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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

Danzantes de la Espiral Negra (13 page)

BOOK: Danzantes de la Espiral Negra
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Albrecht se echó a reír a carcajadas. No era un sonido jubiloso. Requería el entrechocar de los letales colmillos y un montón de saliva desparramada.

—Vamos a dejar algunas cosas claras ahora mismo —dijo. Había logrado controlarse y había recobrado unas proporciones humanas. Como mínimo, eso hacía que la conversación pudiera pasar con más facilidad de una serie de amenazas de cuatro letras y gruñidos monosilábicos—. Uno, no vas a tocar a la chica. En ningún caso. Dices que puedes curarla pero yo no me lo trago. Dos, no vas a tocar la corona. He pagado por ella, con mi sangre y con mi piel. Como seguro que no tengo que recordarte precisamente a ti. El propio Halcón me la puso en la cabeza. Y no se va a mover de ahí hasta que Él me la pida. ¿Me entiendes?

Arkady asintió.

—Sí. Y ahora tú debes entenderme a mí. Estoy siguiendo el mandato de mi abuelo.

Lo dijo con voz callada pero plena de autoridad.

—Y una mierda.

—Pues es verdad. Estoy recorriendo la espiral en Malfeas para redimir a sus hijos perdidos. Samladah camina a mi lado y el Abuelo Halcón vuela sobre mí. Abro la boca y es su llamada la que emerge. Necesito la corona, Albrecht; y voy a conseguirla.

Mientras hablaba, unas alas de abrasadora llama blanca brotaron con agónica lentitud de sus hombros.

Evan, aún arrodillado junto a Mari, levantó la mirada hacia el inesperado resplandor y profirió una imprecación.

Albrecht entornó los ojos. Recordaba la gloria de las alas del Abuelo Halcón, no solo su majestad, sino también su absoluta solaz. Conocía su contacto, sabía lo que era estar envuelto en su protección. El recuerdo de cada pluma estaba grabado a fuego, no sólo en sus ojos, sino en cada centímetro de su carne dolorida y expuesta. Era parte de él.

Al contemplar el resplandor de las alas de Arkady, supo que algo andaba mal. No era que la mano del Abuelo Halcón no se hubiera posado sobre él —¿Dónde podía haber obtenido aquel don sino de rodillas frente al tótem de los Colmillos Plateados?—, pero Albrecht percibió que las alas no eran prístinas. Estaban deshilachadas en los extremos y recorridas por pulsantes venas negras. Cada vez que la sangre recorría aquellos inquietantes conductos, Albrecht se encogía.

A su espalda, Mari empezó a sollozar en su coma.

—Jesús, apaga eso, ¿quieres? —gruñó Albrecht.

—Cuento con la bendición de Halcón en esto, Albrecht —dijo Arkady—, estoy haciendo lo que debe hacerse para redimir a su pueblo. A
nuestro
pueblo. No te pido tu bendición y ni siquiera tu comprensión. Lo único que te pido es la Corona de Plata.
Necesito
la corona.

Dio un paso al frente.

Albrecht se aguardó impasible.

—Lo que tú necesitas es una buena patada en el culo.

—Una vez utilizaste el poder de la corona para darme una orden —dijo Arkady, cada vez más cerca—. Ahora voy a utilizarlo yo para dártela a ti. Entrégala a mi cuidado.

—No es así como funciona —dijo Albrecht mientras se adelantaba para reanudar su batalla.

—Claro que sí. La corona te obliga, Albrecht, igual que tú utilizas su autoridad para gobernar a otros. No es una corona de laurel, una recompensa por las victorias alcanzadas, es un compromiso, una solemne y sagrada responsabilidad. ¿Quieres ser rey? ¡Bien, entonces actúa como un rey! Te digo esto: el lugar de un rey no está junto al lecho de los muertos y los moribundos. Está en primera línea del frente. Tu pueblo, nuestro pueblo, ha caído en manos del Wyrm, y tú no estás dispuesto a apartarte de las faldas de las mujeres para liberarlos de su cautiverio.

