»Un día pasó por Ilium. Yo andaba por nuestra vieja e inmensa casa, pensando que mi vida ya no tenía sentido... —Angela habló de los días y las semanas horribles que siguieron a la muerte de su padre—. Yo y el pequeño Newt en esa vieja casona. Frank había desaparecido y los fantasmas hacían más ruido del que hacíamos Newt y yo. Yo había consagrado toda mi vida a mi padre, cuidándole, llevándole en coche al trabajo y del trabajo a casa, arropándolo cuando hacía frío y desarropándolo cuando hacía calor, haciéndole comer, pagando sus cuentas. De pronto, me vi sin nada que hacer. Nunca había tenido amigos, y no tenía ni un alma con quien contar, excepto Newt.
»Y entonces —prosiguió— llamaron a la puerta, y allí estaba Harrison Conners. Era el hombre más hermoso que había visto en mi vida. Entró en casa y hablamos de los últimos días de mi padre, y de los viejos tiempos en general.
En ese momento Angela estuvo a punto de llorar.
—Dos semanas más tarde, estábamos casados.
Al volver a mi sitio en el avión, con un sentimiento de desgracia infinita por haber perdido en beneficio de Frank a Mona Aamons Monzano, proseguí la lectura del manuscrito de Philip Castle. Busqué
Monzano, Mona Aamons
en el índice, y el índice me decía que mirase
Aamons, Mona
.
De modo que miré
Aamons, Mona
, y encontré casi tantas referencias de páginas como las que había encontrado bajo el nombre de «papá» Monzano.
Y después de
Aamons, Mona
, venía
Aamons, Néstor
. De modo que me remití a las pocas páginas que tenían que ver con Néstor y me enteré de que era el padre de Mona, un nativo de Finlandia, un arquitecto.
Néstor Aamons había sido capturado por los rusos y después liberado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Sus libertadores no le devolvieron a su patria, sino que le obligaron a servir en la unidad de ingeniería de la
Wehrmacht
que había sido enviada a combatir contra los partisanos yugoslavos. Primero lo capturaron los chetniks, después los partisanos servios monárquicos y por último los partisanos comunistas que atacaron a los chetniks. Los paracaidistas italianos que sorprendieron a los comunistas, le liberaron y le enviaron por barco a Italia.
Los italianos le pusieron a trabajar diseñando fortificaciones para Sicilia. Robó un barco de pesca en Sicilia y llegó a Portugal que era neutral.
Estando allí, conoció a un fugitivo del servicio militar americano llamado Julian Castle.
Castle, al enterarse de que Aamons era arquitecto le propuso acompañarle a la isla de San Lorenzo y diseñar para él un hospital que se llamaría «Hogar de Esperanza y Misericordia en la Jungla».
Aamons aceptó. Diseñó el hospital, se casó con una nativa llamada Celia, engendró una hija perfecta y murió.
En cuanto a la vida de
Aamons, Mona
, el índice daba una imagen surrealista y discordante de las muchas fuerzas en conflicto que habían sido llamadas a actuar sobre ella, y de sus descorazonadas reacciones ante tales fuerzas.
«
Aamons, Mona
—decía el índice—, adoptada por Monzano con el fin de aumentar su popularidad, 194-199, 216 n; infancia en los recintos del Hogar de Esperanza y Misericordia, 63-81; romance de infancia con P. Castle, 72 s; muerte del padre, 89 ss; muerte de la madre, 92 s; desconcertada por su papel de símbolo erótico, 80, 95 s, 166 n, 209, 247 n, 400-406, 566 m, 678; prometida a P. Castle, 193; ingenuidad esencial 67-71, 80, 95 s, 116 n, 209, 274 n, 400-406, 566 n, 678; vive con Bokonon, 92-93, 196-197; poemas sobre, 2 n, 26, 114, 119, 311, 316, 477 n, 501, 507, 555 n, 689, 718 ss, 799 ss, 800 n, 841, 846 ss, 908 n, 971, 974; poemas por, 89, 92, 193; regresa con Monzano, 199; regresa con Bokonon, 197; huye de Bokonon, 199; huye de Monzano, 197; intenta afearse para dejar de ser un símbolo erótico ante los isleños, 80, 95 s, 116 n, 209, 247 n, 400-406, 566 n, 678; tiene a Bokonon de tutor, 63-80; escribe carta a las Naciones Unidas, 200; virtuosa del xilófono, 71.»
Le enseñé el índice a los Minton y les pregunté si no pensaban que el índice era, en sí mismo, una biografía encantadora, una biografía de una diosa del amor que se resiste a serlo. Obtuve una respuesta inesperadamente experta, como ocurre a veces en la vida. Resultó que Claire Minton, en su época, había hecho índices de libros profesionalmente. Yo nunca había oído hablar de tal profesión.
Me contó que había ayudado a hacer la carrera a su marido con lo que ganaba haciendo índices, que las ganancias habían sido buenas, y que poca gente sabía hacer índices correctamente.
