Authors: Aquileo Echeverría
pa esplicales qu’esta noche
están libres, porque es franca,
– Para eso no es necesario
que metan esa algazara.
El que se queda, se queda;
el que se marcha, se marcha.
Conque no quiero más gritos.
¡A la calle o a la cama!
Sale un grupo de soldados
en que va Calixto Abarca;
el novio de Miquelina,
l’hija de ñor Justo Jara,
que vive junto a la Uruca,
como a mil quinientas varas
bajando desde el mercado
por el Paso de la Vaca.
Va el pobre muy pesaroso,
porque deja a la muchacha
de quien está enamorado,
según dice, hasta las cachas.
Belfor, su amigo, .propone
llevarle una serenata:
– Vos cantás lo que quedrás
y yo toco la guitarra.
Vanse a "Las brisas deJ Guaro"
y cuatro dobles se zampan,
y alquilado el instrumento,
al cuarto de la agraciada
Miquelina, para darle
el adiós en serenata…
Tic, tic, tic, tac… tic, tac, tic, toc.
La vihuela bien templada;
el novio tose dos veces
y esta cancioncilla canta:
"Ya me voy pa’la Liberia,
"onde la muerte me, aguarda.
"Si al caso yo muero allí,
"poné una flor en mi lárpida,
"poné una flor, poné, poné
"en mi larpi . . da . . da . . da .,
"en mi larpi. . larpi . . da . . da . .
"pi, pi, pi, pilar . . pidá . .
"¡Adiós, adiós!; me despido.
"Ya yo abandono esta playa,
"pero me llevo el cariño
"de la mujer que mi’amaba,
"de la mujer’ . . de la mujer . .
"que mia . . ma, ma, ma, mabá!…
"Si sabés que mi han matao
"en los campos de batalla.
"sobre mi tumba de nieve
"chorriá del amor la lágrima,
"cho, cho, cho . . cho, cho, cho, cho…
"cho, cho, cho . . chorriá . . ¡chorriála! "
Mientras tanto allá en la cuja
llora y reza la muchacha,
y le pide a San Antonio
y a la Virgen de la Barca,
que se lo lleven con bien
y que entero se lo traigan.
– ¿Con que cres que los milagros
los hacen los santos?
– ¡Creo!…
– Pos estás equivocao,
Jacinto, de medio a medio.
– ¿No hay milagros?
– ¡Claro está! Pero no los hacen ellos.
¿Sabés quién?
– No.
– Pos oyí,
son las almas de los muertos.
No hay un alma, por más mala
que haya sido aquí en el suelo,
(carculá la más bandida)
que aguante paquete entero
de candelas. Y está claro.
Repará que la llama va derecho
a pegásele en los ojos,
o en otras partes del cuerpo,
verbo y gracia el espinazo;
o la yema de los dedos.
Les prendés una candela
y’al instante están sufriendo
y’unque quisieran zafase,
¿p’onde cogen en el Cielo,
gu’el Purgatorio, gu’el Limbo?
No les queda otro remedio
que arrodillásele al santo
y pedile por sus méritos
que te concedan la cosa
que vos les estás pidiendo;
y está claro que los santos
al ispiar su sufrimiento
se compadecen del alma
y al rato le dicen: bueno.
Y el milagro que desiabas
te se presenta completo.
Yo tuve un primo muy malo,
(vos lo alcanzaste, Perfeuto).
Ese debía cuatro muertes;
pos hombre ya para viejo,
le tocó Dios la concencia;
le entró el arrepentimiento
y s’hizo un cristiano tal
que lo mentaban d’ejemplo.
No volvió a tomar un trago,
se retiró de gallero;
devitaba las cuestiones,
y respetaba lo ajeno,
como si juera lo propio,
esautamente lo mesmo.
Hace cuatro años murió
pa Candelaria, en el puerto,
y murió como un bendito
con todos los sacramentos,
y además lo amortajaron
con hábito de carmelo.
Pos bien: hace cinco meses
se me baldó el buey overo,
llamé a Pantalión, l’hicimos
cuanto dijo que era bueno,
y el buey p’atrás y p’atrás.
