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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

Danzantes de la Espiral Negra (10 page)

BOOK: Danzantes de la Espiral Negra
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»Desde las copas de los árboles, ambos mundos se extendían frente a sus ojos, desnudos ante su escrutinio. Pero Chalybs tenía sólo ojos para el mundo de los vivos. Le gustaba dirigir la mirada más allá de las aguas tranquilas del lago, donde podía distinguir los campos cimbreantes de trigo, el sonido traqueteante de los carromatos, las volutas de humo que ascendían de las cabañas de los campesinos. Sus ensoñaciones estaban llenas del distante refulgir de la luz del sol sobre el hierro, la hoja del arado cortando la rica marga parda de los campos, la nana del balanceo de la guadaña.

—Mamá, ¿podré cruzar las aguas este año para colaborar en la cosecha? —Era la voz de Sara la que había proseguido con la narración. Como era su derecho ancestral. Enhebrando el hilo de una historia que en justicia le pertenecía a ella.

»Y Samladh se echó a reír y le apartó el pelo de los ansiosos ojos, azules como el acero. «Los granjeros del condado del lago ya tienen manos de sobra, mi querido imprudente. Mi querido y pequeño granjero».

»Chalybs se echó a llorar. «Cuando sea un hombre, cruzaré las aguas y no podrás hacer nada para impedírmelo. Ni tus grilletes de hierro ni tus astutos versos podrán detenerme. Tendré mi propia granja y te mandaré una harina tan fina que no podrás sostenerla entre las manos. Y unos cerdos tan gordos que la balsa cruzará el lago sobre sus espaldas y no al revés».

»Samladah lo acercó a sí y le susurró cuentos de las tierras misteriosas que había al otro lado de las aguas: de plazas de mercado llenas de fornidas campesinas que vendían a gritos sus mercancías. De la magia de las poderosas cercas de madera y de las piedras que marcaban los lindes. De rosarios de ajo y cebollas colgadas de las vigas.

Poco a poco, empezó a arrastrarse hacia él, luchando contra la corriente.

—Eso es. Ya casi estás aquí —dijo Arkady. La cogió del antebrazo y tiró con fuerza. Era sólida, tangible. Real. Con un último y fuerte tirón, cayó con todo su peso sobre él y se le agarró, temblando y jadeando.

La abrazó en silencio durante largo rato. Al fin, dijo:

—No trates de abarcarlo todo o de encontrarle sentido. Busca algo pequeño para concentrarte, como un sonido. Tu respiración puede valer; mantenla controlada y regular, dentro y fuera, lentamente. O el sonido de tus pasos sobre la piedra, contando el número de baldosas, buscando las grietas con los pies. O podrías tratar de repetir un fragmento de un poema o una historia o una canción una vez tras otra. ¡O hasta recitar la tabla de multiplicar!

Sara asintió, se apartó de él y se incorporó por sí sola.

—Está bien —dijo—. Ya estoy bien. Gracias.

La soltó y dejó escapar otro largo suspiro.

—En realidad —dijo— estaba pensando que tal vez fuera mejor que esperaras aquí. No sé cuánto tiempo tardaré en encontrar el camino al interior de esa cosa, pero puedo ir mucho más deprisa a cuatro patas.

Confundida, ella sacudió la cabeza.

—¿Qué? No… Oh, ya veo.

Guardó silencio. Estaba luchando con algo. Puede que sólo estuviera tratando de controlarse, de escuchar el sonido de su propia respiración. Pero su voz, cuando volvió a hablar, no era más firme. Seguía siendo la vocecilla de una niña aterrorizada de siete años.

—No me dejes aquí.

Arkady maldijo.

»Hablo en serio —dijo ella—. Si me dejas sola…

—No te dejaré —la interrumpió.

—Muy en serio. Me prometiste que no me harías daño, que nadie me haría daño…

—He dicho que no voy a dejarte —repitió—. Vamos, nos espera una larga caminata.

