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Authors: Aquileo Echeverría

Concherías (3 page)

BOOK: Concherías
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pa esplicales qu’esta noche

están libres, porque es franca,

– Para eso no es necesario

que metan esa algazara.

El que se queda, se queda;

el que se marcha, se marcha.

Conque no quiero más gritos.

¡A la calle o a la cama!

 

Sale un grupo de soldados

en que va Calixto Abarca;

el novio de Miquelina,

l’hija de ñor Justo Jara,

que vive junto a la Uruca,

como a mil quinientas varas

bajando desde el mercado

por el Paso de la Vaca.

Va el pobre muy pesaroso,

porque deja a la muchacha

de quien está enamorado,

según dice, hasta las cachas.

Belfor, su amigo, .propone

llevarle una serenata:

– Vos cantás lo que quedrás

y yo toco la guitarra.

Vanse a "Las brisas deJ Guaro"

y cuatro dobles se zampan,

y alquilado el instrumento,

al cuarto de la agraciada

Miquelina, para darle

el adiós en serenata…

Tic, tic, tic, tac… tic, tac, tic, toc.

La vihuela bien templada;

el novio tose dos veces

y esta cancioncilla canta:

"Ya me voy pa’la Liberia,

"onde la muerte me, aguarda.

"Si al caso yo muero allí,

"poné una flor en mi lárpida,

"poné una flor, poné, poné

"en mi larpi . . da . . da . . da .,

"en mi larpi. . larpi . . da . . da . .

"pi, pi, pi, pilar . . pidá . .

"¡Adiós, adiós!; me despido.

"Ya yo abandono esta playa,

"pero me llevo el cariño

"de la mujer que mi’amaba,

"de la mujer’ . . de la mujer . .

"que mia . . ma, ma, ma, mabá!…

"Si sabés que mi han matao

"en los campos de batalla.

"sobre mi tumba de nieve

"chorriá del amor la lágrima,

"cho, cho, cho . . cho, cho, cho, cho…

"cho, cho, cho . . chorriá . . ¡chorriála! "

Mientras tanto allá en la cuja

llora y reza la muchacha,

y le pide a San Antonio

y a la Virgen de la Barca,

que se lo lleven con bien

y que entero se lo traigan.

LOS MILAGROS

– ¿Con que cres que los milagros

los hacen los santos?

– ¡Creo!…

– Pos estás equivocao,

Jacinto, de medio a medio.

– ¿No hay milagros?

– ¡Claro está! Pero no los hacen ellos.

¿Sabés quién?

– No.

– Pos oyí,

son las almas de los muertos.

No hay un alma, por más mala

que haya sido aquí en el suelo,

(carculá la más bandida)

que aguante paquete entero

de candelas. Y está claro.

Repará que la llama va derecho

a pegásele en los ojos,

o en otras partes del cuerpo,

verbo y gracia el espinazo;

o la yema de los dedos.

Les prendés una candela

y’al instante están sufriendo

y’unque quisieran zafase,

¿p’onde cogen en el Cielo,

gu’el Purgatorio, gu’el Limbo?

No les queda otro remedio

que arrodillásele al santo

y pedile por sus méritos

que te concedan la cosa

que vos les estás pidiendo;

y está claro que los santos

al ispiar su sufrimiento

se compadecen del alma

y al rato le dicen: bueno.

Y el milagro que desiabas

te se presenta completo.

Yo tuve un primo muy malo,

(vos lo alcanzaste, Perfeuto).

Ese debía cuatro muertes;

pos hombre ya para viejo,

le tocó Dios la concencia;

le entró el arrepentimiento

y s’hizo un cristiano tal

que lo mentaban d’ejemplo.

No volvió a tomar un trago,

se retiró de gallero;

devitaba las cuestiones,

y respetaba lo ajeno,

como si juera lo propio,

esautamente lo mesmo.

Hace cuatro años murió

pa Candelaria, en el puerto,

y murió como un bendito

con todos los sacramentos,

y además lo amortajaron

con hábito de carmelo.

Pos bien: hace cinco meses

se me baldó el buey overo,

llamé a Pantalión, l’hicimos

cuanto dijo que era bueno,

y el buey p’atrás y p’atrás.