—¿De qué demonios estás hablando? —rugió Albrecht.

—El lugar de un rey —dijo Arkady— está dondequiera que sus súbditos hayan caído entre sus enemigos. Ahí me encuentro yo ahora. En la Espiral, en el corazón de Malfeas. Aquí, donde sufren los hijos de Halcón. Él ha escuchado sus gritos y me ha encargado que defienda su causa porque tú, su soberano legítimo, no vas a hacerlo. Pero no puedo vencer sin tu ayuda. Necesito la corona para hacer el trabajo de un rey.

—No. —Fue la voz de Evan la que respondió. Se incorporó y se colocó junto a Albrecht—. No lo escuches. Tenías razón. Este tío no puede ayudar a Mari. No entiende nada.

Albrecht se sacudió de encima el brazo de Evan en un gesto colérico.

—El sitio de un rey —les gritó Evan a los dos gigantescos Colmillos Plateados— no tiene nada que ver con cabalgar a la cabeza de un ejército, o emprender absurdas gestas dignas de locos. Tiene que ver con estar donde está sufriendo su pueblo. Tiene que ver con la compasión, no con la heroicidad. Tiene que ver…

—La verdad habla por boca de los niños —lo interrumpió Arkady—. ¿Has oído al niño, Albrecht? El lugar de un rey está allí donde su pueblo sufre. Voy a regresar a Malfeas para redimir a nuestro pueblo. Puedes comportarte como un rey y venir conmigo o entregarme la corona para que pueda hacer lo que debe ser hecho.

—Eso no es lo que he dicho. He… —empezó a decir Evan, pero fue interrumpido.

—Ahórratelo, chico —gruñó Albrecht:

—¡Pero no puedes tragarte esa basura sobre regresar con él a Malfeas! Jesús, de todas las estupideces salvajes y de macho alfa…

—He dicho que te lo ahorres.

El rostro de Arkady esbozó una amplia sonrisa. Era suyo. Ya estaba imaginándose a sí mismo, llevando la más poderosa reliquia de los Colmillos Plateados hasta el mismo reducto del Wyrm. Sentía el peso de la tradición, la profecía y los cuentos de antaño que se alineaban como estrellas para señalar entre todos el camino hacia su propio y glorioso destino.

Albrecht se acercó con lentitud a Mari. Se inclinó sobre ella y le dio un beso de despedida en la frente. Sin decir palabra, se incorporó y se volvió hacia Arkady.

Evan estaba allí, entre ambos. Empujó a Albrecht con todas sus fuerzas pero el Ahroun no se movió un milímetro.

—¡No! Maldita sea, no puedes hacerlo. No puedes abandonarla. Te devolveré el sentido común a golpes si es necesario. No creas que no lo haré.

Albrecht dirigió la mirada a Evan pero se veía a las claras que sus pensamientos estaban en otra parte. Le puso una mano en el hombro y lo apartó con suavidad.

—Tienes que dejar que haga lo que tengo que hacer. De otro modo, no solo seré menos que un rey sino que seré menos que un hombre.

Evan empezó a protestar de nuevo pero Albrecht lo interrumpió.

—Evan. Basta.

Se volvió de nuevo hacia Arkady.

—¿Preparado? —preguntó el Colmillo Plateado caído.

—Sí, estoy preparado —musitó Albrecht. Levantó la mano y se quitó la Corona de Plata de la cabeza. Le dio varias vueltas entre las manos y la contempló desde todos los ángulos. Como si la fuerza para hacer lo que tenía que hacer estuviera escondida en su interior y pudiera sacarla de allí.

Maldijo.

—Si ser rey significa abandonar a Mari para que muera a solas —dijo—, a la mierda con el trono.

La preciosa reliquia pasó volando junto a la cabeza de Arkady y rebotó con un tintineo metálico en la pared del otro lado.

—Llévatela y lárgate ya de aquí.