La ayudó a levantarse y juntos empezaron a dar la vuelta a la espiral.

La propia espiral, sin embargo, tenía otros planes para ellos. Arkady captó el movimiento por el rabillo del ojo y lanzó un grito de advertencia. Ya estaba cambiando, preparándose para afrontar esta nueva amenaza. Pero de ninguna manera hubiera podido prepararse para el destino fatal que estaba cerniéndose sobre ellos.

Ante sus ojos, el blasfemo patrón de la Espiral Negra
cambió en su totalidad
.

Arkady sintió que la histeria volvía a alzarse en su interior. Algo tan grande —grande a una escala cosmológica— no debería moverse. O, si lo hacía, debería ser con un movimiento tan colosal, tan lento, que resultaría imperceptible para las insignificantes criaturas orgánicas como él. Un movimiento parecido al grácil balanceo de los planetas en la procesión de los equinoccios. Movimientos tan sublimes que habían de ser deducidos en lugar de contemplados.

Este movimiento no era ni grácil ni majestuoso. La espiral se movía con el sonido chirriante del roce de metal. Por supuesto, el crispante estruendo era amplificado hasta una magnitud digna del entrechocar de unas placas tectónicas. El llanto del parto de una montaña al elevarse hacia el cielo.

Sara y él se detuvieron instantáneamente al escuchar el sonido y entonces descubrieron que la espiral estaba girando hacia ellos. Un arco largo y sinuoso se desprendió de la maraña y se extendió a gran altura sobre sus cabezas, preparado para golpear. No pudieron más que contemplar con horror su descenso. Estaban demasiado estupefactos para tratar de apartarse, aunque tampoco les hubiera servido de nada. La colosal serpentina de ónice era más alta que un rascacielos. No había sitio al que huir. No había nada que hacer más que prepararse para un impacto que los obliteraría por completo y reduciría incluso sus huesos a polvo.

La superficie entero del Templo Obscura se inclinó como la cubierta de un barco atrapado en un remolino. La fuerza del impacto había hecho añicos el pesado suelo de piedra y una llovizna de fragmentos de granito cayó a su alrededor. Arkady se vio dando vueltas y vueltas por el aire. Trató desesperadamente de sujetar a Sara pero no lo logró y los dos salieron despedidos de la zona del impacto.

Cayó al suelo con fuerza, se dio un golpe en la cabeza y sintió en la boca el cobrizo regusto de la sangre. Lo único que indicaba que no había perdido el conocimiento era que seguía conservando su forma Crinos. Tras un momento de espera, se precipitó hacia el punto del impacto, un proyectil de pelo y músculo de doscientos cincuenta kilos de peso.

Sólo dirigió una mirada fugaz a la espiral, por si estaba preparándose para golpear de nuevo. Pero luego echó a correr, devorando con la mirada la tierra destrozada que tenía delante. Gritando el nombre de Sara.

Ni rastro.

Escudriñó frenéticamente el suelo, convertido ahora en un paisaje de colinas y canales, consecuencia de la fuerza bruta del impacto. Al observar la regularidad con la que subían y bajaban, Arkady se acordó de las aguas tempestuosas de su visión.

No se molestó en contar el número de veces que tropezó y se hizo profundos cortes en las espinillas con los bordes afilados como cuchillos de las baldosas de granito rotas. La mayoría de ellas las había partido por la mitad la onda de suelo encabritado y apuntaban hacia arriba como un muro de lanzas preparado para recibir una carga. Otras se balanceaban como si estuvieran borrachas sobre el terraplén apresuradamente erigido.

Arkady ignoró las fortificaciones y siguió buscando.

Estuvo a punto de tropezar con ella antes de haberla visto. Un diminuto gemido escapó de su garganta cuando Arkady apartó los escombros que la habían enterrado casi del todo.

