—¿Le dijo cuándo comenzó esa intimidación?
—El primer día del jardín de infantes. Se subió al autobús, le pusieron la zancadilla mientras caminaba por el pasillo y lanzaron su fiambrera de Superman por la ventanilla. Fue en aumento hasta poco antes del tiroteo, cuando sufrió una humillación pública después de que fuera revelado públicamente su interés romántico por una compañera de clase.
—Doctor —dijo Jordan—, ¿Peter no pidió ayuda?
—Sí, pero incluso cuando se la daban, el tiro le salía por la culata. Una vez, por ejemplo, después de que un chico le empujara en la escuela, Peter le devolvió el empujón. Un maestro lo vio y llevó a los dos niños a la oficina del director para ser amonestados. En la mente de Peter, él se había defendido y, así y todo, también era castigado. —King se relajó en el estrado—. Los recuerdos más recientes de Peter están coloreados por la muerte de su hermano y su incapacidad para alcanzar los mismos niveles que él había establecido como estudiante y como hijo.
—¿Peter habló de sus padres?
—Sí. Peter quiere a sus padres, pero no sentía que pudiera confiar en ellos para que le protegieran.
—¿Que le protegieran de qué?
—De los problemas en la escuela, de los sentimientos que tenía, de la idea de suicidio.
Jordan se volvió hacia el jurado.
—Basándose en sus conversaciones con Peter y en los descubrimientos del doctor Ghertz, ¿está usted en condiciones de diagnosticar el estado mental de Peter el día seis de marzo de dos mil siete con un grado razonable de certeza médica?
—Sí. Peter estaba sufriendo un síndrome de estrés postraumático.
—¿Puede explicarnos qué es eso?
King asintió con la cabeza.
—Es un desorden psiquiátrico que puede aparecer tras una experiencia en la que una persona es oprimida o victimizada. Por ejemplo, todos hemos oído hablar de los soldados que vuelven a casa después de una guerra y no pueden adaptarse a causa de ese síndrome. La gente que lo padece a menudo revive las experiencias en sueños, tiene problemas para dormir, se siente distante. En casos extremos, después de la exposición a traumas serios, pueden presentar alucinaciones o disociaciones.
—¿Está diciendo que Peter estaba alucinando en la mañana del seis de marzo?
—No. Creo que estaba en un estado disociativo.
—¿Qué es eso?
—Es cuando se está físicamente presente, pero mentalmente alejado —explicó King—. Cuando se pueden separar los sentimientos acerca de un suceso de la conciencia del mismo.
Jordan levantó las cejas.
—Espere, doctor. ¿Quiere decir que una persona en un estado disociativo podría conducir un coche?
—Por supuesto.
—¿Y colocar una bomba casera?
—Sí.
—¿Y cargar balas?
—Sí.
—¿Y disparar con esas armas?
—Seguro.
—Y todo ese tiempo, ¿esa persona no sabría lo que estaba haciendo?
—Sí, señor McAfee —dijo King—. Eso es exactamente así.
—En su opinión, ¿cuándo entró Peter en ese estado disociativo?
—Durante nuestras entrevistas, Peter explicó que en la mañana del seis de marzo, se levantó temprano y se conectó con un sitio web para ver si había allí observaciones acerca de su videojuego. Por accidente, abrió un viejo archivo de su computadora, el correo electrónico que había enviado a Josie Cormier, en el que explicaba sus sentimientos hacia ella. Era el mismo correo electrónico que, semanas antes, había sido enviado a todos los alumnos de la escuela y que había precedido a la aún más terrible humillación, cuando le bajaron los pantalones en la cafetería. Después de ver ese correo, dijo que no puede recordar nada del resto de lo que ocurrió.
—Yo abro viejos archivos por accidente en mi computadora todo el tiempo —dijo Jordan—, pero no por eso entro en un estado disociativo.
—La computadora siempre había sido un refugio seguro para Peter. Era el medio que usaba para crear un mundo propio, habitado por personajes que le apreciaban y sobre los que él tenía el control, al contrario de lo que le pasaba en la vida real. Que esa zona segura se volviera de repente otro lugar más en el que también lo humillaban fue lo que desencadenó su derrumbamiento.
Jordan se cruzó de brazos, haciendo de abogado del diablo.
—No sé… Estamos hablando sólo de un correo electrónico. ¿Son realmente equivalentes las intimidaciones con el trauma visto en veteranos de la guerra de Irak o en los sobrevivientes del once de septiembre?
—En términos psiquiátricos, el efecto emocional a largo plazo de un solo incidente de intimidación produce el mismo nivel de estrés que un solo incidente de abuso sexual —explicó King—. Lo que es importante recordar acerca del síndrome de estrés postraumático es que un hecho traumático afecta de manera diferente a personas diferentes. Por ejemplo, para unas personas, una violación violenta puede provocar el síndrome. Para otras, puede desencadenarlo un contacto ligero. No importa si el hecho traumático es la guerra, un ataque terrorista, un asalto sexual o acoso, lo que cuenta es dónde lo sitúa el sujeto emocionalmente.