Durante un prolongado momento, nadie se movió o respiró siquiera. Al fin, Arkady exhaló un suspiro y se encogió de hombros.

—Como quieras —dijo. Se inclinó y recogió la dentada corona de donde había ido a caer. La limpió y se la puso en la cabeza—. ¿Qué aspecto tengo?

Ninguno de ellos lo miró. Arkady volvió a encogerse de hombros, extendió los brazos hacia la Espiral de Plata y regresó allí.

Pasó un rato largo desde que Arkady se marchara antes de que Albrecht o Evan se movieran o dijeran algo.

—No tenías que habérsela dado —refunfuñó Evan, sin apartar los ojos del lugar en el que la corona había caído al suelo minutos antes.

Era el más reciente y ambiguo milagro de Halcón y ninguno de los dos sabía qué pensar de él. Allí, brillante en el suelo, en el sitio exacto en el que había caído, se encontraba la Corona de Plata.

—Que me maten si voy a recogerla.


Tienes
que recogerla —dijo Evan. Cruzó la habitación e hizo justamente lo que decía, aunque con aire entre reverente y temeroso. Se volvió y se la ofreció a Albrecht—. Es una señal, so burro. Mari te daría una patada en la cabeza si te oyera hablar así. Cógela.

Empujó la reliquia en dirección a Albrecht.

—¿Una señal de qué? —Resopló con aire disgustado y se volvió hacia el cuerpo inconsciente de Mari—. Como si necesitara más «señales» para recordarme que no puedo ocuparme de mi pueblo. ¡Joder, si ni siquiera puedo ocuparme de mi propia manada!

—Pero te estás ocupando de Mari. Renunciaste a la corona, al trono, a todo, sólo por su bien. Lo he visto. Estás haciendo exactamente lo que cualquier compañero de manada debería hacer… lo que un rey debería hacer. Estás ocupándote de los tuyos. Esto no cambia eso.

Le puso la corona en las manos.

—Un rey debería estar allí donde se encuentre la mayor amenaza para su pueblo —gruñó Albrecht.

—Si Halcón no necesitara un rey aquí, haciendo exactamente lo que tú estás haciendo, ¿crees que esto seguiría aquí? Tomaste una decisión difícil, Albrecht. No sé si yo hubiera podido hacerlo.

—¿Sí? ¿Y qué me dices de la decisión que no tomé? ¿Qué me dices de Arkady?

—Puede —respondió Evan— que Halcón necesite también un rey para recorrer la Espiral Negra.

Noveno círculo
la danza del engaño

Arkady dio otro paso y volvió a encontrarse sobre la Espiral de Plata, de camino al corazón mismo de Malfeas. Estaba exultante. Había desafiado a Albrecht por la Corona de Plata. Por el derecho a llevarla a la guarida del Wyrm para redimir a sus caídos ancestros. Y había vencido.

Pero Arkady no hubiera podido anticipar el efecto dramático que la presencia de la Corona de Plata tendría allí, entre las negras serpentinas del mismo Wyrm.

Todo el paisaje pareció trasformarse como respuesta a la presencia del legendario artefacto. La reacción fue extrema y contradictoria, y Arkady se vio atrapado directamente en medio de las fuerzas contendientes. Todo a su alrededor —hasta los muros y el suelo— empezó a convulsionarse al mismo tiempo, acercándose o alejándose de él.

El acantilado cortado a pico de la Espiral Negra, justo a su izquierda, se retorció y se encabritó como si quisiera apartarse de la presencia de su ancestral adversario. A su derecha, los quitinosos segmentos del cuerpo del Wyrm se deslizaron con un chirrido en la dirección contraria. Arkady tuvo la innegable impresión de que unas cadenas letales, tan grande cada una de ellas como una montaña, se tensaban alrededor de su cuerpo. Tratando de convertirlos a él y a la osada reliquia en polvo.

Tuvo un momento de penetrante duda y se preguntó si le habrían tendido una trampa para que llevara la corona hasta allí. Un presente involuntario para el Wyrm, entregado en persona sobre una bandeja de resplandeciente plata. Gritó el nombre de Sara pero no obtuvo respuesta.

