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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (14 page)

BOOK: Ciudad abismo
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Titus señaló a las dos botellas de almacenamiento magnético en la parte de atrás de la nave: inmensos depósitos para confinar cantidades macroscópicas de antilitio puro. El mayor de los depósitos estaba vacío, el combustible que contenía se había consumido por completo durante la fase de propulsión hasta alcanzar la velocidad de crucero interestelar. Aunque no era posible verlo desde el exterior, la segunda botella todavía contenía su carga completa de antimateria, en delicado equilibrio dentro de un vacío ligeramente más perfecto que el que estaba atravesando la gran flota de naves. Había menos antimateria en la botella pequeña, ya que la masa de la nave sería menor durante la deceleración que durante la aceleración, pero todavía llevaban la suficiente como para provocar pesadillas a todos.

Nadie, al menos por lo que había visto Sky, bromeaba sobre la antimateria.

—De acuerdo —dijo su padre—. Ahora vuelve a tu asiento y ponte el cinturón.

Una vez estuvo bien sujeto, Titus disparó el taxi, aumentando la propulsión al máximo. El
Santiago
se fue haciendo más pequeño hasta convertirse en una delgada astilla gris, y después casi resultó imposible verlo sin escudriñar las estrellas con atención. Al verlo sobre unas estrellas en apariencia inmóviles, era difícil creer que se moviera. Lo hacía, pero a ocho milésimas partes de la velocidad de la luz. Así que, aunque era más rápida que ninguna otra nave tripulada anterior, parecía parada al compararla con las vastas distancias entre las estrellas.

Por eso estaban congelados los pasajeros, para que pudieran dormir todo el viaje mientras tres generaciones de tripulación pasaban toda su vida cuidando de ellos. A los pasajeros, envueltos en sus camarotes de sueño criogénico, la tripulación los apodaba «momias»,
momios
en el castellano que todavía empleaban para las conversaciones informales dentro de la nave.

Sky Haussmann formaba parte de la tripulación. Y todos los demás que conocía.

—¿Puedes ver ya las otras naves? —le preguntó su padre.

Sky observó la vista delante de ellos durante un largo instante antes de encontrar a una de las otras naves. Era difícil verla, pero sus ojos se habían adaptado a la oscuridad desde que salieran de casa. Aun así, ¿se lo estaría imaginando?

No… allí estaba otra vez, una diminuta constelación de juguete por derecho propio.

—Veo una —dijo Sky señalándola.

Su padre asintió.

—Es el
Brasilia
, creo. El
Palestina
y el
Bagdad
están también ahí, pero mucho más lejos.

—¿Puedes verlos?

—No sin un poco de ayuda. —Las manos de Titus se movieron en la oscuridad sobre el panel de control del taxi y pintaron una transparencia de líneas de colores sobre la ventana, brillante en contraste con el espacio, como la tiza sobre una pizarra. Las líneas se cerraron en torno al
Brasilia
y en torno a las dos naves más lejanas, pero no pudo ver las astillas de estas hasta que el
Brasilia
aumentó de tamaño. En aquellos momentos comprobó que el
Brasilia
era idéntico a su propia nave, hasta los discos que salpicaban su eje.

Miró por la ventana del taxi para buscar la intersección de líneas de colores que marcaría la posición de la cuarta nave, pero no encontró nada.

—¿Está el
Islamabad
detrás de nosotros? —le preguntó a su padre.

—No —le respondió Titus en voz baja—. No está detrás de nosotros.

El tono de voz de su padre lo inquietó. Pero en la penumbra del interior del taxi era difícil leer la expresión de Titus. Quizá aquello había sido a propósito.

—Entonces, ¿dónde está?

—Ya no está —su padre hablaba lentamente—. No está ahí desde hace algún tiempo, Sky. Ya solo quedan cuatro naves. Hace siete años le pasó algo al
Islamabad
.

El silencio en el taxi se alargó eternamente hasta que Sky pudo reunir la voluntad suficiente para responder.

—¿Qué?

—Una explosión. Una explosión mayor de lo que puedas imaginarte —hizo una pausa antes de seguir hablando—. Como un millón de soles brillando durante el más diminuto de los instantes. Parpadea, Sky… y piensa en mil personas convertidas en cenizas en ese parpadeo.

Sky pensó en el relámpago que había visto en la guardería cuando tenía tres años. Aquella luz lo hubiera inquietado más de no haber quedado eclipsada por la forma en que Payaso se había roto aquel día. Aunque nunca lo había olvidado del todo, cuando pensaba en aquel incidente lo más importante no era el relámpago, sino la traición de su compañero; la amarga realidad de que Payaso solo había sido un espejismo de píxeles que parpadeaban en la pared. ¿Cómo iba a ser una luz breve y brillante más triste que aquello?

—¿Alguien hizo que pasara?

—No, no lo creo. Al menos, no intencionadamente. Aunque puede que estuvieran experimentando.

—¿Con sus motores?

