Authors: Aquileo Echeverría
los comimos la ternera
y’un chompipe y’un chanchillo,
y no sé cuántas cajuelas
de frijoles y de papas;
y de arroces y de alverjas.
Los bebimos un barril
de chinchiví con piñuela,
y entre cususa y rompope
como cuarenta limetas.
Yo ya casi ni a’n me acuerdo.
– ¡Si tenías una mejenga!…
– ¿Y vos con qué boca hablás?
¿Pa qué ventiás esa lengua?
Si sos tan mujer contá
lo qu’hicistes en la estera.
– Ningún cristiano está zafo
de cualesquier contingencia.
– Di una no digo que no;
¿pero de dos?, ¡poca pena!
"La ley estira o encoge
según a quien se te aplica.
Esto pasa en todas partes,
pero más en Costa Rica."
De
lanas
,
conchas
y
conchos
la
taquilla
está repleta.
Varios con un dominó
se disputan la honda pena
de pagar a los que ganan
los
guaros u lo que juegan
.
En un rincón dos
jumaos
,
prototipos de
goteras
,
sobre el estado ruinoso
de sus bolsillos conversan,
echándose cara a cara,
alientos, no de verbenas
ni de rosas, sino de algo
que a mis acreedores diera
cada vez que con sus cobros
acribillan mi pobreza.
Por allá, un viejo dormido
sobre unos sacos, se sueña,
con Matinas de aguardiente
y San Carlos de cerveza.
Una tusona muy guapa
que del mismo modo ofrenda
en los altares de Baco
que en los de Venus, se empeña,
en que conozca su templo
un concho de buena cepa;
de los de pita quiteño,
de los de faja de seda,
de los de alforjas de cuero,
reló de plata y
cruceta
.
Sentados en una banca
tres músicos de la legua
repican un zapateado
con guitarras y vihuela.
Frente a ellos un borrachillo,
con todas las faldas fuera,
baila, si bailar se llama
hacer con los pies etcéteras,
acompañándose de hipos
a falta de castañetas
y embadurnando de mocos
las mangas de la chaqueta;
porque en el pañuelo guarda
el pan que a la casa lleva.
El dueño de la bayuca,
es decir de la taberna,
entre nosotros taquilla,
guarería en Venezuela,
(exhibo esta erudición
por ilustrar a la prensa),
vigila a los dependientes
en tanto guarda la venta
en las entrañas de roble
de su ferrada gaveta.
De cuando en vez algún lana
arma con otro pendencia.
El policial de la esquina
al momento se presenta
y pone en paz a los cides
o del brazo se los lleva
"por el florido camino"
que conduce hacia la Agencia
do ejerce de Padre Eterno
don Goyo, tras una mesa.
Por muchas horas la zambra
prosigue de esa manera;
entre titirreos de copas
y restallar de botellas,
entre palabras "de a jeme",
entre frasecitas tiernas,
que a unos les da por las malas
y a otros les da por las buenas
y no hay tres que tengan nunca
su guaro de igual manera.
De pronto suenan las dos:
los dependientes comienzan
a despedir los marchantes:
"Acuérdensen que los friegan;
reparen al
polecía
los ojazos que los pela.
Yo soy quien pago los patos,
dice el dueño, si se quedan
porque a mí me tiene
tirria
y es que le negué una media
y unos puros que me vino
a pedir de moroleca.
– ¡De morolica, será!
– Bueno, sea de lo que sea.
El caso es que se las
chiflan
o ese mantudo me
friega
."
Y ya por bien o empujados
van despejando la escena,
y salen las buenas gentes
por las mal cerradas puertas,
con sus alforjas los unos,
los otros con sus esteras,
motetes, palas, canastos,
cuchillos, planchas, etcétera,
y cuando ya los descalzos
dejan la casa desierta,
y viendo la ley cumplida
el polizonte se aleja,
por un pasillo excusado
nos colamos los de leva
y sotto voce decimos,
mojándola, esta cuarteta:
"La ley estira o encoge
según a quien se le aplica.
Esto pasa en todas partes,
pero más en Costa Rica."
– ¡Mama!…
– Qu’es?
– El curandero.
– Andá cogéle el caballo.
Muy buenas tardes, ñor Vindas.
