Danzantes de la Espiral Negra (6 page)

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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

BOOK: Danzantes de la Espiral Negra
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Quería ofrecerles un trato, algo a cambio de su vida, su libertad. Pero no se le ocurría una sola cosa que pudiera interesarles. Lo único que sabía que querían de él era su voluntad, su rendición incondicional y eso no podía dárselo.

Así que siguió cayendo de cabeza, a través de capas y capas de susurros y tentaciones, temiendo el momento en que aquella caída llegara a su fin, temiendo el momento en que descubriera que no lo tenía.

El viento lo puso a prueba una tercera vez.

—Si te comprometes a servirnos, a mi hermano y a mí —le ofreció—, te salvaremos. Tenemos el poder de hacerlo. ¿Lo dudas? Bien. Ven, hay algo que queremos mostrarte.

Arkady se sintió de repente elevado de un tirón, como si hubiera llegado al final de una cuerda invisible. Gritó al sentir que su cuerpo era obligado de nuevo a aceptar la conocida carga de su propio peso. Casi esperaba que los vientos estuvieran jugando con él, que no fuera capaz nunca más de distinguir las cosas en medio del remolino. Pero mientras dirigía una mirada entornada hacia el corazón de los vientos, con los ojos llenos de lágrimas y teniendo que hacer un gran esfuerzo para enfocar, avistó en la distancia algo que se debatía.

Un ave de presa de plumaje tan blanco que parecía emitir su propia luz describió un giro en el cielo. Pero algo andaba mal. Mientras Arkady observaba, el majestuoso pájaro viró repentinamente y trató de ganar altitud. Era una batalla perdida: los vientos lo habían atrapado ya. Al principio jugaron con él, zarandeándolo de acá para allá, arrojándoselo el uno al otro. Y mientras lo hacían iban incrementando su fuerza, hasta alcanzar la de un auténtico huracán. Vio que le arrancaban una pluma de la cola y luego otra. Era un juego cruel y no había dudas sobre su propósito o su eventual desenlace.

—¡Basta! —rugió Arkady pero los vientos se llevaban sus objeciones, las hacían jirones y las desperdigaban en cuanto les ponía voz.

—Dinos lo que ves, cachorro de lobo.

—Sólo veo la crueldad despreocupada de un tirano y un cobarde. ¿Qué ofensa os ha infligido esa criatura? ¿Qué amenaza podría representar para vosotros? Si habéis preparado la tortura de ese pájaro con la esperanza de impresionarme, habéis fracasado de pleno.

—¿Es que no reconoces a la miserable criatura? —se burlaron los vientos—. A juzgar por tu presunción y jactancia, hubiéramos creído que os conocíais mejor. Mira mejor su plumaje. Es característico, ¿no te parece? ¿No hay nada en su porte orgulloso que te resulte familiar? ¿La curva predatoria del pico o las garras, quizá?

Y entonces, como si se hubiera levantado un velo interpuesto hasta entonces entre la acosada criatura y él, la vio con claridad por primera vez. Era un halcón, de eso no había duda. A pesar de lo difícil que era juzgar cosas tales como tamaño, distancia y tiempo en aquel lugar —en aquel reino apartado de todo punto de referencia convencional— Arkady tuvo de repente la impresión de una abrumadora vastedad. El halcón era tan grande que hubiera tenido dificultades para posarse en una percha tan humilde como la cima de una montaña. Un grito involuntario escapó de los labios del Colmillo Plateado.

—Bueno. Después de todo sí reconoces a tu patrón. Queríamos que comprendieras, que vieras con tus propios ojos, que ni siquiera Halcón puede ayudarte aquí, muchacho. ¿Qué es un mero Halcón comparado con la majestad, la furia, el alcance de los vientos? Nosotros extendemos una mano y Halcón se remonta. Si le retiramos nuestro favor…

Halcón cayó a plomo, como una roca. Arkady se precipitó en su dirección pero ya era demasiado tarde. El noble pájaro había desaparecido, batiendo las alas en vano donde no había nada que las sustentara y profiriendo un graznido desafiante en su caída.

—Tu devoción —le sugirió el viento— tiene un destinatario equivocado. Reconsidérala. Sírvenos y te elevaremos, te llevaremos al umbral del firmamento nocturno y a tu seguridad. Rehúsanos y no volveremos a tenderte la mano, aunque eso signifique que te hagas pedazos contra el suelo de la misma Malfeas. Que las consecuencias recaigan sobre tu cabeza.

No necesitó muchas deliberaciones para llegar a una conclusión. Claro que, a decir verdad, las deliberaciones nunca habían sido lo suyo.

—Idos al infierno.

—Una interesante elección de palabras —dijo el viento mientras lo soltaba. Al instante, su cuerpo reemprendió su caída en picado—. El infierno… está acercándose solo.

Arkady sintió de repente el peso de la roca a su alrededor, sobre él, pasando a su lado desde todas direcciones. La sensación de encontrarse en un vasto espacio abierto desapareció. En su lugar, Arkady se encontró con otra de claustrofobia y un viento opresivo y caliente que le azotaba el rostro. Olía a humo, queroseno, productos químicos y cosas aún peores. Vio una luz allí, muy por debajo de él, un resplandor malsano que se hacía más intenso y firme a cada momento que pasaba.