Dijo que el hacer índices era algo que sólo el más aficionado de los escritores se comprometería a hacer con su propio libro. Le pregunté qué pensaba del trabajo de Philip Castle.
—Halagador para el autor, insultante para el lector —dijo—. En una palabra escrita con guion —apuntó con la perspicaz amabilidad de un experto—,
auto-indulgente
. Siempre me siento violenta cuando veo un índice hecho por el propio autor de la obra.
—¿Violenta?
—Un índice de una obra hecho por el propio autor es algo revelador —me hizo saber—. Es un espectáculo insolente para un ojo
entrenado
.
—Puede conocer el carácter del autor a través del índice —dijo su marido.
—¿Ah sí? —dije—. ¿Qué puede decir de Philip Castle?
Sonrió ligeramente.
—Cosas que prefiero no contar a desconocidos.
—Disculpe.
—Es obvio que está enamorado de la tal Mona Aamons Monzano —dijo.
—Deduzco que eso le ocurre a todos los hombres de San Lorenzo.
—Tiene sentimientos confusos respecto a su padre —dijo.
—Eso le ocurre a todos los hombres de la tierra —fui provocándole poco a poco.
—Es una persona insegura.
—¿Y qué mortal no lo es? —pregunté. Entonces no lo sabía, pero hacer esa pregunta era algo típicamente bokononista.
—Nunca se casará con ella.
—¿Y por qué no?
—Ya he dicho todo lo que tenía que decir —dijo.
—Me complace encontrar a alguien que hace índices y respeta la intimidad del prójimo.
—Nunca haga el índice de su propio libro —declaró.
Un
duprass
, nos dice Bokonon, es un instrumento valioso para formarse y desarrollar, en la intimidad de una historia de amor interminable, ideas que son raras pero ciertas. La astuta exploración de índices de los Minton era con toda seguridad un buen ejemplo. Un
duprass
, nos dice Bokonon, es también una postura dulcemente presuntuosa, y la postura de los Minton no era ninguna excepción.
Poco después, el embajador Minton y yo nos encontramos en el pasillo del avión, lejos de su esposa, y me hizo saber que era de gran importancia para él que yo respetara lo que su mujer pudiese averiguar a partir de los índices.
—¿Sabe por qué Castle no se casará nunca con la chica, aunque la ame, aunque ella le ame, aunque se criaran juntos? —me susurró.
—No señor, no lo sé.
—Porque Castle es homosexual —susurró Minton—. Mi mujer también ve esas cosas en un índice.
Cuando Lionel Boyd Johnson y el cabo Earl McCabe aparecieron desnudos, arrojados por la mar, en la costa de San Lorenzo, leí, fueron recibidos por personas en un estado muchísimo peor que el de ellos. La gente de San Lorenzo no tenía más que enfermedades que no sabían cómo tratar, ni siquiera cómo nombrar. Por el contrario, Johnson y McCabe llevaban consigo los relucientes tesoros del saber leer y escribir, de la ambición, la curiosidad, el descaro, la irreverencia, la salud, el humor, y una información considerable sobre el mundo exterior.
Sacado de nuevo de los «Calipsos»:
Oh, qué pueblo tan afligido, sí,
Me encontré aquí.
No tenían música, oh,
ni tenían cerveza, no.
Y todos los lugares
Donde intentaban asentarse
Pertenecían a Castle, Compañía Azucarera,
O a los católicos y su Iglesia.
Esta declaración de la situación de la propiedad en San Lorenzo en 1922 es completamente exacta, según Philip Castle. La Compañía Azucarera Castle fue fundada, se da la casualidad, por el bisabuelo de Philip Castle. En 1922, cada pedazo cultivable de tierra de la isla era propiedad suya.
«Las operaciones de la Compañía Azucarera Castle en San Lorenzo —escribía el joven Castle— nunca dieron beneficios. La Compañía, no pagándoles nada a los labriegos por su labor, sólo se las arreglaba para equilibrarse año tras año sin pérdidas ni beneficios, sacando apenas el dinero suficiente para pagar los salarios de los atormentadores de obreros.
»La forma de gobierno era la anarquía, excepto en las contadas situaciones en que la Compañía Azucarera Castle quería poseer algo o conseguir que se hiciese algo. En tales casos, la forma de gobierno era el feudalismo. La nobleza estaba formada por los jefes de las plantaciones de la Compañía Azucarera Castle, que, eran hombres blancos fuertemente armados procedentes del mundo exterior. Los caballeros eran los nativos importantes que, por pequeños obsequios o privilegios tontos, eran capaces de matar, herir o torturar siguiendo órdenes. Las necesidades espirituales de este pueblo, preso en tal demoníaco infierno, corrían a cargo de un puñado de sacerdotes mantecosos.
»La catedral de San Lorenzo, dinamitada en 1923, era generalmente considerada como una de las maravillas del nuevo mundo, creadas por la mano del hombre», escribió Castle.
