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Authors: Aquileo Echeverría

Concherías (6 page)

BOOK: Concherías
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– Su tata tiene razón,

délo por lo que le ofrezcan.

Una vez qu’él se regrese,

íngrima y sola se queda

pa que se la jarten todos

los que tienen mala lengua.

¡Adiós!

– ¡Adiós, muchas gracias!

– Oigo sonar la carreta.

Mérquele con esos riales

un rebozo a Jilomena.-

– ¿Pa qué se va a molestar?

– Tengo gusto, no es molestia.

– L’espero p’al novenario.

– Yo no puedo por mi pierna;

pero vendrán las muchachas.

– Achará que usté no pueda

porque va a estar muy alegre.

Tata mercó una ternera

y tres garrafas de guaro

y seis frascos de mistela,

y’además ha contratao

cuatro músicos de Heredia;

y pa los misterios tiene

cuhetes de luz y bombetas.

Ya usté le conoce el genio…

¡Cuando se raja es de veras!

AL MERCADO

Luciendo el cuerpecito

que Dios le ha dado,

su boquita de grana,

sus ojos pardos,

y su talle flexible,

sus pies enanos,

va la bella Carmela,

la del Naranjo,

con su limpia canasta

colgada al brazo,

a comprar las verduras

en el mercao.

– ¿A cómo da los güevos?

– A once por cuatro.

– ¡Ave María Purísima!

Están muy caros.

– Son de gallinas finas.

– ¡No son pa echalos!

– Pa comer tengo a doce.

– ¡Is!, ¡qué livianos!

¿Dónde juntó ese nido?

– No son juntaos.

Quiebre uno, si está güero

se lo regalo.

– Gracias, me gustan frescos

y no pasados:

Y terciando el rebozo

con suma garbo,

en busca de otro puesto

dirige el paso.

– ¿Qué le vendo, cholita?

– ¿Qué quiere, encanto?

– ¡Mire qué cebollitas,

espí qué nabos!

– Repare los tomates;

ia coloraos

solamente su boca

puede igualarlos!

– ¿Quiere quelites frescos?

– Están mayaos.

– ¡Mayada estará su agüela!

– ¡Viejo malcriao!

– Negrita: ¿qué me merca?

¿Quiere pescado,

o coquitos?

– No, gracias,

porque me empacho.

– ¡Al peje! ¡Al pejecito!

¡Al bacalao!

– ¡Ostiones!

– ¡Caña fistol

p’al costipao!

– ¡Mire qué marfilito

de puro cacho! -

– ¿Piensa que tengo piojos?…

– ¿Y este rosario?

Lo bendijo San Pedro.

– ¿Pedro Nolasco?

– ¿Sabe que usté es muy linda?…

– ¿Deveras, ñato?

– Fíjese en el babiambre

que estoy chorriando.

– Achará, no lo pierda,

y engorde un chancho.

– ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Gabino,

te han amolao!

– ¡Volvé el otro cachete!

– ¡Seguí de gallo!

– ¡Guardame la manteca

y el espinazo!

– ¡Para yo las pizuñasl

– ¡Para yo el rabo!

– ¿Pa las mamas de ustedes,

qu’es lo que guardo?

– ¡Queso de mantequilla

bueno y barato!

– ¡Vea qué dieces, señora,

parecen cuatros!

– ¡Al tiquizquito fresco!

– ¿No lleva plátanos?

– ¡Bizcócho de Nicoya!

– ¡Naranjas!

– ¡Mangos!

– ¡Ya mañana se juega!

¿Quién quiere un cuarto?

Los veinte mil colones

tengo en la mano.

Linda, ¿por qué no prueba?…

– Si ya he probao…

¡y soy más retorcida

que un garabato!

– ¡Pero quién quita un quite!

– Deme uno bajo.

– ¿Le gustaría el sesenta

o el ciento cuatro?

– Corte uno cualesquiera;

¡todos son malos!

 

Y pasada media hora

deja el mercao,

y luciendo las gracias

que Dios le ha dado,’

va la bella Carmela,

la del Naranjo,

con su cesto repleto

colgando al brazo,

camino de su casa,

calle del Rastro,

número setecientos

noventa y cuatro.

MERCANDO LEÑA

– ¡Hola, ñor José María!

Traiga la leña pa vela.

¿Cuánto cobra?

– Cinco pesos.

– ¡Ave María gracia plena!

¡Los tres dulcísimos nombres!

