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Authors: Aquileo Echeverría

Concherías (5 page)

BOOK: Concherías
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los comimos la ternera

y’un chompipe y’un chanchillo,

y no sé cuántas cajuelas

de frijoles y de papas;

y de arroces y de alverjas.

Los bebimos un barril

de chinchiví con piñuela,

y entre cususa y rompope

como cuarenta limetas.

Yo ya casi ni a’n me acuerdo.

– ¡Si tenías una mejenga!…

– ¿Y vos con qué boca hablás?

¿Pa qué ventiás esa lengua?

Si sos tan mujer contá

lo qu’hicistes en la estera.

– Ningún cristiano está zafo

de cualesquier contingencia.

– Di una no digo que no;

¿pero de dos?, ¡poca pena!

LA LEY DEL EMBUDO

"La ley estira o encoge

según a quien se te aplica.

Esto pasa en todas partes,

pero más en Costa Rica."

De
lanas
,
conchas
y
conchos

la
taquilla
está repleta.

Varios con un dominó

se disputan la honda pena

de pagar a los que ganan

los
guaros u lo que juegan
.

En un rincón dos
jumaos
,

prototipos de
goteras
,

sobre el estado ruinoso

de sus bolsillos conversan,

echándose cara a cara,

alientos, no de verbenas

ni de rosas, sino de algo

que a mis acreedores diera

cada vez que con sus cobros

acribillan mi pobreza.

Por allá, un viejo dormido

sobre unos sacos, se sueña,

con Matinas de aguardiente

y San Carlos de cerveza.

Una tusona muy guapa

que del mismo modo ofrenda

en los altares de Baco

que en los de Venus, se empeña,

en que conozca su templo

un concho de buena cepa;

de los de pita quiteño,

de los de faja de seda,

de los de alforjas de cuero,

reló de plata y
cruceta
.

Sentados en una banca

tres músicos de la legua

repican un zapateado

con guitarras y vihuela.

Frente a ellos un borrachillo,

con todas las faldas fuera,

baila, si bailar se llama

hacer con los pies etcéteras,

acompañándose de hipos

a falta de castañetas

y embadurnando de mocos

las mangas de la chaqueta;

porque en el pañuelo guarda

el pan que a la casa lleva.

El dueño de la bayuca,

es decir de la taberna,

entre nosotros taquilla,

guarería en Venezuela,

(exhibo esta erudición

por ilustrar a la prensa),

vigila a los dependientes

en tanto guarda la venta

en las entrañas de roble

de su ferrada gaveta.

De cuando en vez algún lana

arma con otro pendencia.

El policial de la esquina

al momento se presenta

y pone en paz a los cides

o del brazo se los lleva

"por el florido camino"

que conduce hacia la Agencia

do ejerce de Padre Eterno

don Goyo, tras una mesa.

Por muchas horas la zambra

prosigue de esa manera;

entre titirreos de copas

y restallar de botellas,

entre palabras "de a jeme",

entre frasecitas tiernas,

que a unos les da por las malas

y a otros les da por las buenas

y no hay tres que tengan nunca

su guaro de igual manera.

De pronto suenan las dos:

los dependientes comienzan

a despedir los marchantes:

"Acuérdensen que los friegan;

reparen al
polecía

los ojazos que los pela.

Yo soy quien pago los patos,

dice el dueño, si se quedan

porque a mí me tiene
tirria

y es que le negué una media

y unos puros que me vino

a pedir de moroleca.

– ¡De morolica, será!

– Bueno, sea de lo que sea.

El caso es que se las
chiflan

o ese mantudo me
friega
."

Y ya por bien o empujados

van despejando la escena,

y salen las buenas gentes

por las mal cerradas puertas,

con sus alforjas los unos,

los otros con sus esteras,

motetes, palas, canastos,

cuchillos, planchas, etcétera,

y cuando ya los descalzos

dejan la casa desierta,

y viendo la ley cumplida

el polizonte se aleja,

por un pasillo excusado

nos colamos los de leva

y sotto voce decimos,

mojándola, esta cuarteta:

 

"La ley estira o encoge

según a quien se le aplica.

Esto pasa en todas partes,

pero más en Costa Rica."

EL CURANDERO

– ¡Mama!…

– Qu’es?

– El curandero.

– Andá cogéle el caballo.

Muy buenas tardes, ñor Vindas.

