Diecinueve minutos (76 page)

Read Diecinueve minutos Online

Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

BOOK: Diecinueve minutos
10.02Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Desde cuándo llamas Alex a la jueza Cormier?

—Esa chica no se acuerda de nada.

—Bueno, estoy completamente perdido. Quizá recuerde algo ahora. Vamos a traerla y ya veremos si habla.

Selena rebuscó entre las pilas de papeles que cubrían la mesa auxiliar, el borde de la chimenea y la parte superior del andador de Sam.

—Aquí está su declaración —dijo, entregándosela a Jordan.

La primera página era la declaración jurada que la jueza Cormier le había llevado en la que Josie decía que no sabía nada. La segunda era la más reciente entrevista que la chica había dado a Patrick Ducharme.

—Son amigos desde el jardín de infantes.

—Eran amigos.

—No me importa. Diana ya ha hecho el trabajo preliminar aquí; Peter estaba enamorado de Josie; él asesinó al novio de ella. Si podemos conseguir que esa chica diga algo bueno de él, quizá incluso mostrar que le perdona, eso tendrá peso para el jurado. —Se levantó—. Vuelvo al tribunal —dijo—. Necesito una citación.

Cuando sonó el timbre, el sábado por la mañana, Josie todavía estaba en pijama. Había dormido profundamente, lo cual no era sorprendente, porque no había podido descansar bien en toda la semana. Sus sueños estaban poblados de caminos llenos de sillas de ruedas, de candados con combinaciones que no tenían números, de reinas de belleza sin rostro.

Era la única persona que quedaba en la sala de los testigos de la defensa, lo que significaba que casi había terminado todo; que pronto podría volver a respirar.

Josie abrió la puerta y se encontró con la alta y despampanante mujer afroamericana de Jordan McAfee, que le sonreía y sostenía en la mano una hoja de papel.

—Tengo que darte esto, Josie —dijo ella—. ¿Está tu madre en casa?

Josie bajó la mirada a la nota azul doblada. Quizá fuera una fiesta de despedida por el final del juicio. Eso estaría bien. Llamó a su madre por encima de su hombro. Ésta apareció con Patrick tras ella.

Imperturbable, Alex se cruzó de brazos.

—¿Qué hay?

—Jueza, siento molestarla en sábado, pero mi esposo se preguntaba si Josie podría hablar con él hoy.

—¿Por qué?

—Porque la ha citado para testificar el lunes.

La habitación comenzó a dar vueltas.

—¿Testificar? —repitió Josie.

Alex dio un paso adelante y, por la apariencia de su rostro, probablemente la hubiese agredido si Patrick no le hubiera pasado un brazo por la cintura para mantenerla en su lugar. Arrancó el papel azul de la mano de Josie y lo examinó.

—No puedo ir al tribunal —murmuró Josie.

Su madre sacudió la cabeza.

—Tienen una declaración jurada de Josie donde dice que no recuerda nada…

—Sé que está enojada, pero sea como sea, Jordan va a llamar a Josie el lunes, y preferiríamos hablar con ella acerca de su testimonio con anterioridad. Es mejor para nosotros y es mejor para Josie —dudó—. Jueza, podemos hacerlo por las malas o podemos hacerlo de este modo.

La madre de Josie apretó la mandíbula.

—Iremos a su despacho a las dos en punto —dijo con los dientes apretados, y le cerró a Selena la puerta en las narices.

—Lo prometiste —lloró Josie—. Me prometiste que no tendría que subirme allí a testificar. ¡Dijiste que no tendría que hacerlo!

Su madre la tomó por los hombros.

—Cariño, sé que te asusta. Sé que no quieres hacerlo, pero nada de lo que digas le ayudará. Será corto e indoloro. —Echó un vistazo a Patrick—. ¿Por qué demonios le hace esto?

—Porque tiene el caso perdido —dijo Patrick—. Y quiere que Josie lo salve.

Eso fue todo lo que hizo falta.

Josie rompió a llorar desesperada.