Que el cabo McCabe y Johnson fuesen capaces de hacerse cargo de San Lorenzo no fue ningún milagro. Sin excepción, nadie de los que habían tomado posesión de San Lorenzo había encontrado resistencia alguna. La razón era simple: Dios, en Su Infinita Sabiduría, había creado una isla carente de valor.
Hernán Cortés fue el primer hombre cuya estéril conquista de San Lorenzo quedaría registrada por escrito. Cortés y sus hombres llegaron en 1519 a sus costas en busca de agua fresca, dieron nombre a la isla, la conquistaron para el emperador Carlos V y nunca regresaron. Posteriores expediciones llegaron buscando oro y diamantes, rubíes y especias, pero no encontraron nada. Quemaron a unos cuantos nativos por herejes y para entretenerse, y siguieron navegando.
«Cuando en 1682 Francia reclamó San Lorenzo —escribía Castle—, ningún español protestó. Cuando en 1699 Dinamarca reclamó San Lorenzo, ningún francés protestó. Cuando en 1704 los alemanes reclamaron San Lorenzo, ningún danés protestó. Cuando en 1706 Inglaterra reclamó San Lorenzo, ningún alemán protestó. Cuando en 1720 España volvió a reclamar San Lorenzo, ningún inglés protestó. Cuando en 1786 unos negros de África asumieron el mando de un barco de esclavos británicos, lo llevaron hasta las costas de San Lorenzo y proclamaron San Lorenzo nación independiente, un imperio con un emperador, la verdad es que ningún español protestó.
»El emperador fue Tum-bumwa, única persona que consideró la isla como algo digno de defender. Maníaco como era, Tum-bumwa hizo que se erigiera la catedral de San Lorenzo y las fantásticas fortificaciones que hay en la costa norte de la isla, fortificaciones dentro de las cuales se encuentra actualmente la residencia privada del así llamado Presidente de la República.
»Las fortificaciones nunca han sido atacadas, y ningún hombre en su sano juicio ha propuesto nunca motivo alguno por el que deberían ser atacadas. Nunca han defendido nada. Se dice que en su construcción murieron mil cuatrocientas personas. De estas mil cuatrocientas, cuentan que alrededor de la mitad fueron ejecutadas en público por falta de entusiasmo en el trabajo.»
La Compañía Azucarera Castle llegó a San Lorenzo en 1916, durante el boom del azúcar de la Primera Guerra Mundial. No había ningún tipo de gobierno, y la empresa pensó que con el precio del azúcar tan alto, hasta los campos de arcilla y grava podían labrarse provechosamente. Nadie protestó.
Cuando McCabe y Johnson llegaron en 1922 y anunciaron que ellos mismos se harían cargo, la Compañía Azucarera Castle se replegó fláccidamente, como de un sueño nauseabundo.
«Los nuevos conquistadores de San Lorenzo tenían al menos una peculiaridad realmente nueva —escribía el joven Castle—; McCabe y Johnson soñaron con hacer de San Lorenzo una Utopía.
»Con este propósito, McCabe rehízo las leyes y la economía.
»En cuanto a Johnson ideó una nueva religión.»
Castle volvía a citar los «Calipsos»
Yo quería que todo
Pareciese tener sentido,
Y ser todos felices, sí,
En lugar de enemigos.
Y mentiras inventé
Que acoplaran bien,
Y de este mundo hice
Un par-a-iso.
Mientras leía aquello, alguien me tiró de la manga. Levanté la mirada.
El pequeño Newt Hoenikker estaba plantado en el pasillo, junto a mí.
—Pensé que quizá le gustaría volver al bar —dijo—, y empinar un poco el codo.
De modo que empinamos un poco el codo y la lengua de Newt se soltó lo bastante como para contarme algunas cosas sobre Zinka, su novia bailarina, enana y rusa. Su nido de amor, me dijo, había estado en la casita de su padre en Cape Cod.
—Quizá no llegue nunca a tener boda, pero al menos he tenido luna de miel.
Me habló de las horas idílicas que él y Zinka habían pasado abrazados, metiditos en la vieja silla blanca de mimbre de Felix Hoenikker, puesta de cara al mar.
Y Zinka bailaba para él.
—Imagínese una mujer bailando sólo para mí.
—Veo que no se arrepiente usted de nada.
—Me rompió el corazón, lo cual no me gustó mucho. Pero ese fue el precio. En este mundo, nadie da nada por nada.
Newt propuso un brindis heroico:
—Por las novias y las esposas —exclamó.
Yo estaba en el bar con Newt, H. Lowe Crosby y una pareja de desconocidos cuando divisamos San Lorenzo. Crosby hablaba de los mequetrefes.
—¿Saben qué entiendo yo por mequetrefe?
—Conozco la palabra —dije—, pero evidentemente para mí no tiene las mismas connotaciones majaderas que tiene para usted.