Authors: Aquileo Echeverría
A las cuatro de la tarde
el matrimonio se marcha
caminito de la gloria,
caminito de su casa.
En tanto junto al fogón
la madre de la muchacha,
al humo que brota denso
arrima la enjuta cara,
y las gotas de su llanto
se evaporan en las brasas.
– ¡Upe!
– Pase pendelante.
– Chacalín, ¿está tu tata?
– No, se jue pa la milpilla;
mama es la que está.
– Llamála.
– Siéntese.
– Muy buenos días.
– Muy buenos ¿a quién buscaba?…
Dispense, no se la doy
porque la tengo mojada.
– ¿Aquí vive ñor Cólás?
– Sí, pero no está en la casa.
Salió hace poco a la milpa
a ver una confisgada
vaquilla que se nos mete
casi todas las mañanas.
– ¿Por qué no l’echan al fondo?
– Es que es de mana Bibiana,
y por devitarnos pleitos,
y friegas y patochadas,
Colás prefiere callase
y pudrise y aguantala.
– ¿Y ese familiambre es suyo?
– Menos acá, que es hijada.
– ¿Es mota la probecita?
– Motica; pero de mama.
El tata vive en la linia
en un retiro que llaman
Quirricó.
– Yo he’stao allí.
– ¿Qué tal es eso?
– Se gana;
pero hay un calenturiambre,
y un culebrero y un agua…
allí llueve todo el año:
vive uno como las ranas.
– Húmese este cigarrito.
– ¿Pa qué se molesta?
– ¡Blasa!
– ¿Qú’es?
– Trete un tizón.
– Estoy a mares, ña Juana,
si salgo al aigre me tuerzo.
– ¡Andá trelo vos, pasmada!
– No se moleste, señora,
yo cargo fósferos, gracias…
Pus como l’iba diciendo
a más de eso hay otra vaina;
el patrón es un machote
con la cara muy amarga,
y un hablar tan enredao
que no se entiende lo qui’habla.
Yo cogí algunos vocablos,
como el de guate por agua;
deme es guime, jor, caballo;
blac es negro; jos es casa;
un estope es esperate;
un olraites, a la marcha;
el cotejel es mistao
y el gordemis es "tu mama".
Pero lo mejor es ime,
ya ñor Colás se dilata:
dígale que a mi regreso
vengo a ver la yegua baya,
qu’es que dicen que la vende.
– Sí, la vende muy barata.
– Ya me voy, hasta lueguito.
– Si quiere, Lipo lo llama.
– No, yo de todas maneras;
no truje ahora la plata…
Conque los vemos muy pronto.
– Que le vaya bien.
– Mil gracias.
– Trele el caballo, Dorilo.
– ¡Adió! Si me vine a pata.
Conque vine a ver la yegua
porque la mía está baldada.
– ¿Sí? ¿De qué?
– De un hormiguillo.
Además tiene almorranas,
padece de entrambos ojos
– y está tullida y matada,
es zonta y trompezadora,
se esboca mucho y se espanta.
¡La llaman "La siete cueros"!…
– ¿Cómo dice que la llaman?
– "La siete cueros"…
– ¡Pero hombre,
si esa es l’hija de la baya!
Tata, por vida suyita,
vamonós…
– ¡Que no, Rosario!
– Vamonós que ya es muy tarde.
– Hasta que tome otro trago;
vos no me mandás a mí.
¡A ver! Sírvanmen un guaro,
y un cinco gun diez de breva…
¡Qué fregadera, ca… nastos!
¡Apenas serán las dos!
– No, tata, ya son las cuatro.
– Bueno, pus que sian las doces:
¿acaso yo soy esclavo?
– ¡Hola, ñor José María!
– ¡Calistro!… ¡Venga esa mano!
¿Por ónde te habís metido?
– En las Pavas, trabajando.
– ¿Y qué tal mana Prudencia?
– Siempre fregada del flato.
Y ahora le han remanecío
unos dolores riumáticos
que la tienen empedida
de la centura pa bajo…
– ¡Hombré, lo más prencipal!…
– ¡Oh lengua e’confisgao!…
– ¡Ja, ja!
– ¡Ja! Denos dos copas.
¿Querés atollale; Chayo?
– No, señor, yo nunca bebo.
– Pus echale el cinco en algo.
¿Te acordás de aquellas fiestas?
– ¿Las de los Esamparaos?
¡Claro que había de acordame!
Como que estuve baldao
tres meses de una rodilla,
y si no llega el finao
Valentín y me la soba
con riñonada de cabro,
achiote, buñiga, sebo
y el ungüento de soldao,
tuavía estaría padeciendo…
– Ese era el patas liviano.
