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Authors: Aquileo Echeverría

Concherías (7 page)

BOOK: Concherías
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En la propaganda política

 

– Mirá, por vida tuyita,

no fregués, que no he de dala,

así me la pida el Rey

o el mismisísimo Papa.

– Pero, hombre, reflesioná;

¿no sos hijo de esta patria?

¿Onde demonios naciste?

¿Onde nacieron tus tatas?

– ¡Aquí!… También mis agüelos

y sus padres y sus mamas,

y las mamas y los padres

de sus tatararatátas;

y hasta Adán, si vos querés,

pero no la doy, ¡carasta!

– ¿Vos sos hombre, Masimino?

o decí lo que te falta:

¿No echamos todos la firma?

¡Por qué no habís vos de echala!

– Porque no quiero, ¿entendés?,

porque no me da la gana.

Vos bien sabés que a los perros

una sola vez los capan.

En tiempos de don Rafel

llegaron dos palanganas,

me trujerón unas hojas

y me dieron unas cartas

de fulano y perengano,

de zutanejo y zutana.

"Usté que es hombre patriota,

usté que es persona franca,

usté que todos lo quieren,

usté que todos lo alaban,

usté que tal y tal cosa,

usté que tántas y tántas,

y que ha sido mayordomo

y tesorero de fábrica,

y alcalde un chorro de veces

y Juez de Paz de Pacaca …"

y seguían catorce ecéteras;

hasta llamame palanca.

¿Pos sabés tras qué vinieron

con su puño de alabancias?…

¡Adiviná si sos hombre!

No era tras yo, tras la casa

pa clu. ¿Que salí ganando?…

Como mil pesos en plata,

un chorro de vidrios menos,

como tres mesas quebradas;

y a ocho bancas que presté

nu’he vuelto a veles la cara;

y no cuento potrerajes

de las bestias que me echaban,

ni las jumas que ponía,

ni las gomas que quitaba.

Y usté hace viajes a Heredia,

y usté sale a Santa Bárbara,

y usté se las manda abrir

al Barrial o a la’Pitaya:

ya pa l’Alájuela o l’Uruca

o a la punta de la trampa:

Y usté aguante malos modos,

y usté aguante pachotadas

de todos los cevilistas,

¡qu’eran la gente malcriada!

Aquí te pongo un letrero,

allí te pinto una cara

con dos orejas de burro

y abajo su malacrianza:

Ya te decían "tal por cual",

cuando no te la mentaban.

Hasta el Cura, con ser Cura,

con indiretas andaba.

Pos bueno; pasó la cosa;

se salieron con sus ganas;

y otra vez los encajaron

a don Rafel en las ancas.

Unque bebiendo castor,

le dimos a Dios las gracias

de que pusiera remedio

a tantísimas jodarrias.

Yo dije: ¡ya descansamos!

Pos mirá lo que faltaba:

llegaron dos polecías,

me registraron la casa,

y no dejaron ni un cofre

sin levantale la tapa;

ya andaban en los armarios;

ya debajo de las camas;

ispiaron en la letrina,

me desnudaron la Santa,

y si no es que la Jelipa,

con el chingo; se les para,

quién sabe si no se atreven

a levantale las naguas.

Así que se dieron gusto;

y me quitaron en plata

como once onzas y un billete

que tenía de Nicaragua;

me llevaron al Cuartel;

mi’atollaron a una sala

onde había doce mancuernas

de endividuos de mi causa.

Después de hacelos jurar

y dalos unas trapiadas;

en que pusieron cual chuicas

agüelos, padres y mamas,

los preguntaron el sitio

onde teníamos las armas.

Todos contestamos: "¿Cuáles?…"

Hombré, por poco los matan;

sacaron a medio patio

ocho soldaos y una banca,

y va de voltiar cristianos,

y va de volales vara.

Y todo el que iban alzando

su poso de miaos dejaba.

No creás qu’es por alabame,

¡si vos me vieras las nalgas!…

"A mí no me andés con cuentos,

decime, ¿ónde están las armas?,

o te ajusilo, ¡canastos!",

el cabo los preguntaba.

Yo me ponía helado de l’ira,

y los oidos me sonaban;

pero como no podía,

así amarrao como estaba,

agarralo del pescuezo,

a extrangulale la panza,

me conformé con dicile,

una vez: ¡Mirá qué rabía!

"¿Quiere saber onde están?…

Pregúnteselo a su mama."

¿Habís visto el Día el Juicio?

Pos yo lo vide ¡carastas!

Con sólo eceición de tiros

cuanto tenían me tiraban:

anduve sobre las mesas,

anduve bajo las bancas;

ya me daban con las manos,

ya me arriaban con las patas.

Hasta que me fui de mí

me llevaron a la sala.

Estuve como tres días

sin sentidos y sin habla.

Cuando me recuperé

tenía esta mano quebrada,

y esta nube en el izquierdo,

Y esta pelota en la pata,

y me faltaban los dientes

que no tengo en las quijadas.

Y estuve sin ver un puro

lo menos cuatro semanas;

y sin mascar una cuecha

¡quién sabe cuánto, caramba!

Lo que era la comidilla

l’hacían una zarabanda

con la pura bayoneta;

la voltiaban y voltiaban,

y se comían lo mejor,

y el chilate los mandaban,

y los ponían por pretesto

que buscaban unas cartas.

¿Cartas en la sopa? ¡Chanchos!

En en infierno se l’haigan.

Apenas los dieron suelta,

me arrebataron tercianas,

y estuve casi tres meses,

de día de por medio, en cama.

Un cinco, con ser un cinco,

por mi vida naide daba.

si nu’es don Juan, que en la gloria

lo tenga Dios, no contara

a l’hora de hora este cuento.

– ¡Ese era dautor, carachas!

