot. Puede que fuera para mantener el equilibrio, pero también parecía demostrar su afecto por la máquina.

—Me sienta bien, gracias.

—¿Está seguro? No supone ningún problema cambiarla, Tanner. Solo tiene que quitársela y, bueno… podríamos alterarla en un segundo —sonrió.

—Está bien —dije mientras estudiaba su cara con atención. Estaba muy pálida; mucho más que nadie que hubiera conocido antes. Sus ojos casi carecían de pigmentación; tenía unas cejas tan finas que parecían delineadas por un calígrafo experto.

—Ah, bueno —dijo ella, como si no estuviera del todo convencida—. ¿Recuerda algo más?

—Me parece recordar de dónde vengo. Supongo que es un comienzo.

—Intente no forzar las cosas. Duscha (Duscha es nuestra especialista neural) me dijo que pronto comenzaría a recordar, pero que no debía preocuparse si le lleva algo de tiempo.

Amelia se sentó en el borde de la cama donde yo había estado dormido hacía unos minutos. Antes yo le había dado la vuelta a la manta para esconder las gotas de sangre de la palma de mi mano. Por alguna razón me daba vergüenza lo ocurrido y quería hacer todo lo posible por que Amelia no viera mi herida.

—Creo que puede llevarme bastante más que eso, para serle sincero.

—Pero recuerda que los Ultras le trajeron aquí. Eso es más de lo que recuerda la mayoría, como le dije antes. ¿Y recuerda de dónde viene?

—Creo que de Borde del Firmamento.

—Sí. Del sistema 61 Cygni-A.

Asentí.

—Salvo que siempre hemos llamado a nuestro sol Cisne. Es más corto.

—Sí; se lo he oído también a otros. Debería recordar estos detalles, pero recibimos a gente de tantos lugares distintos… A veces me hago un lío, de verdad, cuando intento seguir la pista de dónde está qué y qué es cada cosa.

—Estaría de acuerdo con usted, si no fuera porque no estoy seguro de dónde estamos. No estaré seguro hasta que regrese mi memoria, pero creo que nunca había oído hablar de lo que dijo que eran…

—Mendicantes del Hielo.

—Bueno, no me suena en absoluto.

—Es comprensible. No creo que la Orden esté presente en el sistema de Borde del Firmamento. Solo existimos en lugares con un tráfico considerable de entrada y salida del sistema.

Quería preguntarle en qué sistema nos encontrábamos, pero supuse que llegaría a aquel detalle tarde o temprano.

—Creo que va a tener que contarme un poco más, Amelia.

—No me importa. Tendrá que disculparme si suena a discurso preparado. Me temo que no es el primero al que le tengo que explicar todo esto… y tampoco será el último.

Me contó que, como Orden, los Mendicantes tenían aproximadamente un siglo y medio de edad; se remontaban a la mitad del siglo veinticuatro. Aquel fue, aproximadamente, el momento en el que el vuelo interestelar se libró del control exclusivo de los gobiernos y superpotencias y se convirtió en algo habitual. Para entonces, los Ultras comenzaban a emerger como una facción humana individual, no solo por volar en sus naves, sino por pasar toda la vida en ellas, vidas alargadas más allá de lo normal en los humanos por los efectos de la dilatación del tiempo. Siguieron transportando a pasajeros de pago de sistema en sistema, pero no dudaron en rebajar la calidad del servicio que ofrecían. A veces prometían llevar a la gente a algún lugar y después iban a un sistema completamente distinto, abandonando a sus pasajeros a años de viaje del sitio al que querían ir. A veces su tecnología de sueño frigorífico era tan vieja o estaba tan mal cuidada que los pasajeros se despertaban muy envejecidos al llegar a su destino o con las mentes totalmente borradas.

En aquellos momentos de falta de atención al cliente surgieron los Mendicantes y establecieron delegaciones en docenas de sistemas para ofrecer su ayuda a los durmientes cuyas reanimaciones no habían ido tan bien como debiera. No solo atendían a pasajeros de naves estelares, ya que dedicaban gran parte de su trabajo a la gente que había estado dormida durante décadas en criocriptas para saltarse los períodos de recesión económica o de tumulto político. A menudo, aquellas personas descubrían que se habían quedado sin ahorros, que les habían confiscado sus posesiones y que la memoria les fallaba.

—Bueno —dije—. Supongo que ahora me dirá dónde está el truco.

—Hay algo que debe entender desde el principio —dijo Amelia—. No hay ningún truco. Cuidamos de alguien hasta que está lo bastante bien para marcharse. Si quiere irse antes, no lo detenemos… y si quiere quedarse más, siempre nos viene bien un par de manos más en los campos. Cuando alguien deja el hospicio no nos debe nada ni volvemos a saber de él, a no ser que la persona en cuestión lo desee.

—¿Cómo hacen para que algo así sea rentable, entonces?

—Bueno, nos las apañamos. Muchos de nuestros clientes hacen donaciones voluntarias cuando están curados… pero no esperamos que lo hagan. Nuestros gastos de funcionamiento son extraordinariamente bajos y nunca le hemos debido dinero a nadie por la construcción de Idlewild.

—Un hábitat como este no debe de ser barato, Amelia. —Todo tiene un precio; hasta la materia moldeada por manadas sin mente de robots autogenerados.

—Fue más barato de lo que cree, aunque tuvimos que aceptar algunos cambios en el diseño.

—¿La forma de huso? Me intrigaba el tema.

—Se lo enseñaré cuando esté un poquito mejor. Entonces lo entenderá —dejó de hablar e hizo que el robot me sirviera agua en un pequeño vaso—. Bébase esto. Debe de estar muerto de sed. Imagino que querrá saber algo más sobre sí mismo. Cómo llegó hasta aquí y dónde es aquí, por ejemplo.

Cogí el vaso y bebí agradecido. El agua tenía un sabor extraño, pero no era desagradable.

—Obviamente no estoy en el sistema de Borde del Firmamento. Y esto debe estar cerca de uno de los principales centros de tráfico, si no, no hubieran construido este lugar aquí.

—Sí. Estamos en el sistema Yellowstone, alrededor de Epsilon Eridani —pareció observar mi reacción—. No parece sorprendido.

—Sabía que tenía que ser algún sitio similar. Lo que no recuerdo es qué me hizo venir hasta aquí.

—Al final lo recordará. En cierto modo, puede sentirse afortunado. Algunos de nuestros clientes están perfectamente bien, pero son demasiado pobres para permitirse inmigrar al sistema propiamente dicho. Les permitimos ganar una pequeña paga aquí hasta que pueden, al menos, costearse el viaje al Cinturón de Óxido. O lo organizamos para que pasen un período con contrato de servidumbre para alguna otra organización… más rápido, pero normalmente mucho menos agradable. Pero usted no tendrá que hacer ninguna de las dos cosas, Tanner. Parece un hombre de recursos razonables a juzgar por los fondos con los que llegó. Y también misterioso. Puede que no signifique mucho para usted, pero cuando se fue de Borde del Firmamento era todo un héroe.

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