– Muy buenas tardes… Ve, ñato,
aflojámete la cincha,
porque está muy requintao;
acercátele sin miedo,
si ese es nonis en lo manso.
– ¿Y qué tal Espiridión?
– De ayer pacá rematao.
– ¿Y lo ha visto algún dautor?
– No, ¿pa qué? Yo le estoy dando
cuanto me dicen que es bueno;
pero no se ha mejorao…
Pase pa’lante y lo ve.
Abrí la ventana, Marcos.
– ¿Y eso qu’es? ¿Qué te ha cogío?
– Yo creo que viento colao:
ju i a vender unos frijoles,
hará quince días el sábado,
y yo creo que me resfrié,
porque estaba aquel mercao
cundiditico de gente.
Al salir, como a las cuatro,
me dijo acá: "¿Qué tenés
que estás tan desencajao? "
Yo no me sentía muy bien,
y jui y me tomé dos tragos;
después acá me flotó
con solfate y anisao
la nuque, y luego me vine
por mis propios pies andando.
Al llegar a la tranquera
me sentí como almadiao,
con mucha bulla en los oidos
y el paladar muy amargo.
Comimos y me acosté;
luego me jue arrebatando
un jielo por todo el cuerpo,
me puse a sudar jelao,
y me cogieron arquiadas
y corridas; a las cuatro
cuando ya estaba escurrío
me vine a quedar calmao.
Desde entonce sigo mal;
me duele mucho el costao,
y onde tueso siento un chuzo
debajo de este sobaco.
– ¿Y qué remedios te han hecho?
– Ñor Vindas, l’hemos untao
la enjundia con jiel de vaca;
además de eso ha tomao
uruca con achicoria
y castor.
– ¿Y no le han dao
el güízaro con yantén?
– No, ñor Vindas.
– Hombré, malo…
Vea: restriegue unas daguillas
y‘unas hojas de culantro,
y’un poco de juanilama,
y cuatro cabezas de ajo;
le mezcla flor de ceniza
y’unas venas de tabaco;
lo pone todo a cocer,
ojalá en traste de barro,
y luego con un olote
le flotan el espinazo,
hasta que enronche el pellejo
y se ponga colorao;
después le pasa el untijo
y lo abriga bien en trapos.
Y di’ahi le atolla una ayuda
de romero con guarapo,
y en cada uno de los oidos
me le va a poner un taco
de buñiga con mostaza.
¡Vos lo que tenés es pasmo!
– ¡Ave María!
– ¡Menesiana!,
tengo tanto gusto en vela.
– El gusto es pa yo, Pilar.
– Dentre pa dentro y se sienta.
(
En esa no, que está floja
y es de lo más traicionera.
)
– ¿Y cómo va la familia?
– Muy bien. ¿Y 1a suya?
– Buena.
– Y qué ju’eso de Gaspar?
Pa Reyes lo vi en la iglesia
y estaba gordo, alentao.
Antantier llega Manuela:
"¿No sabés quién se murió?
¡Ñor Gaspar! "
– "¡Adió! ¿De veras?"
– "Sí, murió como a las doces;
mañana a las diez lo entierran.
Pantalión, que anda trayendo
el ataúl y las candelas,
y dos garrafas de guaro
y dando todas las vueltas,
acaba de noticiame."
– "¡Dios en su gloria lo tenga!
¡Dichoso él que descansó!
¡Pilar es la que se friega!
Probecilla, si Dios quiere
voy este domingo a vela.
Y he venido aprovechando
que Roque traiba carreta,
porque yo a pata, ¡imposible!,
¡vea cómo tengo la pierna!
– ¡Hijo de Dios; qué ilusión!…
parece una gusanera…
– Dicen que qu’es hormiguillo.
– Dios me la guarde que juera.
D’eso murió Baltazara
l’hija de ñor Chico Mena.
– ¡Es un mal muy confisgao!
– Y es que dicen que se pega.
– Así dicen, pero es cuento.
Carcule cómo estuvieran
ya las muchachas de casa,
que me flotan y m’asean.
– ¿Y con qué se está curando?
– Hora con hojas de reina
cocidas en agua’e malva,
y diáhi fritas en manteca.
– ¿No ha probao con el tapate?
– Sí, probé; pero si viera
que en vez de sentir alivio
se me requintó la pierna.
Volviendo a Gaspar: ¿qué jue eso
de esa muerte tan ligera?
