Authors: Aquileo Echeverría
– Su tata tiene razón,
délo por lo que le ofrezcan.
Una vez qu’él se regrese,
íngrima y sola se queda
pa que se la jarten todos
los que tienen mala lengua.
¡Adiós!
– ¡Adiós, muchas gracias!
– Oigo sonar la carreta.
Mérquele con esos riales
un rebozo a Jilomena.-
– ¿Pa qué se va a molestar?
– Tengo gusto, no es molestia.
– L’espero p’al novenario.
– Yo no puedo por mi pierna;
pero vendrán las muchachas.
– Achará que usté no pueda
porque va a estar muy alegre.
Tata mercó una ternera
y tres garrafas de guaro
y seis frascos de mistela,
y’además ha contratao
cuatro músicos de Heredia;
y pa los misterios tiene
cuhetes de luz y bombetas.
Ya usté le conoce el genio…
¡Cuando se raja es de veras!
Luciendo el cuerpecito
que Dios le ha dado,
su boquita de grana,
sus ojos pardos,
y su talle flexible,
sus pies enanos,
va la bella Carmela,
la del Naranjo,
con su limpia canasta
colgada al brazo,
a comprar las verduras
en el mercao.
– ¿A cómo da los güevos?
– A once por cuatro.
– ¡Ave María Purísima!
Están muy caros.
– Son de gallinas finas.
– ¡No son pa echalos!
– Pa comer tengo a doce.
– ¡Is!, ¡qué livianos!
¿Dónde juntó ese nido?
– No son juntaos.
Quiebre uno, si está güero
se lo regalo.
– Gracias, me gustan frescos
y no pasados:
Y terciando el rebozo
con suma garbo,
en busca de otro puesto
dirige el paso.
– ¿Qué le vendo, cholita?
– ¿Qué quiere, encanto?
– ¡Mire qué cebollitas,
espí qué nabos!
– Repare los tomates;
ia coloraos
solamente su boca
puede igualarlos!
– ¿Quiere quelites frescos?
– Están mayaos.
– ¡Mayada estará su agüela!
– ¡Viejo malcriao!
– Negrita: ¿qué me merca?
¿Quiere pescado,
o coquitos?
– No, gracias,
porque me empacho.
– ¡Al peje! ¡Al pejecito!
¡Al bacalao!
– ¡Ostiones!
– ¡Caña fistol
p’al costipao!
– ¡Mire qué marfilito
de puro cacho! -
– ¿Piensa que tengo piojos?…
– ¿Y este rosario?
Lo bendijo San Pedro.
– ¿Pedro Nolasco?
– ¿Sabe que usté es muy linda?…
– ¿Deveras, ñato?
– Fíjese en el babiambre
que estoy chorriando.
– Achará, no lo pierda,
y engorde un chancho.
– ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Gabino,
te han amolao!
– ¡Volvé el otro cachete!
– ¡Seguí de gallo!
– ¡Guardame la manteca
y el espinazo!
– ¡Para yo las pizuñasl
– ¡Para yo el rabo!
– ¿Pa las mamas de ustedes,
qu’es lo que guardo?
– ¡Queso de mantequilla
bueno y barato!
– ¡Vea qué dieces, señora,
parecen cuatros!
– ¡Al tiquizquito fresco!
– ¿No lleva plátanos?
– ¡Bizcócho de Nicoya!
– ¡Naranjas!
– ¡Mangos!
– ¡Ya mañana se juega!
¿Quién quiere un cuarto?
Los veinte mil colones
tengo en la mano.
Linda, ¿por qué no prueba?…
– Si ya he probao…
¡y soy más retorcida
que un garabato!
– ¡Pero quién quita un quite!
– Deme uno bajo.
– ¿Le gustaría el sesenta
o el ciento cuatro?
– Corte uno cualesquiera;
¡todos son malos!
Y pasada media hora
deja el mercao,
y luciendo las gracias
que Dios le ha dado,’
va la bella Carmela,
la del Naranjo,
con su cesto repleto
colgando al brazo,
camino de su casa,
calle del Rastro,
número setecientos
noventa y cuatro.
– ¡Hola, ñor José María!
Traiga la leña pa vela.
¿Cuánto cobra?
– Cinco pesos.
– ¡Ave María gracia plena!
¡Los tres dulcísimos nombres!
