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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

Don Alfredo (40 page)

BOOK: Don Alfredo
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No sólo la DEA había colocado la mira en los depósitos fiscales de Ezeiza. También la CIA, el MI6 británico y el Mossad israelí. Los tres poderosos servicios tenían una preocupación en común: el Cóndor II, un misil de alcance intermedio (1000 a 1200 kilómetros) que la Fuerza Aérea Argentina venía fabricando de manera secreta en Falda del Carmen (Córdoba) con aportes financieros y tecnológicos de otros países, a través de un complejo entramado de empresas internacionales. Y con potenciales clientes como Irak y Libia.

Hasta fines de los ochenta, venderle a Irak no era todavía peligroso, porque los Estados Unidos y sus aliados aún lo consideraban necesario para frenar la revolución iraní (al cabo, las propias potencias occidentales le habían vendido armas por sesenta mil millones de dólares) pero en el '90 Saddam Hussein pasó a ser Satanás y le cayó encima la Tormenta del Desierto. El embargo para la venta de armas fue automático y debía ser respetado a rajatabla por los países satélites de Washington. Con Libia la cosa estaba clara desde el comienzo: la Casa Blanca lo consideraba un "Estado terrorista", y sin demasiadas vacilaciones Ronald Reagan había bombardeado Trípoli y la propia residencia de Muammar Khadafi, asesinando a uno de sus hijos.

En 1987, cuando aún no existía EDCADASSA y Saddam todavía era un aliado de Occidente, la CIA había informado al MI6 británico que la Argentina, junto con Egipto y algunas empresas occidentales, participaba del proyecto ultra secreto "Delta", que financiaba Arabia Saudita para fabricar misiles de alcance medio que permitirían establecer un equilibrio militar en Medio Oriente. Los ingleses, que habían ganado la guerra de Malvinas cinco años antes, pero habían sufrido los ataques de la Fuerza Aérea Argentina y la consideraban la única arma que "había peleado en serio", vieron con preocupación que su reciente enemigo participara en la fabricación de un misil que podía llegar con facilidad a las Islas.

El "Instituto" (Mossad), que contaba con una excelente red de informantes y experiencia operativa de varias décadas en la Argentina, había descubierto el nexo secreto con Egipto y temió que a través de esa vía el nuevo misil llegara a manos de sus enemigos, los iraquíes. Los espías se pusieron a trabajar en serio y las presiones diplomáticas se multiplicaron. En el '87, el entonces canciller de Alfonsín, Dante Caputo, respondió a las presiones de los Estados Unidos afirmando que la Fuerza Aérea trabajaba en un "vector" para colocar satélites en el espacio. La palabra "vector" no estaba puesta al azar: un "vector" no es un "arma inteligente" y sólo sirve para disparos verticales. También aclaró que Irak no formaba parte del proyecto que manejaba —con gran sigilo y dando poca información al poder político— el brigadier Ernesto Crespo; el mismo que luego firmaría el contrato con Villalonga Furlong para la creación de EDCADASSA.

Cuando empezaron las presiones para desmantelar el misil, que no era un "vector", Crespo le habría dicho a un grupo de subordinados: "Ustedes no se preocupen y quédense al margen, que yo me voy a meter en la mierda si es necesario". Crespo siempre negó haber tenido tratos con Yabrán y Al Kassar, pero algunos investigadores del tema, como los periodistas Daniel Santoro y Rogelio García Lupo, deslizaron la sospecha de que el traficante sirio visitó Falda del Carmen y lo hizo junto con Alfredo Yabrán. Hay versiones, recogidas por ellos y por otros investigadores, que se refieren también a un cónclave secreto en Buenos Aires del que habrían participado Al Kassar, Yabrán, Ibrahim Al Ibrahim y el banquero árabe Gaith Pharaon, dueño del BCCI, el banco acusado de lavar dinero del narcotráfico y la venta de armas. Al Kassar, casualmente, tenía una cuenta en ese banco.