Cuando ya lo vi en el cuero
de no comer ni beber,
me recordé de Perfeuto,
y jui y abrí la lacena,
y saqué el libro de rezos,
y un paquete de candelas,
y me entré en el aposento
y le dije: mire, primo,
una candela le priendo
pa que me repare modo
de que mejore el overo,
mas si con una no me oye
sigo prendiendo y prendiendo,
hasta que me haga el milagro.
Después recé el padre nuestro
y un chorrero de oraciones,
de mi librito de rezos.
¿Cuántas cres que me aguantó?
– Pos todo el paquete, creo.
– Qué va pa paquete, dos,
y al decir tres el overo
andaba dando carreras
y bramidos por el cerco.
– Te aseguro que hasta el día
di’hoy no sabia yo nada d’eso.
– Pos que nunca te se olvide.
– No ha de olvidáseme, Diego.
¿Sabés qué estaba pensando?
Que si llamás uno bueno
con una sola tenía.
– ¡Con una decís, con menos!
Pero jue que en la taranta
sólo recordé a Perfeuto.
– Cuanto más vive el cristiano
más apriende… ¿Cierto?
– ¡Cierto!
Con dos "cuhetones" anuncian
la salida de la iglesia.
Delante va el padre cura;
sigue el alcalde Ledezma,
ñor Vindas el curandero
y luego el "mestro" de escuela.
Tras de estos grandes señores
marcha la gentil pareja.
Es justo que en describirla
puntualmente me detenga,
y natural que principie
por la niña, por "Miquela".
"Tomará tener veinte años",
según dice ña Sotera,
la madre; sus veinticuatro
al contar de malas lenguas,
que sostienen ser nacida
"pal tiempo de las virgüelas,
mucho antes que el Presidente
despachara para ajuera
al señor obispo Thiel,
que Dios en su gloria tenga".
Ya sean veinte o veinticuatro;
o veinticinco o cincuenta,
es lo cierto que la niña
debió llamarse Perfecta,
por su cara, por su cuerpo,
por su sandunga y etcétera.
Lleva un vestido de gasa,
con peto de lentejuelas,
y unas florecillas blancas
enredadas en las trenzas.
Es blanca también la faja
que le azota las caderas;
y blancos los chapincitos
y blancas sus carnes frescas,
y más blanca todavía
el alma de la doncella,
que tiene los dientes finos
y brillantes como perlas,
y dos ojos que en el cielo
de su rostro son estrellas,
estrellas donde se mira
el mozo de la Verbena,
que la sacó de su casa
por la puerta de la iglesia.
Un mozo que tiene milpa
y a más de milpa carreta,
amén de un potro "melao",
hijo de una yegua overa
que don Francisco Peralta
trajo de Lima o de "Suepcia"
como dijo en el Congreso
un diputado de Heredia;
que tiene su "pita’’ fino,
una hermosa yunta nueva,
arado de California
y la trojecita llena;
dos manzanas de café,
una casa y una huerta,
y un "jusil de julminante",
una vaca "cajuelera"
y su montura de pico,
su puñal, y su "cruceta".
Un mozo de mano dura,
pero con el alma tierna,
a quien por amor o miedo
en todas partes respetan;
que si suenan sus limosnas,
sus pescozones resuenan.
"Nadie le pone la pata"
en asuntos de pelea,
y si "arrebata" el machete
no queda en el prado yerba;
y lo mismo "despalota"
que tiende alambre en la cerca,
o amansa un par de novillos,
o monta una mula nueva,
o saca suertes a un toro
sin cobija ni vaqueta.
Que Cristián, el de ña Rita,
es un hombre de "de veras".
Vienen detrás de los novios
invitados, parentela
y después la "chamusquina"
enredada con la orquesta
en que van un acordeón,
tres guitarras, dos vihuelas,
un clarinete sin llave
y un violín con una cuerda,
todos bajo la batuta
de ñor Aniceto Cerdas,
el músico más "templao"
entre la gente costeña.
Al llegar junto a la casa,
asoman por la tranquera
los suegros de la muchacha
que muy compuestos esperan.
Allí tiran diez "cuhetones",
tres descargas, dos bombetas
y en unos vasos azules
vierten cuatro o seis botellas
de sus vientres virginales
el fuerte y sabroso néctar,
infierno que sabe a gloria
y que apenas baja, trepa.
Después de pasar el trago
los hombres dan a las hembras,
en unas copas labradas,
ya rompope, ya mistela.