Cuando ya lo vi en el cuero

de no comer ni beber,

me recordé de Perfeuto,

y jui y abrí la lacena,

y saqué el libro de rezos,

y un paquete de candelas,

y me entré en el aposento

y le dije: mire, primo,

una candela le priendo

pa que me repare modo

de que mejore el overo,

mas si con una no me oye

sigo prendiendo y prendiendo,

hasta que me haga el milagro.

Después recé el padre nuestro

y un chorrero de oraciones,

de mi librito de rezos.

¿Cuántas cres que me aguantó?

– Pos todo el paquete, creo.

– Qué va pa paquete, dos,

y al decir tres el overo

andaba dando carreras

y bramidos por el cerco.

– Te aseguro que hasta el día

di’hoy no sabia yo nada d’eso.

– Pos que nunca te se olvide.

– No ha de olvidáseme, Diego.

¿Sabés qué estaba pensando?

Que si llamás uno bueno

con una sola tenía.

– ¡Con una decís, con menos!

Pero jue que en la taranta

sólo recordé a Perfeuto.

– Cuanto más vive el cristiano

más apriende… ¿Cierto?

– ¡Cierto!

BODA CAMPESTRE

Con dos "cuhetones" anuncian

la salida de la iglesia.

Delante va el padre cura;

sigue el alcalde Ledezma,

ñor Vindas el curandero

y luego el "mestro" de escuela.

Tras de estos grandes señores

marcha la gentil pareja.

Es justo que en describirla

puntualmente me detenga,

y natural que principie

por la niña, por "Miquela".

"Tomará tener veinte años",

según dice ña Sotera,

la madre; sus veinticuatro

al contar de malas lenguas,

que sostienen ser nacida

"pal tiempo de las virgüelas,

mucho antes que el Presidente

despachara para ajuera

al señor obispo Thiel,

que Dios en su gloria tenga".

Ya sean veinte o veinticuatro;

o veinticinco o cincuenta,

es lo cierto que la niña

debió llamarse Perfecta,

por su cara, por su cuerpo,

por su sandunga y etcétera.

Lleva un vestido de gasa,

con peto de lentejuelas,

y unas florecillas blancas

enredadas en las trenzas.

Es blanca también la faja

que le azota las caderas;

y blancos los chapincitos

y blancas sus carnes frescas,

y más blanca todavía

el alma de la doncella,

que tiene los dientes finos

y brillantes como perlas,

y dos ojos que en el cielo

de su rostro son estrellas,

estrellas donde se mira

el mozo de la Verbena,

que la sacó de su casa

por la puerta de la iglesia.

Un mozo que tiene milpa

y a más de milpa carreta,

amén de un potro "melao",

hijo de una yegua overa

que don Francisco Peralta

trajo de Lima o de "Suepcia"

como dijo en el Congreso

un diputado de Heredia;

que tiene su "pita’’ fino,

una hermosa yunta nueva,

arado de California

y la trojecita llena;

dos manzanas de café,

una casa y una huerta,

y un "jusil de julminante",

una vaca "cajuelera"

y su montura de pico,

su puñal, y su "cruceta".

Un mozo de mano dura,

pero con el alma tierna,

a quien por amor o miedo

en todas partes respetan;

que si suenan sus limosnas,

sus pescozones resuenan.

"Nadie le pone la pata"

en asuntos de pelea,

y si "arrebata" el machete

no queda en el prado yerba;

y lo mismo "despalota"

que tiende alambre en la cerca,

o amansa un par de novillos,

o monta una mula nueva,

o saca suertes a un toro

sin cobija ni vaqueta.

Que Cristián, el de ña Rita,

es un hombre de "de veras".

Vienen detrás de los novios

invitados, parentela

y después la "chamusquina"

enredada con la orquesta

en que van un acordeón,

tres guitarras, dos vihuelas,

un clarinete sin llave

y un violín con una cuerda,

todos bajo la batuta

de ñor Aniceto Cerdas,

el músico más "templao"

entre la gente costeña.

Al llegar junto a la casa,

asoman por la tranquera

los suegros de la muchacha

que muy compuestos esperan.

Allí tiran diez "cuhetones",

tres descargas, dos bombetas

y en unos vasos azules

vierten cuatro o seis botellas

de sus vientres virginales

el fuerte y sabroso néctar,

infierno que sabe a gloria

y que apenas baja, trepa.

Después de pasar el trago

los hombres dan a las hembras,

en unas copas labradas,

ya rompope, ya mistela.