Se volvió hacia el jurado.
—Quizá hayan oído hablar, por ejemplo, del síndrome de las mujeres maltratadas. Visto desde fuera, parece que no tiene sentido el hecho de que una mujer, incluso una que ha sido victimizada durante años, mate a su marido mientras éste está durmiendo.
—Protesto —dijo Diana—. ¿Alguien ve a una mujer maltratada en este juicio?
—Lo permitiré —dijo el juez Wagner.
—Incluso una mujer golpeada que no está inmediatamente bajo amenaza física —prosiguió el doctor Wah—, psicológicamente cree que sí lo está, debido a un patrón de violencia creciente y crónico que le provoca un síndrome de estrés postraumático. Es vivir en ese estado de miedo constante, temiendo que ocurra algo, o que siga ocurriendo, lo que la hace agarrar un arma en ese momento, aunque su marido esté roncando. Para ella, él todavía es una amenaza inmediata —dijo King—. Un niño que sufre del síndrome, como Peter, está aterrorizado ante la idea de que el matón finalmente lo mate. Incluso aunque el matón no esté encerrándolo en un casillero en esos momentos, eso puede ocurrir de inmediato. Y así, como la esposa golpeada, pasa a la acción incluso cuando, para ustedes y para mí, no esté ocurriendo nada que parezca justificar el ataque.
—¿Alguien se daría cuenta de esta especie de miedo irracional?
—Probablemente no. Un niño que sufre del síndrome de estrés postraumático ha hecho intentos que han resultado frustrados para conseguir ayuda y, como la intimidación continúa, deja de pedirla. Se retrotrae socialmente, porque nunca está muy seguro de cuándo la interacción lo llevará a otro incidente intimidatorio. Probablemente piense en suicidarse. Se evade a un mundo de fantasía, donde él puede tomar las decisiones. Comienza a refugiarse allí tan a menudo que se le hace cada vez difícil volver a la realidad. Durante los incidentes de acoso, un niño con ese síndrome puede refugiarse en un estado alterado de conciencia, una disociación de la realidad que le protege de sentir dolor o humillación mientras ocurre el incidente. Eso es exactamente lo que pienso que le ocurrió a Peter el seis de marzo.
—¿Aunque ninguno de los chicos que le intimidaban estuviera en su habitación cuando apareció el correo electrónico?
—Correcto. Peter había pasado toda su vida siendo golpeado, vapuleado y amenazado, hasta el punto de creer que sería asesinado por esos mismos chicos si no hacía algo. El correo electrónico provocó el estado disociativo y cuando fue al Instituto Sterling y disparó era completamente inconsciente de lo que estaba haciendo.
—¿Cuánto tiempo puede durar un estado disociativo?
—Depende. Peter pudo estar disociando durante varias horas.
—¿Horas? —repitió Jordan.
—Absolutamente. No hay un solo momento durante los tiroteos que demuestre conciencia deliberada de sus acciones.
Jordan echó un vistazo a la fiscal.
—Todos hemos visto un vídeo en el que Peter se sentaba después de disparar varios tiros en la cafetería y se comía un tazón de cereales. ¿Es eso significativo para su diagnóstico?
—Sí. De hecho, no se me ocurre una prueba más clara de que, en ese momento, Peter todavía estaba disociado. Ahí hay un chico completamente inconsciente del hecho de que está rodeado de compañeros de clase muertos, heridos o en plena huida. Él se sienta y se toma su tiempo para servirse con tranquilidad un tazón de cereales, sin que la matanza de su alrededor le afecte.
—¿Qué pasa con el hecho de que muchos de los chicos a los que Peter disparó no pertenecieran a lo que comúnmente podría denominarse «grupo popular»? ¿De que muchos chicos con necesidades especiales, becarios e incluso un maestro se convirtieran en sus víctimas?
—Otra vez —dijo el psiquiatra—, no estamos hablando de un comportamiento racional. Peter no estaba calculando sus acciones; en el momento en que estaba disparando, él estaba separado de la realidad de la situación. Cualquiera con quien Peter se encontrara durante esos diecinueve minutos constituía una amenaza potencial.
—En su opinión, ¿cuándo termina ese estado disociativo de Peter? —preguntó Jordan.
—Cuando Peter estaba en custodia y hablando con el detective Ducharme. Ahí es cuando comienza a reaccionar con normalidad, dado el horror de la situación. Empieza a llorar y quiere ver a su madre, lo que indica tanto reconocimiento de su entorno como una respuesta apropiada para un niño.
Jordan se apoyó contra la baranda del jurado.
—Ha habido testimonios en este caso, doctor, que demuestran que Peter no era el único chico al que intimidaban. ¿Por qué, entonces, él reacciona de este modo a eso?