– Acuérdense –dice el cura–
que hoy nos toca la novena
y la visita de altares;
conque, vamos a la mesa.
Yo me levanté aclarando
y estoy viendo las estrellas.
En una sala espaciosa
cinco "burras" patituertas
sostienen algunas tablas
tapadas con "manta" nueva.
En taburetes de cuero
se sienta la gente seria:
para el pópulo hay escaños
adornados con tachuelas.
En un camarín de lata,
que escoltan dos azucenas,
un perro de porcelana
y ocho cabos de candela,
sus amantes brazos abre
sobre una cruz de madera,
Cristo, el hijo de María,
el Salvador de la tierra;
y penden de las paredes
tres cromos que representan
a la Virgen del Socorro,
San Ramón y Santa Berta.
Además hay unas jaulas
en que cantan la tristeza
de su libertad perdida;
cuatro "monjitas" cerreras.
Sudando llega la madre
con una enorme bandeja
en que el caldo de mondongo
en tazas grandes humea,
tazas que en letras doradas
exhiben estas leyendas:
"Vos sos mi bien", "Vida mía",
"Domitila", "Clara", "Chepa",
"No me olvides", "¿Hasta cuándo?"
"Ildefonsa", "Filadelfa",
"En ti pienso", "Caralampio",
"Tuya soy", "A Balvanera",
y otros muchos que no pongo
por no hacer la lista eterna.
Acabado el mondonguito
van circulando en la mesa
el Oporto de seis reales,
el Málaga de sesenta,
algunas cervezas Traubes
y el endemoniado "Angélica",
que baja como una bala
y sube como una flecha.
– Que hable el cura:
– Yo no puedo.
– Diga algo el mestro de escuela.
– Yo tampoco, estoy de luto.
– Pos que se bote Ledezma.
– Bueno, pero dame vino.
– ¡Silencio!
– Cristián, Miquela:
el matrimonio es el ñudo
que se forma con la cuerda
del amor de los cristianos
que habitan bajo la tierra.
Ve un muchacho una muchacha,
o se miran veciversa,
y se hablan cuatro palabras
y se entienden y a l’iglesia.
Y aquí brindo por Cristián
y aquí brindo por Miquela;
pa que les cante el amor,
ya por dentro, ya por juera…
– ¡Bueno! ¡Que viva el Alcalde!
–… y haiga siempre primavera
que les regale sus flores
y enfertilice sus tierras;
por que no falte el cariño,
ni se formen peloteras,
y por que lleguen a viejos
y que confesados mueran,
dejando a los hijos machos
en los brazos de las nueras,
y en los brazos de los yernos
dejando a las hijas hembras;
y que encuentren por remate,
cuando la pelona venga
del cielo de par en par
espernancadas las puertas.
– ¡Bien!
– ¡Muy bien!
– ¡Vivan los novios!
– ¡Viva el Alcalde Ledezma!
– ¡Viva Tiodora Camacho!
– ¡Que viva!
– ¡Viva mi agüela!
– ¡Amárrenlo!
– Fiiii.
– ¡La tuya!
– ¡Música, música, Cerdas!
– ¡Listos!
– ¿A cuál le zampamos?
– Arrimale a "La Cajeta". (Tocan).
– Una tonada, Puyón–
le grita Casta Marchena.
– ¡Que cante! – reclaman todos.
– Bueno, pos pa complacela
voy a cantale… Ñor Cerdas,
¿usté sabe el "A ya yay"?
– Aunque nunca lo supiera.
Me basta que me digás
tan sólo cómo comienza.
La, do, re, mi, fa, sol, la.
Zampale, que no hay tranquera.
(Canta). – A ya yay, linda negrita,
a ya yay, que yo quisiera
saber si son suavecitas
tus almuhadas y tu estera…
– Puyón –interrumpe el cura–
eso es una desvergüenza.
– Ese es el patas zafao,
– Cantate "La Panameña".
De nuevo interviene el cura:
– En no siendo deshonesta
que cante la que le guste…
Puyón tose, "carraspea",
y después de tres registros
una su cantada suelta,
en que salen a lucir
los diamantes y las perlas,
el "perjumen" de la dicha,
y las amarguras tiernas.
Terminada la canción,
el cura que está de vena,
levanta la copa en alto
y brinda por la pareja.