Pero había algo más. Al principio Arkady creyó que se trataba simplemente de otro de los fuegos que ardían allá abajo. Pero no tardó en darse cuenta de que se trataba de algo diferente, una franja blanca, que no se alzaba desde abajo para salir a su encuentro sino que estaba como él cayendo en picado hacia la oscuridad. Algo dentro de Arkady saltó en su dirección al reconocerlo.

Lanzó un aullido hacia él, tratando de salvar la brecha que los separaba con el tenue cordón umbilical de su voz. Parecía estar cortando la distancia entre la forma blanca que se debatía y él, cosa que no hubiera sido posible de estar cayendo libremente los dos. Pero allí estaba, justo debajo de él, sacudiendo las alas con frenesí, tratando de ganar altitud. Un halcón blanco.

Arkady quería llamar al halcón (¿O acaso era el propio Halcón?) para tranquilizarlo, para hacerle saber que no lo había traicionado. Pero sus palabras le fueron arrancadas y salieron despedidas hacia arriba.

Entonces, frente a sus ojos, el halcón plegó las alas a ambos lados del cuerpo, se hizo un ovillo y comenzó a dar vueltas sobre sí mismo.

—¡No! —aulló Arkady. Se arrojó con tanta desesperación contra el pájaro que él mismo empezó a girar y lo perdió de vista mientras trataba de enderezarse—. ¡Espera! No te he abandonado. Los vientos trataron de conseguir que lo hiciera pero no lo hice. No…

La voz que escuchó entonces no llegó hasta él a lomos de los vientos. Más bien parecía venir de algún lugar de su interior.

Era profunda, atronadora y resonaba en sus mismos huesos y lo llenaba con su vastedad.

—Y YO —dijo la voz— NUNCA TE ABANDONÉ.

Era una voz demasiado grande para estar contenida en tan frágil recipiente. Lo recorrió desgarrándolo, buscando una salida. Emergió por su garganta con un aullido desafiante que arrancó peñascos de las paredes rocosas que se extendían a ambos lados de él. Brotó de sus ojos acompañada de una luz ardiente que disipó las crecientes sombras. Floreció en cada una de sus heridas abiertas, que se cerraron y cauterizaron a su paso.

Y lentamente, con paciencia atroz, la voz se desplegó en su espalda herida formando unas alas crepitantes de la más pura de las llamas blancas.

Sexto círculo
la danza de la corrupción

Arkady despertó, entre toses y arcadas, flotando cabeza abajo en un lago ardiente. Sólo entonces descubrió el último regalo de Halcón, la imposibilidad de recordar los detalles de los últimos y terribles minutos de su caída.

El choque contra la superficie del lago y la inmersión en las profundidades de sus fétidas aguas le había devuelto el sentido. Había tenido la suerte de no emerger directamente bajo uno de los charcos de aceite y lodo mezclados que flotaban en la superficie del lago, ardiendo y despidiendo negras y arrebolados nubarrones.

Desorientado, vomitando a chorros agua sucia y vapores nocivos, nadó hacia lo que esperaba que fuera la orilla más próxima. Pareció tardar una eternidad. Cuando salió al fin de las turbias aguas, le dolían todos los músculos de los brazos y las piernas. Pero era el dolor de un esfuerzo honesto. Arkady no se había sentido tan bien desde que apartara la Piedra de los Tres Días y entrara en la madriguera olvidada de Gaia en la que moraban los Danzantes de la Espiral Negra.

Una película de sangre y aceite se había pegado a él como una resplandeciente segunda piel. O quizá, en su caso, una tercera piel. Cambió a su forma de lobo y unos regueros densos y oscuros resbalaron sobre su pelaje y acabaron formando un charco inmundo a sus pies.

No se había alejado ni tres pasos tambaleantes de la orilla del agua cuando se desplomó. Vomitó violentamente sobre el suelo de piedra. Casi de manera inconsciente, reparó en que alguien se había tomado grandes molestias para limar el suelo de baldosas de granito hasta dejarlo impoluto, perfectamente suave y casi blanco. No les haría gracia su aparición.

Su boca esbozó una amplia sonrisa mientras se la limpiaba con el dorso de una de las zarpas. Tenía la intención de ofender mucho más gravemente a los moradores de aquel lugar antes de que todo acabara.

Todavía a cuatro patas, se sacudió entero y envió una llovizna de líquido negro en todas direcciones. Para su sorpresa, algo o alguien que se encontraba dentro del alcance del malsano líquido se movió bruscamente como respuesta. Al instante adoptó una postura defensiva.

Había una mujer frente a él. Después de haberse apartado apresuradamente, no se encontraba ahora ni a cinco pasos de distancia. Era alta y de porte regio y estaba coronada por una melena de espeso cabello del color de la medianoche, que le caía por toda la espalda. Sus ojos eran muy orgullosos y se clavaban en él, desafiándolo a mirar a cualquier otro lado.

