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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Relato

Cuna de gato (10 page)

BOOK: Cuna de gato
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Johnson y los alemanes fueron llevados a bordo del destructor, y al
U-99
lo hundieron.

El
Raven
navegaba con ruta al Mediterráneo, pero no llegó nunca. Perdieron el gobierno de la embarcación. Esta sólo podía navegar cabeceando impotente o hacer grandes círculos en el sentido de las agujas del reloj. Al final, la embarcación fue a parar a las Islas de Cabo Verde.

Johnson permaneció en ellas durante ocho meses, en espera de algún medio de transporte que se dirigiera al hemisferio Oeste.

Finalmente consiguió un trabajo como miembro de la tripulación de un barco de pesca que llevaba inmigrantes ilegales a New Bedforf, Massachusetts. El viento arrastró la nave hasta las costas de Newport, Rhode Island.

Por esa época, Johnson había llegado a convencerse de que algo intentaba hacerle llegar a alguna parte por algún motivo. De modo que se quedó en Newport durante un tiempo para ver si su destino estaba allí. Trabajó de jardinero y carpintero en la famosa finca de los Rumfoord.

Durante esa época, entrevió por allí a muchos invitados distinguidos de los Rumfoord, entre los cuales se encontraban J. P. Morgan, el general John J. Pershing, Franklin Delano Roosevelt, Enrico Caruso, Warren Gamaliel Harding y Harry Houdini. Y fue durante esa época cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, llevándose consigo a diez millones de muertos y habiendo herido a veinte millones de personas, entre ellas a Johnson.

Al acabar la guerra, el joven calavera de la familia Rumfoord, Remington Rumfoord IV, le propuso a Johnson navegar con su yate a vapor, el
Scherezade
, por todo el mundo, visitando España, Francia, Italia, Grecia, Egipto, India, China y Japón. Invitó a Johnson para que le acompañara como primer oficial y Johnson aceptó.

Durante el viaje, Johnson vio muchas maravillas del mundo.

Con la niebla, el
Scherezade
chocó en el puerto de Bombay y sólo sobrevivió Johnson. Se quedó dos años en la India, convirtiéndose en seguidor de Mohandas K. Gandhi. Fue arrestado por guiar grupos que protestaban contra el gobierno británico organizando sentadas en las vías del ferrocarril. Al salir de la cárcel, lo embarcaron a expensas de la Corona rumbo a su patria, Tobago.

Una vez allí, construyó otra goleta, a la que llamó
Lady's Slipper II
.

Y navegó con ella por el Caribe, de día despierto, de noche durmiendo, en busca de la tormenta que le llevase a las costas de donde inequívocamente estaba su destino.

En 1922, ante un huracán, buscó cobijo en Puerto Príncipe, Haití, país ocupado entonces por la Marina de los Estados Unidos.

Allí se le acercó un marine desertor, idealista, brillante y bien educado, llamado Earl McCabe. McCabe era cabo y acababa de robar los fondos para ocio de su compañía. Le ofreció a Johnson quinientos dólares si le llevaba a Miami.

Y ambos zarparon con rumbo a Miami.

Pero un vendaval estuvo acosando su goleta hasta llevarles a las rocas de San Lorenzo. El barco se hundió. Johnson y McCabe, completamente desnudos, se las arreglaron para llegar nadando hasta la orilla. Bokonon nos narra así la aventura:

Un pez arrojado

Por un mar embravecido,

Resollé en la tierra

Me convertí en mí mismo.

Le fascinó el misterio de haber llegado desnudo a la orilla de una isla desconocida, y decidió que la aventura siguiese su curso completo. Decidió comprobar hasta dónde puede llegar un hombre, tras emerger desnudo del agua salada. Para él fue como volver a nacer:

Sé como un niño,

Dice la Biblia,

Por lo que me quedé como un niño

Hasta hoy en día.

El porqué le llamaron Bokonon fue muy sencillo.
Bokonon
era la pronunciación del apellido Johnson en el dialecto inglés de la isla.

En cuanto al dialecto...

El dialecto de San Lorenzo es fácil de comprender y al mismo tiempo difícil de escribir. Digo que es fácil de comprender, pero hablo por mí mismo. Otras personas lo encuentran tan incomprensible como el vasco, de modo que es posible que yo lo comprenda por telepatía.

Philip Castle, en su libro, ofrecía un ejemplo de la fonética del dialecto, donde le cogía muy bien la gracia. Para su ejemplo, había elegido una versión en el dialecto de San Lorenzo de «Brilla, brilla, estrellita».

En inglés americano, la versión de este inmortal poema dice así:

Brilla, brilla, estrellita,

Me pregunto qué serás,

Reluces tanto en el cielo,

Bandejita de té, en la oscuridad,

Brilla, brilla, estrellita,

Me pregunto qué serás.

En el dialecto de San Lorenzo, según Castle, el mismo poema decía así:

Briyou, briyou, istreyiuta,

Mo prekuntu cuat surá,

Raluzque tanal escai,

Bandu-juta ti nela curitá,

Briyou, briyou, istreyiuta,

Mo prekuntu cuat surá.