– ¿Querés que te hable más claro?

– Tenés razón y te basta:

no se la des ni al Obispo.

– Hombré, pos había de dásela.

Si hubiera guerra, se entiende,

o se bebe o se derrama,

que allí todos defendemos

familias, cercos y casas;

pero entre los mesmos, hombre,

no le miro yo 1a gracia.

Dejémole a los que saben

y se han quemao las pestañas,

un día con otro, en l’escuela,

noche tras noche en 1a casa,

que busquen entr’ellos quien

mande, si bien los manda;

y que carguen con sus cluses,

con sus hojas y parrandas.

Y si losotros queremos

de deveras a la Patria,

escribamos con el sacho,

discursiemos con la pala,

porque el día que los metamos

nosotros a legislala,

se muere di’hambre la gente:

la levuda y la descalza.

A mí pídamen la vida,

¡pero la firma!… ¡Mírala!…

PASCUALA

Al circular la noticia

de la muerte de Pascuala,

todas las niñas del toma

o mejor, del toma y daca,

como enjambre de palomas

acudieron a su casa.

Allí: la Pico, la, Güecha,

la Siete Cueros, la Pata,

la Olote, la Poca Pena,

la Cuatro Reales, la Sarna,

la Bongo, la Sinvergüenza,

la Puerto Libre, la Plasta,

en fin, la plana mayor,

del barrio de la algazara,

vulgo la Puebla, se dieron

cita al redor de la cama

donde yacía la dijunta

en mar de sangre bañada.

– ¿Cómo jue eso, Pelegrina?

– ¿Cómo pasó la desgracia?

– ¿Tardó mucho pa morirse?

– ¿Dónde jue la puñalada?

– ¿No trató de defenderse?

– ¿No?…

– ¡Se callan o no se callan!

¿Cómo quieren que les cuente

si todas al tiempo me hablan?

– Tenés razón.

– ¡Por supuesto!,

dijeron todas las damas.

Después de toser dos veces,

así habló la interrogada:

– Tomarían ser más o menos

las cinco, más bien pasadas,

cuando llegó "Cocobola"

con otros a la ventana

y llamaron a Jacinto;

yo me levanté descalza

pa saber lo que querían

y me contestó Retana:

"Decímele que se vista,

que anoche murió en las Pavas

Casildo, el hijo mayor

del mestro Cirilo Araya;

que el ataul se lo aflojaron

onde los Roig y los manda

a pedir que veamos cómo

hacemos pa la mortaja;

que está de viaje chonete,

lo que se llama en las latas,

que un cinco, con ser un cinco,

no le arrelumbra en la casa."

Se lo dije, se vistió,

y sin lavase la cara

ni tomar café, se puso

con los otros a la marcha.

A mediodía regresó

con una soca endiablada,

más colorao que un tomate

y con la vista muy gacha.

Ya le conocen el guaro.

Dijo a decir pachotadas;

le servimos el almuerzo,

me reventó la cuchara,

diciendo que estaba sucia,

(él mismo me vio lavala).

De pronto le dio un repente

y la emprendió con Pascuala

(sin decir tusa ni musa

como hora la ven estaba).

La puso como un petate

como le dio su rial gana

y no contento con eso,

y con mentale la mama,

la arrebató de las mechas,

la reventó en esa banca,

y usté le vuela moquetes

y usté le vuela patadas.

Viendo que l’iba a matar

según a como le arriaba,

jui y llamé la polecía

por ver si lo sosegaban,

y me encontré, por jortuna,

con el sargento Quesada

y con otro, uno bajillo

que tiene un quite en la cara.

– ¿Con Cirilo?

– Con Cirilo.

Y con Ustaquio Carranza,

el dueño de la taquilla

que llaman "La Buena Fama".

Cuando llegamos los cuatro,

encontramos a Pascuala

patas arriba en el suelo

con una gran puñalada,

que le corría del ombligo

(Dios los guarde) hasta la nalga:

– ¡Pobrecita!…

– ¡Qué bandido!

– ¿Y Jacinto?

– ¡Como nada!

Se dejó echar las esposas

y dijo: "Esta confisgada

tenía que morir asina

por sinvergüenza y por mala."

Yo corrí a llamar al Padre,

y vino con una caja;

pero, ya cuando llegamos

solamente pataliaba,

y a poco; tras desaguase,

pegó la última boquiada,

Siempre le untó una cosilla

y le dijo unas palabras,

– ¡Pobrecilla!

– ¡Pobre de él!

¡Y dichosa de Pascuala

que ya le llegó el descanso!

Para Jacinto es la vaina.

– ¡Si habrá cosa pior que el guaro!

– Según quien lo bebe, Plasta;

yo tuve que ver con Tolas,

que lo menos se atollaba

botilla y media en el día

y no le resiento nada.

También si se toma mucho

sucede como con l’agua:

te bebés un jarro, bueno,

¡andá arriate una tinaja!…

– Yo creo que va en los indoles.

– Pos eso está claro, Sarna:

el guaro es como las mulas

que a según el que las haga,

salen de paso o de trote,

corcoviadoras o mansas.

 

 

 

AQUILEO ECHEVERRÍA (1866 – 1909) fue un escritor, periodista y político costarricense. Fungió como periodista en varios periódicos y revistas, entre los cuales destacan La República, El Comercio, Costa Rica Ilustrada, La Patria, El Periódico, entre otros. También fue Agregado de la Embajada de Costa Rica en Washington, Estados Unidos. Trabajó en la Biblioteca Pública de Heredia, donde se trasladó a vivir y estableció una pulpería, fue el trato directo con sus clientes campesinos lo que le proporcionó el material folclórico invaluable que supo aprovechar para crear sus famosasConcherías, consideradas hoy un tesoro en las letras nacionales.

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