– Deje la jesuseadera;
yo pido lo que yo quiero
y usté ofrece lo que ofrezca,
que usté manija su plata
y yo manijo mi leña,
y no hemos de disgustalos
por cuestiones de pesetas.
Eso sí, quiero decile
que repare en la carreta,
y que espí si está cargada
con concencia o sin concencia.
Si le cabe un palo más
me lo raja en la cabeza:
Yo soy un hombre legal,
feo decilo; pero vea,
a yo naide me’azariao
hasta l’hora por mi leña.
Esta es quizarrá amarillo,
laurel y madera negra:
de jierro pa consumise,
y pa prendese de yesca.
Con una leñita asina
se lucen las cocineras.
– Sí, pero está muy menuda;
tres pesos le doy por ella.
– Por cuatro se la vaceo.
– Si quiere los tres, vacéla.
– Se la pongo en tres con seis,
nada más que pa que vea
que yo sí quiero tratar.
– No mejoro la propuesta.
Acuérdese qu’es verano
y que anda dunda la leña.
¿Sabe en cuánto compró dos
carretadas ña Manuela,
la mujer que vive allí
onde está echada la perra?
¡En cinco pesos!
– ¡Caramba!,
de fijo que era de cerca.
¿Tal vez jocote o güitite?
– ¡Qué va pa güitite!… Buena:
juaquiñiquil y targuá…
– Puede ser que asina sea.
Mas volviendo a nuestro trato
se la largo en tres cuarenta.
– Los tres pesos que le dije.
– Arrímeles la peseta
y tratamos.
– Ni un centavo.
– ¿Dónde le boto la leña?
– ¡Abrite el portón; Jacinta!
– ¡Está con llave, ña Chepa!
– Aspérese, voy’abrile.
– ¡Gui! ¡Güey viejo sinvergüenza!
¡Confisgao tan pachorrudo!
Gui, gui. ¡Jesa, jesa, jesa!
– Éntrela en brazaos pequeños
pa librar la chayotera.
Coja por este zaguán
y di’ahi cruza a la derecha,
y en el rincón de l’esquina
me l’acomoda en estebas
de modo que deje paso
al común.
– ¿Sí? ¿De deveras?
¿Con que quiere de remache
que le meta yo la leña
y que di’ahi se la acomode,
y que ha de ser de manera
que dé paso a la letrina?
Dígame, señora Chepa:
¿no le gusta más pelada
y olorosa a yerbagüena,
y con lazos en las puntas,
y aspergiada de canela,
y que además le regale
como a modo de una feria,
el chonete, los güeycillos,
los calzones, la carreta,
y este chuzo, y esta faja,
y’a la zonta de mi agüela?
– ¡Qué hombrecillo tan malcriao!
¡Cargue pronto con su leña!…
– ¡No! ¡Si la voy a dejar
pa que la queme de muestra!…
¡Que me alce el Patas el día
que güelva a tratar con viejas!
Bajo un mango corpulento
y tendidos en la yerba
junto a los bueyes que, echados,
perezosamente cenan,
están varios carreteros
alrededor de una hoguera,
que olla de hierro corona,
montada sobre unas piedras,
y dentro la cual retozan,
en el caldo que espumea,
ya las papas esponjadas,
ya el dominico de seda,
la blanca yuca de nieve,
la carne de rojas hebras.
El tiquizque delicado
asoma su faz morena,
o se presenta el ayote
en forma de barquichuela
y con la cara encendida,
que está muerto de vergüenza,
por ser primo del zapallo
que es la verdura más fea.
El chayote su espinosa
y verde capota ostenta,
entre raíces y ñames,
camotes y berenjenas.
De cuando en cuando se asoman
algunas palabras feas;
es decir; que varios ajos
suelen sacar la cabeza;
y todo ello confundido
en una igualdad perfecta,
en que todo sabe a todo
y huele de igual manera:
especie de democracia
que sus doctrinas condensa
dentro de la olla de fierro
que sobre robustas piedras,
al beso de alegres llamas
canta, llora, burbujea
vigilada por los mozos
que de bruces en la yerba,
aguardan pacientemente
que se cocine la cena.
Algunas tortillas fiambres
que han adquirido dureza
junto a los tres tinamastes
que hacen escolta a la hoguera,
son retiradas, pues Marcos
dice que "le olen" a buenas,
y "qu’él, p’él" está seguro
que está cocida la cena.
Con dos sacos de gangoche
quitan la olla, y se la llevan
a la orilla de un arroyo
que corre por allí cerca.