—A veces pienso que probablemente fuera eso —la voz de su padre se convirtió en un susurro; casi conspiradora—. Nuestras naves son muy viejas, Sky. Yo nací a bordo del
Santiago
, como tú. Mi padre era joven, casi ni siquiera un adulto cuando dejó la órbita de Mercurio con la primera generación de la tripulación. Eso fue hace cien años.

—Pero la nave no se está desgastando —intervino Sky.

—No —dijo Titus asintiendo categóricamente—. Nuestras naves son casi tan buenas como el día en que se construyeron. El problema es que no mejoran. En la Tierra todavía había gente que nos apoyaba; querían ayudarnos en nuestro camino. A lo largo de los años habían pensado mucho sobre los diseños de nuestras naves, para intentar encontrar pequeñas maneras de mejorar nuestra calidad de vida. Nos transmitieron sugerencias: mejoras para los sistemas de soporte vital; ajustes en los camarotes de los durmientes. Perdimos a docenas de durmientes en las primeras décadas del viaje, Sky, pero con aquellos ajustes pudimos estabilizar las cosas poco a poco.

Aquello también era nuevo para él; la idea de que algunos de los durmientes hubieran muerto no era fácil de aceptar en un principio. Después de todo, estar congelado era una especie de muerte. Pero su padre le explicó que a los congelados les podían pasar todo tipo de cosas que les impedirían volver a ser descongelados correctamente.

—Pero, hace poco… al menos tú ya estabas vivo, las cosas mejoraron mucho. Solo se habían producido dos muertes en los últimos diez años. —Sky se preguntaría más tarde qué les habría pasado a aquellos muertos; si todavía los llevaban en la nave. Los adultos se preocupaban mucho por los
momios
, como una secta religiosa a la que se le confía el cuidado de unos iconos excepcionales y delicados—. Pero hubo otro tipo de mejoras —siguió su padre.

—¿En los motores?

—Sí —lo dijo con orgullo enfático—. Ya no usamos los motores y no los volveremos a usar hasta que lleguemos a nuestro destino… pero si hubiera una forma de hacer que funcionaran mejor, podríamos frenar más rápido cuando lleguemos a Final del Camino. Tal y como están ahora, tendremos que empezar a frenar a años de Cisne, pero con motores mejores podríamos permanecer más tiempo a velocidad de crucero. Eso nos llevaría allí antes. Aunque solo obtuviéramos una mejora marginal (que nos ahorrara unos cuantos años de misión), merecería la pena, especialmente si empezamos de nuevo a perder durmientes.

—¿Lo haremos?

—No lo sabremos hasta que pasen bastantes años. Pero en cincuenta años estaremos cerca de nuestro destino y el equipo que mantiene congelados a los durmientes se habrá hecho muy viejo. Es uno de los pocos sistemas que no podemos seguir ajustando y reparando, es demasiado complicado, demasiado peligroso. Pero ahorrar tiempo de vuelo sería muy bueno. Recuerda mis palabras, dentro de cincuenta años desearás recortar este viaje en todos los meses posibles.

—¿Encontró la gente de casa una forma de mejorar los motores?

—Sí, exactamente. —A su padre le gustaba que hubiera averiguado tanto—. Todas las naves de la Flotilla recibieron la transmisión, claro, y todos podíamos hacer las modificaciones que sugerían. Al principio todos dudamos. Se celebró una gran reunión de todos los capitanes de la Flotilla. Balcazar y tres de los otros cuatro pensaban que era peligroso. Recomendaron precaución y señalaron que podíamos estudiar el diseño otros cuarenta o cincuenta años antes de tener que tomar una decisión. ¿Qué pasaba si en la Tierra se descubría un error en el proyecto? Las noticias del error estarían de camino hacia nosotros (un mensaje urgente que dijera «Parad») o quizá dentro de un par de años se les ocurriría algo todavía mejor, pero que en aquellos momentos no era posible aplicar. Quizá si siguiéramos el primer consejo descartaríamos la posibilidad de seguir otros.

Sky pensó de nuevo en el brillo purificador del relámpago.

—Entonces, ¿qué le pasó al
Islamabad
?

—Como te he dicho, nunca lo sabremos con certeza. La reunión concluyó y todos los capitanes acordaron no actuar hasta tener más información. Pasó un año; seguimos debatiendo el asunto (incluido el Capitán Khan) y después ocurrió.

—Quizá fuera un accidente, después de todo.