Una vez en un bochinche
me dieron unos planazos;
uno de ellos me alcanzó
el cuarto trasero…
– ¿El cuarto?
Pos hombré, ¿cuántos tenés?
– ¡Ja, ja!
– ¡Ja! Eche dos tragos.
– Tata, ¡por vida suyita!…
– Chayo, no seas precisao.
– Mire, ñor José María,
ya usté le conoce el guaro.
Usté se va pa su casa
y mama y yo la pagamos.
– ¡Maldita sean los demonios!
¡Andate con todo el diablo!…
– Yo no me voy sin usté.
– Váyase, yo lo acompaño.
– Bueno, a mí qué, ya me voy.
Ahi queda tata a su cargo…
– Mirá, llevate la alforja
y el saco de maiz y el diario,
y esa media de rompope
pa tu mama, y ese sacho.
Y no vayás con el cuento
de que estoy emparrandao,
porque si vas, entendélo,
apenas llegue te rajo.
– Buenas tardes.
– Buenas tardes.
– Hasta lueguito, Rosario.
– Hombré, y’hora que me acuerdo…
En esas fiestas que hablamos
me pedistes cuatro pesos.
– Y te los pagué en el auto.
– Hombré, no me los pagastes;
yo no quiero reclamalos,
y si te los recordaba…
– ¡Por estas cruces!… ¡Ca… nastos!
que te los pagué ese día
en la esquina de ñor Santos,
Vos tal vez no te acordás,
porque estabas rematao;
dos pesos te dí en papeles
y los otros dos en cuatros.
– Nombré, no me los pagastes.
– ¿De modo que te he robao?
– Robao no, no digü’eso;
que te se jueron por alto.
– Mirá, Calistro, a yo naide
me puede majar el rabo,
porque soy hombre legal
y… más que vos…
(El dependiente andaluz)
– Vamoz, vamoz.. .
¿A qué ezaz vocez, ceñorez?
Amboz zoiz hombrez honradoz,
que aunque estéiz un poco cúzpidez,
no debiéraiz enfadaroz.
– ¿No oyó lo que acá me dijo?…
– Puez hombré, no hacerle cazo;
el hombre ez hombre de veraz
mientraz no ze toma un trago.
– ¡Es que a yo naide me ultraja!…
– Ni a yo ¡patas descarao!
– Más patas será tu mama.
– ¡O la tuya, por si acaso!…
(Riñen)
– ¡Habéiz roto loz criztalez!
– ¡Soltáme!
– ¡No! ¡No te largo!
– ¡Policía!
Fiií.. . Fiií… Fiií.
– ¡Se vienen con yo, malcriaos!
– ¡Por ese gran sinvergüenza!…
– ¡Calláte, no seas raspao!…
– O se dejan de indirectas
o les arrempujo el palo.
– ¿De quién era la última orden?
– De su agüela… ¡ ¡Condenao! !…
Tengo por mal de mis culpas
un compadre en la Rivera,
que allá cada cuatro meses
en mi casa se descuelga
con la ahijada, la comadre,
dos sobrinas y la nuera;
y este año se ha permitido
traerme el maestro de la escuela,
y no me trajo el alcalde,
porque no lo hay en la aldea.
Cuando estoy más descuidado
con el repaso de cuentas,
no por cierto de rosario,
sino de sastres y tiendas,
llega Lupe, el mayorcito,
y un papelillo me entrega
que dice así, más o menos:
"Le mando estas cuatro letras
tan sólo pa noticiale
que nuestra salud es buena,
quiere Dios, y que el domingo
si Él lo quiere iremos a ésa
yo, la mujer, los muchachos,
y tal vez también ñor Mena,
el mestro de la Capilla,
que es hermano de Grabiela,
la que crió al niño Jiorgito;
quizás usté ni a’n se acuerda:
Deseándole que al recibo."
En fin, etcétera, etcétera.
– Hija, le digo a mi esposa,
enterate de esta esquela.
La leemos, nos miramos
y a dúo decimos: "¡Paciencia!"
Llega el dichoso domingo
y con él vienen mis penas.
Entre las cinco y las seis
nuestro calvario comienza.
Tan, tan, tan…
– ¿Quién es?
– ¡Soy yo,
compadre!
(Compás de espera
mientras me visto, me lavo
y salgo a abrirles la puerta.)
– Buenos días.
– Muy buenos días.
– Dále el bendito, Miquela.
– ¡Um!
– Que le des el bendito.