Jordan abrió la puerta de su oficina, llevando a Sam en brazos como una pelota de fútbol. Eran las dos en punto y Josie Cormier y su madre llegaron. La jueza Cormier parecía tan dura como el muro de un acantilado escarpado; en cambio, su hija estaba temblando como una hoja.

—Gracias por venir —dijo Jordan, esbozando una enorme sonrisa. Por encima de todas las cosas, quería que Josie se sintiera a gusto.

Ninguna de las dos mujeres dijo una palabra.

—Lo siento por esto —dijo Jordan, haciendo una seña hacia Sam—. Se suponía que mi esposa habría llegado para encargarse del bebé y que nosotros podríamos hablar, pero un camión maderero ha volcado en la carretera 10. —Amplió su sonrisa aún más—. Sólo tardaremos un minuto.

Hizo un gesto hacia el sofá y las sillas de su despacho, ofreciéndoles asiento. Había galletas en la mesa y una jarra de agua.

—Por favor, sírvanse.

—No —dijo la jueza.

Jordan se sentó, haciendo dar brincos al niño sobre su rodilla.

—Bueno.

Miró el reloj, asombrado de cuán largos podían ser sesenta segundos cuando querías que pasaran en seguida y entonces, de repente, se abrió la puerta y Selena entró corriendo. Al hacerlo, la mochila llena de pañales resbaló de su hombro, deslizándose por el suelo hasta los pies de Josie.

Ésta se levantó, mirando fijamente la mochila caída de Selena, y se alejó, dando un traspié con las piernas de su madre y con el borde del sofá.

—No —gimió, y se enroscó sobre sí misma haciéndose una bola en un rincón, cubriéndose la cara con las manos mientras se echaba a llorar. El ruido hizo que Sam chillara y Selena lo apretó contra su hombro mientras Jordan miraba a Josie boquiabierto.

La jueza Cormier se puso en cuclillas al lado de su hija.

—Josie, ¿cuál es el problema? ¿Josie? ¿Qué está ocurriendo?

La chica se mecía adelante y atrás, sollozando. Levantó la vista hacia su madre.

—Recuerdo —susurró —más de lo que dije que recordaba.

La boca de la jueza se abrió de sorpresa y Jordan aprovechó la ocasión que le brindaba el estado de shock de Josie.

—¿Qué recuerdas? —preguntó, arrodillado al lado de la chica.

La jueza Cormier lo apartó y ayudó a Josie a ponerse de pie. La sentó en el sofá y le sirvió un vaso de agua de la jarra que había en la mesa.

—Está bien —murmuró la jueza.

Josie respiró con un estremecimiento.

—La mochila —dijo, señalando con el mentón hacia la que estaba en el suelo—. Se cayó del hombro de Peter, como lo ha hecho ésa. El cierre estaba abierto y… y un arma cayó fuera. Matt la agarró. —El rostro de Josie se contorsionó—. Disparó contra Peter, pero erró. Y Peter… y él… —cerró los ojos—. Entonces Peter le disparó a él.

Jordan atrajo la atención de Selena. La defensa de Peter se basaba en el síndrome de estrés postraumático: cómo un evento puede desencadenar otro; cómo una persona traumatizada puede olvidar algo por completo. Cómo alguien como Josie puede ver caer una mochila con pañales y en cambio estar viendo lo que había ocurrido en el vestuario meses antes: Peter, con un arma apuntándole; una amenaza real y presente; un matón a punto de asesinarlo.

O, en otras palabras, lo que Jordan había estado diciendo todo el tiempo.

—Es un desastre —le dijo Jordan a Selena después de que las Cormier se fueran—. Y eso es bueno para mí.

Selena no se había ido con el bebé; Sam estaba ahora dormido en el cajón vacío de un archivador. Ella y Jordan se sentaron a la mesa en la que, menos de una hora antes, Josie había confesado que recientemente había comenzado a recordar fragmentos y pedacitos del tiroteo, pero que no se lo había dicho a nadie por miedo de tener que ir al tribunal y hablar de ello. Y que, cuando la mochila con los pañales había caído, todo le había vuelto como una inundación, con toda su fuerza.