—Quizá —dijo su padre dudoso—. Quizá. Después… la explosión no causó daños graves. Por suerte, ni a nosotros ni a los otros. Bueno, al principio parecía realmente malo. El pulso electromagnético frió la mitad de nuestros sistemas y hasta algunos de los que resultaban críticos para la misión no se recuperaron de forma inmediata. No teníamos potencia, salvo en los sistemas auxiliares que servían a los durmientes y nuestra propia botella de contención magnética. Pero en nuestra parte de la nave (la delantera) no teníamos nada. Ni había potencia. Ni siquiera para alimentar los recicladores de aire. Eso podría habernos matado, pero había tanto aire en los pasillos que se nos concedieron unos cuantos días de gracia, los bastantes para cablear las vías de reparación y unir piezas de repuesto. Poco a poco conseguimos que todo volviera a funcionar. Obviamente, nos golpearon los escombros; la nave no quedó totalmente destruida en la explosión y algunos de aquellos fragmentos se lanzaron contra nosotros a la velocidad de la luz. El relámpago también dejó bastante quemado el blindaje de nuestro casco… por eso es más oscuro por un lado que por el otro. —Su padre se quedó callado un momento, pero Sky sabía que todavía quedaban cosas por decir—. Así es como murió tu madre, Sky. Lucretia estaba en el exterior de la nave cuando ocurrió. Estaba trabajando con un equipo de técnicos, inspeccionando el casco.

Sky sabía que su madre había muerto aquel día, incluso sabía que había muerto fuera, pero nunca le habían contado cómo había ocurrido exactamente.

—¿Es esa la razón por la que estamos aquí?

—Casi.

El taxi se puso de lado y llevó a cabo un amplio giro que lo llevó de vuelta hacia el
Santiago
. Sky sintió solo una pequeña punzada de decepción. Se había atrevido a imaginar que aquella excursión lo llevaría a alguna de las otras naves, pero aquellas excursiones se daban en contadas ocasiones. En vez de ello (mientras se preguntaba si debía intentar fingir algunas lágrimas ya que había surgido el tema de la muerte de su madre, aunque en realidad no tenía ganas de llorar), esperó pacientemente a que se agrandara frente a ellos la silueta de la nave, a que saliera de la oscuridad como una línea de costa amiga en una noche tormentosa.

—Hay algo que debes entender —dijo finalmente Titus—. El hecho de que el
Islamabad
se haya ido no pone realmente en peligro el éxito de nuestra misión. Quedan cuatro naves, digamos unos cuatro mil colonos para Final del Camino. Pero todavía podremos establecer una colonia, incluso en el caso de que solo llegara una de las naves.

—¿Quieres decir que puede que seamos la única nave que llegue?

—No —respondió su padre—. Quiero decir que podríamos ser una de las que no llegue nunca. Sky, tienes que comprender esto, tienes que comprender que todos nosotros somos prescindibles y así estarás mucho más cerca de entender lo que hace funcionar a la Flotilla; las decisiones que puede que tengan que tomarse dentro de cincuenta años, si lo peor se hace realidad. Solo hace falta que llegue una nave.

—Pero si volara otra nave…

—De acuerdo, probablemente esta vez no sufriríamos daños. Desde que explotó el
Islamabad
hemos separado mucho más las naves. Es más seguro, pero también hace que el viaje físico entre ellas sea más duro. A largo plazo, puede que no sea tan buena idea. La distancia puede generar suspicacias y hacer que los enemigos no parezcan merecedores de ser considerados seres humanos. Es mucho más fácil considerar el asesinato. —La voz de Titus se había vuelto fría y remota, casi como la de un extraño, pero entonces suavizó el tono—. Recuérdalo, Sky. Todos estamos juntos en esto, no importa lo duras que puedan ponerse las cosas en el futuro.

—¿Crees que lo harán?

—No lo sé, pero seguramente no se pondrán más fáciles. Y para cuando esto importe, para cuando estemos cerca del final de la travesía, tú tendrás mi edad y estarás en una posición de gran responsabilidad, aunque no dirijas la nave directamente.

—¿Crees que eso podría ocurrir?

Titus sonrió.

—Lo diría con total certeza… si no fuera porque conozco a cierta joven de talento llamada Constanza.

Mientras hablaban, el
Santiago
se había hecho mucho mayor, pero se acercaban a él desde un ángulo distinto, así que la esfera bulbosa de la zona de mando parecía una luna gris en miniatura, con líneas de paneles y depósitos cuadrados de módulos detectores a modo de filigrana. Sky pensó en Constanza, ya que su padre la había mencionado, y se pregunto si (quizá, después de todo), aquel viaje la habría impresionado. Después de todo, él había estado fuera, aunque para ella no hubiera sido la sorpresa que él esperaba en un principio. Y lo que le habían mostrado, lo que le habían dicho, en realidad no había sido tan difícil de asumir, ¿verdad?

Pero Titus no había acabado.

—Míralo bien —dijo su padre cuando el lado oscuro de la esfera rotó hasta quedar a la vista—. Aquí es donde el equipo de inspección de tu madre estaba trabajando. Estaban unidos al casco mediante arneses magnéticos y trabajaban muy cerca de la superficie. La nave estaba girando, por supuesto, como ahora y, si la suerte hubiera estado de su parte, el equipo de tu madre podría haber estado trabajando en el otro lado cuando explotó el
Islamabad
. Pero la rotación los había llevado justo delante cuando la nave detonó. Recibieron toda la onda expansiva y en aquellos momentos solo vestían trajes ligeros.

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