En Falda del Carmen trabajaban varios técnicos argentinos y alemanes de primer nivel, y había un "cerebro" fundamental, el comodoro Miguel Guerrero, un experto en tecnología misilística que había obtenido su
master
en el prestigioso MIT (Massachussets Institute of Technology). Por una de esas casualidades, se había cruzado en los Estados Unidos con otro cuadro en gestación que hacía su posgrado en Harvard y algún día se ubicaría exactamente en la vereda de enfrente: Domingo Felipe Cavallo. Aunque había importantes aportes tecnológicos extranjeros, en Falda del Carmen se producía el combustible sólido, desarrollado por ingenieros químicos argentinos, y se ensamblaban y llenaban los motores. La Argentina, que había sido el primer país latinoamericano capaz de acceder a la compleja tecnología del enriquecimiento del uranio, ahora conseguía un nuevo récord al convertirse en el único país del subcontinente capaz de producir un misil de alcance intermedio. La combinación —a modo de hipótesis— de ambos logros producía un resultado inquietante para los poderosos: misiles con cabeza nuclear. Los Estados Unidos no estaban dispuestos a permitirlo. En 1987 ese país había impulsado con las otras potencias del Grupo de los Siete el Missile Technology Control Regime
(MTCR)
para impedir que se exportara tecnología misilística a esas naciones subordinadas que los estadounidenses suelen llamar, eufemísticamente, "países en vía de desarrollo".

Cuando Menem llegó al gobierno y se enteró de los alcances del proyecto, pensó que sería un buen negocio venderle el Cóndor II a Khadafi, que había apoyado financieramente la campaña presidencial. (Además, así se lo habían prometido al líder libio algunos de los laderos del riojano.) Pero pronto sintió en la nuca un poderoso aliento procedente del Norte y cambió de idea.

Así como la DEA sospechaba que cierta puerta privilegiada de Ezeiza —la puerta real y no metafórica que usaba Ibrahim para ciertas gestiones especiales— podía tener conexión con la droga y los narcodólares, la
station
local de la CIA conjeturaba que la existencia de una "aduana paralela" podía servir para financiar con dinero negro el Proyecto Cóndor, así como para entrar y sacar materiales destinados al inquietante emprendimiento.

El Mossad fue más allá y calculó que un 10 por ciento del beneficio que procuraban ciertos "bultos misteriosos" era para financiar el proyecto que tanto los perturbaba. (Un informante de Gendarmería aseguró en esos días al diputado Caviglia que "dos aviones del Grupo, llegan en vuelos nocturnos de Miami, sin identificación ni control, portando carga que nadie controla". Nadie podría jurar que ese y otros buches no hayan llevado su mercadería a las embajadas de Israel y Estados Unidos).

Ambos servicios, y la DEA, tenían aceitadas redes de informantes locales, que fueron creciendo por odios y rivalidades entre distintas fuerzas, como la Gendarmería y la Fuerza Aérea, por ejemplo, que disputaron el control de la seguridad de Ezeiza hasta que en enero de 1992 Erman González le entregó los controles a la Policía Aeronáutica. Don Alfredo celebró el traspaso. Sin embargo, confirmando que la peor cuña es la del mismo palo, los primeros
papers
sin membrete que llegaron a ciertos periodistas y legisladores procedían de la propia Fuerza Aérea, donde un grupo de oficiales enfrentados con la conducción del brigadier Juliá redactó un informe secreto destinado al poder político. Allí denunciaban a una "patota" de once brigadieres de la misma promoción (1958) enquistados en la conducción del arma (tanto con Crespo como con Julia) y hechos gravísimos de corrupción —vinculados con EDCADASSA, Intercargo e Interbaires—, además de actos de espionaje sobre el propio poder. En la denuncia también se mencionaba de manera destacada al todavía desconocido Alfredo Yabrán, asegurando que había importado cinco camionetas Nissan (Pathfinder), de las cuales había obsequiado dos; una de ellas a un ministro y la otra, a un alto jefe del arma. El
paper
pedía la destitución de una larga nómina de oficiales superiores, entre quienes estaba el brigadier Mario Laporta (jefe II de Inteligencia), a quien los anónimos denunciantes acusaban de "enganchar los teléfonos de toda la cadena de mandos de la F.A., de ministros del P.E.N. y del propio Presidente de la Nación", y de mantener relaciones especiales con Zapram, la empresa de seguridad y vigilancia de EDCADASSA, a cuyo frente ubicaban —correctamente— al capitán de fragata retirado Adolfo Donda. "También trabajan allí —agregaba el informe— el C.F. (capitán de fragata)
Tigre
Acosta y los señores Slegger y Víctor Dinamarca, personajes conocidos y peligrosos por su disposición y antecedentes para el
trabajo sucio."