—Si hubiera tenido esto antes de que comenzara el juicio, se lo habría llevado a Diana y lo habría usado tácticamente —dijo Jordan—. Pero ya que el jurado ya está constituido, quizá pueda hacer algo aún mejor.

—No hay nada como el truco final en el último segundo.

—Supongamos que subimos a Josie al estrado y que dice todo esto en el juicio. De repente, esas diez muertes no son lo que parecían ser. Nadie sabe la verdadera historia que hay detrás de ésta, y eso hace que todo lo demás que ha dicho la fiscal sobre los tiroteos sea puesto en entredicho. En otras palabras, si el Estado no sabe eso, ¿qué más hay que no sepan?

—Y —señaló Selena —eso refuerza lo que dijo King Wah. Allí, delante de Peter, estaba uno de los chicos que atormentaban a Peter, apuntándole con un arma, tal como él se había imaginado que ocurriría. —Dudó—. De acuerdo, Peter era el que había llevado el arma…

—Eso es irrelevante —prosiguió Jordan—. No tengo que tener todas las respuestas. —Besó a Selena en la boca—. Sólo necesito asegurarme de que el Estado tampoco las tenga.

Alex se sentó en el banco, mirando un desparejo equipo de estudiantes universitarios jugar al Ultimate Frisbee como si no tuvieran idea de que el mundo se había roto por las costuras. Al lado de ella, Josie se abrazaba las rodillas contra el pecho.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Alex.

Josie levantó la cara.

—No podía. Eras la jueza en este caso.

Alex sintió una punzada debajo del esternón.

—Pero digo después, cuando me retiré. Josie… cuando fui a ver a Jordan tú dijiste que no recordabas nada… Por eso firmaste la declaración jurada.

—Pensé que eso era lo que tú querías que hiciera —replicó Josie—. Tú me dijiste que, si la firmaba, no tendría que declarar… y yo no quería hacerlo. No quería volver a ver a Peter.

Uno de los jugadores saltó y perdió el Frisbee. Éste partió con rumbo a Alex, aterrizando en el montón de tierra que había a sus pies.

—Lo siento —dijo el chico, haciendo una seña con la mano.

Alex lo agarró y lo mandó por los aires. El viento levantó el Frisbee y lo llevó más alto, una mancha contra un cielo perfectamente azul.

—Mami —dijo Josie, aunque no había llamado así desde hacía años—, ¿qué pasará conmigo?

Ella no lo sabía. Ni como jueza, ni siquiera como abogada, y tampoco como madre. Lo único que podía hacer era ofrecerle un buen consejo y esperar que su hija resistiera lo que tuviera que venir.

—De ahora en adelante —le dijo Alex a Josie—, lo único que tienes que hacer es decir la verdad.

Patrick había sido llamado para una negociación de rehenes en un caso de violencia doméstica, en Cornish, y no llegó a Sterling hasta casi la medianoche. En lugar de dirigirse a su propia casa, fue a la de Alex, donde se sentía más como en un hogar. Había intentado llamarla muchas veces para ver cómo les había ido con Jordan McAfee, pero donde estaba no tenía cobertura en el móvil.

Al llegar la encontró sentada en el sofá del salón, a oscuras, y se sentó a su lado. Por un momento, miró fijamente la pared, igual que Alex.

—¿Qué estamos haciendo? —susurró.

Ella lo miró a la cara y entonces él se dio cuenta de que había estado llorando. Se culpó a sí mismo. «Deberías haber intentado llamarla más veces, deberías haber vuelto más temprano».

—¿Qué pasa?

—He metido la pata, Patrick —dijo Alex—. Creí que estaba ayudándola. Pensé que sabía lo que estaba haciendo. Pero resultó que no sabía nada en absoluto.

—¿Josie? —preguntó él, intentando recomponer las partes—. ¿Dónde está?

—Dormida. Le he dado una pastilla.

—¿Quieres hablar de ello?

