Concherías

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Authors: Aquileo Echeverría

BOOK: Concherías
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El libro Concherías está compuesto por poemas escritos con el modismo y las formas de expresión de los campesinos de la Costa Rica de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Una conchería, según el diccionario de costarriqueñismos de Carlos Gagini, es la acción o dicho de un concho, que es la expresión utilizada para referirse a un hombre sencillo del campo.

Aquileo Echeverría

Concherías

ePUB v1.0

iBrain
29.06.12

Título original:
Concherías

Aquileo Echeverría, 1937

 

Editor original: iBrain (v1.0)

Corrección de erratas: iBrain

ePub base v2.0

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA VELA DE UN ANGELITO

 

Apenas el rezador

pone fin a lo que reza,

cuando sale a relucir

la hidrópica botijuela.

¡Qué besos tan cariñosos!

¡Qué caricias tan extremas!

Unos la apuntan al muro,

los más hacia las soleras.

Libre la sala de estorbos,

puesta en un rincón la mesa,

donde en caja destapada

duerme el "Angel" que se vela,

se adelanta el maestro Goyo,

que es el director de orquesta,

con el "chonete canchao";

bajo el brazo la vihuela, ‘

en la boca el "cabo" hediondo

que ha llevado tras la oreja,

"cabo" que ha de ser al cabo

soberanísima "cuecha".

Da principio el zapateado.

Cómo saltan y dan vueltas,

se detienen o adelantan,

se separan o se estrechan.

Ellas con la falda asida

y la mano en la cadera.

Ellos con pañuelo al cuello

o en la mano, según quieran.

Ahora dando pataditas,

ya girando con presteza,

van de la una a la otra banda,

van de la una a la otra puerta.

Envuélvelos una nube

que forma la polvareda

que por los pies arrancada

surge del piso de tierra,

nube contra la que luchan

en vano doce candelas

colocadas en "pantallas"

que de las paredes cuelgan,

o adheridas al horcón

de recia y tosca madera,

donde dejan al morir

sebo, hollín, pabilo y yesca.

Alguien grita: ¡bomba!, ¡bomba!

Párase al punto la orquesta

y un mozo de buena estampa

así dice a su mozuela:

"Como mi almuhada es de paja

y mi novia no está vieja,

toda la noche la paso

con la paja tras la oreja."

– ¡Bravo!

– ¡Bien!

– ¡Viva Domingo!

– ¡Vivan ñor José y Grabiela!

– ¡Vivan los dueños de casa!

– ¡Otro trago "pa l’orquesta"!

– ¡Música "mestro, y arréle"

que ya encontré compañera!

– ¡Oh "viejito tan asiao"!

– ¡Que viva yó y mi pareja!

– ¡Que viva!

– ¡Bomba!

– ¡Otra bomba!

Párase al punto la orquesta,

y la niña puesta en jarras,

responde así zalamera:

"Quisiera ser ‘cojollita’

o flor de la yerbabuena,

para perfumarle el alma

al negro que me quisiera.-

– ¡Bueno! –

¡Muy bueno, caramba!

– "Alcáncensen" la limeta,

que la "casusa" hace falta

y es "casusa" de cabeza.

– Dame un trago, Valentín.

– Zampále, que no hay tranquera.

Los mozos de la familia

a las jóvenes obsequian,

repartiendo en azafates

sendas copas de mistela,

que toman en compañía

de empanadas de conserva,

polvorones, pan de rosa

o enlustrados con canela,

mientras las damas mayores;

con la escudilla en las piernas

se "atipan" de miel de ayote,

usando para comerla

de sus no pulidos dedos

las sus no muy limpias yemas.

Fortalecidas las panzas

sigue de nuevo la juerga,

y entre risas y palmadas

se inician juegos de prendas;

"San Miguel dame tus almas";

luego "La gallina ciega",

luego "El estira y encoge",

"El muerto" y "La mula tuerta".

En tanto allá en la cocina

la madre suda y se empeña,

ya batiendo chocolates,

ya saqueando su alacena

donde el bizcocho dorado

duerme en amplias cazuelejas,

o ya sacando empanadas

de papa y carne rellenas,

ruborizadas de achiote

y trasudando manteca.

El padre con una "soca"

de más allá de la cuenta,

suelta un rosario de verbos

y "rajonadas" tremendas,

diciendo que ahí no hay hombres

que se "paren"; que son hembras,

y que el que quiera probarlo

que se salga a la tranquera,

"pa arriarle" cuatro "planazos"

y hacerle ver las estrellas…

 

La gentil aurora pone

fin, con su luz, a la fiesta:

y al niño, en la caja blanca,

se llevan para la aldea,

donde le aguarda el regazo

cariñoso de la tierra.

CUATRO FILAZOS

Ambos son de alma templada,

mozos ambos y fornidos;

no hay diferencia en edades,

ni en la guapeza y el brío.

Iguales son en donaire,

en coraje son lo mismo

e idénticas las realeras

en el tamaño y el filo.

Por la bella Marcelina,

la nieta de ñor Jacinto,

a darse cuatro filazos

los dos mozos han salido.

Escogen para el combate

la Vega de los Molinos,

y a la luna silenciosa

tienen sola por testigo;

no cruzan una palabra

durante el largo camino:

cada cual piensa en la madre,

en el padre, en el amigo…

y los dos en la muchacha

causadora de aquel cisco.

Tristes son sus pensamientos,

pero marchan decididos,

porque los hombres valientes

no suelen ser reflexivos.

Una vez que al campo llegan

y ya puestos en el sitio,

tiran chaqueta y sombrero

sobre un pedrusco vecino.

– ¡Me perdonás si te mato?

– ¡Está claro!, ¿y vos?

– Lo mismo.

– Pos si querés empezamos.

– Empecemos, Secundino.

A un tiempo de la ancha vaina

sacan ambos los cuchillos,

que a los rayos de la luna

despiden siniestro brillo.

Si uno avanza el otro ceja:

ya están distantes, ya unidos;

saltan, gritan, vuelven, zafan,

fieros, resueltos, bravíos…

Los aceros al chocar

producen extraños ruidos,

y la claridad incierta

pueblan de rayos fatídicos…

Rueda el pobre Juan de Dios

sin exhalar un gemido…

Piensa un instante en sus padres,

en su adorada y en Cristo,

y entra al reino de la Muerte

tan sereno, tan tranquilo,

como en los brazos maternos

se duerme el cándido niño.

El sol de la mañanita

alumbra su cuerpo frío,

y bebe la sangre roja

que mano airada ha vertido,

para colorear sus mantos

por el tiempo desteñidos.

ANDALUZADAS TICAS

– Pa julminantes, ninguno

como el de José María;

no es guayaba, con dos balas

se trajo al suelo tres chisas.

– ¿Las apercolló en el nido?

– Qué va pa nido, en un ira:

una en la rama de abajo

dos en la rama de arriba.

– ¿Y acertó a darle a las tres?

– ¡En la pura coronilla!

– Ja ja ja.

– ¿De qué te ris?

Lo que digo no es mentira.

– Pero hombre, no puede ser,

sólo que por gran chiripa…

– Nada d’eso; ese jusil

tiene su cosa malina.. .

Una vez en la Suncíón

andábamos por l’orilla

del Mermudes, yo, Tomás,

Canuto, y José María

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