– Muy buenas tardes… Ve, ñato,

aflojámete la cincha,

porque está muy requintao;

acercátele sin miedo,

si ese es nonis en lo manso.

– ¿Y qué tal Espiridión?

– De ayer pacá rematao.

– ¿Y lo ha visto algún dautor?

– No, ¿pa qué? Yo le estoy dando

cuanto me dicen que es bueno;

pero no se ha mejorao…

Pase pa’lante y lo ve.

Abrí la ventana, Marcos.

– ¿Y eso qu’es? ¿Qué te ha cogío?

– Yo creo que viento colao:

ju i a vender unos frijoles,

hará quince días el sábado,

y yo creo que me resfrié,

porque estaba aquel mercao

cundiditico de gente.

Al salir, como a las cuatro,

me dijo acá: "¿Qué tenés

que estás tan desencajao? "

Yo no me sentía muy bien,

y jui y me tomé dos tragos;

después acá me flotó

con solfate y anisao

la nuque, y luego me vine

por mis propios pies andando.

Al llegar a la tranquera

me sentí como almadiao,

con mucha bulla en los oidos

y el paladar muy amargo.

Comimos y me acosté;

luego me jue arrebatando

un jielo por todo el cuerpo,

me puse a sudar jelao,

y me cogieron arquiadas

y corridas; a las cuatro

cuando ya estaba escurrío

me vine a quedar calmao.

Desde entonce sigo mal;

me duele mucho el costao,

y onde tueso siento un chuzo

debajo de este sobaco.

– ¿Y qué remedios te han hecho?

– Ñor Vindas, l’hemos untao

la enjundia con jiel de vaca;

además de eso ha tomao

uruca con achicoria

y castor.

– ¿Y no le han dao

el güízaro con yantén?

– No, ñor Vindas.

– Hombré, malo…

Vea: restriegue unas daguillas

y‘unas hojas de culantro,

y’un poco de juanilama,

y cuatro cabezas de ajo;

le mezcla flor de ceniza

y’unas venas de tabaco;

lo pone todo a cocer,

ojalá en traste de barro,

y luego con un olote

le flotan el espinazo,

hasta que enronche el pellejo

y se ponga colorao;

después le pasa el untijo

y lo abriga bien en trapos.

Y di’ahi le atolla una ayuda

de romero con guarapo,

y en cada uno de los oidos

me le va a poner un taco

de buñiga con mostaza.

¡Vos lo que tenés es pasmo!

VISITA DE PÉSAME

– ¡Ave María!

– ¡Menesiana!,

tengo tanto gusto en vela.

– El gusto es pa yo, Pilar.

– Dentre pa dentro y se sienta.

(
En esa no, que está floja

y es de lo más traicionera.
)

– ¿Y cómo va la familia?

– Muy bien. ¿Y 1a suya?

– Buena.

– Y qué ju’eso de Gaspar?

Pa Reyes lo vi en la iglesia

y estaba gordo, alentao.

Antantier llega Manuela:

"¿No sabés quién se murió?

¡Ñor Gaspar! "

– "¡Adió! ¿De veras?"

– "Sí, murió como a las doces;

mañana a las diez lo entierran.

Pantalión, que anda trayendo

el ataúl y las candelas,

y dos garrafas de guaro

y dando todas las vueltas,

acaba de noticiame."

– "¡Dios en su gloria lo tenga!

¡Dichoso él que descansó!

¡Pilar es la que se friega!

Probecilla, si Dios quiere

voy este domingo a vela.

Y he venido aprovechando

que Roque traiba carreta,

porque yo a pata, ¡imposible!,

¡vea cómo tengo la pierna!

– ¡Hijo de Dios; qué ilusión!…

parece una gusanera…

– Dicen que qu’es hormiguillo.

– Dios me la guarde que juera.

D’eso murió Baltazara

l’hija de ñor Chico Mena.

– ¡Es un mal muy confisgao!

– Y es que dicen que se pega.

– Así dicen, pero es cuento.

Carcule cómo estuvieran

ya las muchachas de casa,

que me flotan y m’asean.

– ¿Y con qué se está curando?

– Hora con hojas de reina

cocidas en agua’e malva,

y diáhi fritas en manteca.

– ¿No ha probao con el tapate?

– Sí, probé; pero si viera

que en vez de sentir alivio

se me requintó la pierna.