—Hemos visto a Jordan McAfee hoy y ella le ha dicho… le ha dicho que recordaba algo del tiroteo. De hecho, lo recordaba todo.

Patrick silbó suavemente.

—Entonces, ¿estaba mintiendo?

—No lo sé. Creo que estaba asustada. —Alex levantó la vista hacia Patrick—. Eso no es todo. Según Josie, Matt disparó a Peter primero.

—¿Qué?

—La mochila que Peter llevaba se cayó delante de Matt y éste tomó una de las armas. Disparó, pero falló.

Patrick se pasó una mano por el rostro. Diana Leven no iba a estar contenta.

—¿Qué le ocurrirá a Josie? —dijo Alex—. En el mejor de los casos, subirá al estrado y declarará a favor de Peter. En el peor, cometerá perjurio y puede ser acusada de ello.

La mente de Patrick iba a toda velocidad.

—No debes preocuparte por eso. No está en tus manos. Además, Josie saldrá con bien. Ella es una sobreviviente.

Él se inclinó y la besó suavemente, con la boca llena de palabras que no podía decirle todavía y promesas que tenía miedo de hacer. La besó hasta que sintió que ella se relajaba.

—Tú deberías tomar también una de esas pastillas para dormir —susurró.

Alex inclinó la cabeza.

—¿No te quedas?

—No puedo. Todavía tengo trabajo que hacer.

—¿Has hecho todo el camino hasta aquí para decirme que te vas?

Patrick la miró, deseando poder explicarle lo que tenía que hacer.

—Te veré más tarde, Alex —dijo.

Alex había confiado en él, pero como jueza, debería saber que Patrick no podía guardar su secreto. El lunes por la mañana, cuando Patrick viera a la fiscal, tendría que decirle lo que ahora sabía acerca de que Matt Royston había disparado primero en el vestuario. Legalmente, estaba obligado a revelarlo. Sin embargo, técnicamente, tenía todo el domingo para hacer con esa información lo que le viniera en gana.

Si Patrick podía encontrar pruebas que respaldaran las alegaciones de Josie, entonces amortiguaría el golpe que ella iba a recibir declarando, y eso convertiría a Patrick en un héroe a los ojos de Alex. Pero una parte de él quería buscar en el vestuario otra vez por otra razón. Patrick sabía que había peinado personalmente ese pequeño espacio en busca de pruebas, y que no había sido encontrada ninguna otra bala. Si Matt había disparado primero a Peter, debería haber una.

No había querido decirle eso a Alex, pero Josie ya les había mentido una vez. No había razón para que no pudiera estar haciéndolo de nuevo.

A las seis de la mañana, el Instituto Sterling era un gigante durmiente. Patrick abrió la cerradura de la puerta de entrada y se movió por los pasillos en la oscuridad. Habían sido limpiados por profesionales, pero él no podía dejar de ver, al haz de su linterna, los lugares donde las balas habían roto ventanas y la sangre había manchado el suelo. Se movía rápidamente, los tacones de sus botas resonando, mientras apartaba las lonas y evitaba los montones de madera.

Patrick abrió la doble puerta del gimnasio y siguió su camino. Dio un rápido toque a un panel de interruptores y el gimnasio se inundó de luz. La última vez que estuvo allí, había mantas de emergencia echadas en el suelo, correspondientes a los números escritos en las frentes de Noah James, Michael Beach, Justin Friedman, Dusty Spears y Austin Prokiov. Había técnicos de criminalística a gatas, tomando fotografías de las marcas en los ladrillos de cemento, extrayendo balas del tablón de la canasta de baloncesto.

Other books

Jade Tiger by Reese, Jenn
Not Just a Convenient Marriage by Lucy Gordon - Not Just a Convenient Marriage
Ahogada en llamas by Jesús Ruiz Mantilla
Waking Broken by Huw Thomas
Getting Dumped by Tawna Fenske
The Devil in Canaan Parish by Jackie Shemwell
Night Visions by Thomas Fahy
Snowjob by Ted Wood