Después arriman los yugos
y muy alegres se sientan;
dan dos besos cariñosos
a sus cholas, las botellas,
que en el amplio vientre guardan
el contrabando o el néctar,
con que el Supremo Gobierno
explota al par que envenena.
– Echáte un cuento, Milquiades.
– Go una historia verdadera.
– Que les cuente Sinforoso
la que le pasó en Atenas.
– ¡Que lo cuente!
– Sí, ¡contálo!
– Miren qué cosa tan fea:
hará tres años descasos
que me hablaron en Heredia
pa ver si jalaba un flete
p’al puerto de Puntarenas.
Yo puse mis condiciones,
y después de algunas pegas
entre si tanto, si cuanto,
convenimos en lo qu’era:
Ya esos güeyes eran míos;
pero no tenía carreta:
Los Arias me consiguieron
la que jue de Chico Cerdas.
Salimos como a las doces,
sestiamos en Alajuela;
al llegar a Los Horcones
ya estaba la luna puesta,
y resolvimos quedalos
pa que los güeyes comieran.
– "Muchachos -dijo Damián-,
mientras se cuece la cena
¿por qué no v’alguno a trése
un trago de guaro’Atenas?
– Yo voy –le dije:
– Está bueno.
Tréme un diacuatro de breva.
A mí dos riales de puros.
Pa yo una vara de mecha."
Me puse la alforja al hombro
y descolgué una linterna,
y me tercié a la cintura,
por si acaso, la cruceta.
Después de dale a los caites,
entré por último a Atenas,
merqué todos los encargos;
y viniendo ya de vuelta,
comencé a sentir un tufo
como a la moda de mecha:
un tufo que no cesaba
por más y más que anduviera.
Me entró cierto recelillo;
pero voltié la cabeza
y nada vi, sólo el humo
que dejaba la linterna:
De pronto se oyó un chirrido,
me puse a parar la oreja
y vide que en el camino
sola andaba una carreta,
sin ninguno que la guiara,
y sin güeyes ni compuertas,
y en el centro, en un ataul,
el cuerpo de Chico Cerdas.
Eché mano a la cutacha
y me amparé de la cerca,
y’hice como cuatro cruces,
por supuesto con l’izquierda.
– "Hermano –me dijo Chico–,
yo debo algunas promesas…"
A mí se me jue el resuello,
me se aflojaron las piernas,
me sucedió una desgracia,
me se adormeció la lengua,
me encomendé, a los tres Dulces
y a la virgen Margalena,
y le dije como pude:
– ¡Decílo… que… te… se… ofrezca!
Se sentó dentro el ataul.
(Caramba, qué pestilencia:
jedor a recién casada,
o como a letrina vieja,
o como a güevos podridos,
o como a nido de perra.)
– Le debo– dijo el dijunto,
después de hacer unas muecas–
le debo a Concho Paniagua
tres pesos de una rialera;
a mano Froilán, seis reales;
a San Roque, una novena;
a Chico Antillón, dos pesos
de un muerto que alcé en su mesa.
Decíles a las muchachas
que a vos te doy la ternera
y el almario, con el baul
y mi cama y mi cruceta."
Después se despareció
el fantasma y la carreta.
A yo me hallaron trabao
a la orilla de la cerca.
Estuve dundo de viaje
más de una semana entera.
Iba’andar y no podía,
iba’explicame y la mesma;
hasta que mano Froiliano
me aconsejó que me juera
a contale al Padre Chico
be por ce la contigencia.
Me llevaron; le conté,
y se puso hecho una fiera;
sólo le faltó mentame
la mama dentro la iglesia;
me puso como un petate,
enainiticas me pega,
y me llamó fariseo,
mentiroso y poca pena.
¡Pero, hombré, al rato y’estaba
sano de pieses y lengua!
– ¡Ese jue milagro grande!
– ¡Un milagro de deveras!
– ¿Y los puros?
– ¡Pero ni uno!
– ¿Y la cususa?
– ¡Ni señas!
– ¿Se la atollaría el dijunto?
– ¡Puede ser que asina juera!
– ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!
– ¿De qué te rís?…
– Estoy pensando en la mecha;
¿la mecha sí pareció?
– ¡Sin que le faltara una hebra!
– ¿Pa qué te la dejaría?
– ¡Yo me figuro que juera
pa enrollásela en e1 güecho
a la zonta de tu agüela!