Volviendo a Gaspar: ¿qué jue eso

de esa muerte tan ligera?

– Pos ahi no ve; jue una cosa

de dicir y hacer la mesma;

el lunes bajó a la Villa

a llevar un pocu’e leña;

el martes remaneció

con dolor en la cabeza

y con la panza perdía:

¡jue veinte veces a juera!

Llamamos a mano Lino:

le desaminó la lengua,

y le aplicó un bebedizo

de juanilama y canela,

y cataplasma de ruda

con injundie y yerbabuena;

pero nadita l’hizo eso

y siguió en la salidera;

y usté puja, y puja, y puja,

y usté se queja, y se queja.

Aclarando me llamó:

– "Decile a Lino que vuelva;

si sigo así como voy,

me las mando abrir d’est’hecha,

ya cuasi no tengo pulsos,

¡y siento una fregadera

que no sé si son los oidos

o si será la cabeza!

Es un ruidal muy estraño,

como a moda de carretas,

o de creciente de río…

¡Una maroma tan fea!…

Llegó Lino y lo sobó,

y por poco se los queda;

se puso a sudar jelao,

voltió los pieses pa juera

y se le paró la vista;

se le pintaron ojeras,

y un barbiquejo de a cuarta

de la boca a las orejas.

A palitos nos jallamos

pa conseguir que volviera.

Apenas volvió los dijo:

– "Traiganmén al Padre Piedra

porque quiero confesame…

Esto que tengo es cangrena."

A las doces llegó el Padre

y los despachó pa juera;

lo confesó, y al salir

los dijo: "Alisten la mesa,

horita traigo a Nuestro Amo…

¡Gaspar se las chifla d’ésta!

Juimos a cortar uruca

pa la ventana y la puerta.

Cogimos unas pastoras

y saucos y flor de reina:

y con un poco de manta

que los prestó mana Chepa,

arreglamos bien la cuja

y compusimos la mesa.

Recibió el Señor, y a poco

le entró una deliradera…

A veces era con yo,

otras veces con la perra,

con la milpa, con los güeyes,

con el Padre, con la yegua.

Perdido era cobijalo;

daba güeltas y más güeltas,

ya lloraba, ya se ría

o ya se botaba juera,

y los costaba un sentido

echalo en la tijereta.

¡Lo que era hablar, imposible!

No manijaba la lengua;

hacía unos enredos como

los que hacen las loras nuevas.

"¿Qué querés?", le preguntaban.

El voltiaba la cabeza;

los ispiaba, pero nada:

no decía lo que quisiera.

"¿Talvez desiará café? "

Tráibamos la cafetera…

"¿Ah, señor, si será pan?"

¡Le tráibamos pan, la mesma!

"¿Talvez tenga sé de guaro?"

Le arrimamos la limeta

y se atolló como el tanto

de un quince, y a la carrera.

A las diez le vino un hipo,

y’hizo una gran deligencia,

y estuvo hipo, hipo, hipo

como hasta las once y media.

Después comenzó a boquiar:

le prendimos la candela,

y tata lo encaminó

rezándole una trecena.

Al puro "tan" de las doces

volvió a manijar la lengua,

soltó un quejido muy largo,

dijo unas palabras feas,

se pegó dos estirones,

sacó la panza pa juera,

voltió los ojos en blanco,

y’hizo como cuatro muecas…

¡Y di’ahi se quedó dijunto!…

– ¡Dios en su gloria lo tenga!

¿Mano Lino no le ha dicho

la clasia de mal que juera?

– Sí, dice que jue un empacho:

lo que llaman doble presa,

qu’imposible qu’el ombligo

sin rompese resistiera.

Parecía un dedal de sastre,

daba lástima de veras;

tamaño puyón asina,

morao como berenjena;

se l’iba a ratos pa dentro,

a ratos salía pa juera.

Lino lo desasució

apenas vido la lengua,

y sólo por un quien quita

jue que l’hizo deligencías.

– ¿Y cómo se las compuso

p’al entierro y pa la vela?

– Por suerte mano Pastor

costió todo de su cuenta,

y me mandó dos mudadas

pa yo, y una a Jilomena.

Y además tata me ha dao

tres carretadas de leña;

y dice que los rosarios

y el novenario costea;

y qu’en después que se acaben

a San Isidro me vuelva.

Que ¿qué hago aquí sin Gaspar?,

que lo que tengo lo venda.

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