Dáselo, no seas matrera.
– Bendito, alabao el Santísimo…
Buenos días.
– Así los tenga.
Pero pasen adelante
y toman café, Sotera.
– ¿Pa qué se va a molestar?
– Ya saben que no es molestia.
Entren con toda confianza…
¡Isidra!, la cafetera
y ocho tazas, pero pronto.
– Aspérese, que la leña
amaneció resestida…
Como le quen mil goteras
y es porós… ya más no hay dulce…
– ¿Cómo que no hay?… ¡buena es esa!
¿Y el atao que compré anoche?
– Jui y se lo comió la perra.
– Lo dejarían en el suelo.
– ¡Adió!, en la pura alacena.
– ¿Y cómo pudo subirse?
– Pos talvez por escalera.
– Poco me gustan las bromas.
Aquí tiene esa peseta
y vaya donde don Santos
ligero… ¡ya está de vuelta!
– ¿Y cómo va el cafetal?
– ¿Pa qué contale? Si viera…
¿Ya ve ese vidro? Pues diga
que tiene mejor cosecha.
Ni a’n un grano cojo este año.
Yo 1’hice la deligencia:
le capé el cojollo a tiempo,
l’hice aporcas y paleas,
le quebré el palito seco,
le despaloté las cepas
y lo aboné con muñiga,
estopa de caña, ecétera,
y con lo de la familia,
que todos salen ajuera.
Pos hombre, entre más lo cuido,
más a pior. Vea, pa que vea
qu’es que entienden por la mala,
y si los llama uno, jesan.
El cuadrillo de la esquina,
ond’hice la chayotera,
ya lo daba por perdío.
Pensé voltialo pa leña:
¡pos hombre, está hecho un altar!
Me tomara que lo viera;
cada mamón es asina,
cada flor una azucena.
– Aquí está el dulce y el pan.
– Andá ayudale, Sotera:
– No vaya, no se moleste.
– ¡Adió!, dejala que venga.
Por fin toman el café
y se marchan a la iglesia,
dejándome el comedor
lleno de chunches y cuechas,
de motetes y de alforjas
y de chuicas y de friegas.
A las diez o poco más
ya está el compadre de vuelta
con unas "chapas" de a cuarta,
efecto de la mejenga.
Con un aire misterioso
la comadre se me acerca,
y me dice "sotto voce":
"Ya se atolló una peseta;
voy a dale en la cocina
un gallo de algo pa mientras;
porque sí le viene el hipo
horitica se le trepa."
– Voy a pedir el almuerzo.’. .
¡Isidra, ponga la mesa!
– ¿Pongo pa ustedes también?
– Yo estoy invitado afuera;
deles a ellos de almorzar.
La señora se fue a Heredia,
y los chacalines comen
en la casa de la abuela.
– Siéntense, dice el compadre.
Todos ocupan la mesa;
yo les hago compañía
y guardo las apariencias,
y de lo que hablo con ellos
va este botón como muestra.
– ¿Isabel al fin se casa?
(Rubores de la doncella.)
– ¡Adió!, ¡qué va pa casase!
Si ese hombrecillo es un pelmas.
¿Ahí no jue y se jue a la linia…,
y después de dar mil vueltas
vino cuasi en cuatro patas,
lleno de llagas y friegas?
Tiene la cara escurrida
com’una vejiga seca,
los brazos comu’hebras d’hilo,
y asina hinchadas las piernas.
Yo bastante se lo dije,
pero él metió la cabeza.
– ¿Pa qué es eso cuando vos
le aconsejaste que juera?
– Mirá, no seas hocicona,
y pesá algo en la concencia;
aquí no arañaba un cinco.
– ¿Y trujo muchos de ajuera?
– Nada trujo, no digü’eso,
pero hizo la deligencia;
y’hizo bien, que pa casase
tenía que hacela por juerza.
Y’hora no es como aquel tiempo
en que bastaba una estera
y los síses de los novios
y el diacuatro de la iglesia.
Hora es distinta la cosa;
y el que se casa se arriesga…
Cuando acá y yo nos casamos,
los dieron una ternera,
dos quintales de café,
tres vejigas de manteca.
El difunto Baltazar,
que Dios en su gloria tenga,
a más de dame dos onzas,
me dio una molida entera;
el tata de acá un potranco,
la mama un chorro de leña,
y el padrino la camilla,
dos taburetes, la mesa,
hermano un espejo asina…
y tata costió la fiesta.
– Debió estar lo más rumbosa.
– Caramba, pus pa que vea:
duró la noche y el día,