Estaba cantando suavemente para sí, la misma nana de siempre.
Bien
, pensó él.
Sigue luchando
.

—Arriba —gruñó mientras la cogía en brazos. En su forma de guerra, no era para él más que una muñeca de trapo, inerte entre sus brazos—. No tienes nada roto.

Ella empezó a pegarle en el pecho con todas sus fuerzas Golpes directos con todo lo que le quedaba. Apenas los notó. Sonrió, orgulloso de ella por su esfuerzo.

—Bájame. Ahora. Mismo —gruño ella, puntuando cada palabra con un nuevo golpe. Estaba tratando de pegarle en la cara pero no alcanzaba. La risilla de Arkady la enfureció y desencadenó un nuevo vendaval de golpes—. ¡Bájame ahora mismo!

No tardaría en empezar con las patadas. La dejó en el suelo con la máxima suavidad posible dadas las circunstancias. Ella le dio un último golpe de despedida, una patada en la axila que lo acertó de lleno antes de que la hubiera puesto en el suelo, de pie.

—¡No vuelvas a tocarme! ¡Nunca! —levantó hacia él una mirada furiosa y, esta vez, Arkady ni siquiera se encogió al ver las gruesas puntadas de tripa de gato. Esbozó una gran sonrisa.

—Bien. Mejor. La última patada justo en el blanco —dijo.

El retumbar de la espiral había cesado. El extremo que había caído delante de ellos estaba inmóvil por completo, sin ni siquiera agitarse.

—Ése es —dijo Sara en voz baja—. Nuestro camino de ascenso a la Espiral Negra. Si es que no empieza a sacudirse de nuevo.

Permaneció inmóvil. La espiral podía permitirse el lujo de ser paciente. Tenía tiempo… todo el tiempo del mundo, de hecho.

Pero Arkady estaba buscando otra cosa. Tenía que haber algo allí. Algo. Stuart Que-Acecha-la-Verdad había dicho que la solución que Arkady buscaba era algo inherente a todo lo espiritual, algo que formaba parte de su misma naturaleza. Era un experimento sobre caras y cruces. En el caso de la Espiral Negra, tenía que haber una espiral gemela: una espiral blanca alojada dentro de la negra. No era solamente posible, era lógicamente necesaria.

Arkady era consciente de que la lógica no era la fuerza principal allí, en el Templo Obscura. Sin embargo, la espiral blanca de Stuart era lo único a lo que podía aferrarse en aquel momento. Sin aquella tenue esperanza, no tendría otra salida que encaramarse a la propia Espiral Negra. Exponerse a su contacto corruptor. Colocarse a su merced como tantos predecesores suyos habían hecho. Como los propios hijos de Sara habían hecho. No se adentraría por esa senda.

Escudriñó la oscuridad tratando de arrancarle sus secretos. Y sí que había algo allí. No era sólo una ilusión provocada por la escasa la luz. La propia espiral, más oscura que la medianoche, proyectaba una aguda línea de sombra sobre el suelo de baldosas. Arkady se encaminó hacia aquella serpentina de sombra, afilada como una navaja.

El extremo final de la Espiral Negra gimió y se estremeció, tratando de liberarse y arrojando una estela de granito destrozado. Pero Arkady ya lo había percibido: el más tenue destello imaginable de luz que afirmaba su existencia en la sombra de la espiral. Se precipitó hacia él antes de que el patrón pudiera volver a cambiar y saltó sobre aquella oscuridad que se extendía entre las espirales de medianoche.

Lo que vio allí lo dejó paralizado.
¡Había
un camino, una ruta hacia el interior! Por vez primera lo vio claramente, en toda su gloria. Hubiera podido reírse a mandíbula batiente al ver que su cuento se convertía en realidad. Pero no tenía ganas de reír.

Lanzó un aullido de frustración y su eco resonó por toda la vastedad del Templo Obscura hasta que la oscuridad se tragó incluso eso, el eco. Sara apareció corriendo a su lado.

—¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? —preguntó.

Arkady respondió con voz calmada, llena de resignación.

—Nada. Está ahí, tal como yo esperaba. La espiral gemela.

—¿Entonces qué es lo que pasa?

Le fallaron las palabras, de modo que no pudo más que señalar la senda que se abría ante ellos. Una respuesta que Sara no podía comprender. El camino no era una espiral blanca como la que Stuart y él habían imaginado. Era una vereda de la plata más resplandeciente que pueda imaginarse. Le guiñaba un ojo burlón desde su oscura madriguera.

Arkady sabía que el mero contacto del precioso metal era anatema para todos los de su raza. Cada paso que diera sobre aquella Espiral de Plata sería para él tan dañino como caminar sobre un lecho de fuego. Se imaginó a sí mismo avanzando a saltitos agónicos, obligado a una ridícula imitación de la Danza de la Espiral Negra. La tenue esperanza que lo había llevado hasta allí, hasta las mismas puertas de Malfeas, lo había traicionado.

Se alzó un rugido triunfante a su espalda mientras el extremo suelto de la Espiral Negra se elevaba a gran altura para darles el golpe de gracia. El golpe piadoso que reduciría la carne y el hueso a fino polvo. Que pondría fin a aquella malhadada aventura de una vez y para siempre.

Arkady sintió sobre sí el peso entero de la espiral, lo notó cuando empezaba su descenso sólo había una manera de escapar. Ni siquiera tenía tiempo de pensar en ello. Podía quedarse allí y permitir que se extinguiera su existencia —que su historia fuera borrada al fin— o podía saltar al único lugar en el que la Espiral Negra nunca podría alcanzarlo. Su propia sombra.

Cogiendo a Sara del brazo, Arkady saltó hacia la Espiral de Plata.

La Espiral Negra se retorció y trató de alcanzarlo de un latigazo, pero ya estaba fuera de su alcance. Desahogó su frustración golpeando el suelo y aplastándolo. Su extremo se hundió en las profundidades de la nada. Arkady abrazó a Sara con fuerza mientras detrás de ellos el suelo se combaba y las baldosas salían despedidas en todas direcciones.

Cayó a cuatro patas y una espantosa agonía se extendió por sus manos, piernas y rodillas. Retrocedió de un salto al instante. Apenas era capaz de soportar el más leve contacto de la Espiral de Plata.

Sara se había incorporado y estaba de pie junto a él, con una expresión de angustia en el rostro. El contacto de la plata no la quemaba.

Arkady, sin embargo, era incapaz de mantenerse inmóvil. Hacerlo hubiera significado darle al dolor la oportunidad de crecer. Tenía que seguir adelante. ¿Pero dónde estaba eso? Sacudió la cabeza para aclarársela. Era consciente de que se había producido una desconexión fundamental en el momento mismo en que había tocado la Espiral de Plata. La Espiral era discontinua en el espacio y en el tiempo. Arkady estaba ahora aislado, separado del fluir de los acontecimientos, el mundo de las causas y los efectos que lo había albergado desde su nacimiento. Lanzó un aullido de confusión, dolor y frustración pero ningún sonido escapó de su garganta. Al menos, no allí.

Puede que en alguna parte, en otro lugar u otro tiempo, un aullido capaz de estremecer el mundo surgiera de la nada y desapareciera de nuevo. Y gente que él nunca conocería levantaría la mirada y se estremecería ante el sonido de su caída. De la caída en el terror y la nada de una criatura desconocida.

Con una convulsión, se puso en marcha. Desesperadamente trató de ver adónde lo estaban llevando sus pasos. El camino de plata se hundía en un cañón oscuro entre sendos acantilados de escamas negras. Pero no podía distinguir adónde lo estaba conduciendo. Si es que lo conducía a alguna parte.

BOOK: Danzantes de la Espiral Negra
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