—Bueno, como decía, personas diferentes tienen diferentes respuestas al estrés. En el caso de Peter, he visto extrema vulnerabilidad emocional, lo cual, de hecho, era el motivo por el que se burlaban de él. Peter no se regía por los códigos del resto de los muchachos. No era un gran atleta. No era rudo. Era sensible. Y la diferencia no siempre es respetada, particularmente cuando eres un adolescente. En la adolescencia se trata de encajar, no de destacarse.
—¿Cómo un chico emocionalmente vulnerable acaba un día llevando cuatro armas a la escuela y disparando a veintinueve personas?
—Una parte es debida al síndrome de estrés postraumático, la respuesta de Peter a la victimización crónica. Pero otra gran parte corresponde a la sociedad que ha creado tanto a Peter como a los matones. La respuesta de Peter viene impuesta por el mundo en que vive. Ve videojuegos violentos de venta en las tiendas; escucha música que glorifica el asesinato y la violación. Observa cómo sus torturadores lo encierran, lo golpean, lo empujan, lo menosprecian. Vive en un Estado, señor McAfee, en el que la matrícula de los coches pone «Vive libre o muere» —King sacudió la cabeza—. Lo único que Peter hizo una mañana fue convertirse en la persona que todo el tiempo se había esperado que fuera.
Nadie lo sabía, pero Josie había roto una vez con Matt Royston.
Llevaban saliendo casi un año cuando Matt fue a buscarla un sábado por la noche. Un tipo de clase alta del equipo de fútbol —alguien a quien Brady conocía —daba una fiesta en su casa.
—¿Te apetece ir? —había preguntado Matt, aunque ya estaba conduciendo cuando se lo preguntó.
Cuando llegaron, la casa latía como un carnaval, había coches estacionados en el cordón de la acera y en el césped. Por las ventanas de arriba, Josie podía ver a gente bailando. Mientras caminaban por el sendero hacia la casa, vieron a una chica vomitando en los arbustos.
Matt no le soltaba la mano. Se mezclaron con la gente que llenaba el espacio de una pared a otra, encaminándose hacia la cocina, donde habían colocado el barril de cerveza, y luego regresaron al comedor, donde la mesa había sido retirada a un lado para que la pista de baile fuera más grande. Los chicos que había allí no sólo eran del Instituto Sterling, sino que también los había de otras ciudades. Algunos tenían los ojos enrojecidos, las miradas desencajadas por haber fumado hachís. Chicos y chicas se husmeaban mutuamente, dando vueltas y buscando sexo.
Ella no conocía a nadie, pero eso no importaba, porque estaba con Matt. Se apretaron más, en el calor de muchos otros cuerpos. Matt deslizó su pierna entre las de ella mientras la música latía como sangre y ella levantó los brazos para encajarse contra él.
Todo había empezado a ir mal cuando ella tuvo que ir al baño. Primero, Matt había querido acompañarla; le dijo que no era seguro para ella andar sola. Josie finalmente lo había convencido de que no tardaría más de treinta segundos, pero en cuanto se alejó de él, un chico alto, con una camiseta de Green Day y un pendiente de aro se volvió demasiado rápidamente y derramó su cerveza sobre ella.
—Oh, mierda —dijo él.
—No pasa nada —contestó Josie. Tenía un pañuelo de papel en el bolsillo, lo sacó y empezó a secarse la blusa.
—Permíteme —dijo el chico y le agarró el pañuelo. Ambos se dieron cuenta al mismo tiempo de cuán ridículo era intentar absorber todo aquel líquido con un simple cuadradito de papel. Él comenzó a reírse y luego lo hizo ella; la mano de él estaba ligeramente apoyada en el hombro de Josie cuando Matt apareció y golpeó al chico en la cara.
—¿Qué estás haciendo? —había gritado Josie.
El chico estaba inconsciente en el suelo y la gente estaba intentando quitarse de en medio pero manteniéndose en cambio lo suficientemente cerca como para ver la pelea. Matt agarró a Josie de la muñeca con tanta fuerza que ella pensó que iba a rompérsela. La arrastró fuera de la casa y la metió en el coche, donde luego se sentó en un silencio glacial.
—Él sólo intentaba ayudarme —dijo Josie.
Matt metió la marcha atrás y aceleró el coche.
—¿Te quieres quedar? ¿Quieres ser una perra?
Empezó a conducir como un lunático, saltándose los semáforos en rojo, girando sobre dos ruedas las esquinas, doblando la velocidad permitida. Ella le dijo tres veces que fuera más despacio y después sólo cerró los ojos y esperó que terminara pronto.
Cuando Matt hizo rechinar las ruedas para parar frente a la casa de ella, Josie se volvió hacia él, inusualmente tranquila.
—No quiero salir más contigo —le dijo, y bajó del coche.
La voz de él la siguió hasta la puerta de entrada.
—De acuerdo. ¿Por qué querría salir con una maldita perra, de todos modos?