Arkady se irguió trabajosamente y regresó con cierta inquietud a su forma humana, pero descubrió con alegría que por el momento lo sostenía en pie. De pie frente a ella, como un igual, permitió que sus ojos la recorrieran de arriba abajo y la evaluaran con lentitud. Vestía un largo traje hecho de piel de lobo blanco, algo que hizo que se le erizara instintivamente el vello de la nuca. Podría haber sido un abrigo, al menos en alguien que llevara más ropa por debajo. Puede que una túnica, entonces. Se le abría en la parte delantera para revelar dos pechos diminutos acabados en punta. Y debajo de ellos, seis pezones de color tinto que recorrían su vientre formando dos líneas paralelas.

Ella siguió su mirada y soltó un bufido despectivo.

—Soy Illya, doncella de la Dama Zhyzhak. Y tú eres Arkady, de la Casa de la Luna Creciente.

La inflexión de su voz revelaba que no se trataba de una pregunta. Lo que no estaba tan claro era lo que quería de él.

—Doncella —repitió sacudiendo la cabeza sin apartar los ojos un solo instante de las suaves curvas de su pecho y su bajo vientre. A pesar de la luz imprecisa de las llamas de aceite y la densa humareda que despedían, podía distinguir el cálido rubor de su piel y el fino vello, parecido a la pelusa de un melocotón, que la cubría. Que la cubría por entero sin esconder nada. Una falsa modestia.

—Mi señora me pide que te dé la bienvenida al Templo Obscura —dijo.

Arkady reparó en ese momento en la delicada tracería de finas cicatrices blancas que cubría su cuerpo de un lado a otro.

Aparentemente, la tal Zhyzhak no sólo apreciaba la belleza, sino que también le gustaba domarla. Con visible esfuerzo, Arkady volvió en sí.

—¿Es ella la que te ha hecho eso? —preguntó con voz imperiosa.

La mujer pareció confundida un instante antes de comprender a qué se refería. Cohibida, empezó a taparse con las pieles. Entonces se detuvo, separó las manos de la ropa y empezó a pasárselas, lenta y parsimoniosamente, por las dos líneas de pezones. Le lanzó una mirada condescendiente.

—Con sus propias manos —dijo con aire desafiante.

—Entonces —replicó él— ya no eres su doncella, Illya. Yo te libero. Ya no estás atado a esa criatura. Puedes irte. Y no tienes que temer que vaya a buscarte; me encargaré personalmente de ello.

Al oír aquella declaración, Illya echo la cabeza atrás y se rió a carcajada limpia: una serie de ladridos lupinos y musicales. Cuando se hubo recuperado, dijo:

—La Dama no me dijo que fueras tan astuto, Lord Arkady. A decir verdad, te ha pintado como un poco tonto y algo más pagado de ti mismo. Pero ya veo que se trataba de otra de sus pequeñas crueldades a mis expensas. Tienes que ser realmente divertido si aspiras a ocupar mi lugar al servicio de la Dama. Yo soy una de sus favoritas.

De repente todo atisbo de alegría había desaparecido de su voz.

—No me has comprendido —dijo Arkady con brusquedad— pero eso no supone gran diferencia. Llévame ante tu señora y resolveré el asunto con ella en persona. He dicho que eres libre y por tanto eres libre. No hay más que decir.

Ella lo observó durante largo rato.

—¿Y por qué iba yo a querer…? No importa. Tengo un mensaje de la Dama para ti. Y también un regalo. Se me ordenó salir a tu encuentro y entregártelos. ¿Vas a permitirme que lo haga? Seguro que hasta tú comprenderás que no puedo ser «libre» hasta que no haya cumplido con el cometido que se me ha encomendado.

—Podrías haberlo mencionado antes —gruñó Arkady.

Ella lo ignoró.

—He aquí tu mensaje: la Dama Zhyzhak te informa de que sabe por qué estás aquí y dice que te esperará en la espiral. Os encontraréis en el quinto giro, que es el círculo del combate.

—¿De veras?

Arkady no logró disimular del todo su sonrisa.

—¿De qué te ríes? —lo desafió ella.

—Sólo estaba pensando que, a juzgar por su mensaje, tu señora no tiene la menor idea de por qué estoy aquí. Pero puedes estar segura de que estaré muy atento por si la veo. ¿Algo más?

—Sí, esto. —Illyia sacó un pequeño saco que traía dentro de la piel. Sin dirigirle una sola mirada, se lo arrojó a Arkady a los pies. Cayó al suelo sin hacer ningún sonido apreciable y sin rebotar ni rodar—. ¿Soy libre ahora?

Su sonrisa era burlona.

—Ya te lo he dicho —replicó Arkady mientras se inclinaba para recoger el saco.

Cuando volvió a incorporarse se encontraba a solas. Su aguzado sentido del oído captaba el rumor de unos pasos que se alejaban por el suelo de piedra. No los siguió.

Trató de abrir el cordel que mantenía el saco cerrado. La manipulación delicada nunca había sido su fuerte. La fuerza bruta proyectada sobre un escenario de proporciones épicas… eso era más de su estilo. Era una fuerza de la naturaleza y del destino.

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