– Deje la jesuseadera;

yo pido lo que yo quiero

y usté ofrece lo que ofrezca,

que usté manija su plata

y yo manijo mi leña,

y no hemos de disgustalos

por cuestiones de pesetas.

Eso sí, quiero decile

que repare en la carreta,

y que espí si está cargada

con concencia o sin concencia.

Si le cabe un palo más

me lo raja en la cabeza:

Yo soy un hombre legal,

feo decilo; pero vea,

a yo naide me’azariao

hasta l’hora por mi leña.

Esta es quizarrá amarillo,

laurel y madera negra:

de jierro pa consumise,

y pa prendese de yesca.

Con una leñita asina

se lucen las cocineras.

– Sí, pero está muy menuda;

tres pesos le doy por ella.

– Por cuatro se la vaceo.

– Si quiere los tres, vacéla.

– Se la pongo en tres con seis,

nada más que pa que vea

que yo sí quiero tratar.

– No mejoro la propuesta.

Acuérdese qu’es verano

y que anda dunda la leña.

¿Sabe en cuánto compró dos

carretadas ña Manuela,

la mujer que vive allí

onde está echada la perra?

¡En cinco pesos!

– ¡Caramba!,

de fijo que era de cerca.

¿Tal vez jocote o güitite?

– ¡Qué va pa güitite!… Buena:

juaquiñiquil y targuá…

– Puede ser que asina sea.

Mas volviendo a nuestro trato

se la largo en tres cuarenta.

– Los tres pesos que le dije.

– Arrímeles la peseta

y tratamos.

– Ni un centavo.

– ¿Dónde le boto la leña?

– ¡Abrite el portón; Jacinta!

– ¡Está con llave, ña Chepa!

– Aspérese, voy’abrile.

– ¡Gui! ¡Güey viejo sinvergüenza!

¡Confisgao tan pachorrudo!

Gui, gui. ¡Jesa, jesa, jesa!

– Éntrela en brazaos pequeños

pa librar la chayotera.

Coja por este zaguán

y di’ahi cruza a la derecha,

y en el rincón de l’esquina

me l’acomoda en estebas

de modo que deje paso

al común.

– ¿Sí? ¿De deveras?

¿Con que quiere de remache

que le meta yo la leña

y que di’ahi se la acomode,

y que ha de ser de manera

que dé paso a la letrina?

Dígame, señora Chepa:

¿no le gusta más pelada

y olorosa a yerbagüena,

y con lazos en las puntas,

y aspergiada de canela,

y que además le regale

como a modo de una feria,

el chonete, los güeycillos,

los calzones, la carreta,

y este chuzo, y esta faja,

y’a la zonta de mi agüela?

– ¡Qué hombrecillo tan malcriao!

¡Cargue pronto con su leña!…

– ¡No! ¡Si la voy a dejar

pa que la queme de muestra!…

¡Que me alce el Patas el día

que güelva a tratar con viejas!

UN HERMANO

Bajo un mango corpulento

y tendidos en la yerba

junto a los bueyes que, echados,

perezosamente cenan,

están varios carreteros

alrededor de una hoguera,

que olla de hierro corona,

montada sobre unas piedras,

y dentro la cual retozan,

en el caldo que espumea,

ya las papas esponjadas,

ya el dominico de seda,

la blanca yuca de nieve,

la carne de rojas hebras.

El tiquizque delicado

asoma su faz morena,

o se presenta el ayote

en forma de barquichuela

y con la cara encendida,

que está muerto de vergüenza,

por ser primo del zapallo

que es la verdura más fea.

El chayote su espinosa

y verde capota ostenta,

entre raíces y ñames,

camotes y berenjenas.

De cuando en cuando se asoman

algunas palabras feas;

es decir; que varios ajos

suelen sacar la cabeza;

y todo ello confundido

en una igualdad perfecta,

en que todo sabe a todo

y huele de igual manera:

especie de democracia

que sus doctrinas condensa

dentro de la olla de fierro

que sobre robustas piedras,

al beso de alegres llamas

canta, llora, burbujea

vigilada por los mozos

que de bruces en la yerba,

aguardan pacientemente

que se cocine la cena.

Algunas tortillas fiambres

que han adquirido dureza

junto a los tres tinamastes

que hacen escolta a la hoguera,

son retiradas, pues Marcos

dice que "le olen" a buenas,

y "qu’él, p’él" está seguro

que está cocida la cena.

Con dos sacos de gangoche

quitan la olla, y se la llevan

a la orilla de un arroyo

que corre por allí cerca.