– Pos ahi no ve; jue una cosa
de dicir y hacer la mesma;
el lunes bajó a la Villa
a llevar un pocu’e leña;
el martes remaneció
con dolor en la cabeza
y con la panza perdía:
¡jue veinte veces a juera!
Llamamos a mano Lino:
le desaminó la lengua,
y le aplicó un bebedizo
de juanilama y canela,
y cataplasma de ruda
con injundie y yerbabuena;
pero nadita l’hizo eso
y siguió en la salidera;
y usté puja, y puja, y puja,
y usté se queja, y se queja.
Aclarando me llamó:
– "Decile a Lino que vuelva;
si sigo así como voy,
me las mando abrir d’est’hecha,
ya cuasi no tengo pulsos,
¡y siento una fregadera
que no sé si son los oidos
o si será la cabeza!
Es un ruidal muy estraño,
como a moda de carretas,
o de creciente de río…
¡Una maroma tan fea!…
Llegó Lino y lo sobó,
y por poco se los queda;
se puso a sudar jelao,
voltió los pieses pa juera
y se le paró la vista;
se le pintaron ojeras,
y un barbiquejo de a cuarta
de la boca a las orejas.
A palitos nos jallamos
pa conseguir que volviera.
Apenas volvió los dijo:
– "Traiganmén al Padre Piedra
porque quiero confesame…
Esto que tengo es cangrena."
A las doces llegó el Padre
y los despachó pa juera;
lo confesó, y al salir
los dijo: "Alisten la mesa,
horita traigo a Nuestro Amo…
¡Gaspar se las chifla d’ésta!
Juimos a cortar uruca
pa la ventana y la puerta.
Cogimos unas pastoras
y saucos y flor de reina:
y con un poco de manta
que los prestó mana Chepa,
arreglamos bien la cuja
y compusimos la mesa.
Recibió el Señor, y a poco
le entró una deliradera…
A veces era con yo,
otras veces con la perra,
con la milpa, con los güeyes,
con el Padre, con la yegua.
Perdido era cobijalo;
daba güeltas y más güeltas,
ya lloraba, ya se ría
o ya se botaba juera,
y los costaba un sentido
echalo en la tijereta.
¡Lo que era hablar, imposible!
No manijaba la lengua;
hacía unos enredos como
los que hacen las loras nuevas.
"¿Qué querés?", le preguntaban.
El voltiaba la cabeza;
los ispiaba, pero nada:
no decía lo que quisiera.
"¿Talvez desiará café? "
Tráibamos la cafetera…
"¿Ah, señor, si será pan?"
¡Le tráibamos pan, la mesma!
"¿Talvez tenga sé de guaro?"
Le arrimamos la limeta
y se atolló como el tanto
de un quince, y a la carrera.
A las diez le vino un hipo,
y’hizo una gran deligencia,
y estuvo hipo, hipo, hipo
como hasta las once y media.
Después comenzó a boquiar:
le prendimos la candela,
y tata lo encaminó
rezándole una trecena.
Al puro "tan" de las doces
volvió a manijar la lengua,
soltó un quejido muy largo,
dijo unas palabras feas,
se pegó dos estirones,
sacó la panza pa juera,
voltió los ojos en blanco,
y’hizo como cuatro muecas…
¡Y di’ahi se quedó dijunto!…
– ¡Dios en su gloria lo tenga!
¿Mano Lino no le ha dicho
la clasia de mal que juera?
– Sí, dice que jue un empacho:
lo que llaman doble presa,
qu’imposible qu’el ombligo
sin rompese resistiera.
Parecía un dedal de sastre,
daba lástima de veras;
tamaño puyón asina,
morao como berenjena;
se l’iba a ratos pa dentro,
a ratos salía pa juera.
Lino lo desasució
apenas vido la lengua,
y sólo por un quien quita
jue que l’hizo deligencías.
– ¿Y cómo se las compuso
p’al entierro y pa la vela?
– Por suerte mano Pastor
costió todo de su cuenta,
y me mandó dos mudadas
pa yo, y una a Jilomena.
Y además tata me ha dao
tres carretadas de leña;
y dice que los rosarios
y el novenario costea;
y qu’en después que se acaben
a San Isidro me vuelva.
Que ¿qué hago aquí sin Gaspar?,
que lo que tengo lo venda.