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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (12 page)

BOOK: Ciudad abismo
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—No se acercarán demasiado, espero.

—Oh, no se está tan mal allí arriba —dijo Amelia con una sonrisa—. Después de todo, así nuestros queridos ancianos pueden observarnos.

Se oyó un ruido detrás de nosotros: pisadas suaves. Me puse en tensión y, de nuevo, mi mano pareció crisparse en espera del arma. Una figura, vagamente visible, intentaba entrar a escondidas en la cueva. Vi cómo Amelia se tensaba. Durante un instante la figura esperó y solo se oyó su respiración. No dije nada, sino que esperé pacientemente a que el mundo regresara y proyectara su luz sobre el intruso.

La figura habló.

—Amelia, sabes que no debes venir aquí. No está permitido.

—Hermano Alexei —dijo ella—. Debes saber que no estoy sola.

El eco de su risa (falsa e histriónica) rebotó en las paredes de la cueva.

—Esa sí que es buena, Amelia. Sé que estás sola. Te seguí, ¿lo entiendes? Vi que no había nadie contigo.

—Salvo que sí lo hay. Debiste verme cuando me rezagué. Pensaba que nos seguías, pero no podía estar segura.

Durante un instante, no dije nada.

—Nunca fuiste una buena mentirosa, Amelia.

—Puede que no, pero ahora digo la verdad, ¿no, Tanner?

Hablé justo cuando regresó la luz y reveló al hombre. Ya sabía que sería otro Mendicante por la forma en que Amelia lo había saludado, pero llevaba una ropa distinta. Una simple capa negra con capucha, con el motivo del copo de nieve cosido en el pecho. Tenía los brazos cruzados despreocupadamente bajo el dibujo y en su cara se leía más el hambre que la serenidad. Y parecía ser de los hambrientos: pálido y cadavérico, tenía los pómulos y la mandíbula marcados por sombras.

—Dice la verdad —dije yo.

Él dio un paso adelante.

—Deja que te eche un vistazo, cachorro mojado. —Sus ojos hundidos brillaban en la oscuridad mientras me inspeccionaba—. Llevas ya tiempo despierto, ¿no?

—Solo unas horas. —Me enderecé para que viera de qué estaba hecho. Él era más alto que yo, pero probablemente pesábamos lo mismo—. No mucho, pero lo bastante para saber que no me gusta que me llamen cachorro mojado. ¿Qué es eso? ¿Jerga de Mendicantes del Hielo? No sois tan santos como decís, ¿no?

Alexei esbozó una sonrisa falsa.

—¿Y tú qué sabrás?

Di un paso hacia él sobre el cristal, con las estrellas bajo mis pies. Me pareció haber entendido la situación.

—Te gusta molestar a Amelia, ¿no es eso? Así es como te diviertes, siguiéndola hasta aquí. ¿Qué haces cuando la pillas sola, Alexei?

—Algo divino —respondió él.

Entendí por qué ella dudaba, por qué había permitido que Alexei la espiara hasta suponer que estaba sola. Aquella vez quería que la siguiera porque sabía que yo también estaría allí. ¿Cuánto tiempo habría durado aquello? Y… ¿cuánto tiempo había tenido que esperar Amelia hasta reanimar a alguien en quien poder confiar?

—Ten cuidado —le dijo Amelia—. Este hombre es un héroe de Nueva Valparaíso, Alexei. Ha salvado vidas allí. No es un simple turista blandengue.

—Entonces, ¿qué es?

—No lo sé —dije, respondiendo por ella. Pero, sin parar a tomar aire de nuevo, crucé los dos metros que me separaban de Alexei y lo empujé con fuerza contra la pared de la cueva, mientras le encajaba un brazo bajo la barbilla y aplicaba la presión justa para hacerle pensar que lo ahogaba. Aquel movimiento me pareció tan sencillo y fluido como bostezar.

—Para… —dijo él—. Por favor… me haces daño.

Algo cayó de su mano: una herramienta de labranza de borde afilado. La mandé lejos de una patada.

—Chico tonto, Alexei. Si vas armado, no tires tu herramienta.

—¡Me estás ahogando!

—Si te estuviera ahogando no podrías hablar. Ya estarías inconsciente. —Pero aflojé la presión de todos modos y lo metí en el túnel de un empujón. Tropezó con algo y se dio un buen golpe en el suelo. Algo salió rodando de su bolsillo; otra arma improvisada, supuse.

—Por favor…

—Escúchame, Alexei. Esto es solo una advertencia. La próxima vez que se crucen nuestros caminos, te irás con un brazo roto, ¿me entiendes? No quiero verte aquí nunca más. —Cogí la herramienta y se la tiré—. Vuelve a tu jardinería, chavalote. —Lo vimos alejarse mientras murmuraba algo entre dientes; después se escabulló en la oscuridad—. ¿Cuánto hace que pasa esto?

—Unos cuantos meses —hablaba en voz muy baja. Observamos cómo Yellowstone y el enjambre de naves aparcadas rotaban hasta quedar visibles antes de que ella siguiera hablando—. Lo que ha dicho, lo que ha dado a entender, no ha pasado nunca. Solo me ha estado asustando. Pero cada vez llega un poco más lejos. Me asusta, Tanner. Me alegro de que estuvieras conmigo.