– Acuérdense –dice el cura–

que hoy nos toca la novena

y la visita de altares;

conque, vamos a la mesa.

Yo me levanté aclarando

y estoy viendo las estrellas.

En una sala espaciosa

cinco "burras" patituertas

sostienen algunas tablas

tapadas con "manta" nueva.

En taburetes de cuero

se sienta la gente seria:

para el pópulo hay escaños

adornados con tachuelas.

En un camarín de lata,

que escoltan dos azucenas,

un perro de porcelana

y ocho cabos de candela,

sus amantes brazos abre

sobre una cruz de madera,

Cristo, el hijo de María,

el Salvador de la tierra;

y penden de las paredes

tres cromos que representan

a la Virgen del Socorro,

San Ramón y Santa Berta.

Además hay unas jaulas

en que cantan la tristeza

de su libertad perdida;

cuatro "monjitas" cerreras.

 

Sudando llega la madre

con una enorme bandeja

en que el caldo de mondongo

en tazas grandes humea,

tazas que en letras doradas

exhiben estas leyendas:

 

"Vos sos mi bien", "Vida mía",

"Domitila", "Clara", "Chepa",

"No me olvides", "¿Hasta cuándo?"

"Ildefonsa", "Filadelfa",

"En ti pienso", "Caralampio",

"Tuya soy", "A Balvanera",

y otros muchos que no pongo

por no hacer la lista eterna.

Acabado el mondonguito

van circulando en la mesa

el Oporto de seis reales,

el Málaga de sesenta,

algunas cervezas Traubes

y el endemoniado "Angélica",

que baja como una bala

y sube como una flecha.

– Que hable el cura:

– Yo no puedo.

– Diga algo el mestro de escuela.

– Yo tampoco, estoy de luto.

– Pos que se bote Ledezma.

– Bueno, pero dame vino.

– ¡Silencio!

– Cristián, Miquela:

el matrimonio es el ñudo

que se forma con la cuerda

del amor de los cristianos

que habitan bajo la tierra.

Ve un muchacho una muchacha,

o se miran veciversa,

y se hablan cuatro palabras

y se entienden y a l’iglesia.

Y aquí brindo por Cristián

y aquí brindo por Miquela;

pa que les cante el amor,

ya por dentro, ya por juera…

– ¡Bueno! ¡Que viva el Alcalde!

–… y haiga siempre primavera

que les regale sus flores

y enfertilice sus tierras;

por que no falte el cariño,

ni se formen peloteras,

y por que lleguen a viejos

y que confesados mueran,

dejando a los hijos machos

en los brazos de las nueras,

y en los brazos de los yernos

dejando a las hijas hembras;

y que encuentren por remate,

cuando la pelona venga

del cielo de par en par

espernancadas las puertas.

– ¡Bien!

– ¡Muy bien!

– ¡Vivan los novios!

– ¡Viva el Alcalde Ledezma!

– ¡Viva Tiodora Camacho!

– ¡Que viva!

– ¡Viva mi agüela!

– ¡Amárrenlo!

– Fiiii.

– ¡La tuya!

– ¡Música, música, Cerdas!

– ¡Listos!

– ¿A cuál le zampamos?

– Arrimale a "La Cajeta". (Tocan).

– Una tonada, Puyón–

le grita Casta Marchena.

– ¡Que cante! – reclaman todos.

– Bueno, pos pa complacela

voy a cantale… Ñor Cerdas,

¿usté sabe el "A ya yay"?

– Aunque nunca lo supiera.

Me basta que me digás

tan sólo cómo comienza.

La, do, re, mi, fa, sol, la.

Zampale, que no hay tranquera.

(Canta). – A ya yay, linda negrita,

a ya yay, que yo quisiera

saber si son suavecitas

tus almuhadas y tu estera…

– Puyón –interrumpe el cura–

eso es una desvergüenza.

– Ese es el patas zafao,

– Cantate "La Panameña".

De nuevo interviene el cura:

– En no siendo deshonesta

que cante la que le guste…

Puyón tose, "carraspea",

y después de tres registros

una su cantada suelta,

en que salen a lucir

los diamantes y las perlas,

el "perjumen" de la dicha,

y las amarguras tiernas.

Terminada la canción,

el cura que está de vena,

levanta la copa en alto

y brinda por la pareja.

 

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