Poco después de que Johnson se convirtiera en Bokonon, casualmente el bote salvavidas de su destrozada nave fue hallado en la orilla. El bote lo pintaron más tarde de color oro, y con él hicieron la cama de la autoridad suprema de la isla.

«Hay una leyenda, inventada por Bokonon —escribía Philip Castle en su libro—, según la cual el bote dorado se hará de nuevo a la mar cuando el fin del mundo esté cerca.»

50
Un enano simpático

Mi lectura del libro sobre la vida de Bokonon, se vio interrumpida por la esposa de H. Lowe Crosby, Hazel. La mujer estaba de pie, en el pasillo junto a mí.

—No va a creerme —dijo—, pero acabo de encontrarme con otros dos
hoosiers
en el avión.

—¡Mal rayo me parta!

—No son
hoosiers
de nacimiento, pero ahora lo son de
residencia
. Residen en Indianapolis.

—Muy interesante.

—¿Quiere conocerles?

—¿Cree usted que debo?

La pregunta la desconcertó.

—Son
hoosiers
, igual que nosotros.

—¿Cómo se llaman?

—Ella se llama Conners, y él Hoenikker. Son hermanos, y él es enano. Aunque un enano simpático. —Guiñó un ojo—. Una cosita muy graciosa.

—¿Ya le llama mami?

—He estado a punto de decírselo, pero me contuve. Me pregunté si no sería una ofensa pedirle algo semejante a un enano.

—Bobadas.

51
Vale, mami

De modo que me fui a popa para hablar con Angela Hoenikker Conners y con el pequeño Newton Hoenikker, miembros de mi
karass
.

Angela era la rubia platino con cara de caballo en la que había reparado un rato antes.

Newt era ciertamente un jovencito minúsculo, aunque no grotesco. Resultaba bien proporcionado, igual que Gulliver en el país de los Gigantes, y era, asimismo, un observador igualmente sagaz.

Llevaba una copa de champagne que venía incluida en el precio de su billete. La copa era para él lo que una pecera para un hombre normal, pero bebía con soltura y elegancia, como si la copa y él no hubiesen podido estar más compenetrados.

El pequeño hijo de perra llevaba un cristal de
hielo-nueve
dentro de un termo metido en su equipaje, igual que su hermana, mientras que debajo de nosotros se extendía la inmensidad del agua del Señor: el mar Caribe.

Una vez que Hazel hubo gozado al máximo presentando unos
hoosiers
a otros, nos dejó solos.

—Y recuerden —dijo al irse—, a partir de ahora, llámenme
mami
.

—Vale, mami —dije.

—Vale, mami —dijo Newt. Su voz era bastante aguda, en armonía con su pequeña laringe. Pero se las arreglaba para conseguir una voz claramente masculina.

Angela se empeñaba en tratar a Newt como a una criatura, y Newt transigía con una afable elegancia que yo habría considerado imposible en alguien tan pequeño.

Newt y Angela se acordaban de mí, se acordaban de mis cartas, y me invitaron a ocupar el asiento vacío de su fila de tres.

Angela se disculpó por no haber contestado nunca a mi carta.

—No se me ocurría nada que pudiese interesar a la persona que lee un libro. Podría haberme inventado algo sobre aquel día, pero no pensé que fuese eso lo que usted quería. En realidad, aquel día fue como cualquier otro.

—Su hermano aquí presente me escribió una carta muy buena.

Angela se quedó sorprendida.

—¿Que Newt le escribió? ¿De qué podía acordarse Newt? —Se volvió hacia él—. Pero cariño, ¿si tú no puedes recordar nada de aquel día? No eras más que un crío.

—Sí me acuerdo —dijo Newt dulcemente.

—Ojalá hubiese
visto
la carta.

Angela suponía que Newt era todavía demasiado inmaduro para tratar directamente con el mundo exterior. Angela era una mujer vilmente insensible, incapaz de comprender lo que significaba para Newt ser pequeño.

—Cariño, deberías haberme enseñado esa carta —le reprendió Angela—. También le diré —me dijo volviéndose— que el doctor Breed me advirtió que yo no tenía por qué cooperar con usted. Me dijo que no tenía usted ningún interés en dar una imagen objetiva de mi padre. —De este modo, Angela me hizo ver que yo no le gustaba por eso.

La aplaqué un poco diciéndole que probablemente no escribiría nunca el libro, que yo ya no tenía una idea clara de lo que el libro pretendía o debía pretender.

—Bueno, si alguna vez

lo escribe, mejor que ponga a mi padre como a un santo, porque eso es lo que era.

Le prometí que haría lo que estuviese en mis manos para plasmar esa imagen. Les pregunté si ella y Newt se dirigían a San Lorenzo para alguna reunión familiar con Frank.

—Frank se casa —dijo Angela—. Vamos a la fiesta de compromiso.

—¿Ah sí? ¿Y quién es la afortunada?