—Ha sido aposta, ¿verdad? Esperabas que intentara algo hoy.

—Y después temí que fueras a matarlo. Podrías haberlo hecho, ¿no? Si hubieras querido.

Como ella había formulado la pregunta, tuve que hacérmela a mí mismo. Y vi que matarlo me hubiera resultado fácil; una simple modificación técnica del control que me había impuesto. No me habría supuesto más esfuerzo; la calma que había sentido durante todo el accidente prácticamente no se hubiera visto afectada.

—No habría merecido la pena —dije mientras me agachaba para recoger el otro objeto que se le había caído del bolsillo. No era un arma, según podía ver… o al menos no era nada que pudiera reconocer.

Era más parecido a una jeringa y contenía algún tipo de fluido que podía ser negro o rojo oscuro; casi seguro, lo segundo.

—¿Qué es?

—Algo que no debería tener en Idlewild. Dámelo, ¿quieres? Haré que lo destruyan.

Le pasé la jeringuilla hipodérmica gustoso; no me servía para nada. Cuando ella se la metió en el bolsillo con cara de asco, dijo:

—Tanner, Alexei volverá cuando tú te vayas.

—Nos preocuparemos por eso más tarde… y no tengo prisa por marcharme a ningún lado, ¿no? No con mi memoria en este estado. Antes dijiste algo sobre mostrarme mi cara —dije, en un intento por relajar la tensión del ambiente.

Ella respondió vacilante.

—Sí, lo hice, ¿verdad? —Después pescó la pequeña linterna que había usado en el túnel y me pidió que volviera a arrodillarme y que mirara al cristal. Cuando Yellowstone y su luna se alejaron y la cueva quedó de nuevo a oscuras, me apuntó a la cara con la linterna. Miré mi reflejo en el cristal.

No tuve ninguna horrenda sensación de extrañeza. ¿Cómo iba a tenerla, si había recorrido los rasgos de mi cara una docena de veces desde que despertara? Ya había notado que mi cara tendría una belleza sosa, y así era. Era la cara de un actor de moderado éxito o de un político con motivos sospechosos. Un hombre cuarentón de pelo oscuro… y, sin saber muy bien de dónde había sacado la información, supe que en Borde del Firmamento aquello significaba exactamente eso; que yo no podía ser mucho mayor de lo que parecía, ya que nuestros métodos de aumento de la longevidad tenían siglos de retraso con respecto a los del resto de la humanidad.

Otro fragmento de memoria que encajaba en su sitio.

—Gracias —dije una vez visto lo suficiente—. Creo que me ha ayudado. No creo que mi amnesia dure para siempre.

—Casi nunca lo hace.

—En realidad, estaba siendo sarcástico. ¿Me estás diciendo que hay gente que nunca recupera la memoria?

—Sí —dijo ella, con evidente tristeza—. La mayoría no consigue funcionar lo bastante bien como para iniciar el proceso de inmigración.

—¿Qué les ocurre en ese caso?

—Se quedan aquí. Aprenden a ayudarnos; a cultivar las terrazas. A veces, hasta se unen a la Orden.

—Pobres almas.

Amelia se puso en pie y me hizo señas para que la siguiera.

—Hay destinos peores, Tanner. Lo sé.

6

Tenía diez años, se movía junto a su padre por el suelo curvo y pulido de la bahía de carga, las pisadas de sus botas chirriaban en la luminosa superficie, los dos flotaban por encima de sus propios y oscuros reflejos; un hombre y un niño subiendo eternamente lo que a simple vista parecía una colina cada vez más escarpada, pero que en realidad siempre estaba perfectamente llana.

—Vamos a salir, ¿no? —preguntó Sky.

Titus bajó la mirada hacia su hijo.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Si no, no me habrías traído aquí.

Titus no dijo nada, pero no podía negar la afirmación. Sky no había estado en la bahía de carga nunca antes; ni siquiera durante una de las excursiones ilícitas de Constanza al territorio prohibido del
Santiago
. Sky recordaba la vez en que habían ido a ver a los delfines y el castigo resultante, y cómo aquel castigo había quedado eclipsado por la horrible experiencia que vivieron después: el relámpago de luz y el rato que había pasado encerrado y solo en la oscuridad absoluta de la guardería. Parecía haber ocurrido hacía mucho tiempo, pero todavía había cosas sobre aquel día que no acababa de comprender; cosas que no había conseguido que su padre le contara. Era algo más que la tozudez de su padre; más que simplemente el dolor de Titus ante la muerte de la madre de Sky. La censura por omisión (era más sutil que una simple negativa a tratar el incidente) abarcaba a todos los adultos con los que Sky había hablado. Nadie hablaba sobre aquel día en que la nave se había quedado tan oscura y fría, pero para Sky los acontecimientos estaban grabados con claridad en su memoria.