Una oleada de nausea se abatió sobre él y cayó al suelo. Demasiado tarde comprendía el otro cambio que había provocado inadvertidamente al llevar allí la Corona de Plata. Bajo sus pies, la Espiral de Plata, el tenue cordón umbilical sobre el que caminaba, estaba deshaciéndose.

¡No!
, protestó en silencio.
No puede ser. No he llegado hasta tan lejos para fracasar ahora
. Trató de convocar el poder de la corona, de ordenar a las últimas volutas de la senda de plata que permanecieran en su lugar. Y por espacio de un segundo de triunfo, creyó que había logrado alcanzar la reserva de oculto poder de la reliquia, de arrancar el don de Halcón de su metálica tumba.

Un brillante haz de plata avanzó a su alrededor, se enroscó a lo largo de su brazo. Alzó un puño cubierto de energía crepitante hacia los cielos, como desafío.

Fue entonces cuando comprendió, mientras el destellante haz de luz escapaba de su cuerpo, que no había salido de la corona sino que era otro jirón de la Espiral de Plata que se liberaba.

Profirió un aullido de frustración mientras su pierna derecha se hundía en el agujero que, hasta hacía un momento, había sido un suelo firme. El contacto de la senda quemaba como el fuego. Trató de ponerse en pie y se desolló las palmas de las manos en el proceso, pero ya estaba mucho más allá de tales trivialidades. Ahora sólo pensaba en encontrar algo sólido, algo a lo que aferrarse antes de que fuera arrojado de nuevo a la oscuridad. El onírico paisaje estaba deshaciéndose entero a su alrededor y no era capaz de encontrar sustento en la senda cada vez más delgada.

Sintió una trepidación y el suelo bajo su otro pie empezó a retorcerse y a ceder. Sabía que ahora sólo le quedaba una salida. Por mucho que temiera aquella posibilidad, y había pasado semanas tratando de encontrar otro camino para evitarla, supo que no le quedaba otra opción. Saltó de la senda con todas sus fuerzas, se elevó a gran altura y se agarró al borde de la Espiral Negra.

Allí. Permaneció allí suspendido un momento, contemplando cómo se disolvían bajo sus pies los últimos restos de lo que había sido la Espiral de Plata, su última y mejor esperanza de llegar hasta el centro del laberinto. Ahora sólo le quedaba un camino para seguir adelante. Se resignó a él y se encaramó a la Espiral Negra.

A decir verdad, su primera sensación fue de alivio. No sólo ese alivio que acompaña siempre a la constatación de que por fin ha ocurrido lo que uno lleva mucho tiempo temiendo. No, era un alivio más humilde, el que se debía al hecho de que el suelo no quemaba como había hecho el de plata. A estas alturas las suelas de sus pies apenas eran otra cosa que llagas supurantes y Arkady sólo podía dar gracias por pequeños alivios como aquél.

Fue en ese momento cuando se percató de que ya no estaba solo. Detectó un movimiento a su derecha, en el extremo de su campo de visión. Se volvió para enfrentarse a esta nueva amenaza. Un haz de plata —uno de los restos que se había soltado de la Espiral de Plata— yacía chisporroteando y retorciéndose sobre el camino como una gota de agua en una sartén caliente. Arkady se maldijo a sí mismo y a sus crispados nervios.

Se puso en camino, con cuidado para no tocar el todavía vivo arco de energía. Pero mientras se acercaba, comprobó que se volvía más sustancial y adquiría profundidad y forma. Se aproximó.

Ahora había una figura tirada sobre el camino, frente a él. La pequeña y quebrantada figura de un hombre envuelto en un nimbo de destellante plata. Ignorando las crepitantes energías que la rodeaban, Arkady alargó la mano y cogió a la figura del brazo. Su mano pareció atravesar los bíceps y se hundió hasta los nudillos bajo la superficie de la trémula piel.

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