—Se la enseñaré —dijo Angela, y de su bolso sacó una cartera que contenía una especie de acordeón de plástico. En cada pliegue del acordeón había una fotografía, en la que pude entrever al pequeño Newt en la playa de Cape Cod, al doctor Felix Hoenikker recogiendo el Premio Nobel, a las horribles hijas gemelas de Angela, y a Frank haciendo volar una maqueta de avión atada al extremo de una cuerda.

Y entonces me mostró una foto de la chica con la que se iba a casar Frank.

Podría haberme dado un golpe en la ingle y el efecto habría sido el mismo.

La foto que me mostró era de Mona Aamons Monzano, la mujer que yo amaba.

52
Ningún dolor

Una vez que Angela hubo abierto el acordeón de plástico, se mostró reticente a cerrarlo hasta que no hubiésemos visto todas las fotografías.

—Aquí están mis seres queridos —declaró Angela.

De modo que miré a los seres que Angela quería. Lo que Angela tenía allí atrapado y plastificado, lo que Angela tenía allí atrapado como escarabajos fósiles en ámbar, eran las fotos de una parte importante de nuestro
karass
. No había ningún
granfalloonero
en la colección.

Había muchas fotos del doctor Hoenikker, padre de la bomba, padre de tres hijos y padre del
hielo-nueve
. El presunto progenitor de un enano y una gigante, era un ser pequeñito.

De entre la colección de fósiles de Angela, la foto del viejo que yo prefería era una en donde aparecía envuelto en ropas de invierno, abrigo, bufanda, botas de agua, y una gorra de lana con una borla muy grande en la coronilla.

Esa foto, me dijo Angela con voz entrecortada, la habían hecho en Hyannis, justo tres horas antes de que el viejo muriera. Un fotógrafo de un periódico había reconocido en el aparente duende de la Navidad, al gran hombre que en realidad era.

—¿Su padre murió en el hospital?

—¡Oh no! Murió en nuestra casita de campo, en una gran silla blanca de mimbre, de cara al mar. Newt y Frank habían ido a pasear por la playa bajo la nieve...

—Era una nieve muy cálida —dijo Newt—. Era casi como andar sobre flores de azahar. Era muy extraño. No había nadie en las demás casitas...

—La nuestra era la única con calefacción —dijo Angela.

—No había nadie en kilómetros a la redonda —recordó Newt sorprendido— y Frank y yo nos cruzamos con ese perrazo negro que andaba suelto por la playa, un Labrador. Le estuvimos echando palos al agua, y él los recogía.

—Yo había vuelto al pueblo para comprar más lucecitas para el árbol de Navidad —dijo Angela—. Siempre poníamos un árbol.

—¿Le gustaba a su padre poner el árbol de Navidad?

—Nunca dijo nada —apuntó Newt.

—Yo creo que le gustaba —dijo Angela—. Sólo que era muy reservado. Algunas personas son así.

—Y algunas no lo son —dijo Newt. Se encogió ligeramente de hombros.

—En fin —dijo Angela—, cuando regresamos a casa, le encontramos en la silla. —Meneó la cabeza—. Creo que no sufrió lo más mínimo. Parecía dormido. No habría tenido ese aspecto si hubiese sufrido algún dolor.

Angela dejó sin contar una parte interesante de la historia. Dejó sin contar que aquella misma Nochebuena, ella, Frank y el pequeño Newt se habían dividido el
hielo-nueve
del viejo.

53
El presidente de Fabri-Tek

Angela me animó a seguir mirando las instantáneas.

—Esa soy yo, aunque no lo crea. —Me mostró a una adolescente de un metro ochenta de estatura. En la foto llevaba un clarinete, iba vestida con el uniforme para desfilar de la banda del instituto de Ilium. El pelo lo llevaba recogido bajo un sombrero de músico de banda. Sonreía con una tímida alegría.

Y en ese momento, Angela, una mujer a la que Dios no le había dado prácticamente nada con lo que cazar a un hombre, me mostró la foto de su marido.

—Y este es Harrison C. Conners. —Me dejó pasmado. Su marido era un hombre sorprendentemente guapo, y por su aspecto, era consciente de ello. Todo un dandy, y en sus ojos tenía el indolente embelesamiento de un Don Juan.

—¿A qué..., a qué se dedica? —pregunté.

—Es el presidente de Fabri-Tek.

—¿Algo de electrónica?

—No podría decírselo aunque lo supiera. Se trata de un trabajo secreto del gobierno.

—¿Armamento?

—Bueno, algo de guerra en cualquier caso.

—¿Y cómo se conocieron?

—Él trabajaba con mi padre como ayudante de laboratorio —dijo Angela—. Después se fue a Indianapolis y fundó Fabri-Tek.

—¿De modo que su matrimonio fue el final feliz de un largo romance?

—No. Yo ni siquiera sospechaba que él sabía que yo estaba viva. Yo le tenía por alguien simpático, pero nunca se fijó en mí hasta después de que muriera mi padre.

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