Después arriman los yugos

y muy alegres se sientan;

dan dos besos cariñosos

a sus cholas, las botellas,

que en el amplio vientre guardan

el contrabando o el néctar,

con que el Supremo Gobierno

explota al par que envenena.

– Echáte un cuento, Milquiades.

– Go una historia verdadera.

– Que les cuente Sinforoso

la que le pasó en Atenas.

– ¡Que lo cuente!

– Sí, ¡contálo!

– Miren qué cosa tan fea:

hará tres años descasos

que me hablaron en Heredia

pa ver si jalaba un flete

p’al puerto de Puntarenas.

Yo puse mis condiciones,

y después de algunas pegas

entre si tanto, si cuanto,

convenimos en lo qu’era:

Ya esos güeyes eran míos;

pero no tenía carreta:

Los Arias me consiguieron

la que jue de Chico Cerdas.

Salimos como a las doces,

sestiamos en Alajuela;

al llegar a Los Horcones

ya estaba la luna puesta,

y resolvimos quedalos

pa que los güeyes comieran.

– "Muchachos -dijo Damián-,

mientras se cuece la cena

¿por qué no v’alguno a trése

un trago de guaro’Atenas?

– Yo voy –le dije:

– Está bueno.

Tréme un diacuatro de breva.

A mí dos riales de puros.

Pa yo una vara de mecha."

Me puse la alforja al hombro

y descolgué una linterna,

y me tercié a la cintura,

por si acaso, la cruceta.

Después de dale a los caites,

entré por último a Atenas,

merqué todos los encargos;

y viniendo ya de vuelta,

comencé a sentir un tufo

como a la moda de mecha:

un tufo que no cesaba

por más y más que anduviera.

Me entró cierto recelillo;

pero voltié la cabeza

y nada vi, sólo el humo

que dejaba la linterna:

De pronto se oyó un chirrido,

me puse a parar la oreja

y vide que en el camino

sola andaba una carreta,

sin ninguno que la guiara,

y sin güeyes ni compuertas,

y en el centro, en un ataul,

el cuerpo de Chico Cerdas.

Eché mano a la cutacha

y me amparé de la cerca,

y’hice como cuatro cruces,

por supuesto con l’izquierda.

– "Hermano –me dijo Chico–,

yo debo algunas promesas…"

A mí se me jue el resuello,

me se aflojaron las piernas,

me sucedió una desgracia,

me se adormeció la lengua,

me encomendé, a los tres Dulces

y a la virgen Margalena,

y le dije como pude:

– ¡Decílo… que… te… se… ofrezca!

Se sentó dentro el ataul.

(Caramba, qué pestilencia:

jedor a recién casada,

o como a letrina vieja,

o como a güevos podridos,

o como a nido de perra.)

– Le debo– dijo el dijunto,

después de hacer unas muecas–

le debo a Concho Paniagua

tres pesos de una rialera;

a mano Froilán, seis reales;

a San Roque, una novena;

a Chico Antillón, dos pesos

de un muerto que alcé en su mesa.

Decíles a las muchachas

que a vos te doy la ternera

y el almario, con el baul

y mi cama y mi cruceta."

Después se despareció

el fantasma y la carreta.

A yo me hallaron trabao

a la orilla de la cerca.

Estuve dundo de viaje

más de una semana entera.

Iba’andar y no podía,

iba’explicame y la mesma;

hasta que mano Froiliano

me aconsejó que me juera

a contale al Padre Chico

be por ce la contigencia.

Me llevaron; le conté,

y se puso hecho una fiera;

sólo le faltó mentame

la mama dentro la iglesia;

me puso como un petate,

enainiticas me pega,

y me llamó fariseo,

mentiroso y poca pena.

¡Pero, hombré, al rato y’estaba

sano de pieses y lengua!

– ¡Ese jue milagro grande!

– ¡Un milagro de deveras!

– ¿Y los puros?

– ¡Pero ni uno!

– ¿Y la cususa?

– ¡Ni señas!

– ¿Se la atollaría el dijunto?

– ¡Puede ser que asina juera!

– ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!

– ¿De qué te rís?…

– Estoy pensando en la mecha;

¿la mecha sí pareció?

– ¡Sin que le faltara una hebra!

– ¿Pa qué te la dejaría?

– ¡Yo me figuro que juera

pa enrollásela en e1 güecho

a la zonta de tu agüela!

LA FIRMITA
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