Un párrafo sustantivo del informe aseguraba que el brigadier Miari, "abogado, socio y amigo de Crespo y de Juliá, fue mandado por este último a explicar a jueces y a políticos que la Fuerza Aérea mantiene varias sociedades mixtas de las que obtiene 'por izquierda' importantes ganancias que van a un 'fondo patriótico' para desarrollar el proyecto CÓNDOR II, ya que el Estado Nacional no da fondos para este desarrollo. Se supone que todos los brigadieres conocen esto".

En este punto, el
paper
se ajustaba estrictamente a la verdad. Cuando Franco Caviglia empezó sus solitarias denuncias contra EDCADASSA, hubo fricciones dentro del grupo de diputados peronistas disidentes que él integraba (el Grupo de los Ocho). El diputado por Entre Ríos Juan Carlos
el Conde
Ramos —que en su juventud había sido miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y en su madurez recaló en el menemismo— manifestó varias veces su disgusto por las aseveraciones de Caviglia que, a su juicio, le hacían el juego a la embajada norteamericana. "Mirá dónde publican tus denuncias", solía enrostrarle a Caviglia mientras agitaba un ejemplar de
El Informador Público,
donde, efectivamente, trabajaban no pocos agentes de los servicios y propagandistas del Proceso. Un día, las cosas llegaron a mayores y sólo la intervención de sus compañeros del Grupo,
Chacho
Álvarez y Juan Pablo
Juanpi
Cafiero, evitaron que
el Conde
y Franco se agarraran a las trompadas.

Antes del incidente, Ramos había invitado a Caviglia a cenar con Andrés Gigena (a quien conocía de Paraná) y con Héctor Colella, que conducían el
holding
Inversiones y Servicios. "Son dos tipos sencillos, macanudos, como nosotros", dijo para animarlo. Pero Caviglia se excusó, pensando que "uno ya no le puede pegar de la misma manera a un tipo con el cual estuvo contando chistes verdes a la hora del café". El
Conde
dio entonces un paso más adelante, propiciando la visita de cinco brigadieres al bloque parlamentario de los Ocho. Uno de ellos era el brigadier abogado Miari, que llevó la voz cantante. Ni él ni los otros aviadores mencionaron a Yabrán. Comenzaron con un exordio político, apelando al patriotismo de los ocho diputados, a los que entonces se ubicaba genéricamente en la izquierda peronista. "Somos antimenemistas como ustedes", dijo el portavoz de los pilotos para establecer un terreno común. Luego explicó que los ingresos que venían bajo la mesa de las tres empresas (EDCADASSA, Intercargo e Interbaires) estaban destinados al Proyecto Cóndor, que los Estados Unidos querían desmantelar "con la complicidad de algunos cipayos".

Algunos de los diputados se preguntaron cuánto iría para la Patria y cuánto para los hombres, pero no dijeron nada. A
Chacho
Álvarez, que era el líder del Grupo, el tema no le interesaba demasiado. Sólo
Juanpi
Cafiero apoyaba decididamente a Caviglia. Y después, Darío Alessandro. Como el
Conde
había jugado fuerte trayendo a los brigadieres, pensaron que no debían forzar las cosas para no quebrar y debilitar al Grupo.