Tras lo que parecieron días (y, ahora que lo pensaba, probablemente lo fueran), los adultos habían logrado que las luces principales volvieran a encenderse. Se dio cuenta del momento en el que los circuladores de aire volvieron a funcionar… un débil ruido de fondo que nunca había notado realmente hasta que cesó. Durante todo aquel tiempo, según le contó su padre después, había estado respirando aire sin recircular; se hacía cada vez más rancio, conforme los ciento cincuenta humanos despiertos expulsaban más y más dióxido de carbono de vuelta a su atmósfera. Les hubiera causado serios problemas si llegan a pasar más días, pero el aire salía ya más fresco y la nave comenzaba a calentarse lentamente para dejar atrás aquellos momentos en los que no podían moverse por los pasillos sin temblar de frío. Varios sistemas secundarios que no habían estado disponibles durante el apagón volvieron a estar en línea, aunque algo vacilantes. Los trenes que transportaban equipos y técnicos a las diferentes alturas del eje de la nave comenzaron a funcionar de nuevo. Las redes de información de la nave, que habían estado en silencio, ya podían recibir preguntas. La comida mejoró, a pesar de que Sky casi no había notado que habían estado comiendo raciones de emergencia durante el apagón.

Pero ninguno de los adultos quería hablar sobre qué había pasado exactamente.

Al final, cuando recuperaron algo parecido a la vida normal de la nave, Sky consiguió meterse a escondidas en la guardería. La habitación estaba iluminada, pero le sorprendió ver que todo estaba más o menos como él lo había dejado: Payaso seguía congelado en aquella extraña forma que había asumido después de la luz. Sky se había acercado a rastras para examinar mejor la forma distorsionada de su amigo. Pudo ver que lo único que había sido Payaso era una composición de diminutos cuadrados de colores que cubrían las paredes, el suelo y el techo de la guardería. Payaso había sido una especie de imagen móvil que solo tenía sentido (que solo se veía bien) cuando se observaba desde exactamente el mismo punto de vista que Sky. Payaso parecía estar físicamente en la habitación y no solo pintado en la pared porque sus piernas y pies estaban también pintados en el suelo, pero con una perspectiva distorsionada; de modo que parecía perfectamente real desde cualquier lugar en el que estuviera Sky. La habitación debía haber trazado una representación de Sky y de la dirección de su mirada. Si hubiera sido capaz de cambiar de punto de vista lo bastante rápido, más rápido de lo que la habitación podía volver a computar la imagen de Payaso, quizá hubiera podido ver a través de aquel engaño de la perspectiva. Pero Payaso siempre era mucho más rápido que Sky. Durante tres años no había dudado ni un momento de que Payaso era real, aunque su amigo no podía tocarlo ni dejarse tocar.

Sus padres habían abdicado sus responsabilidades en una ilusión.

Sin embargo, en un espíritu de perdón, Sky dejó a un lado aquellos pensamientos, asombrado por el mero tamaño de la bahía de carga y por la perspectiva de lo que se avecinaba. Aquel lugar parecía aún mayor por el hecho de que ambos estuvieran bastante solos, rodeados únicamente por un charco de luz móvil. El resto de la cámara se sugería, más que verse con claridad; la oscuridad hacía intuir sus dimensiones; amenazantes siluetas de contenedores y sus máquinas de manipulación asociadas se extendían a lo largo de las curvas de la sala hasta perderse en la penumbra. Había varias naves espaciales aparcadas por allí; algunas eran poco más que remolques unipersonales o palos de escoba diseñados para volar rápidamente al exterior de la nave, mientras que otros eran taxis totalmente presurizados, construidos para navegar hasta las otras naves de la Flotilla. Los taxis podían entrar en una atmósfera en caso de emergencia, pero no estaban diseñados para hacer el viaje de regreso al espacio. Los módulos de aterrizaje de alas triangulares que harían varios viajes hasta la superficie de Final del Camino eran demasiado grandes para almacenarlos dentro del
Santiago
; en vez de eso, estaban acoplados al exterior de la nave y casi no había forma de verlos, a no ser que se trabajara en uno de los equipos de trabajo externo, como su madre había hecho antes de morir.

Titus se detuvo junto a una de las lanzaderas pequeñas.

—Sí —dijo—, vamos a salir fuera. Creo que ha llegado el momento de que veas cómo son las cosas en realidad.

—¿Qué cosas?

Pero, a modo de respuesta, Titus se limitó a subirse la manga del uniforme y a hablar en voz baja por su brazalete.

—Prepara vehículo de excursión 15.

No hubo dudas; nadie cuestionó su autoridad. El taxi le respondió de inmediato, las luces se iluminaron a lo largo de su casco en forma de cuña, la puerta de la cabina se abrió sobre suaves pistones y la paleta sobre la que estaba montado rotó para acercar la puerta y alinear el vehículo con su pista de despegue. El vapor comenzó a salir por los puertos distribuidos por el lateral del vehículo y Sky pudo escuchar el creciente zumbido de las turbinas en algún lugar del interior del casco angular de la máquina. Unos cuantos segundos antes, la máquina había sido una pieza de metal pulido y muerto; pero ahora tenía una asombrosa energía a su disposición; apenas contenida.

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