Caviglia inició entonces una batalla judicial solitaria, que tuvo contradicciones y recesos. Cuando presentó su denuncia, el sorteo lo condenó al juzgado de la doctora María Romilda Servini de Cubría, la popular
Chuchi,
que se había hecho famosa tapando en el Yomagate todo lo que había destapado el juez Baltasar Garzón. Para no naufragar, Caviglia presentó otro escrito en el fuero penal económico que después desestimó por razones de economía procesal, suscitando las suspicacias de algún periodista —vinculado con los servicios militares— que inicialmente lo había apoyado. La doctora Servini de Cubría ordenó algunos allanamientos en Ezeiza, que, a juicio de algunos funcionarios judiciales, condujo desde la confitería del Aeropuerto. Casualmente, no encontró nada. La causa empezó una siesta que sigue hasta el presente.

Pero ocurrió algo: la embajada estadounidense convocó a Caviglia.

El diputado mantuvo con los norteamericanos dos reuniones que, a su juicio, fueron bastante sosas. Le dieron un pésimo café americano mientras varios funcionarios con lápices y anotadores lo rodearon pretendiendo obtener información a cambio de nada. Fueron tan parcos que al joven Caviglia, bastante inexperto, le costó entender quiénes eran los funcionarios que tenía por delante. Sólo supo que uno de ellos era de la DEA. Pero lo que le pareció significativo fue que dos de los concurrentes vestían uniforme militar. Y tomaron nota de todas sus palabras.

Fred Smith no sería, tal vez, como el coronel wagneriano de
Apocalypse Now,
pero sus fosas nasales se dilataron con el aroma del napalm y la carne quemada de los seguidores de
Charlie.
También sobrevoló con su libélula mecánica las aldeas arrasadas, los arrozales regados con sangre, las selvas enfermas de pavor donde se guarecían los
"commies
son
of a bitch",
a los que había que agarrar de los pelos y sacarles la sucia jeta amarilla fuera del helicóptero para que el viento letal del Operativo Fénix les refrescara la memoria y cantaran; para ser arrojados al vacío, hablaran o no.

Fred piloteó helicópteros en Vietnam y, como los chicos buenos de las películas, fue herido y condecorado. Después, el joven bajo, regordete y simpático regresó a casa y fundó una empresa de aviación. En 1973, con un crédito de apenas 20 mil dólares, compró una compañía regional de correos privados y la convirtió en Federal Express. La corporación de transporte "expreso" más grande del mundo, que hoy presta servicios en 211 países; factura más de 13 mil millones de dólares por año; emplea a 145 mil personas; posee una flota de 624 aviones y 42.500 vehículos terrestres que transportan diariamente más de tres millones de paquetes, recorriendo cada jornada millones de kilómetros.

En 1982, cuando todavía no era tan poderosa, la compañía de Smith compró la Southern Air Transport (SAT), una empresa aérea con cien aviones piloteados por otros muchachos veteranos de Vietnam a los que se conoció popularmente como The Flying Tigers. La SAT había realizado misiones de aprovisionamiento a las fuerzas pro norteamericanas en Laos, Kampuchea y Thailandia y se la consideraba ligada a la CIA. Igual que la propia Federal Express, que se estableció en la Argentina en 1988, limitada al transporte de correspondencia internacional, un mercado minúsculo donde sólo se movían sesenta mil piezas mensuales y DHL tenía el liderazgo. Aunque Fred Smith aspirase a meterse en el mercado postal local (lo que temía Don Alfredo), éste era —con sus veinticuatro millones de cartas mensuales— una presa menor en comparación con los guarismos mundiales que controlaba el veterano de Vietnam. ¿Qué había entonces en la Argentina para que el Yabrán norteamericano se moviera tanto?

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